Sunday, September 8, 2013

¿SE APAGAN LOS DOS?


Los presidentes de Estados Unidos y Ecuador, Obama y Correa, tienen un enorme parecido y no solo por el color de su tez, sino por la forma utopista de mirar al mundo. Y ambos, autárquicos, enfrentan parecidos rechazos de sus respectivos pueblos debido a sus acciones irresponsables.
El símil resulta, desde luego forzado, ya que Barack Hussein Obama es el líder de la mayor potencia mundial de Occidente, aunque enormemente debilitada en sus cinco años de gestión.Y Ecuador es “insignificante” al decir de Julian Assange, el refugiado en la embajada en Londres.
Obama y Correa tienen en común la mentira. Ambos prometieron en sus campañas electorales respetar las leyes y Constitución vigentes y ambos las han transgredido en sus primeras y sucesivas administraciones. Y los dos, pese a ello y al mal manejo de las políticas tanto internas como externas, no han perdido significativamenre el apoyo popular.
Al menos hasta ahora. En lo que concierne a Obama, la vacilante e incierta política frente a Siria parece estar eclipsando todos sus anteriores errores que han llevado la deuda pública a 17 trillones de dólares, empobreciendo a la nación, endeudándola con China y otros país y estancando la creación de empleos al nivel más bajo desde la depresión del decenio de 1920.  
Si el actual presidente no fuese negro o si hubiese sido republicano, hace ya mucho tiempo que habría sido interpelado y expulsado y nunca habría logrado la reelección en el 2013. Pero sus partidarios, sobre todo negros y los ultra liberales (socialistas), nunca lo encuentran culpable y siguen achacando la culpa al partido opositor y al defectuoso sistema capitalista.
Esa es la prédica de Obama, desde sus años de universitario y de senador estatal por Ilinois, luego federal y finalmente candidato presidencial y presidente. Según su adoctrinamiento, Estados Unidos debe su formación a una correlación fortuita de circunstancias geográficas e históricas, no al ideal de libertad de sus fundadores. 
En cuanto se posesionó, fue a Egipto y el mundo a confirmar esa visión y a pedir perdón. En Estocolmo, entusiasmados, le concedieron el Premio Nobel de la Paz por su posición antinorteamericana y no por lo que hubiese hecho o prometido hacer. (Lo que hoy hace, al promover la guerra con Siria, es antípoda de la paz)
Bashar-al-Assad, monarca de Siria, era el mimado de los demócratas como Obama. Lo visitaron en Damasco y lo ensalzaron, pese a que George W Bush les pidió que no lo hicieran, dados los hechos sangrientos en su contra. Uno de los más aborrecibles fue auspiciar el asesinato del presidente electo del Líbano, el cristiano Bachir Gemayel. Elegido el 23 de agosto de 1982, se convirtió en la esperanza de pacificación de esa nación invadida por tropas sirias e israelís. Una bomba terrorista acabó con su vida y la de otros 26 que lo acompañaban.
La guerra civil continuó y con ella las matanzas, que se cifran en más de 100.000. Obama y los demócratas nada hicieron, indiferentes ante el hecho de que los rebeldes paulatinamente fueron absorbidos por el Al Qaeda, opuestos a Assad, éste respaldado por el Hezbollah de Irán. Impelido por la opinión interna e internacional, Obama se vió obligado a trazar “una línea roja” de advertencia a Assad.
Tal línea parecía sugerir que la matanza entre árabes era buena siempre que se usaran armas convencionales. Pero si se empleaban químicos prohibidos desde la I Guerra Mundial, se desataría la ira de Obama y su amenaza de castigar a los rebeldes. La línea se cruzó hace más de un año pero Obama siguió jugando golf.
La crisis arreció cuando la suma de gaseados llegó a 1.400, 400 de ellos niños. Reaccionó entonces Obama con frases especialmente tiernas en referencia a los niños muertos (es el promotor-in-chief de los abortos en los Estados Unidos) y anunció urbi et orbi que ordenaría una intervención militar contra Assad.
Sin embargo, hasta ahora no se sabe quién usó las armas químicas. Assad lo niega y Putin, nuevo líder mundial, sostiene tener pruebas de que son los rebeldes del Al Qaeda, los protagonistas del 9/11 contra USA. Para castigar a Assad, Obama tiene obviamente que ayudar a los rebeldes. Los llama “moderados”, pero entre los árabes no hay moderados. 
En vista de tantas contradicciones, el personaje de la Casa Blanca decidió escudarse en el Congreso. Busca que lo autoricen para atacar a Siria pero tanto demócratas como repúblicanos no hallan razones suficientes para complacerlo. Pide autorización por 60 días para un ataque “quirúrgico” por aire de 3 días. En ese caso no necesitaba de autorización del Congreso, pues puede hacerlo si está en peligro la seguridad nacional.
Y no lo está, al menos de manera directa. Clinton lanzó la arremetida contra Kosovo sin autorización del Congreso, pero actuó en defensa de los intereses y con el apoyo de OTAN. Ahora Obama está solo, le autorice o no  el Congreso. Bush logró esa autorización y fue a la guerra apoyado por 34 naciones.
Si el Congreso rechaza el pedido de Obama, como parece que ocurrirá, el hecho no tendría precedente en la historia nacional. Y si Obama decide de todos modos “misilear” (lanzar misiles desde naves de guerra y drones) a Siria, violaría la Constitución pues una vez que el Congreso niega el pedido, la acción militar se archiva.
Pero Obama, como Correa, se burla de la ley y la Constitución. Lo grave es que el bombardeo “táctico y limitado” no conduciría a nada. Si son los rebeldes los que utilizaron las armas químicas donadas por Hussein de Iraq, las continuarían usando tras los ataques yanquis. Si es Assad el autor, idem. De una y otra manera, Assad seguiría en el poder. Ni Assad ni los rebeldes son pro yanquis.
Es tan absurda la posición de Obama, que es probable que hasta los negros le abandonen esta vez. Mucho más cuanto que con el mulato la tasa de desempleo de la población negra trepó al 13%, casi al doble de la ficticia del 7.3% para la población general. Entre los “nuevos” empleos se incluyen los millones que pasaron de la opción de tiempo completo a la de medio tiempo, debido al “obamacare”.
Con Correa hay similitudes. Pero el ecuatoriano ha podido actuar con mayor violencia para destruir al Congreso y la Judicatura, debido a la falta de oposición. El sistema de control de las tres ramas de poder, clásico en una democracia, cedió paso al poder omnímodo del Ejecutivo. La tarea se facilitó con la ausencia de fuerza de los medios de comunicación.
El antes mencionado Julian Assange permanece refugiado en la embajada en Londres como asilado político desde hace más de un año, pese a que Londres lo quiere cautivo para deportarlo a Suecia, donde es requerido por una infracción penal. Assange ha insultado al Ecuador y hace campaña por su senaduría en Australia, desde la embajada, pese a prohibirlo la ley.
Estos antecedentes parecen no haberlo afectado mayormente en su popularidad. Pero, como con Siria en el caso de Obama, en el de Yasuní la verdadera personalidad de Correa está saliendo a flote. Al iniciar su gestión Correa se declaró ambientalista devoto de Pachamama y dijo que prohibiría la explotación petrolera en esa región oriental.
Su idealismo verde era ficticio, pues condicionó la no explotación a que la comunidad internacional colecte fondos equivalentes a la mitad de lo que representaría la explotación petrolera, esto es, 5.000 millones de dólares. Invirtió 5 de los 7 millones de dólares que algunos ingenuos donaron, para pagar los gastos de campaña por la causa que incluía viajes de una dama experta en seducir a gobernantes ecuatorianos de todo color político.
La campaña fracasó y ahora, como muchacho emperrado, Correa amenaza a la comunidad internacional con abrir Yasuní a la explotación de hidrocarburos, porque necesita la plata “para no interrumpir el curso de la revolución ciudadana” que dizque está transformando y salvando al Ecuador. Ahora la cifra calculada de recaudación es 18.000 millones, más del triple de lo inicialmente fijado para la caridad internacional.
El ciudadano común y la mayoría de empresarios no se han inmutado por las políticas económicas de Correa. Los unos reciben bonos, los otros reciben jugosos contratos. El dinero no es resultante del esfuerzo nacional sino del petróleo, cuyo precio se ha elevado de 2.50 dólares por barril al iniciarse la exportación en 1972, a más de 100 dólares hoy.
El aumento del endeudamiento y del gasto fiscal es descomunal, como en el caso Obama y cualquier momento sobreviene el colapso cuando los precios del crudo caigan por aumento de la oferta o por cualquier otro fenómeno. El Estado dadivoso ha matado la iniciativa privada y el ahorro y la inversión interna y externa. La sensación de bonanza que algunos tienen, es totalmente artificial.
Pero lo de Yasuní es una vergüenza que ha indignado a la gente, sobre todo a los jóvenes que se ven engañados por su líder con la promesa “verde” y se proponen oponerse y boicotear el proyecto. Un cantautor, que aparentemente es muy popular en el país, expresó su disgusto con gestos al paso de la caravana presidencial.
Correa, como un pandillero cualquiera, ordenó detenerse a la caravana, se bajó de su limusina y personalmente increpó al atrevido, acusándolo de estar borracho y drogado. Jaime Guevara, nombre del cantautor, es abstemio y las únicas drogas que toma son para controlar su epilepsia. 
Aclarada la situación, el patán/Presidente no solo no se disculpó con el agraviado sino que reclamó a su audiencia radial que no le pidan que se deshumanice. Lo que quiso decir es que no castigar a quienquiera que ose expresarle repudio, equivaldría a una falta de humanidad (¿?).
Correa no da conferencias de prensa con periodistas independientes, usual incluso con los dicatadores militares de antaño. Prefiere las “sabatinas” radiales, interminables monólogos imitadas de Castro y Chávez, sin interlocutores indeseables. Vale solo su palabra, vale solo su verdad (que además se transcribe textualmente al día siguiente en los diarios).
¿Hasta cuándo los pueblos de Estados Unidos y Ecuador tolerarán a estos remedos de gobernantes, llamados impropiamente demócratas porque fueron elegidos por votación popular, no una sino varias veces? 

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