Sunday, November 24, 2013

SON CAPACES DE TODO


Con el fracaso catastrófico del Obamacare, la popularidad del presidente Barack Hussein Obama se ha desplomado al 37% según las encuestas. La gente se pregunta, no por qué ha caído tanto, sino por qué porcentaje aún tan alto de ciudadanos lo sigue respaldando.
El Obamacare, que busca abolir el sistema privado de administración de la salud, el mejor del mundo, para reemplazarlo con un control absoluto del Estado, debió comenzar a regir el 1 de octubre. Pero se estancó entre otras razones porque el website para iniciar los cambios no funcionó jamás.  
El problema no es solo técnico. La obstrucción electrónica se debió sobre todo a la complejidad para enlazar aceptablemente todos los datos requeridos a los solicitantes del Obamacare con los proporcionados por las agencias de salud privadas. Se trata de una maraña impenetrable.
El Obamacare era el mayor logro del ideario radical de Obama y los demócratas que lo secundan. Y aún aspira a serlo, pues resume en si las intenciones de agigantar el influjo del Estado sobre los individuos, que ya se había expandido con otras medidas demócratas para acentuar las leyes, regulaciones y controles oficiales.
El colapso del Obamacare ha hecho más evidentes los demás yerros de Obama en su administración de cinco años, hasta entonces soslayados o encubiertos por los principales medios de comunicación colectiva. La deuda pública, con la que se paga la protección social vía subsidios para alimentos y desempleo, ha llegado a la cifra de 17 trillones de dólares, cifra superior a la riqueza nacional.
Junto con los subsidios que drenan las arcas fiscales para beneficiar no solo a los necesitados sino a los que no los necesitan, está el desempleo que no baja en todo el período de su gobierno del 7% y más. La inversión y el ahorro se han debilitado y la tasa de crecimiento económico es la más baja desde la Gran Depresión, menor al 3% anual.
En el frente externo, el respeto a los Estados Unidos se ha esfumado como nunca antes en su historia. Obama pierde los amigos tradicionales de Europa y Medio Oriente, al tiempo que corteja al Irán (Kerry en Ginebra hoy recuerda al Chamberlain del Berlín de 1939). En Irak y Afganistán, donde se invirtió tanto en vidas humanas y capital, el repliegue de fuerzas está generando una involución hacia el radical terrorismo que se pretendió erradicar.
Todos estos factores negativos harían pensar que Obama y su gobierno están perdidos políticamente y que las próximas elecciones parciales de noviembre venidero y las presidenciales del 2016, implicarán una derrota aplastantes del radicalismo demócrata y la recuperación del poder en el Congreso y la Casa Blanca por parte de los republicanos. 
Pero la lógica no siempre es aplicable en política y menos en los tiempos actuales en los que Obama y la mafia de Chicago que lo encumbró y respalda están en el poder. No obstante los tropiezos del Obamacare y los indicadores tan elocuentemente adversos, los demos están dispuestos a seguir utilizando cualquier arma lícita o no para anular a su rival.
La última prueba la acaban de dar en el Senado del Congreso con la reforma a la regulación del “filibusterismo”. Según este esquema, que ha regido desde los incios de la República, ninguna ley o nombramiento de alta significación e importancia podía aprobarse sin los votos de por lo menos 60 de los 100 senadores.
Los demócratas tienen 53 senadores, los republicanos 45 a lo que se agregan 2 independientes. Muchos de los nombramientos a puestos clave del gobierno, como jueces y otras autoridades, han sido bloqueados por la oposición republicana, como ha ocurrido en otra dirección en ocasiones en que la mayoría ha sido demócrata.
En ambos casos, de regímenes de uno u otro partido, el bloqueo a ciertos nombramientos ha generado frustración y deseos de encontrar alguna fórmula para que la mayoría del momento salga triunfante. Pero nunca nadie se atrevió a acabar con el filibusterismo, que es una garantía que previeron los autores de la Constitución para garantizar la protección de la minoría frente a la mayoría en el poder.
El propósito es propiciar que las grandes decisiones sean adoptadas por consenso, atributo esencial de la democracia. Si la oposición de uno y otro partido veta un proyecto o nombramiento, en el fondo es porque conlleva una intención repelente por dictatorial. Lo democrático es pesionar al régimen porponente a negociar con la minoría a fin de arribar a un  consenso que armonice y no fracture la tolerancia.
Pero Obama ha dicho claramente que no le interesa negociar. No lo ha hecho en cinco años. Desprecia y se mofa de la oposición. Para forzar a la aprobación del Obamacare, por ejemplo, fraguó un fraude para que se elija al senador Frankel en Minnesota, pues su voto era clave para pasar la ley sin un solo voto republicano.
A los senadores demócratas rehacios a ceder, los coimó. Y cuando el caso de inconstitucionalidad de la ley fue examinado por la Corte Suprema de Justicia, el juez John Roberts, republicano, traicionó a sus principios e inclinó el fallo en favor de la ley. La gente se pregunta hasta ahora qué presión ejerció Obama sobre él.
Ahora el Senado puede aprobar cualquier ley o nombramiento que desee Obama, con la simple mayoría de 50 más 1. Si el Obamacare en su versión actual termina por archivarse por inaplicable, cualquier decreto de Obama puede ser aceptado por los senadores para sustituir a esa ley. Ya el presidente ha roto la Constitiución al aplicar a su antojo partes de esa ley, pese a que su misión es exclusivamente aplicarla en su texto final.
En cada instancia de oposición de la Cámara de Representantes, en la cual hay pedominio republicano, un Obama indignado ha dicho que gobernará por decreto para superar los obstáculos constitucionales del Congreso. En igual forma en que lo hacen los tiranuelos de Ecuador, Venezuela, Nicaragua o Argentina. 
Igual desprecio por el orden constituído lo ha evidenciado con las falsías sobre el caso de Benghazi, Libia, donde el embajador y otros cuatro altos funcionarios fueron masacrados por terroristas del Al Qaida, sin recibir ningún auxilio militar. O sobre el escándalo en la frontera con México, cuando el gobierno cedió armas de alto poder a los narcotraficantes y un guardia norteamericano murió asesinado con esas armas.
Otro ejemplo de autoritarismo fue el nombramiento de los denominados “zares” de la administración, que son ministros de Estado  sin autorización constitucional del Senado. La lista de gestos y acciones alejados de la ley se multiplica y nunca ha sido objeto de análisis y críticas por parte de los mayores medios de comunicación audivisual y escrita.
Pero ese bloqueo, tan determinante en la visión que el pueblo tiene de la realidad, ha comenzado a debilitarse y fraccionarse con el desastre del Obamacare. Hasta los más enceguecidos defensores de Obama parecen de pronto ver la luz, pues se les ha hecho difícil defender lo indefendible. Mas tal situación no garantiza aún avizorar victoria alguna de la sensatez sobre el abuso.
Puesto que Obama y su clan pondrán en juego cualquier estratagema para no perder el poder. Recuérdese que en los comicios del 2012 todo parecía presagiar que el republicano Mitt Romney, pese a sus flaquezas como candidato, se haría de la victoria frente a un Obama acosado por su ineptitud para manejar el Estado, incluído el Obamacare.
Pero Obama y su maquinaria de Chicago manipularon cifras para simular que el desempleo había disminuído y ordenó a la Oficina de Rentas que se lance a atacar y acosar al ala triunfante del GOP, el Tea Party, para silenciarla y anularla. Paralelamente, maniobró con los sindicatos y con los centros de recolección de votos para amedrentar y cometer fraudes.
Obama fue reelecto, frente al estupor e incredulidad incluso de sus mismos partidarios. Nadie puede imaginar qué proyectan los demos para “resucitar” a un Obama casi moribundo por la hecatombe del Obamacare. Pero con seguridad no faltarán más actos antidemocráticos y autárquicos como la muerte del derecho de la minorías que se acaba de perpetrar en el Senado. 
Con Obama y los demos que lo siguen cualquier exabrupto reñido con la tradición democrática y cultural de esta nación no es descartable. De pronto surge en cualquier instante, en cualquier área y sin el menor escrúpulo, pues lo único que les guía es una obsesión desbordada por el poder. Poder no para servir, sino para dominar y controlar a los demás.

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