El presidente del Ecuador Rafael Correa está cercado por todos los flancos con las últimas evidencias que confirman lo que todos intuían: que él sabía muy bien que los narcoterroristas colombianos estaban asentados en territorio ecuatoriano y que su ministro de Seguridad, Gustavo Larrea, negociaba con el cabecilla Raúl Reyes.
Larrea admitió tiempo atrás que había dialogado personalmente con Reyes, pero negaba que los encuentros se hubiesen realizado en el campamento de Angostura en la frontera con Colombia, arrasado luego por los bombardeos de las fuerzas militares de ese país, el 1 de marzo del año pasado.
Cuando se le forzaba a precisar el lugar de las citas, se limitaba a decir que era “en un tercer país”. Más tarde inventó otra mentira: que fue en Caracas donde se vio con Reyes, absurdo que nadie acepta pues es inimaginable que un líder terrorista de ese calibre pudiese movilizarse sin ser notado y con toda libertad desde Angostura a Caracas y viceversa.
Ahora la falsía de Larrea y del gobierno de Correa ha quedado al descubierto con las revelaciones de Manuel Silva, ex jefe de la UIES (inteligencia) de la Policía del Ecuador. Silva da detalles de la peregrinación por aire, tierra y río de Larrea hasta la guarida de Reyes en el Putumayo, con fecha (hacia el 11 de febrero del 2008) y acuerdos concertados.
Uno de esos acuerdos fue el retiro del comandante de Policía de la zona porque “era hostil” a Reyes y su gente. El pedido del guerrillero se cumplió. También el ex-jefe de Inteligencia narra los viajes del subsecretario de Larrea, José Chauvín a Angostura (7 veces, a propia confesión) y de su estrecha vinculación con otro incluido en el “team” de enlace con las FARC, el ahora expulsado director de la ALDHU (organización extremista de derechos humanos para América Latina).
Pero ¿qué pasó con Silva, dueño de tan rica información? ¿Por qué los medios de comunicación no han ido a la caza de él para entrevistarlo? Así lo quisieran, no podrán hacerlo. Silva habla (escribe) desde la clandestinidad, porque Correa lo expulsó de la Policía. ¿Cuál su delito? Haber desenmascarado a Chauvín como cómplice en una red de narcotraficantes de las FARC.
Claro que Correa, el gran manipulador, no lo dice así. Afirma que lo removió de su cargo por un supuesto acto de traición, al devolver unas computadoras con discos duros al segundo a bordo de la embajada de Estados Unidos, Mark Sullivan. A este alto funcionario también lo expulsó (¿por haber recibido las computadoras..?). Pero el mismo Silva cuenta que él y el “gringo de la CIA” fueron juntos a visitar a Correa en su despacho para informarle en qué consistía y en qué condiciones iba a operar un programa para tecnificar y modernizar los sistemas de inteligencia policial.
Correa aprobó el plan sin reservas. Una de las condiciones era que el personal se nombraría, separaría o sustituiría de común acuerdo de las partes. Cuando esta regla se rompió del lado ecuatoriano, el contrato se suspendió. Los equipos donados se devolvieron al donante. El incidente le vino de perlas a Correa, pues con ese pretexto podía deshacerse de Silva y distraer la atención del fondo del asunto: que Silva comenzó a desenmarañar la trama que involucra a Correa con las FARC.
Correa está sumergido en esa campaña de manipulación. Acaba de invitar a un reportero del diario El Comercio, diario al que ha ultrajado en varias ocasiones, para darle su versión sobre el escándalo Larrea/Chauvin. El reportero cumplió su cometido profesional con solvencia, pero no cabe que entre en polémica con un entrevistado, menos aún si es un jefe de Estado. Esta noche Correa ha llamado, dentro de su estrategia manipulativa, a una entervista por TV.
Lo que dice Correa a El Comercio y lo que con seguridad dirá esta noche y lo seguirá diciendo sin rubor en toda ocasión propicia, carece de sentido. Intenta persuadir que nunca supo que su ministro de Seguridad se había entrevistado con Larrea, que no tenía idea de quién era Chauvin, que tampoco había oído de Raúl Reyes y peor que hubiese un campamento terrorista en Angostura.
Audazmente declara que Larrea ha caído en desgracia “víctima de sus propios errores”. Él, como todo los autócratas de su estirpe, no comete errores, no se contradice, no miente. Pero allí están los documentos que prueban lo contrario. No solo las cartas de Silva. Está el testimonio grabado en las tres computadoras portátiles rescatadas del campamento/cementerio de Angostura.
Reyes narra en sus notas de sus contactos con Larrea y otros funcionarios de Correa y menciona la visita recibida y la aceptación de su pedido de retiro al jefe policial del área. También cita otros nombres, como el de Chauvín. ¿Acaso este nombre fue forjado por especialistas del gobierno del presidente colombiano Álvaro Uribe? Esta teoría conspirativa es inadmisible, dado que hace un año, Chauvin era un desconocido, salvo dentro del círculo íntimo de Correa.
El gobernante ecuatoriano se embarra en su oratoria, como todos quienes en lo íntimo saben que mienten. Por ejemplo, no puede ocultar su debilidad por las FARC y en consonancia con el panegírico que hizo de Cuba y su “revolución” de medio siglo en su visita a La Habana, dijo que manifestar simpatía (como él) por los narcoterroristas, no es ilegal.
Podría jurídicamente aceptársele, pero es irresponsable que lo diga quien es presidente de la República. Las FARC han secuestrado, saqueado y asesinado a decenas de miles de inocentes. No solo de Colombia, sino del Ecuador. Silva les recuerda a Correa y Larrea que las FARC emboscaron y asesinaron a 7 policías y 4 militares ecuatorianos en el Putumayo, en 1993.
Correa podrá continuar manipulando los hechos y las evidencias y los medios podrán seguir haciéndole el juego voluntaria o involuntariamente, pero en algún momento algo tendrá que aflorar como demostración inequívoca de las acciones de Correa con las FARC (¿un As bajo la manga de Uribe?), que lo obligue a dimitir por mentir al pueblo y traicionar a la Patria.
Esa perspectiva quizás sea utópica por le momento, dado que la retórica populista de Correa tiene “cretinizado” al 70% de los ecuatorianos, dándose por descontado que volverá a triunfar en las urnas en abril con cómoda mayoría.
¿Cómo enfrentarlo? Evidentemente sería pueril a estas alturas hacerlo con sus propias armas. Con este personaje no cabe discutir, como es imposible hacerlo con su mentor Hugo Chávez. Tampoco puede aspirarse a enjuiciarlo política o legalmente, pues todas las funciones están bajo su control.
Lo único que resta a la debilitada, desorientada y fragmentada oposición sería no continuar haciéndole el juego al dictócrata, decidiendo de modo unánime retirar los candidatos presidenciales y los de menor nivel. No hacerlo equivaldría a aceptar como bueno todo lo hecho por Correa para pervertir al sistema.
La resistencia civil pasiva debería ser solidaria y frontal para que adquiera toda la resonancia y efectividad que acaso no se alcanzó en Venezuela en un acto similar hace algún tiempo. El propósito es crearle un vacío político a Correa, en rechazo a sus falsías, desvíos e ineptitud para manejar los asuntos internos y externos del país.
Gandhi se propuso liberar a la India de la monarquía británica, pero entendió que no podía hacerlo por medios violentos. Lo logró con la resistencia pasiva. En el Ecuador Correa controla todas las ramas del sistema democrático que por ello se ha corrompido. Nadie podrá derrotarlo en las urnas,que son sus urnas, no las del pueblo.
Que voten por él los enceguecidos y obnubilados. Y que se abstengan o anulen el voto quienes si creen que la democracia real y viviente puede ser rescatada y perfeccionada, pues es la mejor forma que tienen los pueblos para gobernarse. En cuanto a Correa, ya caerá él también, como su carnal Larrea, “víctima de sus propios errores”.
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