La reciente victoria de Barack Hussein Obama dejó estupefactos inclusive a muchos de los que no votaron por él. Aunque las encuestas variaban y no siempre favorecían a su contendor republicano Mitt Romney, era evidente que todo se inclinaba por el sentido común de frenar a Obama.
Las escenas de las últimas semanas de los encuentros de Obama y Romney con sus respectivos partidarios eran elocuentes. En el caso republicano, había que buscar con urgencia auditorios más amplios para albergar al flujo cada vez mayor de gente pro Romney. En el lado contrario, los auditorios lucían semi vacíos.
La convicción de que Obama no sería reelecto se confirmó con su primer debate frente a Romney. Por primera vez los votantes pudieron apreciar y evaluar al verdadero Obama, sin el velo de misterio que había sido cuidadosa y meticulosamente tejido por sus manipuladores con el aporte vil de los principales medios audiovisuales de comunicación.
Romney no fue nada excepcional en su duelo con Obama. Fue, si, claro y contundente en la exposición de sus principios y postulados de gobierno y, por cierto, frontal en los cuestionamientos al rival. Obama, en cambio, apareció desmitificado presentándose como lo que es: el más inepto de los presidentes que ha tenido este país.
No supo contestar con propiedad a las preguntas ni objeciones de Romney y pese a la ayuda servil de la moderadora, quedó en cristalina desventaja en la contienda. Las encuestas posteriores al debate indicaban sin lugar a dudas que Obama, con semejante desempeño, había perdido las esperanzas de reelección.
Pero la reelección se dio y con cifras que descartaban la posible especulación de fraude. ¿Qué pasó? ¿Cambió en algo Obama luego de su desastrosa y reveladora actuación del primer debate? ¿Volvieron a llenarse los estadios con su presencia? ¿Dijo algo, hizo algo genial para bloquear su al parecer inevitable derrota?
La respuesta es única. No, no hizo nada. Obama siguió -y sigue siendo- el mismo ser misterioso, mediocre, sin creatividad positiva y sin otro atractivo que fomentar el odio. La primera conferencia de prensa que dio luego de triunfar, fue un mazazo al sentido común. Era el mismo, no había variado un ápice, eludió respuestas y halagó su ego con el adulo de reporteros complacientes.
Muchos sabios analistas han escrito y hablado para tratar de explicar porqué Obama sigue en la Casa Blanca. Algunos hablan del influjo de los cambios demográficos, que conceden más peso a minorías latinas, a madres solteras y a jóvenes que supuestamente respaldan matrimonios gay, abortos y otras reformas objetadas por los republicanos.
Pero mientras continúan y continúen los análisis, parece obvio que la razón principal de la derrota fue la debilidad del republicano Mitt Romney, que a la postre resultó igual o peor que John McCain quien enfrentó a Obama en el 2008. Muchos lo vaticinaron así cuando ganó las primarias, pero surgió la esperanza de victoria cuando se fortaleció al culminar la campaña.
El mayor defecto de los dos republicanos fue no luchar contra el rival con todas las armas y recursos a disposición de gladiadores. En esta lid, si el propósito es vencer, hay que buscar y atacar las debilidades del oponente tanto síquicas como físicas para desarmarlo. Romney y McCain prefirieron ignorar las falencias de Obama y el fruto en ambos casos fue una humillante derrota.
La táctica de Obama, sobre todo para la reelección, fue explotar el racismo y la lucha de clases, fomentando el odio y la envidia contra la gente de éxito, a la que acusó y acusa de ser responsable de las desigualdades en la sociedad norteamericana y en el mundo. Su fórmula para remediarlas es la redistribución de la riqueza.
Pero no una distribución de vasos comunicantes, como la cree el vulgo, según la cual la riqueza de los ricos fluya directamente a las alcancías de los pobres. Sino mediante la acaparación de los excedentes del sector privado por parte del Estado, mediante impuestos y otras intervenciones directas, para luego diseminarlas a discreción a través de beneficios como subsidios, bonos de alimentos y otros.
Romney no fue convincente en persuadir a los votantes de esta falacia que ha fracasado en todas las instancias históricas en que se la ha aplicado con regímenes fascistas/comunistas y que está fracasando ahora mismo en Europa. Los gobiernos no crean riqueza, la absorben y cuando el gasto sobrepasa a los ingresos, se endeudan. Obama ha roto los récords de endeudamiento con la cifra abstracta de 16,2 trillones de dólares.
Si se obstruye al sector privado, único generador de la riqueza y se aumenta la deuda con inflación, el crash está ad-portas. La emisión de moneda, sin el freno del respaldo oro, no puede ser ilímite. Si al propio tiempo el desempleo aumenta, junto con los precios, el endedudamiento será imposible y sobrevendrá la catástrofe.
Romney desperdició el avance logrado tras el primer debate. En los dos subsiguientes, prefirió no atacar las debilidades de Obama y omitió referirse, por ejemplo, al escándalo de Benghazi, en Libia, donde murieron el embajador de Estados Unidos y otros tres funcionarios, masacrados por terroristas por negiligencia de Obama, que negó pedidos oportunos de auxilio militar.
Jamás Romney exigió a Obama que desbloquee documentos de su paso por las universidades, de cómo y por qué obtuvo el Social Security en Connecticut (donde nunca residió), su partida de nacimiento, el origen de sus pasaportes, las visas de viaje de Indonesia y otros misterios que indican que Obama no es estadounidense por nacimiento y que obtuvo becas de estudios como estudiante extranjero.
Claro que Romney cometió errores como el aconsejar a los inmigrantes ilegales que se auto deporten, pero ello solo no explica porqué los hispanos votaron por él casi en un 75%. Romney no les atrajo y si Obama que irónicamente promueve un estilo de gobierno tercermundista, del cual se supone han escapado y escapan los latinoamericanos.
Si a Obama no se le despojó de su áurea mítica de protector de los pobres y de los inmigrantes desamparados, era lógico que la gente desinformada prefiriese votar por él y no por un Romney, identificado con la clase empresarial explotadora, a la cual la retórica populista invitaba a castigar.
¿Por qué Romney y su maquinaria de propaganda no se dedicaron a combatir la desinformación sobre la historia de este país? Obama acusó y acusa a los republicanos de esclavistas y extorsionadores. ¿No fue Lincoln republicano? La concentración del poder económico en monopolios llegó a extremos a comienzos del siglo pasado. ¿No fue el republicano Theodore Roosevelt quien quebró a la Standard Oil y demás?
Los negros votaron casi sin excepción por Obama (mulato sin ancestro esclavista) en el 2008 y 2012. Pero asesinado Lincoln, fueron los demócratas los que se opusieron a la igualación ciudadana de los negros y para ello crearon grupos de terror como el Ku Klux Klan para linchar a la gente de color, hasta muy entrado el siglo XX.
Las mujeres, especialmente jóvenes y madres solteras, también votaron por Obama, sin recordar que el voto para ellas fue conquistado en 1916 tras dura y prolongada lucha contra la oposición demócrata. Y fueron éstos los promotores de la legalización del aborto en 1973, con el principal objetivo de limitar el aumento de la población negra. Desde entonces más de 55 millones de seres inocentes han sido asesinados, la mayoría negra, en holocausto peor que la propia esclavitud.
En suma, Romney perdió ante Obama porque decidió, por razones que hasta la fecha se ignoran, no emplear su mejor arma de combate: la verdad. Los resultados de tal resolución y la de los sabios que la han aconsejado están a la vista: un panorama desolador para este país y el mundo, que no se sabe cómo ni cuándo se esclarecerá.
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