El concepto de mercado parece no estar muy claro cuando se discute, con gran ahinco sobre todo en estos últimos tiempos, sobre temas políticos, los estilos de gobernar, la diversidad de cultos y variaciones en las economías.
“Mercado”, básicamente, es el encuentro entre dos o más personas que se disponen a intercambiar, comerciar o negociar bienes y servicios. Unos poseen determinadas mercancías de las que carecen otros, lo que motiva el deseo del intercambio para beneficio mutuo.
El comercio, en las instancias primitivas del mercado, era un simple trueque de bienes. Pero a medida que las relaciones de intercambio se volveron más complejas, surgió la necesidad de fijar la valoración de los bienes y servicios con un instrumento de valor constante, aceptado por las partes: la moneda.
Pero el mercado paulatinamente no solo que abandonó el trueque sino que reunió a compradores y vendedores para negociar otros bienes que no fueran exclusivamente tangibles, como granos y ganado, sino también servicios y documentos financieros como bonos y acciones.
Cuando la oferta y la demanda se expandieron a niveles mayores, el mercado y el comercio idearon bancos para administrar depósitos de ahorro e inversión que faciliten las transacciones inmediatas y futuras, lo que logró dinamizar la producción e incrementar tanto la riqueza nacional como internacional.
El rudimentario mercado del trueque se transformó con el tiempo en lonjas y bolsas de valores hacia mediados del siglo XIX en Chicago, Nueva York, Londres, Tokio y más tarde en muchas otras ciudades de importancia. La originaria teoría de la competencia perfecta entre la oferta y la demanda se complicó más tarde con la competencia imperfecta vía diseño, calidad, marcas y otros factores.
Pero el mercado en realidad involucra no solo a los bienes y servicios de intercambio que se transan en las bolsas de valores, en supermercados y tiendas, ferias, bancos y demás. Igualmente podría decirse que opera con ideas, con el arte y la comunicación en general.
Es consustancial a la condición humana el interelacionarse no solo para la transacción de bienes sino de ideas. Los individuos piensan, unos con más fuerza y originalidad que otros sobre las más variadas áreas de la actividad humana. Sus ideas y la producción de sus ideas en lo material e intelectual se lanzan al mercado y se sujetan por igual al capricho de las leyes de la oferta y la demanda.
El mercado, en suma, no tiene ideología. Es propio de la naturaleza del hombre. Es el impuslo que une a dos o más para dialogar, discutir, transar y llegar o no a acuerdos de compra/venta. La historia de la humanidad revela que el mercado crece y se expande más rápidamente cuando las libertades del individuo para pensar, actuar e intercambiar son lo más amplias posibles.
Por cierto, las libertades no son infinitas. Se limitan frente a las libertades de otros. Para evitar los abusos, las sociedades han ido forjando acuerdos de convivencia sustentados en leyes y regulaciones, cuyo cumplimiento se confía a un sistema de gobierno aceptado por las partes.
Esa intencionalidad ha tenido distorsiones innúmeras. Quienes han estado al frente de los gobiernos para hacer cumplir las leyes de convivencia y de operatividad limpia del mercado, han caido con frecuencia en autoritarismo y la destrucción del libre mercado de bienes, servicios e ideas.
La tendencia al autoritarismo es, por desgracia, también inmanente a la condición humana. La fórmula que ha funcionado mejor, por pragmática, para intentar controlar esa fatalidad, ha sido la democracia y la quiebra del poder centralizado en tres ramas de mutuo control: ejecutiva, judicial y la de la legislatura.
Donde más eficientemente ha funcionado esta fórmula democrática es en USA. Pero este país no es impermeable a las fracturas e imperfecciones del sistema, como está ocurriendo en estos momentos con el presidente “demócrata” Barack Hussein Obama. Él y su clan no creen en el mercado libre, al cual le atribuyen todos los males dentro y fuera de USA.
No pretenden abolir al mercado, que sería como querer suprimir el habla o la respiración en el ser humano. Pero quieren si ponerlo bajo el total control del Ejecutivo. En sus fantasías, cree Obama que así las distorsiones del mercado desaparecerán y con ello las desigualdades sociales, la injusticia, la inmoralidad y el crimen.
Arremetió contra el sistema de provisión de salud y ello acarreará gastos ingentes y el deterioro de los servicios. La deuda por salud pública según la ley aprobada cuadruplicará la deuda fiscal 4 veces a 3 trillones de dólares en apenas año y medio de gestión. Y ahora quiere arremeter contra lo que es la quintaesencia del mercado libre: la banca y las bolsas de valores de Wall Street en Nueva York.
Sustenta sus ataques en los manejos impropios de una de las entidades financieras más sólidas del mundo, Goldman Sachs, en el mercado de los préstamos hipotecarios. Aunque condenable, Obama no dice la verdad, que esas y otras incorrecciones no son consecuencia de la falta de regulaciones y control por parte del Estado, sino que son efecto de la intervención tóxica del Estado.
Los presidentes Jimmy Carter primero y Bill Clinton después impusieron a los bancos privados la obligación de conceder préstamos para vivienda en condiciones ventajosas a todos los que quisieran (o no quisieran) acceder a los créditos. La norma bancaria elemental de exigir garantías de pago a los solicitantes de crédito se pasó por alto, con garantía estatal.
Esa realidad era económica y financieramente monstruosa. George W Bush, aunque quizás no con la suficiente energía, intentó del Congreso desde el 2001 una reforma a la ley bancaria para evitar la catástrofe, pero fue sistemáticamente bloqueado por la comisión legislativa respectiva controlada por los demócratas Barney Frank y Chris Dodds.
El colapso del mercado hipotecario se produjo y advino Obama. En lugar de aplicar medidas contenciosas, inundó de dólares a los entes financieros protagonistas del desastre, como Fannie Mae y Freddie Mac y ahora anuncia su deseo de afrontar una mala intervención estatal en el mercado con más intervención.
El juego en el mercado es intrínsicamente riesgoso. Los agentes de bolsa o brokers viven ese riesgo a diario. Ninguna regulación puede evitar que ese riesgo exista. Pero si puede agravarlo, cuando interviene como en el caso del mercado de hipotecas, para corromper las reglas del juego.
Si los funionarios del SEC, responsables del cumplimiento de las leyes bancarias, hubiesen trabajado a consciencia, no se habría producido el colapso que ahora todos lamentan. Prefieron dedicar miles de horas a mirar pornografía en las computadoras del Estado, como se acaba de denunciar oficialmente.
Obama quiere, entre otras cosas, regular el mercado de derivados (dirivatives), que es un contrato entre dos partes cuyo valor del contrato está vinculado al precio de otro instrumento financiero redimible en una fecha futura y según eventos y condiciones propicias. ¿Cuál empleado obamista tiene la bola de cristal para autorizar o no una transacción de este tipo a futuro?
Mientras Obama siga en su marcha contra el sistema de libre mercado se deteriorá aún más la economía nacional...e internacional. Peor en su afán de aumentar los impuestos a los “ricos”, que a su juicio lo son por trampear en el mercado.
Si tal ocurre, la inversión decrecerá, aumentará el desempleo y la libre competencia, auspiciadora de las invenciones y riqueza en este país se marchitará, a menos que haya una reacción popular de envergadura, que no implica “revoluciones” al estilo tercer mundista, sino una derrota franca y total en las próximas elecciones de noviembre al partido demócrata en manos de Obama.
La cruzada por transferir el control del mercado de competencia libre al Estado, conllevará un mayor ataque al mercado libre de ideas. Cada vez es mayor la intemperancia de Obama frente a los que se oponen a sus ideas y a su agenda, como en el caso de los Tea Parties y los canales independientes de radio y TV. Si no se produce una rebelión electoral en noviembre la cruzada podría señalar el comienzo del fin del hasta ahora país líder del mundo libre.
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