Según últimas encuestas el neurocirujano Ben Carson (negro) se acerca al puntero Donald Trump, en el Estado clave de Iowa, en la campaña por las primarias para elegir al candidato presidencial por el partido republicano, e incluso una de las encuestadoras iguala el contaje al 23%.
La noticia anula las especulaciones de políticos y columnistas afines al establishment del GOP, que creen que Trump era popular solo como fruto de “una calentura de verano”, que se esfumaría con la llegada del otoño este próximo mes.
Están equivocados. El “fenómeno Trump” no es pasajero ni obedece a un rapto emocional. El liderazgo de Trump se consolida en todos los Estados de la Unión, Iowa incluída, a medida que multiplica sus giras por los pueblos y se divulgan sus discursos.
Su mensaje difiere del convencional de los políticos, porque añade humor y un lenguaje coloquial que no se abstiene de señalar errores del adversario y su manipulación de la cultura en forma directa, sin importarle que ello sea o no “políticamente correcto”.
Su mensaje atrae por su forma y contenido en el mismo grado en el que se oscurece el discurso de sus rivales republicanos y demócratas que utilizan los mismos sesgos y ambages tradicionales, de lo que se ha dado en llamar “los políticos profesionales”, que se acomodan al establishment, los que se cuidan “de no hacer olas”.
Desde ya Trump ha cambiado el curso de la campaña. Los tópicos que él ha tocado desde el inicio, sin rodeos, como el de la inmigración ilegal, es ahora motivo de diálogo de todos en la campaña. Antes era tema que se lo mencionaba de paso, como algo incómodo que nadie quería afrontar.
En lenguaje directo Trump se ha referido también a temas de la seguridad interna y externa, venida a menos con Obama y ha propuesto medidas para rehacer sus traidoras decisiones, como su claudicación frente al Irán. Ha insistido en incontables ocasiones en que volverá a fortalecer al frente militar, que este régimen ha socavado como si fuese su enemigo.
La retórica de Trump ha sido contagiosa porque invita a la recuperación de la fe y el optimismo en los Estados Unidos como nación excepcional, con una misión excepcional en el mundo para defender la libertad y poner freno a las tiranías. Como lo ha sido en el pasado frente al avance del fascismo y comunismo y que ha dejado de serlo hoy frente al islamismo/terrorismo.
El ascenso de Ben Carson, seguido de Ted Cruz, confirma que el “fenómeno Trump” no es fruto pasajero de las artes de un titiritero. Los dos precandidatos están igualmente convencidos de que el GOP traicionó a los votantes cuando claramente, en comicios del 2010 y 2012, pidieron acabar con el “progresismo” de Obama y nada hizo.
Si eventualmente Ben Carson (o Ted Cruz) resultan nominados y no Jeb Bush o alguno de los otros pro establishment del GOP, con seguridad que Donald Trump exclamará “mission accomplished”, misión cumplida. Pues uno de los factores de su popularidad es la transparencia: es un billonario sin intereses políticos personales.
Su sola y central preocupación es “to make America great again”, volver a hacer grande a los Estados Unidos. Ese propósito se hará realidad con alguien como él. O, si así lo decide el pueblo, con líderes de alta calidad como Ben Carson o Ted Cruz. Si así se perfilara el panorama electoral, el temor a que Trump forme un tercer partido para él, se desvancería.
Las alternativas, de no ser así, serían ruinosas para el país. Entre los demócratas resulta increíble que aún figure Hillary Clinton. Si fuera republicana, ya estaría tras las rejas. Sus contendores son una tomadura de pelo: Joe Biden, especialista en meteduras de pata y Bernie Sanders, que con 73 años de edad encima actúa y piensa como hippy de los años 1960.
Pocas probabilidades hay de que un demócrata herede el desgobierno de Obama. Pero si por alguna maniobra o circunstancia desconocidas ninguno de los tres precandidatos republicanos anti establishment sale nominado, entonces las perspectivas se ensombrecen. Podría resultar elegido un demócrata, lo que sería un desastre completo. U otro republicano endeble que implique un continuismo de la fatalidad obamista.
Afortunadamente el impulso dado por Trump no tiene visos de debilitarse, sino todo lo contrario. Obama ofrece suficiente combustible como para evitar que la maquinaria Trump se detenga. Seguirá operando con indeclinable vigor hasta los comicios presidenciales de noviembre del 2016, para que a la Casa Blanca llegue un Trump, un Carson o un Cruz.
Solo con alguno de ellos los Estados Unidos recuperarán su condición de excepcionalidad, perdida tras ocho años de claudicación obamista.