El presidente Barack Hussein Obama prounció, mejor dicho leyó su discurso sobre el Estado de la Unión el martes pasado ante el Congreso y sus “fans” ya sostienen que es un mesías reencarnado de Ronald Reagan.
¿Por qué lo dicen? Porque la retórica que ha empleado durante sus dos años en el gobierno cambió súbitamente con su discurso, como resultado de la aplastante victoria republicana del 2 de noviembre pasado.
No dijo ni insinuó que los Estados Unidos no tienen nada de excepcional en su excepcional historia de más de 200 años de democracia ininterrumpida e inclusive alabó que su pueblo sea invenitvo, creador y amante convencido de la libertad de pensamiento y mercado.
También, aunque marginalmente, admitió lo obvio, que es el sector privado el que dinamiza la economía nacional mediante el ahorro y la inversión en la industria con creación de empleos, pese a siempre haber sostenido que es el factor de explotación de los pobres dentro u fuera del país.
Los reporteros contaron que en sus últimos días de vacaciones, que siguieron a su derrota electoral, Obama llevó consigo libros de biografía y análisis de la vida y acciones de gobierno de Reagan, su antípoda ideológico. Nada difícil que el consejo lo recibiera el ex presidente demócrata Bill Clinton, que superó en su administración una crisis política similar.
Pero Obama no engaña a nadie, salvo a sus incondicionales de los medios de comunicación y a los adeptos políticos que le quedan, especialmente de la raza negra. Clinton superó el golpe republicano similar de medio término, pero porque estuvo convencido de que ello era bueno para el país.
Su ahora sucesor demócrata, en cambio, lo único que ha cambiado es el enlace de palabras, no la profundidad al parecer incambiable de su pensamiento. Dijo, por ejemplo, que los Estados Unidos era un buen país siempre anheloso de ayudar a los oprimidos y a las naciones en peligro de sucumbir a dictaduras.
Es algo probadamente histórico, pero que no ha surgido en ninguno de sus anteriores discursos dichos ante la nación y el extranjero. En Egipto, a poco de posesionarse, afirmó que el Islam era parte de la familia norteamericana desde sus raíces y que desde entonces ha sido parte de su cultura.
Incluso sus esbirros han llegado a decir que ya Jefferson admiraba al Islam, por tener un Corán en su vasta biblioteca. Claro que lo tuvo, pero como botín. Fue Jefferson quien ordenó a la incipiente armada de los Estados Unidos que fuera al Mediterráneo a doblegar a los piratas musulmanes que buscaban comerciar en la zona y que saqueaban, asesinaba y esclavizaban a los marinos norteamericanos. Uno de los trofeos que guardó Jefferson fue el Corán, inspirador de la violencia en el mundo islámico.
Poco antes del ataque del 9/11, George W. Bush pidió a Mubarak que modere su régimen dictatorial de 30 años y ofrezca libertades al pueblo oprimido. Uno de los primeros discursos de Obama, que fue en El Cairo, fue no para plantear un reclamo similar, sino para exaltar las grandezas del Islam.
Tras el discurso de Obama el pasado martes, su aprobación en las ecuestas ha subido, no solo por ese hecho sino por lo actuado el mes pasado, al cierre del anterior congreso de mayoría demócrata absoluta. Pero ¿qué hizo y dijo Obama? En el Congreso se sometió a la nueva realidad política de predominio republicano y renunció a elevar los impuestos a los “ricos”, o sea a los que ganan más de 250 mil dólares. Los republicanos y el pueblo, como lo demostró el 2 de noviembre, no querían ni quieren más impuestos para nadie, sobre todo en época de recesión.
En el discurso habló lo que la gente quería oír: un tono de optimismo sobre el país, una reducción sobre el infliujo limitante del gobierno en la vida y el sector privados, una mayor definición en la defensa nacional y repudio a más leyes estatizantes, como la de salud.
Pero si Obama aceptó no volver a gravar a los ricos, prometió que lo hará en el 2012, cuando aspira a ser reelecto. Ello revela su verdadera idiosincracia opuesta al empresario privado. En su opinión, la gente hace dinero porque explota por lo cual hay que cercenar sus excesos de ingreso con más impuestos confiscatorios para más obras del gobierno al mando de más burócratas sobreprotegidos.
La misma idea la emanó al hablar de conquistar el futuro mediante inversiones públicas mayores en educación e investigación, lo que a su juicio hará al país más competivo en el frente externo. Utilizó el símil poco feliz del “sputnik” de la hora actual para impulsar el desarrollo.
El Sputnik fue el satélite articial que la URSS envió al espacio antes que los Estados Unidos. El entonces presidente demócrata John F Kennedy vió esto como una amenaza militar y tecnológica contra el mundo libre e invitó por ello a enviar en respuesta un hombre a la luna dentro de un decenio. Esto se realizó (ya asesinado Kennedy) pero los fondos públicos se asignaron a la NASA para que administre el proyecto, no para que produzca computadoras, satélites o módulos. Toda la investigación y construcción quedó competitivamente en manos del sector privado.
Una de las primeras decisiones de Obama fue liquidar a la NASA como proyecto espacial y reducirlo al papel de misionero de buen voluntad en el mundo musulmán, la “gran familia” de los Estados Unidos a la que él se refirió sin sentido. Y ahora invita a que el país actúe como la NASA del decenio de 1960 frente a un inexistente Sputnik...
Los nuevos gastos públicos que ahora pide al Congreso no harían sino aumentar el déficit público y financiero que ya llega a los 14 trillonos de dólares, que absorben el 25% ya de la riqueza nacional. Ni siquiera una economía que ha sido tan sólida como la norteamericana podrá sobrevivir en tales condiciones. La receta no son más ingresos, sino todo lo contrario y fundamentalmente menos gastos.
La nueva fuerza republicana, como mandato popular del 2 de noviembre, está dando los pasos en esa dirección. Ha planteado al gobierno un 20% de corte de gastos inmediato para aprobar el presupuesto de este año que los demócratas no aprobaron el año pasado pese a su total mayoría. Adicionalmente forzarán en años sucesisvos a reducir al gasto a niveles al menos iguales a los prevalecientes en el 2008.
El pedido es mandatorio para el Ejecutivo y será éste el que proponga qué gastos recortar, para someterlos al escrutinio y aprobación del Congreso. Una de las medidas inmediatas será rechazar la nueva ley de salud aprobada por Obama y los demócratas de manera atropellada y grosera en el 2010, sin un solo voto republicano y con el 70% de la población en contra porque aumenta el gasto en 3 trillones de dólares y arruina el sistema de provisión de salud existente.
Obama, en su discurso, dijo no querer oir de rechazar y sustituir la ley de salud. Otra muestra de su inflexibilidad ideológica. Pero tendrá que hacerlo, como tendrá que ceder en su demencial voracidad por el gasto público. La alternativa podría ser un choque con el Congreso que pudiera congelar los gastos del Ejecutivo, con desastrosas consecuencias para todos.
La revista Time, otrora respetable, publicó en su última edición su historia principal o “cover story” sobre la supuesta simbiosis entre Reagan y Obama, que reivindicará a este último. Es un disparatado esfuerzo de paralelismo. Obama y Reagan son tan precidos ideológicamente como lo pudieran ser el Rey de Arabia Saudita, Hugo Chávez o Rafael Correa y George Washington.
El discurso sobre el estado de la Unión, tras un análisis objetivo, demuestra que Barack Hussein Obama sigue siendo el mismo líder orientado a debilitar el sistema democrático, libre, competitivo y tolerante que ha prevalecido en los Estados Unidos, para sustituirlo por una forma de gobierno con interferencia gubernamental cada vez mayor con el objetivo de la sociedad iguallitaria, pero que sus resultados son, indefectiblemente, todo lo contrario.
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