Monday, November 16, 2015

FRANCIA ESTÁ EN GUERRA


Eso lo acaba de decir el presidente de Francia, Francois Hollande, ante el Congreso en Pleno reunido hoy en Versalles. Es lo que debió decir y no lo dijo el presidente de los Estados Unidos George W. Bush, tras el ataque islámico del 9/11.
Es una de las raíces del mal que ha recrudecido con Obama hasta llegar a límites demenciales con el atentado terrorista en París del viernes pasado que segó la vida de al menos 129 personas y dejó heridas a más de 300, algunas de ellas en estado precario. 
El líder francés, de izquierda, pidió al Congreso reformar con premura la Constitución para adaptarla a las nuevas circunstancias de la guerra contra el terrorismo y lograr más eficacia y rapidez dentro y fuera de las fronteras patrias. La situación de emergencia se extendería por lo menos a tres meses.
El contraste con la actitud de Obama es vergonzoso y humillante. En rueda de prensa en Turquía, los periodistas le repitieron en varios tonos la misma pregunta: ¿por qué la primera potencia militar del planeta falla en doblegar a lo que uno de ellos calificó como “un hato de bastardos”?
Obama, acaso en su peor rueda de prensa, esquivó una respuesta directa al cuestionamiento, anunciando que no habrá cambio en la estrategia e insistiendo en proteger al Islam al afirmar que el terrorismo no representa a esa “religión de la paz”. Se indignó ante la insinuación de que pudiera reducir el ingreso de refugiados musulmanes.
Ello iría en contra de los principios de compasión de los Estados Unidos, aseveró. No comentó, por cierto, que entre los asesinos de París, por lo menos uno fue identificado como refugiado sirio filtrado a través de Gecia y llegado a Francia sin trabas, puesto que la Comunidad Europea tiene abolidas las fronteras entre los asociados.
Obama ha resuelto facilitar el ingreso de al menos 100.000 refugiados sirios por año, cometiendo parecido error al que comete en Alemania la Canciller Angela Merkel, con creciente rechazo popular. Aquí, en los Estados Unidos, hasta la fecha cinco gobernadores de los 50 Estados se han rebelado contra Obama y han decidido no aceptar a ningún potencial terrorista.
En la II Guerra Mundial se prohibió el ingreso de japoneses y alemanes y en el caso de los japoneses residentes en el país, incluso se los concentró en campos cerrados. En tiempos de guerra hay casos en que pagan “justos por pecadores”, según el refrán, pero las razones de la seguridad nacional prevalecen. El problema actual es derivado de la falta de liderazgo al rehusar admitir que Estados Unidos, como Francia, está en guerra y no solo desde el 9/11 sino por ataques anteriores.
Donald Trump, candidato presidencial por el partido republicano, escribió un libro en el 2000 en el que advertía que el atentado de las Torres Gemelas en 1993, cuando hubo 6 muertos y daños parciales, era anuncio de que habría ataques terroristas de mayor envegadura, por lo cual había que estar precavidos, exhortando a que se vigile a Bin Laden.
La CIA, según se conoce hoy, en junio del 2001 llevó a la Casa Blanca informes precisos de que ese gran atentado estaba por desencadenarse. El informe no pasó del filtro de la asesora de seguridad de entonces, Condolezza Rice y el deastre conmovió luego al país y al mundo en septiembre 11 de ese año.
George W Bush no creyó que ese ataque (peor que el de Pearl Harbor en 1941) justificaba una declaratoria formal de guerra. Cuando envió tropas a Afganistán y luego al Irak en el 2003, invitó a la gente a despreocuparse e ir de compras a los malls, para que continúe “la rutina de una vida normal”.
Hizo quizás algo peor, que Obama exaltó en su rueda de prensa de hoy: aclaró que la ofensiva contra Afganistán e Irak no era una guerra contra el Islam, “que es una religión de la paz”, sino contra quienes “obran mal en su nombre”. Y dispuso que el Departamento de Estado organice seminarios para determinar las causas de por qué los árabes “están resentidos con nosotros y nos atacan”, a fin de “enmendarnos”.
La cobardía inicial de Bush por no alertar a la nación sobre el hecho innegable de la situación de guerra, ha tenido consecuencias lamentables acentuadas con Obama. Tras casi ocho años de su gobierno, el país se ha perdido liderazgo en el mundo libre y el terrorismo musulmán se extendido por el Medio Oriente, Noráfrica, Europa y expandido sus garras por Asia y Centro y Sudamérica.
Obama no ha querido combatir al enemigo. No lo llama por su nombre ni cuando ataca en territorio norteamericano como en Boston, Texas o Nueva York. Pero pacta sumiso con el mayor promotor del terrorismo en el orbe, Irán, facilitándole desarrollar armas nucleares y financiar grupos de terror con la ayuda de más de 100.000 millones de dólares de fondos hasta la fecha congelados.
Si Obama, o Bush, hubiesen sido de otra estirpe, habrían reunido al Congreso Pleno, como Hollande, para anunciar que los Estados Unidos están en guerra con un enemigo no convencional y para pedir reformas, no ya constitucionales, sino de reversión de una anterior revocatoria que declaró la no obligatoriedad de la conscripción militar.
Los fundadores de esta nación fueron sabios en esa materia. Decidieron que todo ciudadano tenía el derecho de portar armas para estar siempre listos para repeler el enemigo, o para enfrentar a gobiernos abusivos. Las milicias luego se transformaron en fuerzas armadas regulares y profesionales, pero con el mandato de que todo ciudadano mayor de 18 años se reclute por cierto lapso para adiestrarse en las artes de la guerra.
Ello funcionó perfectamente hasta la guerra de Vietnam, cuando surgió un movimiento estudiantil rehacio a ir al frente de batalla en momentos en que afloraba la abundancia económica de posguerra, el sexo libre y el uso de alucinógenos. Paralelamente el liderazgo político prevaleció sobre el criterio militar en pro de la victoria y sobrevino la derrota.
Una de las repercusiones fue la eliminatoria del servicio militar obligatorio, lo que distanció cada vez más a la sociedad civil de la militar. En Suiza, en Israel, en los albores de los Estados Unidos, cada ciudadano es un soldado, siempre listo a la batalla para defender la paz. Cuando los veteranos de Vietnam regresaron a casa, fueron escarnecidos.
Obama desprecia a los militares. John Kerry, su canciller que peleó en Vietnam y se volvió su peor crítico, afirmó que hoy solo los fracasados, los que no tienen mejor opción, se enlistan como soldados. Ha dejado de existir esa identificación ciudadano/soldado de otrora y muestra de ello es el maltrato que se ofrece en los servicios de salud a los veteranos.
El retorno a la conscripción militar obligatoria por uno o dos años podría comenzar a recuperar ese sentido cívico de unidad, de respeto y solidaridad por lo militar, entendiendo mejor su papel en un mundo en que la paz, sin el apoyo de la fuerza, es una utopía.
Si GW Bush hubiese dicho que Estados Unidos está en guerra, es probable que nunca habría llegado Obama a la Casa Blanca y que jamás se habría registrado el caos que ahora existe en el Medio Oriente, con el Califato del ISIS, el Irán, los grupos terroristas de muchos nombres y un solo objetivo, que se están tomando Europa con y sin atentados terroristas. 
El columnista del New York Post, Michael Goodwin, le plantea a Obama un dilema: o asume el liderazgo para derrotar al ISIS y a los radicales islámicos, o renuncia. ¿Qué tal si más bien es destituído por el Congreso con una interpelación (impeachment) por traición a la Patria? Algo improbable, por cierto, ya que los demócratas que le son fieles más allá de todo raciocinio bloquearían todo intento.

(A continuación se transcribe un artículo publicado por el diario The Wall Street Journal, con consejos acerca de qué hacer para enfrentar al terrorismo, como lo entiende Israel)

French President François Hollande declared the Nov. 13 terrorist attack in Paris an “act of war” by Islamic State, and he was right, if belated, in recognizing that the jihadists have been at war with the West for years. Islamic State, or ISIS, is vowing more attacks in Europe, and so Europe itself—not just France—must get on a war footing, uniting to do whatever it takes militarily to destroy ISIS and its so-called caliphate in Syria and Iraq. Not “contain,” not “degrade”—destroy, period.
But even if ISIS is completely destroyed, Islamic extremism itself will not go away. If anything, the destruction of ISIS would increase the religious fervor of those within Europe who long for a caliphate.
European leaders must make some major political decisions, and perhaps France can lead the way. A shift in mentality is needed to avoid more terror attacks on an even bigger scale and the resulting civil strife. Islamic extremists will never succeed in turning Europe into a Muslim continent. What they may well do is provoke a civil war so that parts of Europe end up looking like the Balkans in the early 1990s.
Here are three steps that European leaders could take to eradicate the cancer of Islamic extremism from their midst.
First, learn from Israel, which has been dealing with Islamist terror from the day it was born and dealing with much more frequent threats to its citizens’ security. True, Islamic extremists inside Israel today resort to using knives and cars as their weapons of choice, but that is because attacks like those in Paris last week are now simply impossible for the terrorists to organize. Instead of demonizing Israel, bring their experienced, trained experts to Europe to develop a coherent counterterror strategy.
Second, dig in for a long battle of ideas. European leaders will have to address the infrastructure of indoctrination: mosques, Muslim schools, websites, publishing houses and proselytizing material (pamphlets, books, treatises, sermons) that serve as conveyor belts to violence. Islamic extremists target Muslim populations through dawa(persuasion), convincing them that their ends are legitimate before turning to the question of means.
European governments must do their own proselytizing in Muslim communities, promoting the superiority of liberal ideas. This means directly challenging the Islamic theology that is used by the Islamist predators to turn the heads and hearts of Muslims with the intent of converting them into enemies of their host countries.
Third, Europeans must design a new immigration policy that admits immigrants only if they are committed to adopt European values and to reject precisely the Islamist politics that makes them vulnerable to the siren song of the caliphate.
There are distinct weaknesses in Europe’s current immigration policy: It is too easy to gain citizenship without necessarily being loyal to national constitutions; it is too easy for outsiders to get into European Union countries with or without credible claims for asylum; and, thanks to the open-borders policy known as Schengen, it is too easy for foreigners, once they are in the EU, to travel freely from country to country. This state of affairs has been revealed as unsustainable by this year’s migrant flood into Europe.
Does this amount to “Fortress Europe,” with a new Iron Curtain to the east and a navalcordon sanitaire in the Mediterranean and the Adriatic? Yes. For no other strategy makes sense, given a threat like the one posed to Europe by Islamic extremism. And if Europe’s leaders persist, like German Chancellor Angela Merkel, in making a virtue of the openness of their borders, they will soon be chased out of office by populists better attuned to public feeling.
The trouble is that such people generally bring to the table other ideas beyond immigration control—not least the kind of fervent, illiberal nationalism that has torn Europe apart in the past.
To achieve all this, Europe would need to overhaul treaties, laws and policies—in other words, take steps that before the atrocities in Paris on Friday couldn’t even be discussed. Maybe this will be the watershed moment for Europe to rethink the path it has been traveling.
Ms. Hirsi Ali, a fellow at the Harvard Kennedy School and the American Enterprise Institute, is the author of “Heretic: The Case for a Muslim Reformation” (HarperCollins, 2015).

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