Marco Rubio, el joven senador federal por la Florida, cubano americano de 41 años de edad (Kennedy tenía 43 años al ser elegido presidente), fue el escogido por los republicanos para responder al discurso de Obama sobre el estado de la nación. Lo hizo muy bien, pero...
Tuvo el imperdonable error de interrumpir abruptamente su alocución para inclinarse y asir una botella de agua, mirando de reojo a la cámara de TV y quebrando así la atención de los televidentes. Rubio es un político fogueado, ha sido entrevistado innúmerables veces por éste y otros medios, por lo cual es explicable su equivocación.
Los medios audivisuales, que en su mayoría respaldan sin objeción alguna a Obama, aprovecharon la oportunidad para vapulear al joven senador, que el GOP quiere estimular y proponer como la estrella que ayudaría a rescatar a un partido vapuleado sin misericordia por los demócratas en dos consecutivas elecciones presidenciales.
La CNN llegó a vaticinar que este incidente, calificado como el nuevo “watergate” republicano, significará la sepultura política de Rubio. Es una exageración porque este político de bilingüismo perfecto, es demasiado talentoso como para dejarse amilanar por tales ataques y profecías. Se recuperará pronto y su futuro seguirá siendo brillante.
Si bien el gesto fatal opacó la réplica de Rubio, su análisis fue de gran valor doctrinario y filosófico y estableció con claridad las diferencias de concepción de la vida existentes entre el obamismo que cree que la solución a todos los problemas es un gobierno crecientemente autoritario y los que, como Reagan, creen que son los gobiernos el problema.
Ese concepto inspiró a los fundadores de los Estados Unidos hace más de 200 años para crear una Constitución que fije límites a la autoridad de los gobiernos, no para fortificarlos en desmedro de las libertades individuales. El poder, como lo observaron en Europa y a través de la historia, tiende a tiranizarse si no está sujeto a control.
Hasta el nacimiento de USA no se había puesto en vigor un mecanismo de control que mantuviera el sistema de protección de las libertades, sin recurrir a la rebelión y los derrocamientos para frenar los excesos de la autoridad gubernamental. Ese mecanismo no fue otro que fraccionar al poder en tres ramas que se controlen entre si en igualdad de condiciones.
Esa constitución y ese sistema no se han alterado y esa estabilidad y goce de libertades han convertido a esta nación en la más poderosa de la historia, a la cual todos quieren inmigrar y a la que odian quienes la ven como antípoda de las autocracias.
El repudio al sistema democrático ha provenido de ideologías como la comunista o socialista, al igual que la fascista, que tienen en común el principio de implantar gobiernos fuertes, sin oposición. Durante la I y II Guerra mundiales había simpatizantes de esas doctrinas dentro de los Estados Unidos, pero eran pocos y se los vigilaba.
Con la II Guerra, el eje nazi fascista fue derrotado con el apoyo decisivo de los Estados Unidos. Pero quedó triunfante también la URSS, un aliado que desde 1917 había impuesto en esa nación un sistema de gobierno absolutamente autoritario, que se proponía divulgarlo por el mundo. Con ingenuidad los aliados pensaron que la URSS cooperaría en la reconstrución de los países del Eje pero con el propósito de que en ellos se sepulte al fascismo y se lo reemplace con la democracia.
Moscú se negó a todo acuerdo. Inclusive se opuso a un programa conjunto para el uso pacífico de la energía atómica, tras la devastadora experiencia de Hiroshima y Nagasaki que puso fin a la guerra. En su lugar tendió una “Cortina de Hierro”, como la llamó Churchill, alrededor de la URSS y sus nuevos satélites, desencadenando una Guerra Fría que se prolongó hasta 1989.
Desde la visión de Moscú, la Guerra Fría había que ganarla por medios pacíficos y no pacíficos para conquistar más satélites y más adeptos. En algunas ocasiones pasó de fría a caliente, como en Corea y Vietnam, pero usualmente la URSS ganaba terreno mediante el espionaje, los sobornos y la desestabilización de los regímenes semidemocráticos del tercer mundo.
La propaganda comunista fue eficiente y sus frutos se los palpa hoy, no ya únicamente en las frágiles democracias tercermundistas sino en la más robusta de todas, en los Estados Unidos. Por primera vez la denigración del sistema democrático no porviene de fuerzas externas o de unos pocos intelectuales de extrema izquierda en el interior, sino de la propia Casa Blanca.
Obama repetidamente proclama que la sociedad norteamericana está en crisis, porque su sistema está en crisis y hay que cambiarlo, comenzando por la Constitución. Aunque están embargados todos los documentos sobre su vida, Obama dice haber sido profesor adjunto de Derecho Constitucional en Chicago y quizás basado en esa credencial, afirma que la Carta debe ser evolutiva.
Es contrario a lo que piensa, hasta la fecha, la mayoría de ciudadanos. El documento, admirablemente corto, tiene siete artículos (frente a casi 500 de la Constitución ecuatoriana) subdivididos en secciones y en toda su historia ha aceptado tan solo 27 enmiendas, aprobadas tras un largo y complejo proceso en que se involucran todos los ciudadanos de los 50 Estados.
¿Qué es el cambio que ambicionan Obama y los ideólogos de izquierda? En suma, que promueva reemplazar al sistema democrático capitalista en vigencia por otro basado en la “justicia social”. Entendida ésta como una aspiración a borrar las desigualdades en favor de los menos afortunados, mediante el influjo directo de los gobiernos. Es la utopía de siempre, desde la edición de la República de Platón.
Y es igualmente la utopía de las autocracias comunista, nazi y fascista y las que existen en Corea del Norte, Cuba y pululan con mayor o menor fuerza en países con tiranuelos como Chávez, Correa, Fernández y tantos en el resto del orbe. El ideal igualitario es inseparable de la supresión de las libertades individuales y de la oposición, lo cual acelera la autocracia, la corrupción y el empobrecimiento de la población.
Intentos intermedios como los de las socialdemocracias en Europa han fracasado igualmente. Ahora ese continente se ha sumido finalmente en la recesión, arrastrando consigo a la más sólida economía, la alemana, merced al fracasado intento de convertir la auspiciosa comunidad económica regional, en una comunidad política.
En su discurso del martes pasado ante el Congreso, Obama se mostró más abiertamente pro socialista que nunca, ensoberbecido por la victoria aplastante de su reelección. Dijo mentiras como que la economía está más próspera, sin mencionar que la deuda pública llegó a 16.5 trillones de dólares, de los cuales 5 trillones son su aporte en cuatro años de gobierno.
Se negó a aceptar que un continuo endeudamiento sea malo y al gasto, que no quiere reducir, lo llamó “inversión”. Pidió trillones para universalizar el kindergarten desde los cuatro años de edad, habló de más dinero para reparar puentes y caminos pese a que para ello recibió un trillón de dólares al inicio de su mandato.
Hizo mofa de la necesidad de revisar las condiciones del seguro social y del seguro médico, como piden los republicanos, para evitar su quiebra en pocos años más. Dijo que es inhumano reducir el gasto porque ello privaría de servicios a los niños, ancianos y más necesitados. Pero jamás explicó cómo financiar esos gastos, salvo con más gravámenes para los acaudalados.
Si se confiscaran las fortunas de los más ricos mediante mas impuestos, lo recaudado no reduciría casi nada la deuda total. El problema no es de ingresos, es de gasto. El 5% de la gente de más altos ingresos aporta el 37% del total de ingresos y el 15% con el 59%. Si se grava más a esta gente, se pierden empleos y por ende, sujetos de tributación.
La presentación de Marco Rubio fue excelente si se la escuchaba en un ágora universitaria o en un debate entre especialistas en ciencias políticas. Pero ese tipo de retórica resbala por la piel de Obama y sus seguidores y es ignorada por los principales medios de comunicación que han creado un escudo impermeable en torno al líder, que así es inmune a toda crítica.
Si se pretende romper el escudo, que le hace inmune a Obama a toda responsabilidad por el descalabro de la economía (deuda, inflación, desempleo, duplicación de precios de la gasolina, recesión) y la pérdida de liderazgo en el plano internacional (la vergüenza de Benghazi, toma de Egipto por la Hermandad Musulmana, nuclearización de Corea del Norte e Irán, fortalecimiento de Al Qaida), Rubio y el GOP tienen que ser más incisivos en sus ataques al principal enemigo, Obama.
Visto el fracaso de los consejos del establishment del partido de no decir verdades “impropias” del bando contrario, para no herir a los independientes, el GOP tiene que arremeter frontalmente y decir las verdades sin termor. Hay que desnudar al personaje para que la gente comience a desmitificarlo.
No deben limitarse a decir que el sistema democrático de libre comercio es mejor que el centralismo estatal, sino comentar las citas de Obama que pretenden probar lo contrario y decirlo porqué. ¿Es Obama sincero defensor de la clase media y los pobres? Demuestren con cifras cómo los vulnera con más y más impuestos, al tiempo que él y su mujer dilapidan fondos fiscales en vacaciones (o en cenas de 900 dólares, como la que él y su mujer tuvieron anoche por San Valentín).
Insistan en una fiscalización del subsidio del trillón de dólares del 2009, que gastó en subsidiar a los sindicatos de la General Motors y de los educadores, los cuales son donantes netos del partido demócrata. Prueben que es mentira que haya más petróleo y gas por sus gestiones, cuando ello se deriva del esfuerzo privado por medidas de su antecesor. La explotación en tierras del Estado y off-shore siguen prohibidas, “por razones ambientalistas”.
Las mentiras proliferan a lo largo de sus propuestas y son mentiras lo que alega que son logros. Allí están incólumes las cifras: desempleo cerca del 8% anual, deuda por 16.5 trillones de dólares. En condiciones normales, esos solos datos hubieran bastado para frenar la reelección de Obama, si eran sensatamente manejados para que la gente entienda qué es lo que en realidad está sucediendo en este país.
Es tiempo, además, de exigir el desbloqueo de la información referente al pasado de Obama. Dónde nació, su niñez y adolescencia en Indonesia y el pasaporte que de este país obtuvo para viajar, su conversión al Islam, los trabajos e informes de estudiante universitario, su afición a las drogas, los motivos por los que nunca escribió para la revista de Leyes de Harvard de la que fue director, cómo obtuvo su ID (seguro social).
La mediocridad de Obama nunca estuvo tan bien reflejada como en el primer debate por TV con su rival Mitt Romney. Pero éste desaprovechó la ventaja por razones desconocidas y perdió. Romney, como John McCain en el 2008, no creyó apropiado o “caballeroso” luchar contra Obama mencionando sus debilidades, ni siquiera en avisos pagados.
Los resultados estan a la vista. Y Obama seguirá campante en su misión de “transformar” a los Estados Unidos si prevalece ese criterio absurdo de atacar, no con calumnias, sino con la verdad. Rubio pudo haberlo hecho el martes pasado y no lo hizo. Por ello y por saciar su sed de manera tan inoportuna, su réplica a Obama resultó anodina y no tendrá repercusión en la historia.