A los pobres marranos se les ha acusado injustamente de ser los culpables de una pandemia de infección viral, que la quieren comparar con la devastadora Influenza Española que mató a una venitena de millones de personas a comienzos del siglo pasado.
Para consuelo de los defensores de los cochinos, se ha resuelto que la fiebre porcina no se llame tal sino que se la clasifique con una mezcla de números y letras que confunden, pero que no contribuyen para nada a frenar la infección. Afortunadamente, por ahora parece que los peligros no son mayores.
Pero hay otra pandemia que azota al mundo por doquier y que tiene orígenes de mayor cuidado y no tan fácil identificación. Se trata de la difusión acelerada del virus del colectivismo que fomenta la lucha de clases, la envidia y el odio a toda forma de capitalismo democrático.
Esta enfermedad, como las fiebres virales, no es nueva y varía en sus formas, expresiones y síntomas al igual que las mutaciones de todo virus serio que se respete. Y surge cada vez que hay descontento social por una u otra causa. En seres humanos y en las sociedades en los que no ha madurado el sistema inmunológico, el virus colectivista prende de inmediato.
La condición humana es, por naturaleza, distinta. No hay seres humanos iguales así como no lo hay en el reino animal o vegetal. Hay de hecho diferencias étnicas en cuanto al color de la piel y la contextura antropológica, pero en esencia todos los seres humanos son distintos e iguales al mismo tiempo.
El problema de fondo que se arrastra desde que hay memoria del paso de los hombres sobre la tierra, es lograr un modus vivendi pacífico y tolerante entre los individuos distintos dentro de un conglomerado homogéneo y entre sociedades de características diferenciadas.
Si se trata de sociedades, la batalla ha sido eterna entre aquellas que por una u otras razón adquirieron poder y el deseo por esa causa de dominar y conquistar a los más débiles y éstos en su eterna voluntad de resistir. Dentro de grupos sociales menores, sean tribus o naciones, la batalla interior también ha sido constante entre los que aspiran al dominio absoluto y los que se oponen a él.
En la Grecia antigua, luego en Roma (para referirnos a Occidente) se ensayaron las primeras formas de convivencia democrática mediante la cual los peligros de un poder central excesivo se neutralizaba con la acción de foros ciudadanos en los cuales se discutía, censuraba o modificaba las decisiones gubernamentales.
Por desgracia, la duración de esas sabias experiencias democráticas duraron poco y fueron borradas por caudillos mesiánicos que liquidaron a la oposición y montaron ejércitos para oprimir a pueblos más débiles para expandir un imperio expoliador.
La Europa sucedánea es un recuento repetitivo de esa lucha que convirtió a esa continente en el más guerrerista de la historia, hasta la II Guerra Mundial. En ese recuento hubo la permanente refriega por frenar el despotismo monárquico, en el interior de las naciones y por bloquear el avance de las conquistas de territorio por parte de los más fuertes y mejor armados.
La Revolución Francesa guillotinó a la monarquía, pero al cabo del Terror advino el despotismo imperialista de Napoleón. Un siglo más tarde se ejecutó en Rusia a la familia de los zares y el zarismo fue sustituído por el colectivismo utopista y despótico de Lenín y Stalin, que tuvo su proyección en el nazifascismo de Hitler, Mussolini e Hirohito.
Estas visiones extremas para solucionar los problemas de injusticia o disparidad tienen un denominador común: fortalecer el influjo del Estado. Según esa cosmovisión, monárquica y caudillista, el Estado es la mejor opción para regular la conducta de los seres humanos. Puesto que el líder posee la verdad para todo y para todos, la discrepancia de opiniones es contraria al bien común y hay que suprimirla.
En las autarquías islámicas, la sola moral y la sola verdad está en el Corán y en sus mandatos de convertir a la fuerza a los infieles o aniquilarlos. En la URSS la sola religión permitida era la del comunismo, como en la China roja, por lo cual se extirpó todo tipo de religiones. En el caso de caudillos menores, como Hugo Chávez de Venezuela, la Iglesia Católica está prohibida de disentir.
Ninguna infección viral beneficia al hombre. Tampoco el virus del colectivismo. La ha demostrado la historia repetidamente. Los extremos tiránicos crean corrupción y acentúan la pobreza, aparte de suprimir el bien supremo de las libertades de expresión, movilización y credo.
La Europa del siglo XVI y XVII estaba infestada de monarquías guerreristas y expansivas. Fue cuando Colón arribó a América abriendo el éxodo de europeos hacia estas tierras. Hubo dos corrientes claras: la proveniente de las Españas, que permitió la formación de nuevas clases dominantes siguiendo el mismo esquema feudal y la de la Europa anglosajona, que buscó algo distinto.
La anglosajona, instalada en la América nórdica tiempo después que la hispano portuguesa, se organizó para tratar de superar los yerros del sistema feudal en cuanto a libertad de credo, comercio y trabajo. En parte por esa convicción y por la bravura de los indígenas, aquí no se repitió la forma de explotación aborigen sobre la que se erigieron fortunas en Hispanoamérica.
El modelo se afianzó y terminó por rebelarse y separarse de la corona biritánica para ensayar el primer modelo de república democrática con las 13 Colonias que más tarde se confederaron y aprobaron una Constitiución. Es la misma que rige hasta la fecha, con apenas 23 enmiendas.
La inspiración genial de los fundadores de la Patria a partir de la Declaración de la Independencia del Reino Unido y la Constitución, fue considerar que había que dar a todos los hombres la misma oportunidad ante la ley para la búsqueda individual de la felicidad. En ningún sitio de esos documentos se insinúa, como en la Revolución Francesa, que el objetivo nacional sea la igualdad, excepto si ésta se la entiende como igualdad ante la ley y no igualdad de resultados. Los hombres y mujeres son distintos por sus talentos, ambiciones y aspiraciones. Lo injusto es bloquearles el acceso a las oportunidades o discriminarlos ante la ley (como ocurrió con los negros en USA).
La filosofía americana, inalterada por más de casi tres centurias, ha probado ser la opción mejor de convivencia. Ha permitido el crecimiento constante de la riqueza y la incorporación cada vez mayor de ciudadanos a participar de ella. En línea paralela, esa riqueza fortaleció la cultura en todas sus manifestaciones.
No obstante, ahora esa filosofía parece ponerse en entredicho y no por parte de enemigos externos, sino desde la misma Casa Blanca a la que accedió como presidente un líder que ha repudiado a lo largo de su existencia como alumno, político, legislador y feligrés los valores y principios fundamentales que han hecho grande a esta nación.
La URSS colapsó por sus errores tras 70 años. Luego de la II Guerra Mundial su propósito fue expandir su dominio por los cinco puntos cardinales mediante la propaganda, la fuerza armada, la infiltración y cualquie recurso disponible. Su influjo fue evidente incluso dentro de Estados Unidos, según documentos que han sido declasificados.
Una de las áreas de mayor influencia fueron las universidades. Desde hace más de medio siglo los profesores de las principales universidades se han convertido en los principales detractores de los Estados Unidos, empleando la misma retórica anti yanqui de los “camaradas” rusos, cubanos o de sus discípulos más recientes como Chávez, Rafael Correa, Ortega o Evo Morales.
Una víctima fatal de ese virus es Obama, hijo de un kenyano y una hippy yanqui que se rebeló contra el “establishment”. Aunque la biografía de Obama aún es inédita, por tanto dato semioculto (ni siquiera se exhibe su partida de nacimiento en USA), se conoce de sus amigos más cercanos y todos ellos son extremistas, como Ayerst, el frustrado terrorista que atacó al Pentágono y ahora intima con Chávez.
Obama, como Presidente, no cesa de pedir perdón por los supuestos errores cometidos por sus antecesores en Europa, el Japón y el mundo y con los asesinos terroristas de Guantánamo. No es prédica de un estadounidense que ame a su nación, que se sienta orgulloso de su historia: es el lenguaje de un enemigo o al menos de un cómplice del enemigo.
Hitler, Mussolini, Stalin, Napoleón, intentaron dominar con sus ejércitos y la infiltración. La URSS se desintegró, sin embargo, sin que se haya disparado un solo proyectil. USA, de seguir el curso que ha seguido en estos 100 primeros días de Obama, podría sucumbir también sin un solo disparo.
Obama ha quebrado a la economía nacional y ha cuadruplicado exponencialmente su deuda. Habla de desnuclearizar al país unilateralmente y al mismo tiempo ha anunciado que reducirá el gasto bélico y se difundirán los secretos de Estado en la lucha contra el terrorismo islámico. Sonríe y se abraza con enemigos como Chávez y quiere hacerlo también con Ahmadinejad de Irán y los Castro de Cuba.
En su cruzada para debilitar a esta nación y sus principios, se le abre otra de las mejores opciones: la Corte Suprema de Justicia. Uno de los nueve magistrados anunció su retiro, pronto lo harán otros dos. Los sustituirá con gente que piense como él.
La estrategia es simple. Si más de la mitad de la población de Estados Unidos no piensa como él, el obstáculo se allana con los jueces para aprobar leyes, decisiones e interpretaciones a su antojo. Eso está ocurriendo con la exaltación del homosexualismo y el matrimonio gay. El voto popular en contra fue anulado con interpretaciones constitucionalistas de los jueces, lo cual en si mismo es una aberración constitucional.
En el plano ejecutivo, cuando se presentan trabas a sus designios, recurre a los “Ordenes Ejecutivas” por sobre el Congreso. Pero ya el Congreso no será óbice, pues cuenta con mayoría absoluta en las dos cámaras y en el Senado va a lograr 60 votos para impedir cualquier bloqueo republicano.
En el Ecuador, Rafael Correa ha hecho “milagros” en la misma dirección, pero lo notable allí es que cuenta con el respaldo popular. Es la estrategia de Chávez, quien la aprendió del sacerdote mayor del colectivismo (ahora llamado “socialismo del siglo XXI”), Fidel Castro. Fidel, con talento innegable, vió que la vía de la insurrección armada no tenía futuro en la América Latina, como no lo tuvo en Angola y Bolivia con el Che. Se las ingenió, entonces, destruir el sistema desde adentro y esa táctica ha dado resultados en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua.
¿Ocurrirá igual en los Estados Unidos? Obama se está apoderando de bancos y corporaciones. La General Motors quedará en manos de los sindicatos, que con los malos administradores detruyeron a la empresa. Igual peretende infiltrarse en las ligas de fútbol, las universidades, los diarios y medios audivisuales (cuyos periodistas ya están desde hace rato contaminados de colectivismo).
Ya vendrá la estocada final (y justiciera, según él): castigar a los ricos con más impuestos, por el gran pecado de haber sido innovadores. De ese modo buscará contrarrestar la deuda y el déficit fiscal que avanzan a pasos acelerados para desembocar en inflación y acaso recesión o deflación. Pero ya se saben las consecuencias: unos pocos utopistas y resentidos sociales le aplaudirán, pero la economía nacional (e internacional) se irá a pique.
Igual que en el Ecuador, país en el cual los recursos fiscales se han agotado al tiempo de cerrarse las puertas al crédito externo. La confiscación a los ricos, vía impuestos o cualquier otra que se ingenie, no conducirán sino al desastre.
Alguien recordaba el dicho de que si un hombre a los 20 años no es socialista, es porque no tiene corazón. Y si el hombre a los 40 años sigue socialista, es porque no tiene cabeza...o porque no paga impuestos (por falta de un mínimo de ingresos=resentido social). El virus del colectivismo, se ve, ha enfermado el seso a los obamas y correas de la era actual.
También otra persona filosofaba en el sentido de que pueblos como el Ecuador, Venezuela o los Estados Unidos tienen los gobiernos que se merecen. Pero no los que necesitan.
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