Jorge Ramos, el periodista mexicano estrella de Univisión fue echado de la reunión de partidarios de Donald Trump por malcriado y hay quienes dicen que eso ha acentuado el distanciamiento entre los hispanos y el partido republicano.
La verdad pudiera ser otra. Ramos, que emigró de México porque no tenía, según propia confesión, suficientes garantías para expresar con libertad su pensamiento, se presentó de súbito en una rueda de prensa de Trump en una ciudad de Iowa y sin pedir la palabra lanzó improperios contra la tesis sobre inmigración del pre candidato.
Trump le pidió que tomara asiento, pues antes había concedido la palabra a otro de sus colegas. Ramos insistió, hubo desasosiego en la sala por la conducta agresiva del mexicano y Trump no tuvo otra opción que pedir a la guardia de seguridad que lo ponga a buen recaudo.
Ramos y la mayoría de inmigrantes latinoamericanos y de otras regiones han llegado a los Estados Unidos para hallar lo que no existe en sus países de origen: respeto a la ley, a la autoridad y a la tolerancia. Ramos olvida esa realidad como entrevistador en su tribuna de Univisión y actúa, como ayer, a lo “mero macho” mexicano.
En varias oportunidades ha sostenido que el periodismo no es neutral ni independiente, sino un arma más para combatir las injusticias sociales. La meta ulterior, a la que él dice se llegará con ayuda del periodismo “consciente”, es el “progresismo”, o sea un socialismo/marxista que ponga en manos del Estado la solución a los problemas sociales.
El progresismo se ha tomado al partido demócrata, al cual Ramos y su hija (que trabaja en la camapaña para Hillary Clinton) se pertenecen. Tiene él toda la libertad para hacerlo, pero inmiscuir sus creencias y guiar diálogos y entrevistas bajo ese preejuicio partidista, empañan la calidad profesional de su trabajo.
Cuando toca el tema de inmigración, Ramos deja de ser periodista y se convierte en líder de barricada de los inmigrantes ilegales, sobre todo, claro está, si provienen de México y América Latina. Los entrevistados son cercados, intimidados, interrumpidos y ello ocurrió inclusive con Obama. No obstante, es el periodista latino de TV de mayor prestigio en el país y acaso del continentre.
Su ego, por tanto, es más grande que su tamaño físico. Creyó que no necesitaba el permiso de Trump para ser el primero en preguntar en la rueda de prensa, porque quien lo hacía era “él”. Trump le pidió que respete el orden, pero continuó con una perorata en que no había preguntas, sino lecciones acerca de cómo debía aceptar a los ilegales.
Vino la expulsión y todos se han sorprendido de que Trump haya tenido las agallas para despedir “al Cronkite latino” por malcriado. Lo increible es que minutos más tarde, “a pedido de alguien”, el periodista estrella retornó al ruedo y, previa la venia del “profesor”, formuló preguntas que una a una fueron contestadas por Trump.
Una vez más, Trump ha demolido la barrera del PC (lo político corecto) impuesta por la izquierda progresista que impide decir las cosas como son para evitar que se actúe en forma adecuada para recuperar el orden y el sentido común. Otros candidatos se habrían acoquinado ante la arrogancia de Ramos y habrían preferido otra salida al incidente “para no malquistarse con la hispanidad”.
Trump continúa arrasando en las encuestas de popularidad en todos los Estados. Los sabios columnistas de ambos partidos se devanan los sesos tratando de entender “el fenómeno Trump”. Pidieron disculpas por haber errado al predecir la defunción de su candidatura tras la primera semana de su anunciación, pero insisten en que “no durará mucho”. Los cerebros de sus seguidores comenzarán a enfriarese al concluir el verano, dicen con el tono ex cátedra de siempre.
Lo cierto es que Ramos lucía ayer cual un pigmeo frente a Trump. Igual es la impresión que sucitan sus contendores tanto en el área republicana como en la demócrata. En el GOP se exceptúan precisamente quienes no hacen mofa o comparten sus postulados: Ted Cruz y Ben Carson. Los demás, mientras más critican a Donald, más caen en las encuestas.
En el otro lado, el de los demócratas progresistas de Ramos, el panorama es fúnebre. Hillary Clinton ha dejado de ser la candidata en espera de ser coronada y acaso le aguarda la prisión, por perjurio y otros actos criminosos. Su cónyuge Bill también perjuró, no fue a la cárcel y es un demócrata adorado por su partido. Por desgracia, Hillary no es Bill.
Obama, que detesta a Hillary, quiere que su Vicepresidente Joe Biden lo reemplace. Será mucho más divertido que ella y que el hippy Bernie Sanders, pero sus meteduras de pata serán recordadas y otras advendrán, para descalificarlo. En el GOP la figura de Jeb Bush se esfuma y hablan de que podría sustituirlo Mitt Romney, el tantas veces fracasado candidato presidencial.
Ninguna de tales alternativas tiene posibilidad de obstruír el avance de Trump. Y se equivocan quienes creen que el respaldo a su candidatura obedece a una “calentura de verano”. Es fruto de analizar la impavidez del GOP para contrarrestar el dominio creciente del progresismo en todos los frentes, tanto interno como externo, de este país.
Nadie como él ha tenido la virilidad, convicción y claridad de comunicación para describir el deterioro al que ha llegado la nación, bajo un progresismo que desdice de los principios fundamentales sobre los cuales se fundó la República en 1776/1786. Y que no vacila en plantear, sin temor al PC, qué es lo que se debe hacer para evitar que el país caiga en el abismo.
Si la lid prosigue limpia y abierta, no se ve qué puede impedir a Trump que logre la nominación el próximo año y la Presidencia en noviembre. Salvo un atentado, como el que segó la vida de Luis Carlos Galán, el candidato liberal a la presidencia de Colombia en 1989. Galán juró terminar con la mafia del narco tráfico de Pablo Escobar, pero fue éste quien terminó con él.
el otro lado, el de los demócratas progresistas de Ramos, el panorama es fúnebre. Hillary Clinton ha dejado de ser la candidata en espera de ser coronada y acaso le aguarda la prisión, por perjurio y otros actos criminosos. Su cónyuge Bill también perjuró, no fue a la cárcel y es un demócrata adorado por su partido. Por desgracia, Hillary no es Bill.
Obama, que detesta a Hillary, quiere que su Vicepresidente Joe Biden lo reemplace. Será mucho más divertido que ella y que el hippy Bernie Sanders, pero sus meteduras de pata serán recordadas y otras advendrán, para descalificarlo. En el GOP la figura de Jeb Bush se esfuma y hablan de que podría sustituirlo Mitt Romney, el tantas veces fracasado candidato presidencial.
Ninguna de tales alternativas tiene posibilidad de obstruír el avance de Trump. Y se equivocan quienes creen que el respaldo a su candidatura obedece a una “calentura de verano”. Es fruto de analizar la impavidez del GOP para contrarrestar el dominio creciente del progresismo en todos los frentes, tanto interno como externo, de este país.
Nadie como él ha tenido la virilidad, convicción y claridad de comunicación para describir el deterioro al que ha llegado la nación, bajo un progresismo que desdice de los principios fundamentales sobre los cuales se fundó la República en 1776/1786. Y que no vacila en plantear, sin temor al PC, qué es lo que se debe hacer para evitar que el país caiga en el abismo.
Si la lid prosigue limpia y abierta, no se ve qué puede impedir a Trump que logre la nominación el próximo año y la Presidencia en noviembre. Salvo un atentado, como el que segó la vida de Luis Carlos Galán, el candidato liberal a la presidencia de Colombia en 1989. Galán juró terminar con la mafia del narcotráfico de Pablo Escobar, pero fue éste quien terminó con él.
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