Los Estados Unidos, la mayor potencia terrenal, va camino al precipicio y no por causa de un enemigo exterior sino guiado desde la Casa Blanca por el presidente Barack Hussein Obama y su equipo de colaboradores del Congreso y el gabinete ministerial.
Ellos constituyen una minoría ideológica en el país, que en el pasado tuvieron voz solo en los colegios y universidades y en los medios de comunicación, pero que nunca llegaron a tener un poder político de tanta envergadura como el que ahora ostentan.
La campaña electoral de Obama fue engañosa y la mayoría votó por él en la convicción de que introduciría cambios benéficos para el sistema que ha hecho de este país una superpotencia. Las ofertas fueron vagas, ambiguas y se resumieron en los slogans de “cambio” y “esperanza”.
Mas una vez encaramados en el poder, la verdadera ideología y objetivos de Obama y su equipo quedaron al descubierto. Lo que quieren ellos es minimizar a la nación, quebrantar al sistema de capitalismo democrático y desvanecer la idea de que Estados Unidos es una nación excepcional.
Obama y los de su grupo fueron entrenados e instruídos en las aulas por quienes piensan como los enemigos de los Estados Unidos: que los males y miserias de la humanidad se deben a la explotación de este país, en su posición de líder del sistema capitalista. En consecuencia, la explotación, creen, acabará cuando se acabe el sistema y se doblegue a su principal instrumento de opresión.
Pronto Obama comenzó a pedir perdón a la humanidad por los “pecados cometidos” supuestamente en ese sentido por este país, distorsionando la historia al no señalar los sacrificios que sus ciudadanos han hecho en favor de la libertad no solo propia, sino de otras naciones y de otros continentes en distintas épocas.
La política exterior de Obama ha dado un vuelco a la tradicional mantenida por sus predecesores en la Casa Blanca: la defensa, por sobre cualquier otro interés político o personal, de la seguridad nacional. Tanto demócratas como republicanos no han vacilado en sostener que los ideales de libertad y democracia se basan en la capacidad militar y económica para poder defenderlas.
Obama ha sustituido ese concepto elemental por el del desarme unilateral y su sustitución por la diplomacia del no excepcionalismo y la necesidad de mantener el poder económico y militar como para hacer cumplir y respetar las leyes y acuerdos internacionales.
El nombre Hussein confirma las raíces culturales islámicas de Obama, lo cual ha puesto en evidencia en múltiples ocasiones. En Egipto falseó la historia cuando dijo que el islamismo ha jugado en este país un papel tan importante, o mayor, que el judeocristianismo. Concomitantemente, en uno de sus primeros actos ordenó la repatriación a Londres de la estatuila de Churchill donada por Tony Blair a George W Bush para la Oficina Oval de la Casa Blanca.
Frente a Irán ha cedido en todos los planos a la arremetida de sus líderes por converrtir a ese país en una potencia nuclear y nada ha respondido a sus continuas amenzas de pulverizar a Israel en una semana. Al contrario, en su visita oficial a la Casa Blanca, humilló al líder de Israel Benjamin Netanyahu como si él fuera el enemigo del mundo libre y no Ahmadinejad.
En lo interno, desde el primer instante ha adoptado medidas para estancar al sistema económico de libre empresa. La deuda externa ha llegado a los 13 trillones de dólares, incluidos los torrentes de dólares para estatizar a la General Motors y rescatar a financieras fraudulentas. Ese dinero, que es de los contribuyentes, no ha creado empleo en el sector privado y si en el sector público de la privilegiada burocracia.
En esa monstruosa deuda está inmersa también la estatización de los servicios de salud, que reducirán la oferta de protección y encarecerán los costos. En el sector bancario está en proceso de aprobación otra reforma legal que no hará sino acentuar la intervención del Estado en el mercado, que fue causa precisamente del descalabro del sector hipotecario que dio origen a la crisis con repercusión mundial.
Aún cuando es clarísimo el daño ocasionado por las políticas estatistas y de excesivos subsidios sin respaldo, como en Grecia y en general en toda Europa y países menores como Venezuela o Ecuador, Obama insiste en el incremento del gasto y amenaza con más impuestos y la no prórroga de las exenciones tributarias acordadas por Bush.
Estos manejos de las economías deprimen el ahorro y la inversión. Con ello las recaudaciones bajan mientras las razones políticas obligan a mentener los subsidios a los que no son “ricos”, por explotación de los “ricos”. Pero dado que la riqueza no la crean los burócratas sino los que ahorran e invierten en empresas que a su vez crean (porque necesitan) empleo, la crisis a la postre es inevitable.
Churchill, Thatcher y otros políticos y pensadores han opinado que esa actitud utopista, llámese socialista o fascista o estatista, que pretende proteger a los desprotegidos con un plumazo burocrático, funciona muy bien.. hasta que se acaba el dinero...de los que trabajan y crean riqueza. Es lo que está ocurriendo en Europa con el caso “estelar” o pionero de Grecia y al que pronto pueden seguir Portugal, España y la propia Inglaterra.
Estas realidades de Obama y su equipo, en el afán de colocar a los Estados Unidos en igualdad de condiciones que otros países, humillándolo y debilitándolo, son ahora comprendidos por la mayoría de ciudadanos de este país. Y no quieren que continúe. Lo dicen con claridad y persistencia las encuestas de todos los grupos y las varias elecciones de las recientes semanas.
Pero ello al parecer no preocupa ni a Obama ni a sus congresistas de las dos cámaras, que lo siguen servilmente con la adición de algunos repblicanos que lo son solo epidérmicamente. La negativa al proyecto de reforma a la ley de salud, por ejemplo, fue rechazada por la mayoría del pueblo antes y después de su aprobación, pero a él eso no le arredra. Ignoró la tradición y los reglamentos y consiguió que se apruebe con votos exclusivamente demócratas, algo aquí sin antecedentes.
Ha prohibido que el Departamento de Estado, el Pentágono y las agencias de inteligencia se refieran a los terroristas islámicos como tales y no tiene ningún empeño en impulsar el castigo a los jihadistas que han perpetrado cuatro atentados terroristas en suelo norteamericano durante su gestión, uno de ellos con muerte de 13 soldados en el interior de un campo militar. (No hubo ningún atentado en los ocho años de Bush, tras el 11 de septiembre del 2001).
Ha ordenado que se aprese a los que insistan en que Hawaii exhiba el certificado de nacimiento de Obama. No lo ha presentado jamás, pese a las demandas judiciales bloqueadas por el sistema. Tampoco es posible conseguir documentación sobre la beca Fulbright que obtuvo para estudiar como estudiante extranjero. Hay testimonios familiares de que Barak Hussein nació en Kenya y que viajó con pasaporte británico a Pakistán.
Con las recientes elecciones, en las cuales todos los candidatos apoyados por Obama perdieron, se tiene la esperanza de que en noviembre próximo, cuando se renueven algunos puestos clave en el Senado y en la Cámara de Representantes, los republicanos recuperen el control del Congreso para frenar las estretegias antinorteamericanas de Obama y su equipo. Algunos analistas afirman que es eso lo que su sucederá, pero quizás esa sea una visión muy optimista.
Fundamentalmente porque Obama y los suyos, una vez apropiados del poder, no van a querer deshacerse de él por el pacífico y democrático medio de los votos. Emplearán cualquier táctica copiada de la mafia política de Chicago, de la que provienen, para cerrar el paso a tal posiblidad. Incluso el fraude no sería descartable o cualquier otro recurso más sofisticado que los empleados en parecidas circunstancias por un Chávez o un Correa.
La indignación popular contra Obama y su desacralización de USA crece día tras día. Y si ella se refleja en las urnas en noviembre y es obstruída por alguna maniobra siniestra del gobierno demócrata, cualquier estallido de descontento podría estremecer a esta nación. Y al mundo.
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