Wednesday, December 27, 2017

UN CALIFICATIVO REIVINDICADO

Entre los logros, “milagros” dicen algunos, de Donald J. Trump en casi un año como Presidente de los Estados Unidos, está el haber remozado los conceptos que prevalecían sobre ser de “derecha” o “conservador”, en oposición al pensamiento de demócratas o “progresistas” de este país.
Aquí, como en otras partes, a la derecha se la identificaba con la gente adversa al cambio, hostil a las clases populares e inclinada a mantener los privilegios de la clase dominante. En contraste, la imagen del demócrata era la del protector de los pobres, compasivo, siempre amante de la paz y la fraternidad universales.
Históricamente, eso no ha sido así. Los demócratas en los Estados Unidos se opusieron a la abolición de la esclavitud lo que desató la Guerra Civil y mantuvieron hasta muy entrado el siglo XX la segregación racial con falanges incendiarias y asesinas como el KuKluxKlan. Pero fue a partir de Lyndon Johnson, segregacionista él mismo, que los demócratas pugnaron por aparecer con otra faz
Con Trump esos intentos de camuflaje se han esfumado y en ese proceso de cristalización se han involucrado también algunos republicanos que se negaron a adaptarse a la realidad y prefirieron adhderirse a un estatus quo del que medraban, como usufructuarios del establishment.
Trump ha comenzado a deshacer las regulaciones progresista/socialistas de la doctrina Obama de izquierda, que obstruían al sistema democrático capitalista y con tan buen éxito que ahora autocalificarse o calificar a alguien como aliado o partidario de la derecha política, es alinearse con lo que resulta correcto, “right” en inglés.
Lo que ha hecho Trump hasta ahora (81 logros que se copian al final de la columna) ha sido una aspiración conservadora largo tiempo acariciada pero siempre obstruída por la izquierda democráta (izquierda mal llamada aquí también “liberal”). Las enmiendas han acelerado la economía más allá de las expectativas, reduciendo el desempleo y multiplicando la inversión, aún antes de que rija la recientemente aprobada reforma tributaria.
Cuando se anunció la victoria de Trump en las elecciones del año pasado, los demócratas y la prensa, en su mayoría de esa ideología, predijeron el caos y la quiebra. Paul Krugman, columnista regular del diario The New York Times, dijo que al día siguiente de la posesión de Trump, habría un crash en la Bolsa de Valores. Lo que hubo fue todo lo contrario.
Nada sorpresivo el anuncio de Krugman: fue Premio Nobel de Economía, otorgado por la misma institución que le dio el Nobel de la Paz a Obama antes de que se posesione en el 2009 y antes de que retire las tropas  de Irak para que el ISIS forme el Califato en la región. Premio similar lo recibió Juan Manuel Santos, Presidente de Colombia, por perdonar a los asesinos de las FARC y facilitarles que se tomen el poder con raudales de narcodólares.
Trump y la derecha censuran cualquier compromiso con la narcoguerrila y con dictaduras como la castrista o la de Maduro, con las cuales Obama y la izquierda han cooperado. Jerusalén ha sido reconocida como la capital de Israel, disgustando a los demócratas y al Papa Francisco, que prefieren  seguir halagando a los extremistas musulmanes que buscan borrar del mapa a Israel como única fórmula de paz.
Estados Unidos, tras la victoria de la Segunda Guerra Mundial, apoyó la creación de las Naciones Unidas como instrumento para preservar la paz en el futuro. Ofreció el mayor aporte económico y cedió un valioso lote en Manhattan para erigir la sede. Ahora el organismo, con casi 200 Estados miembros, es un ágora antisemita y anti norteamericana y Trump y la derecha están resueltos a no aceptar que así continúe.
El Consejo de Seguridad votó en contra de la decisión sobre Jeruslaén, pero Estados Unidos la vetó. Luego se reunió la Asamblea y la rechazó por abrumadora mayoría. La embajadora dijo que ello no afectará lo resuelto sobre Jerusalén (que el Congreso había aprobado años atrás), pero anunció que se revisará el aporte del 22% que USA da al presupuesto de la organización, para reducir despilfarros y corrupción. 
Los ejemplos de aciertos de Trump en política interna y externa menudean. La gente no prejuiciada, independiente, comenta: lo hecho en tal o cual caso “is right”, o sea es correcto, aceptable, respaldable. Right es derecho, derecha. La izquierda, que aún pretende frenar a Trump con la ficción de la colusión con Rusia y ahora con el impeachment o interpelación el próximo año, dice que todo lo hecho por él es “wrong”, o sea malo, dañino.
La izquierda, frente a los avances de la derecha, se ha vuelto pesimista y  negativa. Los supuestos defensores de las clases desposeídas, se oponen ahora, por ejemplo, a que se bajen los impuestos en su favor directamente o, indirectamente, para crear más empleos. Amantes de la paz, nada dicen del origen del Califato bajo Obama ni de su abolición relampagueante por mandato de Trump.
En suma, al concluir el 2017 con Trump en la Casa Blanca desde enero 20, el panorama está más claro y optimista: la izquierda demócrata/progresista definitivamente está “wrong”, al tiempo que el Presidente y la mayoría que apoya la aplicación de sus ofertas de derecha en la campaña están probando ser y estar “right”.

(A continuación un extracto del artículo publicado por Paul Bedard en el The Washington Examiner)

According to the White House, the 81 accomplishments are in 12 major categories and include well over 100 other minor achievements.
The unofficial list helps to counter the impression in the mainstream media and among congressional Democrats that outside the approval of Supreme Court Neil Gorsuch and passage of the tax reform bill little was done.
Administrations typically tout their achievements broadly at the end of each year, but Trump plans to list jobs added, regulations killed, foreign policy victories won, and moves to help veterans and even drug addicts.
And in a sign of support for conservatives, the White House also is highlighting achievements for the pro-life community.
Below are the 12 categories and 81 wins cited by the White House.
Jobs and the economy
  • Passage of the tax reform bill providing $5.5 billion in cuts and repealing the Obamacare mandate.
  • Increase of the GDP above 3 percent.
  • Creation of 1.7 million new jobs, cutting unemployment to 4.1 percent.
  • Saw the Dow Jones reach record highs.
  • A rebound in economic confidence to a 17-year high.
  • A new executive order to boost apprenticeships.
  • A move to boost computer sciences in Education Department programs.
  • Prioritizing women-owned businesses for some $500 million in SBA loans.
Killing job-stifling regulations
  • Signed an Executive Order demanding that two regulations be killed for every new one creates. He beat that big and cut 16 rules and regulations for every one created, saving $8.1 billion.
  • Signed 15 congressional regulatory cuts.
  • Withdrew from the Obama-era Paris Climate Agreement, ending the threat of environmental regulations.
  • Signed an Executive Order cutting the time for infrastructure permit approvals.
  • Eliminated an Obama rule on streams that Trump felt unfairly targeted the coal industry.
Fair trade
  • Made good on his campaign promise to withdraw from the Trans-Pacific Partnership.
  • Opened up the North American Free Trade Agreement for talks to better the deal for the U.S.
  • Worked to bring companies back to the U.S., and companies like Toyota, Mazda, Broadcom Limited, and Foxconn announced plans to open U.S. plants.
  • Worked to promote the sale of U.S products abroad.
  • Made enforcement of U.S. trade laws, especially those that involve national security, a priority.
  • Ended Obama’s deal with Cuba.
Boosting U.S. energy dominance
  • The Department of Interior, which has led the way in cutting regulations, opened plans to lease 77 million acres in the Gulf of Mexico for oil and gas drilling.
  • Trump traveled the world to promote the sale and use of U.S. energy.
  • Expanded energy infrastructure projects like the Keystone XL Pipeline snubbed by Obama.
  • Ordered the Environmental Protection Agency to kill Obama’s Clean Power Plan.
  • EPA is reconsidering Obama rules on methane emissions.
Protecting the U.S. homeland
  • Laid out new principles for reforming immigration and announced plan to end "chain migration," which lets one legal immigrant to bring in dozens of family members.
  • Made progress to build the border wall with Mexico.
  • Ended the Obama-era “catch and release” of illegal immigrants.
  • Boosted the arrests of illegals inside the U.S.
  • Doubled the number of counties participating with Immigration and Customs Enforcement charged with deporting illegals.
  • Removed 36 percent more criminal gang members than in fiscal 2016.
  • Started the end of the Deferred Action for Childhood Arrival program.
  • Ditto for other amnesty programs like Deferred Action for Parents of Americans.
  • Cracking down on some 300 sanctuary cities that defy ICE but still get federal dollars.
  • Added some 100 new immigration judges.
Protecting communities
  • Justice announced grants of $98 million to fund 802 new cops.
  • Justice worked with Central American nations to arrest and charge 4,000 MS-13 members.
  • Homeland rounded up nearly 800 MS-13 members, an 83 percent one-year increase.
  • Signed three executive orders aimed at cracking down on international criminal organizations.
  • Attorney General Jeff Sessions created new National Public Safety Partnership, a cooperative initiative with cities to reduce violent crimes.
Accountability
  • Trump has nominated 73 federal judges and won his nomination of Neil Gorsuch to the Supreme Court.
  • Ordered ethical standards including a lobbying ban.
  • Called for a comprehensive plan to reorganize the executive branch.
  • Ordered an overhaul to modernize the digital government.
  • Called for a full audit of the Pentagon and its spending.
Combatting opioids
  • First, the president declared a Nationwide Public Health Emergency on opioids.
  • His Council of Economic Advisors played a role in determining that overdoses are underreported by as much as 24 percent.
  • The Department of Health and Human Services laid out a new five-point strategy to fight the crisis.
  • Justice announced it was scheduling fentanyl substances as a drug class under the Controlled Substances Act.
  • Justice started a fraud crackdown, arresting more than 400.
  • The administration added $500 million to fight the crisis.
  • On National Drug Take Back Day, the Drug Enforcement Agency collected 456 tons.
Protecting life
  • In his first week, Trump reinstated and expanded the Mexico City Policy that blocks some $9 billion in foreign aid being used for abortions.
  • Worked with Congress on a bill overturning an Obama regulation that blocked states from defunding abortion providers.
  • Published guidance to block Obamacare money from supporting abortion.
Helping veterans
  • Signed the Veterans Accountability and Whistleblower Protection Act to allow senior officials in the Department of Veterans Affairs to fire failing employees and establish safeguards to protect whistleblowers.
  • Signed the Veterans Appeals Improvement and Modernization Act.
  • Signed the Harry W. Colmery Veterans Educational Assistance Act, to provide support.
  • Signed the VA Choice and Quality Employment Act of 2017 to authorize $2.1 billion in additional funds for the Veterans Choice Program.
  • Created a VA hotline.
  • Had the VA launch an online “Access and Quality Tool,” providing veterans with a way to access wait time and quality of care data.
  • With VA Secretary Dr. David Shulkin, announced three initiatives to expand access to healthcare for veterans using telehealth technology.
Promoting peace through strength
  • Directed the rebuilding of the military and ordered a new national strategy and nuclear posture review.
  • Worked to increase defense spending.
  • Empowered military leaders to “seize the initiative and win,” reducing the need for a White House sign off on every mission.
  • Directed the revival of the National Space Council to develop space war strategies.
  • Elevated U.S. Cyber Command into a major warfighting command.
  • Withdrew from the U.N. Global Compact on Migration, which Trump saw as a threat to borders.
  • Imposed a travel ban on nations that lack border and anti-terrorism security.
  • Saw ISIS lose virtually all of its territory.
  • Pushed for strong action against global outlaw North Korea and its development of nuclear weapons.
  • Announced a new Afghanistan strategy that strengthens support for U.S. forces at war with terrorism.
  • NATO increased support for the war in Afghanistan.
  • Approved a new Iran strategy plan focused on neutralizing the country’s influence in the region.
  • Ordered missile strikes against a Syrian airbase used in a chemical weapons attack.
  • Prevented subsequent chemical attacks by announcing a plan to detect them better and warned of future strikes if they were used.
  • Ordered new sanctions on the dictatorship in Venezuela.
Restoring confidence in and respect for America
  • Trump won the release of Americans held abroad, often using his personal relationships with world leaders.
  • Made good on a campaign promise to recognize Jerusalem as the capital of Israel.
  • Conducted a historic 12-day trip through Asia, winning new cooperative deals. On the trip, he attended three regional summits to promote American interests.
  • He traveled to the Middle East and Europe to build new relationships with leaders.
  • Traveled to Poland and on to German for the G-20 meeting where he pushed again for funding of women entrepreneurs.

Paul Bedard, the Washington Examiner's "Washington Secrets" columnist, can be contacted at pbedard@washingtonexaminer.com

Thursday, December 21, 2017

¿EL FIN DE LA HISTORIA?

El politólogo norteamericano con ancestro japonés Francis Fukuyama se hizo popular con su libro “El fin de la Historia y el Último Hombre” que publicó en 1992, prediciendo que con el derrumbe del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la URSS, la Guerra Fría y la lucha de ideologías había terminado.
A juicio suyo, a partir del hundimiento del imperio comunista de 70 años (y antes con la derrota de los intentos hegemónicos nazifascistas del siglo XX) ya no quedaba duda o no debía quedar duda de que el mejor sistema de convivencia y de gobierno era una democracia liberal capitalista, según el modelo occidental.
La realidad ha sido otra, pues si bien la URSS se deshizo y los países del Eje no se han vuelto a fusionar, las guerras ideológicas no han cesado y en algunos casos se han convertido en guerras violentas y de terror. Si bien Moscú ya no está rodeado de sus países satélites, en cambio el pensamiento colectivista/marxista que inspiró a Lenín y Stalin sigue vivo.
La mentalidad socialista/marxista/progresista perdura inclusive en países de alto desarrollo como los Estados Unidos y en otros se ha perpetuado en regímenes dictatoriales, cincuentenarios algunos como el de Cuba o en cárceles como Corea del Norte o en miseria como Venezuela. De modo que Fukuyama acaso erró solo a medias.
Porque si las ideologías liberal y comunista siguen en disputa, ha quedado muy en claro a estas alturas del siglo XXI que las diferencias se centran en dos visiones: la prosperidad ¿es alcanzable en un marco de libertad y libre competencia de ideas y comercio? ¿o es preferible dosificar esa prosperidad con un Ejecutivo/Gobierno fuerte a costa de las libertades?
En el primer caso, los gobiernos se forman por consenso popular que tienen la misión primordial de preservar las libertades individuales. El poder popular, así delegado, se autorregula y dispersa en tres ramas de gobierno que se controlan mutuamente para evitar excesos. Es la fórmula adoptada e básicamente intocada por los Estados Unidos desde 1776/1778.
El sistema ha convertido a esta nación en la más sólida del planeta y de la historia y todas las imperfecciones han sido corregidas y son corregibles sin alterarlo. En contraste, todos los demás sistemas que dan prioridad al Ejecutivo sobre el individuo han ahogado las libertades, la capacidad de invención y competencia y a la postre han sucumbido y creado miseria.
El fascismo de Mussolini, el nazismo de Hitler y las demás variaciones de la forma autoritaria de gobernar como el peronismo, el nasserismo y otros populismos a lo largo y ancho del globo, se han basado en la creencia utópica de que la prosperidad puede ser regulada y donada por iluminados con supuestamente cerebros superiores que intuyen mejor lo que el pueblo quiere y necesita.
En los Estados Unidos, el partido demócrata que apoyó a Hillary Clinton y a Bernie Sanders para la presidencia de la República en las elecciones del 8 de noviembre pasado, es presa hoy de los “progresistas” o colectivistas que persiguen ese ideal bobo de la “justicia social”, que aspira a quitar el dinero "malhabido" de los ricos para dárselo a los pobres.
Se han convertido en una poderosa fuerza ideológica, pues han acaparado los centros de educación hasta el nivel superior, de donde salen periodistas que dominan los principaldes medios de comunicación para difundir su doctrina en mensajes en que la noticia es manipulada, distorsionada o ignorada. El bombardeo ideológico se torna intolerable.
El republicano Donald J. Trump le salió al paso a Hillary y al “progresismo” y triunfó. La celebración de la victoria del 9 de noviembre se repitió ayer con la aprobación por el Congreso de una trascendental reforma tributaria que incluye significativa baja de impuestos y un repudio virtual al Obamacare, tras el intento fallido de meses atrás.
Ningún demócrata apoyó la reducción de impuestos. La primera reforma de importancia la hizo el demócrata John F. Kennedy en el decenio de 1960 y contó con votos republicanos. Igual bipartidismo se registró con el republicano Ronald Reagan. No esta vez, porque el influjo “colectivista” del partido es muy acentuado, pese a que irónicamente muchos de sus portavoces son multimillonarios. 
Se calcula que el total de la baja de impuestos alcanza 1.5 trillones de dólares y beneficiará a todos, especialmente a las corporaciones que verán el peso de los tributos reducirse del 35% al 21%, lo que augura un alza acelerada en la reinversión, creación de empleos y retorno al país de centenares de empresas norteamericanas que buscaron invertir en países con una carga tributaria menor.
El Obamacare fue la punta de lanza de Obama para corromper aún más al sistema de libre empresa con la socialización de los servicios médicos. La ley aprobada ayer elimina la obligtoriedad de adquirir pólizas de seguro, so pena de multas crecientes. Para quienes demostraban no poder pagar pólizas ni multas, se creaban subsidios, esto es, más impuestos y más “redistribución de la riqueza”.
Trump anunció que se aumentarán las facilidades al mercado libre para que quienes deseen una póliza lo hagan en condiciones aceptables. Se abolirán barreras entre Estados para que compitan las aseguradoras y se ofrecrán facilidades tributarias a quienes compren pólizas. La socialización de los servicios no es la solución a los vacíos del sistema, sino la corrección de sus debilidades en un mercado libre y competitivo.
Lo cual es aplicable a todo el espectro de la vida humana. El mito de una sociedad igualitaria es antinatural y por ende inalcanzable. Intentarlo solo abre la ruta al despotismo, este si contrario a la ley natural. La economía con ocho años de Obama se estancó en el 2%, la deuda pública se duplicó a 20 trillones de dólares y aumentaron las dádivas y subsidios a costa de los dineros fiscales.
Trump, en menos de un año y con solo eliminar las regulaciones ejecutivas de Obama contrarias a la inversión privada, ha logrado que la economía se mantenga en el 3% en tres trimestres. Con la ley tributaria es posible que salte al 4% en el 2018. La pobreza no se combate con dictaduras ni tributos confiscatorios, sino ampliando las oportunidades para que la gente por su propio esfuerzo logre mejorar sus condiciones de vida.
El nuevo régimen lo está logrando. La Bolsa de Valores está al borde de alcanzar los 25.000 puntos, lo que significa que la gente está lanzando millones y millones de dólares extra al mercado, aún antes de que entre en vigencia la ley de reforma tributaria y reglamentos conexos. Es motivo de celebración, como lo fue el 9 de noviembre del 2016 con la victoria Trump.

Monday, December 18, 2017

LA SENSATEZ SE IMPONE

La reforma fiscal, incluída la reducción general de impuestos, está a pocas horas de convertirse en realidad y el optimismo aumenta al observarse cómo la economía de los Estados Unidos se vigoriza y consolida.
Aún antes de que Donald Trump complete un año de gobierno y de que la ley fiscal se concrete, el ánimo de los inversionistas y de los hombres de negocios ha dado un giro positivo. La Bolsa de Valores experimentó un alza espectacular, inundando el mercado con trillones de dólares de inversión.
La reforma tributaria, tras lograr el consenso entre las dos cámaras y, según los expertos, fusionar lo mejor de ambas propuestas, será votada bicameralmente y luego enviada mañana al despacho del Presidente para que la firme. Se convertiría así en el mayor regalo de Navidad del Ejecutivo al pueblo y uno de los mayores logros en décadas en la materia.
Los demócratas se han opuesto a la rebaja de impuestos en bloque, pese a que fue el Presidente de ese partido, John F. Kennedy, quien impulsó la primera reforma en tal sentido acelerando notablemente la economía de la época. El otro admirable esfuerzo parecido lo dio el republicano Ronald Reagan, con similares resultados. 
En ambos casos, los proyectos contaron con votos bipartidistas. Esta vez no, debido a que el partido demócrata, con Obama, se ha radicalizado a la izquierda, es decir hacia la doctrina en la que se da preeminencia al Estado sobre los derechos del individuo en una sociedad capitalista de libre mercado, según el modelo de la Constitución norteamericana.
El principal ataque de los demócratas al actual proyecto republicano se concentra en sostener que beneficia a los ricos y perjudica a los pobres y que, además, aumenta la deuda pública al reducir los ingresos fiscales. De nada sirven los argumentos demostrativos de que la reforma es general y que el mayor beneficio va a la clase media y la mediana empresa, núcleo central de la economía de este país.
En ocho años de gobierno de Obama, la deuda pública se duplicó de diez trillones de dólares a 20 trillones y la economía se estancó en el 2%, reduciéndose la inversión y el empleo. Para el grupo Trump, la mejor manera de contrarrestar el défict es estimulando el crecimiento de la economía y, por cierto, adicional y paralelamente disminuyendo el gasto. 
Aún sin la vigencia de la reforma tributaria, la economía en el país ya ha crecido sostenidamente al 3% y más y muchos vaticinan que podría llegar  a la seductora tasa del 4% el año venidero. El dinero que deja de recibir el fisco tiene, pues, un efecto multiplicador de la riqueza cuando queda en manos del contribuyente, según lo ha demostrado la historia. 
El sonsonete de que se trata de una reforma “que solo favorece a los ricos” responde a la mentalidad “progresista” y colectivista en la que se ha sumido en años recientes el partido demócrata, que por cierto sería irreconocible para un John F. Kennedy. Según ellos, el dinero que se le quita al pueblo es dinero que se le quita al gobierno para debilitar su poder de imponer la “justicia social”.
Justicia social, en su concepto, es igualación de resultados mediante la redistribución de los ingresos. El mercado de libre competencia, movido, estimulado y orientado por el lucro, es a juicio de ellos una aberración que crea “injusticias sociales” al privilegiar a unos en desmedro de otros.
A la utopía de esa sociedad igualitaria quieren llegar los colectivistas/marxistas con aplicación de un Ejecutivo fuerte, que rompa las dificultades de acción creadas con la división de poderes de la Constitución, a fin de poder regular y forzar sin barreras medidas que trasvasen los ingresos excesivos de los ricos hacia las alcancías de los pobres.
Las experiencias en esa dirección han fracasado, por el hecho de que el Estado y los gobiernos no son creadores de riqueza, sino el sector privado. Cuando la burocracia confisca y administra empresas eficientes, a poco quiebran y la pobreza no la riqueza es la que se distribuye y generaliza, en última instancia con dictaduras nazifascistas, comunistas y  variaciones.
Trump ha llegado para frenar esa tendencia por lo cual su popularidad se acrecienta, pese al feroz boicot de los mayores medios de comunicación audiovisual y escritos. Los demócratas están desesperados y los intentos por invalidar su victoria electoral van anulándos uno tras otro, rebasando en algunos casos del nivel de lo ridículo al nivel de lo criminal.
En el frente externo, el Califato que Obama ayudó a formar en el Medio Oriente está liquidado, el terrorismo musulmán está en retirada y Jerusalén ha sido formalmente reconocida como lo que es, la capital de Israel, con lo cual los palestinos tendrán que negociar sobre bases reales la paz con sus vecinos, sin chantajes ni actos de terror.
A los colectivistas les queda poco que exhibir como logros sobrevivientes de su obsoleta doctrina: la cincuentenaria dictadura castrista de Cuba, la de Corea del Norte, la ciénaga de Venezuela. Los Maduro, Correa/Lenin, Morales y más discípulos del castro/chavismo acaban de recibir una alerta de Chile con la victoria de Piñeras, sobre un rival con esa irreal manera de pensar que aún tiene seguidores en el continente.

Wednesday, December 13, 2017

¿REFERENDO SOBRE TRUMP?

Los que siguen sin poder aceptar la realidad de que Donald J. Trump ganó con amplia y límpida mayoría las pasadas elecciones presidenciales de noviembre del 2016, están delirantes de alegría con la pérdida en Alabama del candidato republicano a senador, frente al demócrata.
Alabama es un Estado notoriamente conservador, que le dio a Trump 28 puntos de ventaja en los últimos comicios y que no había elegido a un demócrata en más de 25 años. Sin embargo, anoche ganó con décimas el demócrata Doug Jones, derrotando a Roy Moore, quien fue presidente de la Corte Suprema de Justicia del Estado.
Trump dudaba que Moore pudiese ganar las elecciones especiales que se habían convocado para llenar la vacancia dejada por el senador Jeff Sessions,  que aceptó ser Director del Departamento de Justicia. Por ello, en las primarias, apoyó al senador temporal Luther Strange, que apoyó firmemente sus propuestas en el Congreso.
Pero en las primarias ganó Moore y a última hora Trump lo respaldó, pues juzgó preferible conservar con un republicano la mayoría de 52 senadores que perderla con un demócrata, que además siempre se mostró partidario de la más extrema defensa del aborto, el matrimonio gay y otras tesis contrarias a la posición conservadora de Alabama.
Su visión, pues, quedó confirmada. Hay quienes especulan que si Strange era postulado en las primarias republicanas, arrasaba en las elecciones de ayer frente a Jones. Eso podrá comprobarse en el 2020, cuando Jones pretenda ser reelecto. Si los republicanos aciertan en escoger a un líder sin tacha, no habrá sorpresas desagradables como la de anoche. 
Los demócratas “progresistas”, a quienes fastidia por “obsoleta” la vigencia de la Constitución de 1788 y la victoria de Trump, se sienten estimulados con el “referendo” de anoche en su objetivo de forzar de alguna manera a que el Presidente cese en sus funciones por renuncia o por destitución del Congreso. Primero intentaron probar fraude en las votaciones y fallaron cuando con los primeros recuentos los resultados más bien aumentaban los votos de Trump.
Luego fantasearon acerca de una supuesta conspiración de Vladimir Putin, el autoritario presidente de Rusia, para intervenir en las elecciones y en la opinión pública norteamericana en favor del billonario de Manhattan en perjuicio de la “progresista”/socialista Hillary Clinton, pero a medida que las investigaciones avanzaron, la pretendida colusión se descubrió que existía más bien en favor de Hillary.
Ahora quieren dar largas al tema “colusión”, por falta de pruebas y se les ha ocurrido autoflagelarse con el tema del “acoso sexual” de parte de algunos de sus dirigentes y afiliados, como pretexto para blandir la misma acusación a Trump, a fin de que el Congreso investigue su pasado y, a la postre, lo interpele y destituya por motivos sexuales.
Parecería que dijeran: en Alabama el republicano Moore perdió debido a la acusación (sin pruebas) de que abusó hace más de 40 años de menores y perdió. En senador Al Franken, demócrata, hostigó sexualmente a varias mujeres y nuestro partido no lo apoyó, obligándolo a renunciar. Y así otros ejemplos. Es hora, pues, dicen, de que parecida suerte recaiga sobre Trump y para ello  resucitan denuncias de mujeres supuestamente por él asediadas. 
Una de ellas dice que sufrió una crisis de nervios porque en alguna ocasión el magnate le pidió su número telefónico. Las denuncias carecen de sustento, ya fueron refutadas. Solo faltaría  que algunas se remonten a la época de Donald en el kindergarten. Fueron presentadas y negadas en la campaña y los ciudadanos votaron por él mayoritariamente y lo harían nuevamente sin vacilación.
¿En qué consisten los acosos o asedios sexuales? No se dan detalles y no se permite el recurso legal de confortación entre acusador y  acusado. Las denunciantes son todas “feministas”, que consideran que hombres y mujeres son iguales. Pero por las denuncias se diría que todas eran y son de alfeñique, incapacitadas para decir no a los devaneos de seducción que sucitan sus naturales encantos.
En un programa de radio, una dama que dijo ser profesional afirmó que en su carrera estuvo varias veces al borde de parecidos acosos pero siempre optó por decir no, marcharse y cerrar la puerta. Añadió que otras mujeres voluntariamente o no cedieron a la tentación por debilidad, para escalar posiciones o por chantaje. Si hubiera procedido igual, ahora tendría mucho dinero, confesó.
Claro, son distintos los casos de empleo de la violencia y acoso a menores de edad. Pero en situaciones normales, la líbido masculina se activa en mayor o menor grado según sea la respuesta tácita o expresa de la contraparte femenina (o del mismo sexo, dirían los homosexuales). De lo cual se desprende que la teatralización de los demócratas sobre el acoso sexual, desatada en los últimos días, es solo eso: tetralización urdida con fines políticos.
Tan traída de los cabellos, como lo han sido las frustradas intenciones de causar el naufragio de Trump por supuestos fraudes en las votaciones, la colusión rusa, o la obstrucción de la justicia. Si ese no fuera el caso ¿por qué la Bolsa de Valores sigue batiendo récords al alza, cae el desempleo y cada  vez hay más confianza para invertir y crear empleos?

Monday, December 11, 2017

LA FORTALEZA DE TRUMP

No tiene precedentes el embate que ha tenido y sigue teniendo Donald J.  Trump como candidato y ahora como Presidente de parte de los medios escritos y audiovisuales de mayor difusión de este país, a los que se han sumado algunos prominentes líderes de su propio partido republicano.
No obstante y pese a los pronósticos de la mayoría de quienes escriben entremezclados los análisis y noticias en dichos medios, Trump ganó con amplitud las elecciones y a menos de un año de gobierno no advino el desastre previsto por ellos sino una economía que volvió a crecer a más del 3% por sobre el 2% de ocho años del régimen de Obama. 
El propio presidente demócrata Jimmy Carter, calificado como el peor de los últimos decenios, admitió públicamente que nunca había presenciado una prensa tan hostil como la actual contra Donald Trump. Éste no desea, según lo ha dicho, una prensa sumisa o acrítica, sino objetiva. Pero es ésta cualidad la que no existe, en perjuicio del lector. 
Muchos se preguntan cómo Trump ha logrado sobreponerse a esta muralla de oposición que manipula, desvía y omite la verdad con los principales medios de comunicación, todos favorables al partido demócrata cuya candidata Hillary Clinton fue derrotada en jornada de la cual aún no logran reponerse. La respuesta es la fortaleza de su personalidad.
Trump tiene una clara visión de la Historia de esta nación y sus principios y lo dice en forma directa y convincente a millones de personas que no se han dejado seducir por la retórica “progresista” de los demócratas y que han encontrado en él al líder de la restauración de los valores constantes en la Declaración de la Independencia de 1776 y su reflejo estructrural en la Constitución de 1778.
Paulatinamente uno de los objetivos esenciales de tales documentos, la formación de un gobierno por consenso y la división del poder popular en las tres ramas mutuamente controlables, se ha ido diluyendo. El Congreso, fuente de la creación de leyes, ha cedido cada vez más esa atribución al Ejecutivo, permitiendo la creación de agencias que legislan, juzgan y penalizan por si mismas.
La Corte Supema y las Cortes Federales, en parecida tendencia, perdieron independencia y se sumaron al “progresismo” comandado por el Ejecutivo para legislar en contra de la Constitución. Con Trump esa distorsión de la idea primaria de hacer gobierno, legislar y convivir comienza a dar un giro positivo mediante el desmantelamiento de regulaciones, pero aún falta una más decidida cooperación del Congreso en la cruzada.
Todos esperaban que el Congreso comenzaría por derogar el Obamacare, uno de los intentos más audaces por socializar la economía nacional. Pero la oposición demócrata fue tenaz, con ayuda de algunos republicanos miopes o traidores, como John McCain y el proyecto de Trump tuvo que aplazarse. Está en curso una gran reforma tributaria que incluiría la abolición del Obamacare y hay señales de que se apobaría este mes.
La mayoría que votó por Trump en la mayoría de los 50 Estados y que lo sigue apoyando sin vacilación, quiere que los Estados Unidos siga siendo grande, según el eslogan de campaña, basado en una sociedad abierta y liberal, de capitalismo competitivo, con gobiernos que garanticen las libertades individuales y el cumplimiento de la ley en general, incluídas por cierto las referentes a fronteras seguras.
En más de 250 años de aplicación de ese sistema, los Estados Unidos se han convertido en la potencia mundial más libre e imbatible. Los países que de un modo u otro han imitado este sistema, se encuentran entre los más prósperos del planeta. Mientras más se alejen y acerquen a la tiranía, más próximos estarán a la miseria moral, intelectual y económica.
El pensamiento Trump se ha proyectado al exterior. La utopía del globalismo ha ido a parar al cesto de basura. ISIS está derrotado. Los palestinos y sus seguidores terroristas tendrán que ceñirse a la realidad si quieren vivir en paz con Israel, cuya capital Jerusalén dejará de ser rehén de chantaje, una vez que Trump declaró lo que obviamente es desde hace 3.000 y más años, la capital israelí.
Otros chantajes similares van aniquilándose poco a poco con Trump, como aquel del cambio climático, el mundo sin fronteras, el elogio al homosexualismo, el transgénero y el matrimonio gay que han sido puntales en la lucha por el “modernismo” y parte de la “justicia social” y la anulación de las individualidades preconizados por el “progresismo”.
Es dable señalar que dichos postulados “progresistas” tienen su origen todos en la izquierda marxista, que es a su vez fuente matriz del fascismo y del nazismo. Pero la táctica demócrata es acusar a Trump de nazifascista, suponiendo quizás que Hitler declaraba a Jerusalén capital de Israel, al tiempo que propiciaba el Holocausto de los judíos.
El Papa Francisco se opone Trump en el tema de Jerusalén, acaso desconociendo que la Religión Católica y Jesucristo tienen su matriz en Israel y que el drama de Jesús se desarrolló principalmente en Jerusalén y Judea. Irónico que sea Vladimir Putin, ex-Director de la KGB del ex-imperio soviético ateo quien le objete al Papa Francisco su fe y su comportamiento. Y que el jefe de El Vaticano no sea quien primero respalde a Trump en su defensa de Israel. 

Wednesday, November 22, 2017

LAS MENTIRAS DE LA REVOLUCIÓN

Los revolucionarios de la izquierda marxista progresista están convencidos de que la transformación hecha por Fidel Castro en Cuba tuvo el apoyo y el objetivo de beneficiar a los campesinos. Es una gran mentira, tal como la atribuída en esa área a Lenin y Stalin en Rusia. 
La colectivización en ambos casos supuso la destrucción de la agricultura y la abolición de las pequeñas y grandes propiedades privadas, a lo que se opusieron los campesinos. La rebelión fue suprimida a sangre y fuego, en el caso cubano con el apoyo de asesores militares soviéticos.La periodista Anastasia O´Grady, del diario The Wall Street Journal, relata documentadamente esta verdad histórica que silencian los panegiristas de la utopía marxista leninista, en su versión castrista chavista de América Latina para Cuba y por lo pronto Venezuela.
Los resultados de la experiencia son siempre los mismos en la URSS, Cuba, Norcorea: control rígido del poder por parte de una elite civil/militar gobernante, supresión de libertades individuales, baja generalizada de la producción y reducción de los niveles de vida a las peores condiciones de miseria.
Pese a las evidencias el anhelo de alcanzar la utopía subsiste. Fidel, Mao, el Che son ídolos y Chávez y Maduro son defendidods por sus logros que tratan de imitar algunos gobernantes ahora en el poder en ciertos países de la región. La “justicia social” con “igualación de resultados” es el credo que guía a millones de “revolucionarios”.
A continuación el artículo esclarecedor de O´Grady:


A Soviet Cleansing in Cuba
The Russians used their experience at home to annihilate dissident peasants.
Mary Anastasia O’Grady Nov. 12, 2017 

By
Mary Anastasia O’Grady
Most Americans have never heard of the anti-Castro uprising in Cuba’s Escambray Mountains, which began in 1959 and took Fidel and the Soviet Union six years to put down. At the 100th anniversary of the Bolshevik Revolution, the episode is worth revisiting. If not for 400 Soviets sent to Cuba under the command of the Red Army and the KGB in 1961, it is unlikely that Castro would have prevailed.
What happened in the Escambray pokes a giant hole in Castro’s narrative that his revolution was a justified power grab supported by working-class and rural Cubans. The fact is that when Cubans began to understand that Fidel planned to replace Fulgencio Batista as the next dictator and to impose communism, many rebelled. None fought harder than central Cuba’s guajiros—small land owners and tenant farmers.
Forty years after Castro took power, a protégé named Hugo Chávez was elected president of Venezuela and allowed to consolidate power. Today that once-rich country is an authoritarian hellhole where toilet paper is a luxury and malnutrition is widespread.
Venezuelans did not see what was coming in part because of the failure of historians, journalists, lawyers, academics and politicians throughout the Americas to expose the atrocities committed in the 1960s against the guajiros and other dissidents.
Castro understood the importance of controlling the press, foreign as well as domestic. He used that control to popularize his version of events. He framed the resistance—those who rejected his communist takeover—as a white, urban aristocracy unhappy because it was losing its privilege under his new justice. Meanwhile, he wiped out whole farming communities with Stalinesque ruthlessness, and he did it with guidance from the Kremlin, which exported its experience in intelligence gathering and repression.
Agapito Rivera was born in 1937 in central Cuba, one of seven children in a poor family that cut sugar cane on a large estate. He told me in an interview in Miami earlier this year that when he first started cutting cane he was so small that his older brother had to throw the shoots onto the cart for him. By the time Castro took power, Mr. Rivera was 22 and married. That year a daughter was born. The young family lived in a small house Mr. Rivera had built himself.
Many peasants opposed Batista. When he fled, they celebrated. But they quickly recognized Castro’s ambitious plan to betray the revolution. Ironically it was the takeover of a large sugar plantation called Sierrita that confirmed their worst suspicions. Sierrita had been an excellent employer. The owners paid well and treated workers with dignity. Yet it was the first property seized in the area.
I wondered why Mr. Rivera had objected, since Castro was promising “social justice” for the poor. “I looked at that,” he said, referring to the confiscation of Sierrita, “and I said to myself, if he can do that to them, what future do I have?”
Mr. Rivera went into combat with other guajiros and alongside former Castro guerrillas who had fought in the Sierra Maestra to restore the constitutional democracy.
In his 1989 book, “And the Russians Stayed: The Sovietization of Cuba,” Cuban-born Nestor Carbonell uses the testimony of a former Castro intelligence officer to describe how the Soviets crushed the Escambray rebellion, which at one point numbered 8,000 insurgents. Castro had sent 12,000 soldiers and 80,000 militia to the region in late 1960, but they’d made no headway. So in January 1961 the Kremlin stepped in. It sent a contingent of Soviet coaches to a military compound near the city of Trinidad. That compound became a “KGB redoubt,” Mr. Carbonell explains. “From there, the Soviets secretly directed a major offensive to quash the insurgency.”
The operation mobilized 70,000 Cuban soldiers and 110,000 militia. They “uprooted most of the peasant families living in the area, and dragged them into concentration camps” in the far western part of the country. More than 1,800 prisoners were executed, according to Mr. Carbonell. “The obsessive goal was total extermination,” so the government forces “destroyed crops, burned huts and contaminated springs as they systematically combed the region for rebels or suspects.”
The U.S. made secretive attempts to get supplies to the resistance, but poor coordination hampered operations. When President John F. Kennedy withdrew support for the Bay of Pigs Invasion in April 1961, the U.S. also abandoned the Escambray. The rebels were outnumbered and outgunned but they did not give up easily. It wasn’t until 1965 that they were entirely defeated.
Mr. Rivera was captured in 1963, spent 25 years in prison, and was exiled in 1988. And the story of the Soviet campaign in Cuba to annihilate farmers and peasants—who rejected the collectivization of agriculture just as they had in Russia—never made it into popular culture.

Monday, November 20, 2017

¿QUÉ ES CAPITALISMO?

El Presidente Donald Trump acaba de concluir una gira de diez días por el Asia  y los principales medios de comunicación y comentaristas silencian los logros alcanzados en beneficio de la consolidación de los Estados Unidos como primera potencia mundial del mundo libre. 
Dialogó y persuadió a los líderes de China, Japón, Sud Corea e inclusive Rusia para que se presione aún más al dictador de Corea del Norte a que renuncie a su demencial programa nuclear y convino con todas las partes en renegociar las relaciones comerciales para eliminar el deficit contrario a los Estados Unidos.
Pero la batalla contra Trump por parte de demócratas y progresistas, que incluye a los republicanos del establishment, es implacable y persistente y no ceja pese a que ello perjudica a los intereses nacionales. Al silencio sobre la gira por Asia, se suma hoy el torpedeo al proyecto de reformar la ley tributaria, para simplificarla y reducir los gravámenes.
El corte de impuestos, dicen, aumentará la deuda pública. Nada dijeron en ocho años de gobierno de Obama, lapso en el cual se duplicó a 20 trillones de dólares dicha deuda. Rehuyen la discusión cuando se les explica que la baja de impuestos impulsará la producción y la riqueza, que es el método más eficaz para amortizar la deuda pública heredada.
A los demócratas progresistas en realidad no les interesa discutir, sino bloquear. Su mira, como lo han confesado, es modificar el capitalismo tal como está entendido e interpretado en la Constitución de la República, en reflejo de los postulados de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos de 1776.
Esos documentos, vienen de decir desde hace varias décadas, han perdido actualidad. Hay que modernizarlos y adaptarlos, afirman, a los postulados de “justicia social”, “igualación de resultados” y similares que, claro está, solo pueden míticamente alcanzarse, sin jamás conseguirse, mediante la supresión de las libertades.
El Diario The Wall Street Journal publica hoy un artículo de Andy Hessler, a quien no identifica, en el cual analiza en qué consiste el capitalismo y por qué es absurdo tratar de modificarlo, enmendarlo o disfrazarlo. Capitalismo es consustancial a la naturaleza humana, al mercado y a la libertad. Toda interferencia no justificada degenera el sistema.
Eso se observa aquí, en Europa, en el orbe entero y es causa del mayor o menor desarrollo de los pueblos. Obama y el progresismo comenzaron a inundar con trabas al sistema y frenaron el crecimiento de la economía al 2% en ocho años. Trump ha comenzado a eliminar dichas trabas y la economía crece ya a más del 3%. Más lo hará al aprobarse la reforma tributaria.
Del artículo de Hessler se destacan los párrafos finales que se reproducen seguidamente, con una versión al español. La nota íntegra está al final. Luego se transcribe el artículo de Anastasia O´Grady sobre la Venezuela a que alude Hessler, país donde el capitalismo no solo está en proceso de modificarse como quieren los demoprogresistas, sino de mutarse a  un capitalismo dictatorial de Estado, como el modelo cubano.  

He aquí los párrafos de Hessler: 

My advice? Drop the modifiers. There is only one type of capitalism that works, and it goes like this: Someone postpones consumption, invests his savings to produce a good or service, delights customers, generates profits, and then consumes and invests what’s left in further production. These profits are pure, generated from price signals between buyers and sellers, without favoritism from experts or elites. It isn’t hard to grasp.
Profit is the ultimate measure of value to consumers—and therefore to society. Consumers benefit from buying stuff, or else they would make it all themselves, and producers benefit from selling, or else business wouldn’t be worth the effort. Of similar value, profits go both ways. “Experts” who poke their noses in only mess with this fine balance. And who needs central planning when there’s the stock market, where theories melt and reality bites? Stock exchanges are the true consiglieres of capitalism, providing capital to ideas deemed worthy of it and starving the rest.
Most of this was once self-evident, but in 2017 capitalism is losing the mind-share game. Where does all this end up? For something scary, skip the next Stephen King clown movie. Instead read up on postcapitalism and progressive mutualism. It sounds like Venezuela.

(¿Mi consejo? Olvídense de los reformistas. Sólo hay un tipo de capitalismo que funciona y así es como opera: alguien posterga el consumo, invierte sus ahorros para producir un bien o un servicio, complace a sus clientes, genera utilidades y así consume e invierte lo que sobra en aumentar la producción. Estas utilidades son puras, generadas por las señales dadas por los precios entre compradores y vendedores, sin el favoritismo de los expertos o las elites. No es difícil de entender. 
La utilidad es la medida definitiva de valor para los consumidores y por ende para la sociedad. Los consumidores se benefician con la compra de objetos pues de otro modo los harían ellos mismos y los productores se benefician con las ventas; o de otro modo los negocios no valdrían el esfuerzo. Con esa medida, las utilidades sirven en las dos vías. Los “expertos” que meten sus narices en este ciclo solo echan a perder este fino equilibrio. ¿Y quién necesita de planeación central cuando hay una bolsa de valores, donde las teorías se funden y muerde la  realidad? Los intercambios de valores de la bolsa son los verdaderos consejeros del capitalismo, que proveen de capital a las ideas que realmente lo merecen y que dejan vacías al resto.
La mayoría de estos conceptos era otrora válida sin necesidad de demostración, pero en el 2017 el capitalismo está perdiendo el juego de las ideas. ¿A dónde irá a parar todo ésto? Para algo tenebroso evite ver la próxima película del payaso hecha por Stephen King. En lugar de ello lea sobre postcapitalismo y mutualismo progresistsa. Se parece mucho a como Venezuela.)


After the calamitous century between Russia’s October Revolution and Venezuela’s debt default last week, you might think socialism would be dead and buried. You’d be wrong: It’s capitalism that is back on the rack, being tortured and refitted according to the ideologies of its detractors. But be warned, when you modify the word “capitalism,” you are by definition misallocating capital. I call this fill-in-the-blank capitalism

Bernie Sanders offers a fine place to start. “Do I consider myself,” he asked at an October 2015 rally, “part of the casino capitalist process by which so few have so much and so many have so little?” (Emphasis mine.) Never mind that it was a progressive hero, Barney Frank, who said in 2003 that he wanted to “roll the dice a little bit more in this situation toward subsidized housing”— which helped lead to the financial crisis. Now Mr. Sanders wants to load the dice: Free college for all. Free Medicare for all. Free rations for all?
Al Gore, an ostensible environmentalist who made millions dealing with oil-rich Qatar, is no stranger to ideological modifications. On these pages in 2011, Mr. Gore co-wrote “A Manifesto for Sustainable Capitalism,” which demanded that markets integrate “environmental, social and governance (ESG) metrics throughout the decision-making process.” Yet messing with critical price signals through “ESG metrics” is exactly what would make capitalism unsustainable. See: Frank, Barney.



A 2014 Huffington Post headline declared “Let’s Make Capitalism a Dirty Word.” This was right around the time that “Capital in the Twenty-First Century,” the French economist Thomas Piketty’s now largely discredited book, was published in English. Mr. Piketty called for a tax on dynastic wealth because of “a strong comeback of private capital in the rich countries since 1970, or, to put it another way, the emergence of a new patrimonial capitalism.” Tell that to Mark Zuckerberg and Larry Page, self-made billionaires who weren’t even alive in 1970.
Nobel Prize winner Joseph Stiglitz tried to one-up Mr. Piketty, complaining in a 2014 article for Harper’s magazine about “phony capitalism.” But he offered a remedy! “A well-designed tax system can do more than just raise money—it can be used to improve economic efficiency and reduce inequality.” Messrs. Stiglitz and Piketty and all the modern-day central planners will no doubt gladly make the economic decisions needed to right the ship after they have sunk it.
The conspiracy theorist and occasional filmmaker Oliver Stone was at the July 2016 Comic-Con to promote his film “ Edward Snowden. ” Speaking to the cosplay crowds, he got nervous about the augmented-reality game Pokémon Go. “It’s what some people call surveillance capitalism,” he warned. “You’ll see a new form of, frankly, a robot society, where they will know how you want to behave.” He was borrowing the term from Shoshana Zuboff, a Harvard Business School professor—another strike against getting an M.B.A.
Much of this technocratic tinkering started with the 20th-century economist John Maynard Keynes, who called for government intervention in the economy to end a depression caused by government. He envisioned economists in control, running the economy. In “The General Theory of Employment, Interest and Money” (1936), his inner socialist comes out. “I conceive, therefore, that a somewhat comprehensive socialisation of investment will prove the only means of securing an approximation to full employment.”
It never ends. In 2012, Britain’s then-Prime Minister David Cameron talked about “socially responsible and genuinely popular capitalism” and blamed Labour for “turbo capitalism.” Whole Foods CEO John Mackey touts “conscious capitalism.” Postdocs in Che T-shirts whine about late capitalism over $6 soy lattes. China practices state-directed capitalism. The jury is still out.
My advice? Drop the modifiers. There is only one type of capitalism that works, and it goes like this: Someone postpones consumption, invests his savings to produce a good or service, delights customers, generates profits, and then consumes and invests what’s left in further production. These profits are pure, generated from price signals between buyers and sellers, without favoritism from experts or elites. It isn’t hard to grasp.
Profit is the ultimate measure of value to consumers—and therefore to society. Consumers benefit from buying stuff, or else they would make it all themselves, and producers benefit from selling, or else business wouldn’t be worth the effort. Of similar value, profits go both ways. “Experts” who poke their noses in only mess with this fine balance. And who needs central planning when there’s the stock market, where theories melt and reality bites? Stock exchanges are the true consiglieres of capitalism, providing capital to ideas deemed worthy of it and starving the rest.
Most of this was once self-evident, but in 2017 capitalism is losing the mind-share game. Where does all this end up? For something scary, skip the next Stephen King clown movie. Instead read up on postcapitalism and progressive mutualism. It sounds like Venezuela.
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El artículo de O'Grady:

There’s something vaguely uplifting about the house arrest of Zimbabwe dictator Robert Mugabe last week. But it’s depressing to think that he hung onto power for 37 years, despite hyperinflation and famine in an African nation that was once a major food producer for the continent. 
Ronald Reagan believed that “what is right will always eventually triumph,” but Zimbabwe is proof that it can take a long time. So too is Venezuela, which is experiencing its own Zimbabwean meltdown with no electoral way out. 
Venezuelan shortages of everything are widely acknowledged. But there is less recognition that strongman Nicolás Maduro is using control of food to stamp out opposition. Hyperinflation has shriveled household budgets and the government has taken over food production and distribution. Most damning is evidence that access to government rations has become conditional on Maduro’s good favor. 



The hardship is killing and deforming children. But Cuba, which runs the Maduro intelligence apparatus, also endorses it. Holding power trumps all. 
Maduro took the helm in Venezuela after the March 2013 death of Hugo Chávez. Over 14 years Chávez had destroyed property rights and civil liberties and greased the monetary printing press. But $100 per barrel oil covered his multitude of sins. 
Now the global crude price has been cut in half and the Chávez mess is exposed. The central bank’s net hard-currency reserves have fallen below $1 billion. Last week Miraflores Palace missed deadlines for interest payments on two sovereign debt issues and one bond issued by the national oil company PdVSA. Triple-digit inflation is spiraling. 
Outside the country many are asking why the popular rebellion, which was significant in July, has gone quiet. The answer may be in the government’s skillful use of hunger as much as imprisonment to quash dissent. 
Last week the newspaper El Nacional reported on a “food emergency forum” held by Amnesty International in Caracas. One participant was Maritza Landaeta, coordinator of the Caracas-based nonprofit Bengoa, which has worked to aid Venezuelans in food and nutritional needs since 2000. In describing the crisis, Ms. Landaeta shared the grim reality facing many mothers: “They say their children cry all day and they can only give them water. They are dying.”
Ms. Landaeta said some communities are experiencing undeniable “famine” and that in some parts of the country 50% of the children have left school because of hunger. According to the website El Estímulo Ms. Landaeta also reported that household surveys in the Baruta neighborhood of Caracas found that since the beginning of 2016 residents have lost, on average, more than 30 pounds. In September El Nacional reported that a study in 32 parishes in the states of Vargas, Miranda and Zulia by the Catholic aid organization Caritas Venezuela found that 14.5% of children under five are suffering either from moderate or severe malnutrition. This is no accident. 
Inflation has stripped Venezuelans of purchasing power. The minimum monthly salary is now 456,507 bolivars, which on Nov. 15 was equal to about $8. A year ago the monthly minimum was 90,812 bolivars or about $21. Obviously imported food is unaffordable for most Venezuelan families.
The breakdown of domestic production is not new. But it has worsened in the past two years. Without hard currency, farm equipment cannot be serviced and seeds cannot be imported. Price controls make it hard for local producers to earn a profit. 
The dictatorship increasingly controls what food there is. Dollars from oil exports go only to the state, which uses them to import. It also confiscates, at will, farm production and the output of agricultural processors. It plans to use the capital freed up by a restructuring of $3 billion in debt held by Moscow to buy Russian wheat. The government is forcing the use of debit and credit cards by withholding cash. This allows it to monitor all commerce and it saves on the costly importation of plane loads of new bills. 
Venezuelans face risks if they complain. Last week the government announced that anyone who “incites hatred, discrimination or violence” against another, for their politics, faces 10-20 years in jail. The threat of jail, or worse, has already caused a retreat from the streets. This new law, which includes social media, will further chill speech. 
Hunger has much the same effect because government rations are crucial for survival. Food supplied by the military-run Local Committee for Supply and Production—known by its Spanish initials CLAP—is not enough to live on. But it’s a subsidy that makes a big difference to families. 
To receive the rations, Venezuelans must carry the Carnet de la Patria, a government-issued license only available to those approved by the regime. As Ms. Landaeta bravely explained, “Food is controlled and votes are bought, food is used as a political weapon and is at the center of the hurricane.”