Luego de la frustrada rebelión de los policías en el Ecuador y las nuevas demostraciones autoritarias del presidente Rafael Correa, los ecuatorianos le han reiterado su apoyo en casi un 70%, según las encuestas.
Casi en parecido porcentaje pero en otra dirección, los norteamericanos le han retirado su respaldo al presidente Barack Hussein Obama de los Estados Unidos, a consecuencia de su autoritarismo y desastrosos resultados de su política fiscal y financiera.
La primera potencia económica, militar y cultural del planeta corre peligro de entrar en franca declinación si Obama no es frenado en los comicios del 2 de noviembre próximo, en los cuales los republicanos podrían llegar a controlar las dos cámaras del Congreso Federal, gobernaciones y otras funciones de elección popular, ahora bajo dominio demócrata.
Si tal ocurre, como predicen muchas encuestadoras, el horizonte político de USA y por ende del mundo democrático podría esclarecerse, aún cuando el camino por recorrerse sería pedrogoso, dado lo mucho que hay que deshacer de las legislaciones y acciones de este régimen.
No es ese el caso del Ecuador. La población se ha alineado con el supremo líder y no hay esperanzas de que se deshagan las barbaridades que él ha hecho para debilitar y virtualmente desaparecer los últimos vestigios de convivencia democrática que existían en ese país.
Durante la asonada policial, por ejemplo, el líder ordenó clausurar todos los medios de comunicación durante 4 horas, violando la Constitución atrabiliaria que él mismo diseñó y ordenó aprobar a la Asamblea legislativa. Pero no hubo reacción significativa de protesta ni antes ni después de parte de los medios afectados, o líderes políticos o comunitarios. Al contrario, el 67% de los encuestados está de acuerdo con la medida.
Paralelamente la OEA, presidentes y cantantes latinoamericanos se han alegrado de que Correa “hubiese salido con vida” del “golpe de Estado” y van en peregrinación a Quito para rendirle pleitesía y genuflexo homenaje. Seguramente secundarán la idea de declarar al 30 de Septiembre como Día Nacional de Recordación por la “liberación” y “salvataje” del Amado Líder, como en Chile por el día en que se liberó a los mineros atrapados.
En estos días la directiva de la NPR (National Public Radio) de los USA, que se financia paracialmente con fondos del Estado desde que la fundó el demócrata Lyndon Johnson, canceló de su nómina al analista Juan Williams (de raza negra, nacido en Colón, Panamá) porque en otro medio, en el Canal Fox News, dijo algo que podía haber disgustado a los musulmanes.
Tanto izquierdistas (liberals) como derechistas (conservatives) estallaron en protestas por esta arbitraria cancelación, sin más trámite, de un periodista de izquierda de larga trayectoria y generalmente aceptado por la comunidad nacional. Y cobra terreno la idea de que se le corte el subsidio estatal de inmediato a NPR.
NPR es izquierdista y dentro de esa tendencia unipolar, es partidaria de la postura “politically correct” de los liberals según la cual es impropio decir de modo directo lo que se piensa de los enemigos u opisitores de los Estados Unidos. Williams dijo que a los musulmanes se les identifica con el terrorismo y ello, para los liberals, es incorrecto.
Obama, por supuesto, es el iniciador en jefe de este nuevo lenguaje eufemístico. Borró del léxico diplomático el término terrorismo, guerra contra el terrorismo, así como toda referencia al excepcionalismo de USA.
En cuanto a NPR, lo que irrita no es que sea izquierdista o derechista. Sino que cuente con subsidio estatal, que es dinero de los contribuyentes. Un medio de comunicación estatal es de facto un medio de propaganda y ni aún la BBC de Londres, que alcanzó cimas de profesionalismo durante las transmisiones de la II Guerra Mundial, se libra ahora de ese maleficio: se ha convertido, también, en vehículo de propaganda izquierdista.
Los medios audiovisuales e impresos financiados por el Estado se justifican cuando tienen el objetivo de debilitar al enemigo o corregir la mala información que difunde el lado contrario. La Voz de los Estados Unidos fue útil en la Guerra Fría para frenar el expansionismo y la desinformación de Moscú, al igual que Radio Free Europe o Radio Martí para Cuba.
Pero dentro de los Estados Unidos es reprensible que se tome dinero de los contribuyentes para montar una maquinaria propagandística, abierta o simiulada, en favor siempre de tesis izquierdistas compartidas o no por el gobierno de turno. NPR, pese a la indudable calidad de algunos de sus programas, debe desaparecer como ente público y abrirse a la inversión privada.
Como tal no importaría si se inclina a la izquierda o la derecha: si quiebra o es lucrativo, dependerá de la respuesta del mercado. Rush Limbaugh es el más exitoso de los comentaristas de radio. Para contrarrestar su influjo varios multimillonarios demócratas financiaron Air America Radio. No pudo sobrevivir más allá de un par de años y quebró.
NPR tendrá que someterse al mismo riesgo. En la actualidad no puede quebrar pues tiene detrás de si al financista Gobierno y a patrocinadores millonarios como el húngaro/norteamericano George Soros, que subsidia a todo lo extremista que propician Obama y sus demócratas.
La indignación por el excesivo intervencionismo del gobierno en la vida de los ciudadanos (que ha sido persistente del lado demócrata desde Johnson hasta Obama con el cual se han rebasado los límites), es evidente en la mayoría de la población, más allá de la ubicación político partidista.
Prueba de ello es el movimiento Tea Party, inspirado en la rebelión popular contra el despotismo británico que desencadenó la Revolución Americana que dió fin al colonialismo en 1776. Los del Tea Party no tienen liderazgo definido ni organización partidista alguna. Apoyan la tesis de la reducción del intervencionismo estatal, la rebaja de impuestos, y se openen al endeudamiento excesivo y la denigración de la dignidad patria.
Apoya, eso si, a los candidatos que comparten esas tesis y el respaldo popular hacia ellos es enorme. Si hay la votación victoriosa el 2 de noviembre, que sería repudio a Obama, en gran parte se lo deberá al Tea Party.
Ni por asomo hay algo similar en el Ecuador. Correa se ha apoderado de medios audiovisuales y escritos sin genuina oposición. Hay diarios como El Telégrafo, otrora decano de la prensa en el país, bajo total control de Correa, que nadie lee. Está permanentemente en rojo, pero no quiebra ni se cierra porque el fisco lo rescata. Igual ocurre con estaciones de TV, radio y otros medios a los cuales obligó a modificar el paquete accionario con regulaciones absurdas o los confiscó.
Los “juan williams” cancelados abundan en el Ecuador, pero allí “no ha pasado nada”: Carlos Vera, Jorge Ortiz y otras “luminarias” de la TV están ahora “en la calle” y es probable que haya más, si surgen otros periodistas con entereza para seguir esa línea.
En cuanto al ambiente político, el panorama es desolador. No hay líderes, no hay pensadores, críticos, analistas, cuestionadores. El vicepresidente de la República Lenín Moreno, tras el conflicto policial, denunció que algunos políticos, a los que no identificó, le insinuaron y trataron de persuadir para que asuma el poder, si el “golpe” se concretaba.
Es una actitud vergonzosa, que revela la cobardía del liderazgo político. Que no ha desplegado una oposición inteligente, coherente, capaz de arrastrar y multiplicar adeptos. Opta, según la denuncia, por estratagemas encubirertas, que los mantenga tras de bastidores, para salvar el pellejo si los hechos toman otro curso.
Y para medrar, si el poder cae. Mientras tanto, pefieren callar y transar con el autócrata, aún si sus políticas, especialmente financieras, les afecte parcialmente. Un 2 de noviembre liberador como el que se proyecta en los USA, parece por lo visto que no habrá en el Ecuador en mucho tiempo.