Una comentarista de televisión acertó al decir que el peor enemigo que tiene el pre candidato republicano a la presidencia, Mitt Romney, es...Mitt Romney. No es juego de palabras, es la verdad.
¿Cómo nominar por el GOP a quién dice que la existencia de los pobres en los Estados Unidos le tiene sin cuidado, porque tienen la limosna del Estado en “food stamps” (cupones para adquirir alimentos básicos gratis) o seguro de desempleo indefinido?
Mitt lo dijo, agregando que tampoco le preocupan los ricos, porque siempre están bien como él y que sus esfuerzos se centrarán en mejorar las condiciones de la clase media, que ha sufrido notoriamente los estragos de la crisis económica acentuada por el presidente Obama.
La desconcertante declaración de Romney la hizo en una entrevista por TV en el canal pro demócrata CNN y los intentos por aclarar su posición han sido vanos. Ha quedado en claro que el pre candidato, que hasta la fecha lleva la delantera en las primarias, dijo lo que dijo porque eso es lo que siente.
Acaso su enfoque es el de un gerente o administrador pragmático, que quiere ver florecer un negocio no importa a qué precio del capital humano involucrado. Es probable que tal empresario vea reflejadas sus medidas en un incremento de ventas y ganancias. Pero no es lo mismo administrar un negocio que administrar una nación.
Averiguado sobre cómo enfrentaría el caos en el mercado hipotecario, que ha arruinado precios y condenado a juicios de desocupación a millones de norteamericanos, Mitt contestó, como un gerente cualquiera, que él dejaría que el mercado opere, que los precios lleguen a su peor nivel para que así comience entonces la gente a volver a comprar y fortalecer los precios.
No es precisamente lo que la gente desesperada quiere oir de un líder que represente a un partido. Después de todo, la crisis surgió por la intromisión indebida del gobierno republicano en el mercado hipotecario y para salir de ella se requiere de medidas de gobierno, no para ahondarla como ha propuesto Obama, sino para rectificar y vigorizar al mercado.
¿Cómo? Primeramente deshaciendo las organizaciónes estatales Fanny Mae y Freddy Mac que originaron el colapso, al presionar a los bancos para que otorguen créditos hipotecarios inclusive a quienes no podían pagarlos, con garantía del fisco. La deuda no pagada se elevó a billones de dólares, pero los bancos no fueron afectados, ya que recibieron el subsido del fisco, con el respaldo inmoral de dos Presidentes, GW Bush y Obama.
Si bien los bancos privados no son los responsables dierectos de la crisis, son cómplices y algo tiene que hacerse para rehacer el injusto subsidio que se les dio. La fórmula planteada, entre otras, es la de reducir el tamaño de bancos descomunales como Bank of America o Goldman Sacks y dividirlos para que sirvan mejor a las comunidades, facilitando la posibilidad de unos y otros para renegociar las hipotecas vencidas.
Otra faceta deplorable de Mitt como gerente y no como líder fue decir que a él le fascina cancelar a la gente que lo merece. Lo dijo a propósito de las críticas de su rival Newt Gingrich de que así había procedido en el manejo de la gigantesca corporación Bain, cuando fue su CEO.
Se le acusa a Romney de haber liquidado muchas empresas de ese conglomerado dejando en el desempleo a miles, sin compasión ninguna y a cambio de jugosas ganancias. Él se defendió diciendo que de ese modo el grupo mejoró sus réditos, que no hay nada censurable en alegrarse con la decisión de despedir.
No es esa la visión de alguien que aspire a conducir a la más próspera nación del orbe, pero que al mismo tiempo es la más generosa y compasiva de la historia. La Casa Blanca no requiere de un analista financiero, sino de un humanista que sepa comunicarse con el pueblo para entenderlo y guiarlo hacia la prosperidad, no basado simplemente en las frías estadísticas de un contador.
Los asessores de Mitt y los del “establishment” que quieren impulsarlo a toda costa, le aconsejan cambiar de tono, medir mejor sus respuetas rápidas a los reporteros. En fin, le piden procurar ser...lo que no es. Lo cual a la postre no dará resultados, ni siquiera con lobotomía de última hora. Mitt no podrá jamás dejar de ser Mitt.
Al afirmar que le tienen sin cuidado los pobres, Romney expresó lo que siente, e igual en el caso de los despidos y la crisis hipotecaria. A lo largo de la campaña, insistentemente se ha auto elogiado diciendo que es un “outsider” de Washington, en contraste con Gingrich, que ha sido por años congresista. Pero quizás esa diferencia le sea contraproducente.
Si se trata de rectificar un sistema, un modo de vida y de visión que se considera negativo para la nación, como es el gobierno de Washington en sus distintas expresiones ¿cómo hacerlo eficientemente si no se conoce el sistema por dentro y a profundidad? ¿Está Mitt mejor preparado si su medio ambiente ha sido el de una oficina empresarial, con computadoras y auditores o Newt, ex presidente de la Cámara de Representantes que impulsó cambios fundamentales persuadiendo en ello al demócrata Bill Clinton?
Dentro de esa perspectiva, parece medular la propuesta de Gingrich para los electores no solo de las primarias sino de las elecciones generales que se realizarán el próximo noviembre. La disyuntiva es, dijo, escoger entre un moderado como Romney que a lo sumo podría convertirse en gerente de una quiebra, o un republicano de principios que busca recuperar para el país su tradición de prosperidad por esfuerzo individual, no del Estado.
Gingrich repudia la actitud de Romney frente a los pobres. Prefiere la tesis republicana de que a los pobres no hay que tenderles limosnas, sino facilitarles las oportunidades para que emerjan y asciendan en el escalón de la prosperidad.
El concepto demócrata de la compasión por los pobres es diferente. Desde los tiempos del presidente Lyndon Johnson el Estado ha gastado trillones de dólares en la lucha contra la pobreza y lo que ha conseguido no es erradicarla, sino acentuarla, especialmente entre los negros. Los “food stamps” han desalentado a los pobres a buscar empleo, exactamente como los extendidos seguros de desempleo.
Mitt, tras su negativa alusión a los pobres, dijo que apoyaría el alza del salario mínimo, ajustándola automáticamente al alza de la inflación. Es una medida típicamente demócrata que afecta especialmente a los jóvenes que se inician en el mercado laboral. Un ajuste automático desalentaría a los dueños de pequeñas empresas a emplear, elevando el desempleo aún más allá del 34% para ese segmento en esta época de recesión.
Los subsidios a los desempleados, aparte de agudizar el déficit, aumenta la dependencia hacia el gobierno. A mayor dependencia, mayor déficit por el mayor gasto fiscal. ¿De dónde provienen los fondos, dado que el fisco no es creador de riqueza? Simple: la extrae del sector privado, vía impuestos, o de la deuda externa, principalmente China.
El esquema se enmarca, como se ha destacado, en una ideología socialista según la cual el Estado tiene predominio sobre el individuo. Nace esa visión no de ahora, sino del utopismo que se remonta a los tiempos de Platón, Tomás Moro, Hobbes, el Manifiesto Comunista Marx/Engels y que está en el fondo de todos los sistemas de gobierno autoritarios y autócratas.
Obama se ha educado dentro de esa escuela. Cree, como lo estipula el Manifiesto, que la propiedad privada es intrínsecamente mala y causante de las desigualdades del mundo. Hay que destruirla, o disminuirla con toda suerte de obstrucciones, para fortalecer al Estado en la toma de decisiones en todo lo que concierne al mercado y a la conducta humana.
En términos más amplios, cree en el Gobierno Global regido por unos pocos que saben más que los demás para redistribuir la riqueza y terminar con las guerras, las controversias y el predominio de unas naciones sobre otras, singularmente los Estados Unidos, que se creen una nación excepcional en la historia.
El problema clave es que todos los ensayos utopistas han fracasado, porque se basan en el uso de la fuerza para suprimir la libertad de disentir de los dictados de la autocracia. No obstante esa evidencia, la idea del utopismo no ha desaparecido, como parecía insinuar el filósofo Francis Fkuyama al aseverar que la historia ha concluído con la caída del imperio soviético.
Quizás quiso decir que, tras el colapso comunista, ya no quedaban dudas acerca de cuál era y es el camino hacia la prosperidad de la especie humana: la democracia en libertad para producir, crear, discutir, viajar y elegir temporal y alternativamente a los encargados del poder. Poder que no podría ser centralizado, sino disperso en tres que mutuamente se controlen para evitar excesos.
Pese a las evidencias, hay quienes aún creen en el Gobierno Global como solución a las contradicciones del ser humano. Obama y los del establishment de los partidos republicano y demócrata, creen en ese mito, quieren perpetuar la utopía o bien con él o con Romney.
George Soros, un judío húngaro que escapó del Holocausto y se convirtió aquí en multibillonario, favorece el concepto del gobierno global y financia programas y movimientos orientados en esa dirección. A Obama le dió 24 millones de dólares para su campaña del 2008 y recientemente en Davos, Suiza, dijo a los “dueños” del mundo allí reunidos que estuvieran tranquilos, que el proceso electoral en USA va bien pues gane Obama (la reelección) o Romney, todo seguirá igual.
A menos que en la Convención del GOP en Tampa, en junio próximo, haya un vuelco en el partido y el favorito del establishment Mitt Romney, hasta hoy puntero en la lid, sea derrotado por Newt Gingrich. Faltan aún largos seis meses para dilucidar la incógnita.
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