Sunday, January 16, 2011

¿REALMENTE HAY CAMBIO EN OBAMA?

Para muchos no incondicionales que votaron por Obama para presidente de los Estados Unidos y que luego se arrepintieron por su forma radical de gobernar, parecen ahora felices de poder volverlo a apoyar debido a los supuestos “cambios hacia el centro” que al parecer ha adoptado desde diciembre pasado.

¿Cuáles han sido estos cambios? Primero, ordenó a los demócratas del Senado que prorroguen las exenciones tributarias decretadas hace diez años por su predecesor GW Bush para todos los contribuyentes, incluídos los “ricos”, medida adoptada para paliar la crisis económica heredada del demócrata Bill Clinton.

El otro cambio fue su reciente discurso en un estadio universitario de Arizona, pronunciado tras el asesinato por parte de un esquizofrénico de un juez federal, una niña y otros inocentes y el disparo a su principal objetivo, una congresista demócrata que sobrevivirá, ojalá con facultades plenas.

Pero uno y otro cambio han sido forzados por las circunstancias, no por una reflexión intelectual de Obama, fruto de comprender que su posición radical es rechazada por el 70% del electorado norteamericano, porque afecta los principios esenciales de esta nación basada en la libertad y respeto a los derechos del individuo frente al Estado.

Si Obama continuaba en su campaña contra los “ricos”, que para él son los que tienen ingresos superiores a los 250.000 dólares y a los cuales quería quitar la exención tributaria, habría sobrevenido un mayor colapso económico y político. Los republicanos y muchos demócratas eran renuentes a la medida, pues habría determinado una congelación presupuestaria y el bloqueo a la gestión gubernamental.

Luego de haber sostenido en la campaña presidencial y en sus dos años de gobierno que los males de este país son generados por un sistema capitalista que hace ricos a unos pocos por explotación de los pobres, tuvo que ceder y la prolongación del no pago de impuestos se extendió a todos. La economía respiró, aunque temporalmente.

Porque Obama, al admitir su derrota, advirtió que no cederá en su lucha contra los ricos y que volverá a castigarlos con los impuestos ahora postergados, tan pronto recupere el poder en el Congreso y la reelección presidencial en el 2012. Se trata, pues, de un tregua, no del convencimiento de que nuevos impuestos, peor en recesión, son perjudiciales para la sociedad.

Los inversionistas nacionales y extranjeros, consecuentemente, si bien se complacieron con la prórroga, siguen cohibidos ya que las inversiones de real impacto no deben limitarese a un incierto período de años. Y porque conocen que la ideología de Obama y sus seguidores es, ha sido y seguirá siendo contraria al capitalismo y a la libre acumulación del ahorro.

Obama, como han dicho analistas independientes que no son aceptados en los medios de comunicación audivisual y escrita de mayor alcance, es un enigma. Subsisten dudas sobre su nacimiento en los Estados Unidos y se ha bloqueado toda información sobre sus viajes de infancia y juventud, así como de sus estudios, escritos y amistades. Lo que se conoce con más certeza no se remotan a más de 10 o 12 años atrás.

Se ignora cómo accedió a las universidades de elite de Yale y Harvard, pero si se sabe que su principal ocupación tras graduarse fue la de “community organizer” u organizador de grupos comunitarios, en Chicago. Es una derivación de las enseñanzas del ideólogo Saul Alinsky, cuya meta inspirada en Marx y Lenin es socavar al sistema capitalista desde adentro y no necesariamente mediante la fuerza, la revuelta o la revolución.

Alinsky y sus discípulos como Obama y Hillary Clinton (su tesis de grado en la universidad de Chicago fue una apología de Alinsky) en realidad no podrían ser ubicados como comunistas, sino acaso como nihilistas que buscan por todos los medios (lo importante es el fin, no importa los medios) quebrar al sistema democapitalista y absorber cada vez más poder.

Todo ello ¿para qué? La nueva sociedad que ellos propugnan no está clara, pero básicamente buscan la “justicia social” mediante un igualitarismo utópico en el que la riqueza se transfiera a los pobres con intervención de gobiernos fuertes, intolerantes, incontestables. Ello presupone rebasar las leyes que se opongan a sus fines, por cualquier método manipulado dentro del sistema.

Obama ha dado varios ejemplos de esa filosofía. Forzó la aprobación de la reforma que estatiza la administración de la salud, para lo cual no le importó no contar con un solo voto republicano. Y nombró a una treintena de “zares” en su gobierno, como ministros que no requieren aprobación previa del Senado ni tienen responsabilidad ante él.

En noviembre el electorado rechazó mayoritariamente esa tendencia y a la Cámara de Representantes envió más republicanos que demócratas y más republicanos al Senado demócrata. Pero eso a Obama le tiene sin cuidado. El único cambio ha sido la prórroga de la exención tributaria. Dice que el pueblo no lo ha repudiado en noviembre, sino que el resultado es una presión a los republicanos para que cooperen con él y desistan de la oposición.

El atentado de Tucson también Obama ha intentado tergiversarlo. A minutos de divulgarse los trágicos hechos, los radicales de su partido demócrata y de sus inflitrados en los medios de comunicación acusaron a los republicanos y su oposición a Obama de ser los causantes del crimen. Nadie probó la acusación y más bien se difundió que el criminal era apolítico y un esquizofrénico que actuó individualmente.

Las encuestas no encontraron vínculo entre la política de los republicanos y las acciones del criminal en Tucson, con un margen del 60%. Obama se vio acorralado, carecía de bases para también acusar al Tea Party y a los comentaristas de radio y TV conservadores de ser los instigadores del atentado. Y en su discurso de Arizona, si bien no condenó a los demos por sus diatribas, se abstuvo él de acusar como hubiera querido a los republicanos.

Su discurso duró 34 minutos, mucho más que los 4 o 6 empleados por Bush, Reagan o Clinton en ceremonias de expresión de dolor por similares tragedias como las del 9/11 u Oklahoma City con McVeigh. Y se transformó en una manifestación política cualquiera, con gritos histéricos, aplausos y en la que las figuras centrales del discurso no fueron las víctimas, sino él.

Él, como el conciliador, el pacificador, el apóstol de la tolerancia y la no violencia verbal o física. El mismo que un encuentro con hispanos les conminó a luchar contra el enemigo común, los republicanos, en la controversia sobre la inmigración. Que dijo que no admitía otros criterios que el suyo en el debate sobre la ley de salud, “porque las elecciones tienen consecuencia y las gané yo”.

Los arrepentidos por elegir a Obama comienzan a arrepentirse de haberse arrepentido y creen que con el discurso “inmortal” de Tucson -y lo hecho en diciembre en el Congreso- ha emergido un gran hombre, un estadista de verdad, un presidente preclaro que arrasará en su ruta hacia la reelección en el 2012.

Esa gente vacilante, que se autoclasifica independiente y que en el fondo es inconsistente, por fortuna no es mayoría en este país. La oposición a la agenda Obama sigue en pie, tan firme o más como lo fue en los comicios del 2 de noviembre. Así al menos se detecta en la conducta de los nuevos republicanos del Congreso.

La primera votación para repeler la ley de salud estuvo pevista para el jueves pasado pero fue diferida. Los demócratas pretendían que se archive el proyecto, por lo sucedido en Arizona. Pero ya se ha fijado para el miércoles venidero el debate de repudio a esa ley. La ley fue aprobada a empellones y es esa ley la que tiene que ser archivada.

Los republicanos no cometerán errores del pasado, pretendiendo gobernar desde el Congreso con una cámara de mayoría republicana. Han advertido que la responsabilidad de gobernar sigue en manos de Obama y a él le piden que proponga enmiendas para enderezar la economía y para reafirmar la defensa nacional y el prestigio de los Estados Unidos, venidos a menos con su gestión.

Tocará al Congreso examinar las propuestas de Obama, rechazarlas, enmendarlas o sustituirlas. Será una lucha ardua, pero el apetito por concentrar cada vez más el poder en el Ejecutivo con desemedro de las otras funciones del Estado y los derechos individuales, deberá ser bloqueado para sanidad de este país y del mundo.

Del mundo, porque si flaquean Estados Unidos en su posición de líder de la democracia, continuará acentuándose la antidemocracia como lo prueban las últimas estadísticas en varios continentes. Los lapsos dictatoriales entre capitalismo y capitalismo, por culpa de utopistas insensatos, solo causan terror, muerte, hambre y miseria.

Esas aventuras de colectivo masoquismo no las quieren, no las han querido nunca los norteamericanos desde la fundación de la República. La presencia de Obama y sus adeptos en la otra dirección solo debe considerarse como un extraño interludio en la historia de este gran país.

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