Si se examina con detenimiento la actitud de la oposición de los demócrata progresistas con miras a las elecciones presidenciales del 2020, se observa que sus propuestas son contrarias a los postulados de la Declaración de la Independencia de 1776, inspiradora de la Constitución de 1778.
La más inmediata discrepancia con el gobierno republicano de Donald Trump se origina en el deseo del Presidente de garantizar la seguridad del país en la frontera sur con México. No es su capricho. Es un mandato de la Constitución, que el Congreso ratificó en el 2006 al ordenar la construcción de un muro, con el apoyo bipartidista.
La construcción quedó inconclusa por falta de asignación de fondos, pero en sucesivos gobiernos la voluntad de concluir dicho muro se ratificó. Pero en las pasadas elecciones de noviembre el partido demócrata ganó la mayoría en la Cámara de Representantes y decidió bloquear los fondos para el muro, incluso si ello implicaba el cierre parcial del gobierno por carencia fiscal.
Es probable que se llegue a superar el impasse y que a Trump se le asigne una migaja de fondos para evitar un nuevo cierre de gobierno. Pero la cifra mínima original de 5.700 millones de dólares tendrá que conseguirla por alguna otra vía legal para saltar la valla del Congreso y de las cortes izquierdistas que ya han fallado en su contra en parecidas decisiones.
El partido demócrata no se ha resignado "democráticamente" a aceptar la pérdida electoral de la Presidencia en el 2016. Para debilitar e incluso anular a Trump, que derrotó a Hillary Clinton, se inventaron la patraña de que los rusos al mando de Putin intervinieron en la campaña en favor de Trump y crearon una comisión dirigida por Bob Moeller que tras dos años, 30 millones de dólares y 17 abogados demócratas investigadores no ha logrado hallar una sola prueba.
Los demócratas siempre han sido afectos a Marx y a Moscú. El Diario The New York Times ocultó las atrocidades, genocidio y hambrunas de Stalin pero su corresponsal en Moscú ganó el Premio Pulitzer. Ahora es el adalid de la campaña anti Trump, a quien ha pretendido aliarlo con Putin (ex director de la KGB) siendo Trump su antípoda como multibillonario de Manhattan.
Los demócrata progresistas han presentado al Congreso su Green New Deal, que en los próximos días será sometido a votación en el Senado. Pretende ser una réplica del New Deal de Franklin Delano Roosevelt, con el cual este demócrata Presidente intentó sacar de la Depresión de los años 30s al país con medidas estatistas. Las consecuencias fueron peores, pero la economía dio un vuelco con las transformaciones fruto de la II Guerra Mundial.
FDR, aristócrata, era admirador de Mussolini y su primer juez nominado a la Corte Suprema de Justicia fue del KuKluxKlan. Al término de la Guerra desoyó a Churchill y fue complaciente con Stalin, a quien llamaba Uncle Joe, permitiéndole expandir el comunismo soviético por el orbe, incumpliendo los compromisos de paz de posguerra.
Truman, demócrata, si bien accedió al doble lanzamiento de la bomba atómica en Japón para acabar con la Guerra sin más sacrificio humano, prefirió el armisticio en la península coreana a la victoria propuesta por MacArthur, permitiendo que el comunismo se enclave en el tramo norte hasta nuestros días. El influjo demócrata complaciente con el marxismo prevaleció una vez más en Vietnam y cuando la victoria sobre la invasión comunista estaba ad-portas, se optó por la rendición.
Previamente, en Cuba, otro demócrata, John F. Kennedy, bloqueó la ayuda pactada a los insurgentes cubanos en el operativo Bahía de Cochinos contra Fidel Castro y ello explica la audacia de Jrushov en su intento por instalar más tarde una base de cohetería nuclear en la Isla. Si bien Kennedy lo impidió, fue a cambio de garantizar la estabilidad de Castro en la Isla virtualmente a perpetuidad y su influjo en América Latina y África, hasta la Venezuela de hoy.
La vocación socialista de Obama fue evidente. Su mayor logro tomó su nombre, el Obamacare, cuyo objetivo era (y sigue siendo) eliminar los servicios privados de salud para convertirlo en monopolio del Estado, absorbiendo de una plumada el 16% del PNB. Era el primero y decisivo paso hacia una mayor intervención o socialización del Estado, que se habría acentuado si Hillary triunfaba en el 2016.
Ahora los precandidatos presidenciales demócratas para el 2020 quieren ganar votos con el Green Deal. La aspiración es suprimir la explotación de los combustibles fósiles, la aeronavegación, el transporte automotor, reconstuir edificios antitérmicos, prohibir el ganado, servicios de salud gratuita universal, salarios universales incluso "para quienes no están dispuestos a trabajar". En suma, un "progresismo" para retornar a las cavernas.
Trump dijo en su discurso ante el Congreso que los Estados Unidos jamás será un Estado socialista. Ni lo será a medias. Para llegar a serlo, de manera parcial como lo quiso FDR o radicalmente, habría que abolir la actual Constitución. En ella se establece que habrá un gobierno por consenso, cuya misión fundamental es impedir abusos contra las libertades individuales. Jamás habrá aquí socialismo por consenso. El socialismo se impone.
A la fecha de la aprobación de la Constitución, las 13 Colonias acababan de salir de una monarquía absolutista que se quería que no retorne jamás. Por ello idearon un sistema de libertad sin paralelo en la historia, que perdura y perdurará, porque sus imperfecciones o vacíos pueden superarse sin alterar el sistema. El socialismo, al igual que el fascismo, el nazismo o cualquier otra autocracia, significa sacrificio de las libertades individuales.
Las utopías platónicas, monarquías, caudillos, consejos de sabios, burócratas o militares que deciden por su sola voluntad la suerte de los pueblos, no son formas aceptables en esta nación nacida libre de las 13 Colonias Americanas en 1776.
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