Wednesday, September 28, 2016

¿DEFERENCIAS CON LOS CLINTON?

Fue un error táctico de Donald Trump, en el debate con Hillary Clinton la noche del lunes pasado, no descargar todas sus baterías contra su rival, aconsejado acaso para que no aparezca “temperalmente muy violento”.
En lo sustantivo, ganó el debate pero inclusive entre sus partidarios quedó la frustración de que pudo demoler a Hillary exhibiéndola como lo que es, una política profesional con más de treinta años de experiencia basada en la mentira y el usufructo de la función pública.
Cuando Hillary le acusó a Donald de sexista y de insultar a la mujer, él se abstuvo de recordar que ella es el peor ejemplo de maltrato a los seres de su género. Su cónyuge, Bill, ha tenido incontables meretrices y ella no solo que nunca le pidió el divorcio sino que lo encubrió e insultó a sus amantes.
El peor incidente fue el ultraje a la dignidad del ejercicio de la Presidencia de la República, cuando Bill Clinton tuvo sexo con Mónica Lewinsky en la Oficina Oval y mintió acerca de ello bajo juramento. La interpelación en el Congreso no prosperó pero fue luego despojado de su derecho a ejercer la profesión de abogado, por perjuro.
Si Hillary, por respeto a sí misma, a su condición de mujer y a la institución del matrimonio lo hubiese abandonado, terminaba su carrera política. Pero su trampolín fue siempre Bill con la meta de llegar a la Casa Blanca. Trump no destacó nada de esta realidad, según explicó porque en el auditorio se hallaban su esposo multiadúltero y su hija Chelsea. 
Gran equivocación. Con los Clinton no caben cortesías. Es una pareja sin escrúpulos que recurre a cualquier artimaña para acumular poder en la burocracia, en la que se han involucrado tras egresar de las universidades. Hay versiones documentadas de personas que han perdido la vida al intentar interponerse en sus ambiciones.
La conducta de los Clinton es comparable a la de la mafia y ha sido el propio Trump quien ha dicho que con ese tipo de enemigos no cabe transacción alguna, peor gestos de cortesía. Para el caso del jihad y el terrorismo en general, la contención no es sustitutiva de la victoria. Con Hillary, la derrota completa debió haberse dado con en el primer debate.
Aún hay dos debates antes de los comicios del 8 de noviembre y se espera que Trump sea más Trump en el trato a Hillary, estén o no en el auditorio Bill y Chelsea. No tiene que referirse a las infidelidades de su marido en forma grotesca o insultante, pero si de modo claro y factual, de suerte que se esclarezca el verdadero carácter de la pareja.
Y si el moderador o moderadora de los próximos debates se inclinan, como se espera, en favor de Hillary, Donald tendrá que forzar el curso del diálogo hacia temas trascendentes que se eludieron en el primer dabate, tales como la tragedia de Benghazi, la inmigración ilimitada de ilegales, la deuda pública duplicada con Obama, el aumento de la criminalidad y el aborto y, por cierto, el escándalo de los email.
El moderador minimizó este tópico, al que se refirió Trump. Es clave, pues resume la personalidad mentirosa y peligrosa de Hillary, que es la primera candidata (o candidato) presidencial sujeta a investigación presidencial criminal por 16 meses en plena campaña, con la protección y amparo del jefe de la Casa Blanca y del FBI.
Habrá que volver también a la afirmación de Hillary de que se debe reeducar a los policías blancos para que maten a menos negros. Trump le replicó que hay que restaurar la vigencia de The Rule of Law, que todos los ciudadanos son iguales ante la ley, que es inconstitucional conceder privilegios a unos, por ser negros, para cumplir la ley.
Si Bill Clinton y Hillary están inmersos en problemas con los emails y con el manejo de la Fundación Clinton y similares, es porque no se han sujetado a la Ley. Si los Estados Unidos se han convertido en la nación más próspera en la Historia es porque durante 240 años se han respetado la Constitución y las leyes. Los que inmigran provienen de países que en su mayoría se han corrompido por irrespeto a las leyes.
Por casi ocho años ha gobernado este país por primera vez un mulato y Obama, muy lejos de alentar los esfuerzos hacia la integración racial que predicaba Martin Luther King, ha acentuado la discrimnación y el odio hacia los blancos, alimentando el deseo aburdo de “reparaciones”, de lo que acaba de hacerse eco un comité de las Naciones Unidas.
Un museo de la Cultura Negra en Estados Unidos acaba de inaugurarse en Washingont D.C. y Obama le ha aconsejado a Trump que lo visite, para que aprenda sobre la esclavitud en este país. El primero en hacerlo debe ser él, que no tiene ningún ancestro de esclavos pues su padre negro fue de Kenya y su madre blanca de Kansas. 
Un personaje muy ilustrado, negro, revela la verdad sobre el tráfico de los esclavos hacia las Américas. Los artífices fueron musulmanes, dice. Los negros encontraron la libertad en América, no en África. Don King, el promotor de boxeo de Mohamed Alí, dijo al pisar suelo africano: “cuánto me alegra que mis antecesores viajaron en esos barcos y no se quedaron aquí...”
Con Hillary en la Casa Blanca, continuaría el régimen de mentiras y corrupción de Obama. La gente no lo quiere, prefiere la alternativa más diáfana y promisoria de Donald Trump. En los dos próximos debates y en lo que resta de campaña, Trump tiene que figurar como lo que es: ganador total, sin concesiones de género ni apariencias cortesanas.

Wednesday, September 21, 2016

NO HAY JIHADISMO SIN ISLAM

No solo los Estados Unidos sino Europa y gran parte del mundo occidental e inclusive naciones practicantes de la religión musulmana siguen siendo víctimas del despiadado terrorismo de los radicales islámicos que Obama pretende soslayar.
Desde que asumió el mando en el 2009 una de sus misiones primordiales ha sido la promoción del Islam, religión a la que se adhirió en su infancia en Indonesia y que califica de “religión de la paz” pretendiendo  compararla con la religión cristiana que dice ahora profesar.
Con adulteración de la historia, Obama sostiuene que el Corán y la Biblia fueron por igual inspiradores de esta nación, cuando los hechos denotan lo contrario. Los musulmanes árabes más bien han sido sus enemigos desde inicios del siglo XIX cuando asaltaban los navíos comerciales en el Mediterráneo obligando a Jefferson a bombardearlos.
Insiste Obama en que el terrorismo de los radicales musulmanes no se originan en el Islam por lo que ha dictado órdenes expresas y tácitas para que así lo entiendan sus subalternos, desde quienes dirigen el FBI y la CIA hasta los mandos medios y menores del Home Land Security, Policía y demás.
Ello explica los errores en la prevención de los actos terroristas que se han cometido en su gobierno, pese a las alertas recibidas por las agencias de seguridad. Tales los casos de Boston, Orlando, San Bernardino y los recientes en Nueva York y Nueva Jersey. El FBI sabía de la amenaza pero no actuó, porque hacerlo habría sido “políticamente incorrecto”.
En el caso de la maratón de Boston, sus autores rusos estaban en la lista de peligrosos y las autoridades de Rusia lo advirtieron a colegas de esa ciudad. Nada hicieron. Iguales datos había de la pareja asesina que actuó en San Bernardino y en los bombazos en NY y Nueva Jersey, fue el propio padre del autor quien lo denunció oportunamente al FBI.
Si los jihadistas o radicales islámicos no son musulmanes ni se inspiran en esta “religión de la paz” para acosar a Occidente ¿qué son? Como lo dijo el general  Michael Flynn, quien asesora al candidato presidencial Donadl D. Trump, no se ha oído a ningún de estos terroristas gritar “Jesucristo” antes de los atentados, sino Allahu Akbar o sea “Dios (Alá) es grande”. 
El Islam no es una religión de la paz. No busca difundir su credo por medio de la persuasión, como la Católica y similares, sino por la fuerza y con amenazas. Los infieles son vistos como enemigos de la fé y si se resisten a la conversión o al pago de tributos, son ajusticiados. Lo han hecho a lo largo de la historia desde el siglo VII y lo siguen haciendo.
Para Trump, a diferencia de Obama y Hillary Clinton, la situación es clara. La guerra del Islam contra Occidente y el mundo judeocristiano sigue en pie desde los años 600 y pese a las derrotas que sufrieron en Lepanto, en Castilla y más recientemente en el Medio Oriente, el terrorismo se ha acrecentado gracias al derrotismo de Obama que permitió el surgimiento del ISIS y el rearme de Irán.
Estamos en guerra con el terrorismo radical, afirma Trump y tenemos que ganarla, comenzando por identificar al enemigo como tal, sin rodeos como lo hacen Obama y Hillary Clinton. Y diseñando y armando un plan político y militar para alcanzar la victoria, con aliados donde los haya, incluyendo  a Rusia como ocurrió en la II Guerra Mundial.
George W. Bush reaccionó al ataque del 9/11 atacando a Afganistán e Irak, pero no culminó con la victoria. El enemigo sigue sembrando la muerte por todas partes tras quince años de inmensas pérdidas humanas y económicas. Obama no ha querido ganar, ha preferido ceder. Y continuar liberando a los más peligrosos terroristas o “enemigos combatientes” que aún quedan en Guantánamo.

Hillary luce cada vez más enferma, acaso con Parkinson. Si por alguna circunstancia llega de todos modos a ganar en noviembre, habría otros cuatro años más de “progresismo”, lo caual en materia de terrorismo significaría capitulación. El Mundo Libre necesita otra clase de liderazgo para evitarlo y la mayoría de ciudadanos no ve otra alternativa que Donald Trump.

Monday, September 19, 2016

VICTIMIZACIÓN Y RACISMO

La candidatura de Hillary Clinton languidece con el curso de las horas y los demócrata/progresistas que la respaldan recurren a cualquier medio para intentar impedir su desplome total frente al republicano Donald Trump.
Su última maniobra fue resucitar la polémica sobre las dudas acerca del certificado de nacimiento de Barack Hussein Obama, surgidas en el 2008 en la dirigencia de la campaña de Hillary Clinton, cuando en ese año quiso llegar a la Casa Blanca y fracasó.
Obama es un ser misterioso, nacido en 1961 de una madre blanca de 18 años de edad, de Kansas y un ciudadano negro de Kenya, siete años mayor que ella. La madre se divorció, casó con un indonesio y allí su hijo adoptó oficialmente el nombre de Barry Soetoro y la ciudadanía indonesia.
Según la ley, la madre de Obama no completó el número de años mínimo para trasladar la ciudadanía norteamericana a su hijo y éste nunca cambió oficialmente su nombre por el anterior de Barack Hussein. Éstas y otras incógnitas quiso Donald Trump que se esclarezcan, no como político sino como ciudadano común.
A insistencia suya, Obama presentó un certificado de nacimiento expedido en Hawaii que inmediatamente los expertos lo escrutaron y afirmaron que era fraudulento. También presentaron pruebas de que su certificado de Seguridad Social, equivalente a Cédula de Identidad, era falso y expedido sin explicación en Connecticut.
Ningún ciudadano está autorizado a revisar la historia de Obama a su paso por colegios y universidades, pues todos los documentos están sellados, lo que contrasta con todos los candidatos presidenciales precedentes. ¿Qué es lo que quieren ocultar? Se especula que obtuvo becas para estudiar en calidad estudiante extranjero.
Cuando el gobierno de Obama exhibió el certificado de nacimiento por tanto tiempo retenido, Trump probablemente fue informado de que era falso. Pero decidió aceptarlo y dar por terminada su participación en el problema. Acaso no por convicción, sino por conveniencia política. Como acaba de hacerlo esta vez, a presión de los medios pro Hillary.
¿Qué esperaban jadeantes los medios el viernes pasado? Los mantuvo en expectativa y tras obligarlos a transmitir elogiosos respaldos de varios generales condecorados a su candidatura, anunció: “Hillary inició las dudas sobre el nacimiento de Obama y yo puse punto final. Gracias”.
Hay periodistas que critican a Trump porque no pidió excusas a Obama por haber dudado de su ciudadanía. Son los mismos que encubren a Hillary por sus mentiras que se remontan a 30 años de acompañar en la vida política a Bill Clinton, que si bien se salvó de la censura del Congreso por perjuro, perdió el derecho a ejercer la abogacía por ese delito.
Si Trump gana la Presidencia en las elecciones del 8 de noviembre,  dentro de 50 días, es posible que se resucite o active una demanda de deportación contra Barack Hussein Obama por infracciones contra la Constitución y leyes relativas a la ciudadanía y a los requisitos para ser elegido presidente o vicepresidente de este país. El alegato, presentado en octubre del 2014, contiene documentos de respaldo y videos probatorios de las adulteraciones. Se lo puede observar en este link o enlace,
Muchos alineados con Hillary y el progresismo izquierdista/utopista afirman que dudar sobre Obama es “racista”. Que quienes lo atacan lo hacen porque él es negro. Falso. El móvil es la búsqueda de la verdad y el respeto a la Constitución y las leyes. Quienes citan ese argumento son los que han explotado el complejo de “víctima” en los negros, lo que obstruye su completa asimilación y progreso en la comunidad.
Los blancos de ahora no son los blancos de ayer que compraron esclavos negros para las plantaciones del Sur. Los negros de hoy no son los de ayer que fueron esclavizados sin resistencia, con la connivencia de otros negros que lucraban igual que los blancos en ese negocio. Esos negros esclavos y eso blancos esclaivizadores son historia, es algo del pasado que no se puede revisar ni modificar, aparte de lamentar.
600.000 blancos murieron en la Guerra Civil para dar fin con la esclavitud negra y fue una mayoría de blancos la que eligió a Obama en el 2008 y lo reeligió en el 2012. Obama, en lugar de exhortar a dejar de lado la actitud revanchista, revisionista y victimizante sobre el pasado esclavista, para mejor aprovechar la abundancia de bienes a la que pueden acceder en una sociedad libre, ha atizado el odio racial.
Prager University ha divulgado un videoclip sobre el tema. Demuestra que la actitud de víctima necesita un culpable. Se siente atado, sin poder liberar su fuerza interior para competir y surgir por si mismo. Quienes han superado ese complejo alcanzan posiciones superiores en el arte, los deportes, los negocios, la política. 
Obama y los progresistas prefieren mantenerlos como víctimas, como ciudadanos de segunda clase que necesitan de una protección extra, del Estado por cierto. Para ello los subsidios, los food stamps, la “guerra” contra la pobreza, que es “guerra” contra los “ricos” que jamás se gana con esos métodos. 

Es por ello que los demócratas necesitan de los votos de los negros cada dos y cuatro años. Para robustecer más al Ejecutivo y a la Presidencia y continuar debilitando hasta la extinción a la Constitución de este país y los principios que sustentan, la Declaración de la Independencia de 1776. La candidata Hillary quiere acelear el proceso destructivo, Trump revertirlo.

VICTIMIZACIÓN Y RACISMO

La candidatura de Hillary Clinton languidece con el curso de las horas y los demócrata/progresistas que la respaldan recurren a cualquier medio para intentar impedir su desplome total frente al republicano Donald Trump.
Su última maniobra fue resucitar la polémica sobre las dudas acerca del certificado de nacimiento de Barack Hussein Obama, surgidas en el 2008 en la dirigencia de la campaña de Hillary Clinton, cuando en ese año quiso llegar a la Casa Blanca y fracasó.
Obama es un ser misterioso, nacido en 1961 de una madre blanca de 18 años de edad, de Kansas y un ciudadano negro de Kenya, siete años mayor que ella. La madre se divorció, casó con un indonesio y allí su hijo adoptó oficialmente el nombre de Barry Soetoro y la ciudadanía indonesia.
Según la ley, la madre de Obama no completó el número de años mínimo para trasladar la ciudadanía norteamericana a su hijo y éste nunca cambió oficialmente su nombre por el anterior de Barack Hussein. Éstas y otras incógnitas quiso Donald Trump que se esclarezcan, no como político sino como ciudadano común.
A insistencia suya, Obama presentó un certificado de nacimiento expedido en Hawaii que inmediatamente los expertos lo escrutaron y afirmaron que era fraudulento. También presentaron pruebas de que su certificado de Seguridad Social, equivalente a Cédula de Identidad, era falso y expedido sin explicación en Connecticut.
Ningún ciudadano está autorizado a revisar la historia de Obama a su paso por colegios y universidades, pues todos los documentos están sellados, lo que contrasta con todos los candidatos presidenciales precedentes. ¿Qué es lo que quieren ocultar? Se especula que obtuvo becas para estudiar en calidad estudiante extranjero.
Cuando el gobierno de Obama exhibió el certificado de nacimiento por tanto tiempo retenido, Trump probablemente fue informado de que era falso. Pero decidió aceptarlo y dar por terminada su participación en el problema. Acaso no por convicción, sino por conveniencia política. Como acaba de hacerlo esta vez, a presión de los medios pro Hillary.
¿Qué esperaban jadeantes los medios el viernes pasado? Los mantuvo en expectativa y tras obligarlos a transmitir elogiosos respaldos de varios generales condecorados a su candidatura, anunció: “Hillary inició las dudas sobre el nacimiento de Obama y yo puse punto final. Gracias”.
Hay periodistas que critican a Trump porque no pidió excusas a Obama por haber dudado de su ciudadanía. Son los mismos que encubren a Hillary por sus mentiras que se remontan a 30 años de acompañar en la vida política a Bill Clinton, que si bien se salvó de la censura del Congreso por perjuro, perdió el derecho a ejercer la abogacía por ese delito.
Si Trump gana la Presidencia en las elecciones del 8 de noviembre,  dentro de 50 días, es posible que se resucite o active una demanda de deportación contra Barack Hussein Obama por infracciones contra la Constitución y leyes relativas a la ciudadanía y a los requisitos para ser elegido presidente o vicepresidente de este país. El alegato, presentado en octubre del 2014, contiene documentos de respaldo y videos probatorios de las adulteraciones. Se lo puede observar en este link o enlace,
Muchos alineados con Hillary y el progresismo izquierdista/utopista afirman que dudar sobre Obama es “racista”. Que quienes lo atacan lo hacen porque él es negro. Falso. El móvil es la búsqueda de la verdad y el respeto a la Constitución y las leyes. Quienes citan ese argumento son los que han explotado el complejo de “víctima” en los negros, lo que obstruye su completa asimilación y progreso en la comunidad.
Los blancos de ahora no son los blancos de ayer que compraron esclavos negros para las plantaciones del Sur. Los negros de hoy no son los de ayer que fueron esclavizados sin resistencia, con la connivencia de otros negros que lucraban igual que los blancos en ese negocio. Esos negros esclavos y eso blancos esclaivizadores son historia, es algo del pasado que no se puede revisar ni modificar, aparte de lamentar.
600.000 blancos murieron en la Guerra Civil para dar fin con la esclavitud negra y fue una mayoría de blancos la que eligió a Obama en el 2008 y lo reeligió en el 2012. Obama, en lugar de exhortar a dejar de lado la actitud revanchista, revisionista y victimizante sobre el pasado esclavista, para mejor aprovechar la abundancia de bienes a la que pueden acceder en una sociedad libre, ha atizado el odio racial.
Prager University ha divulgado un videoclip sobre el tema. Demuestra que la actitud de víctima necesita un culpable. Se siente atado, sin poder liberar su fuerza interior para competir y surgir por si mismo. Quienes han superado ese complejo alcanzan posiciones superiores en el arte, los deportes, los negocios, la política. 
Obama y los progresistas prefieren mantenerlos como víctimas, como ciudadanos de segunda clase que necesitan de una protección extra, del Estado por cierto. Para ello los subsidios, los food stamps, la “guerra” contra la pobreza, que es “guerra” contra los “ricos” que jamás se gana con esos métodos. 

Es por ello que los demócratas necesitan de los votos de los negros cada dos y cuatro años. Para robustecer más al Ejecutivo y a la Presidencia y continuar debilitando hasta la extinción a la Constitución de este país y los principios que sustentan, la Declaración de la Independencia de 1776. La candidata Hillary quiere acelear el proceso destructivo, Trump revertirlo.

Monday, September 12, 2016

A 15 AÑOS DEL 9/11

Los oradores insisten en que los Estados Unidos y el mundo cambiaron tras el ataque terrorista a las Torres Gemelas y el Pentágono el 11 de septiembre del 2001, cuando fueron asesinadas casi 3.000 personas y centenares quedaron heridas o enfermas de muerte.
Es verdad que los Estados Unidos cambiaron. Pero ¿en qué cambiaron? Nadie discrepa que se trató del peor acto de guerra en contra de este país desde el bombardeo del Japón en 1941 a Pearl Harbor. La reacción entonces fue declarar la guerra contra el agresor y el Eje, hasta derrotarlo.
La victoria definitiva y sin condiciones se selló en 1945, resultado de una alianza comandada por los Estados Unidos con Gran Bretaña y la Unión Soviética. Los países del Eje (Alemania, Japón e Italia) fueron ocupados y los asignados a la tutela no moscovita recibieron ayuda y prosperaron en libertad, en tanto que la URSS subyugó a sus satélites tras la Cortina de Hierro.
El imperio comunista buscó extender su dominio más allá de la Cortina y lo hizo mediante la subversión o la invasión como en Corea y Vietnam. Pero el mundo libre encabezado por Washington, si bien tuvo las agallas para lanzar las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki para terminar con la guerra desatada por Japón, no demostró el mismo coraje en Corea.
Cuando la invasión chino/soviética allí ya estaba doblegada y bastaba un golpe de fuerza final por parte de las tropas del general MacArthur, Truman lo destituyó y cedió al armisticio. Corea se dividió en dos: la del norte, dominada por los invasores, aniquiló las libertades inidividuales y hoy es potencia nuclear. La del sur se abrió a la libertad y el progreso económico y es una potencia industrial.
Años más tarde se repitió la invasión sino/soviética en Vietnam cuando el espíritu derrotista de los Estados Unidos se había enraizado aún más. Con ayuda de los medios de comunicación se pintó un cuadro distorsionado de lo que sucedía en los campos de batalla. Cuando el enemigo estaba por capitular, el Congreso cortó los fondos de defensa y advino la vergonzosa derrota.
Si vas a la guerra, decía el general Dougal MacArthur (y lo diría cualquier soldado y ciudadano con sentido común), tienes que ir sin otro objetivo que ganarla. Estados Unidos no han ganado una guerra (jamás provocada por este país) desde 1945, incluída la Guerra del Golfo cuando George H Bush dejó en vilo al causante de la invasión a Kuwait, Saddam Hussein de Irak.
Su hijo, George W Bush, invadió a Afganistán que albergó a los atacantes del 9/11 y luego al Irak, porque los informes de inteligencia disponibles indicaban que Hussein tenía armas químicas y acaso nucleares para atacar a sus vecinos y a Occidente. Más tarde se probó que no había tales armas, pero Hussein fue ajusticiado con la pensa de muerte.
No obstante, el enemigo causante de la tragedia del 9/11 no fue derrotado. Al contrario, la guerra declarada por el terrorismo islámico sigue causando estragos en todo el mundo. Bush hizo un intento por recuperar terreno en la contienda, pero en el 2011 su sucesor Obama lo deshizo todo al ordenar el retiro de tropas y la entrega de armas a los insurgentes.
Surgió el califato ISIS desde donde se operan los ataques terroristas en el Medio Oriente, Noráfrica, Europa, Asia y los Estados Unidos.  Obama y su Secretaria de Estado Hillary Clinton agravaron la situación al rehabilitar al Irán como potencia económica y pronto nuclear, asignándole billones de dinero en efectivo contra toda ley. Irán está clasificado internacionalmente como el mayor promotor del terrorismo global.
Si Truman hubiese permitido al general MacArthur la victoria en Corea, la tiranía septentrional de la península no habría existido. Y Kennedy no habría dado el traspiés en Cuba con la Bahía de Cochinos para acabar con la naciente tiranía castrista. Si prevalecía la doctrina de la victoria militar en Vietnam, el avance comunista habría fracasado sin su genocidios en esa península y en Laos.
Como resultado de un falso sentimiento de culpabilidad alimentado por los “progresistas”, Estados Unidos ya no quiere ganar las guerras. Aunque la URSS se disolvió, en esa gente está vívida la utopía, ahora traducida en globalidad. 70 años de comunismo en la URSS y la China de Mao, con sacrificio de las libertades y las vidas de centenas de millones de seres humanos, no produjeron el hombre feliz. Como tampoco con Hitler.
Ahora se pretende lograrlo con el globalismo sin fronteras, regulado por los más sabios en finanzas, en conducta, en manejo del ambiente, en gustos y preferencias de la gente, según se explica en este artículo de este enlace. Pero comienzan a surgir las disidencias. En Europa la clarinada fue el triunfo del Brexit. Aquí en los Estados Unidos es Donald Trump y ya hay imitadores que se multiplican por doquier.

Si fracasa esta tendencia liberadora, se cumplirían profecías como las de C.S. Lewis que hablaba de “The Abolition of Man”, esto es, de la abolición del Hombre como ser pensante y libre, para ser sustituido por una masa de robots anónimos y autómatas. A continuación del artículo que escribió en el diario The Wall Street Journal el ex-Vicepresidente Dick Cheney con su hija Liz, aspirante a la Cámara de Representantes del Congreso por el Estado de Wyoming:

September 11, 2001, in New York.ENLARGE
September 11, 2001, in New York. PHOTO: GAMMA-RAPHO/GETTY IMAGES
Fifteen years ago this Sunday, nearly 3,000 Americans were killed in the deadliest attack on the U.S. homeland in our history. A decade and a half later, we remain at war with Islamic terrorists. Winning this war will require an effort of greater scale and commitment than anything we have seen since World War II, calling on every element of our national power. 
Defeating our enemies has been made significantly more difficult by the policies of Barack Obama. No American president has done more to weaken the U.S., hobble our defenses or aid our adversaries. 
President Obama has been more dedicated to reducing America’s power than to defeating our enemies. He has enhanced the abilities, reach and finances of our adversaries, including the world’s leading state sponsor of terror, at the expense of our allies and our own national security. He has overseen a decline of our own military capabilities as our adversaries’ strength has grown. 
Our Air Force today is the oldest and smallest it has ever been. In January 2015, then-Army Chief of Staff Gen. Ray Odierno testified that the Army was as unready as it had been at any other time in its history. Chief of Naval Operations Adm. Jonathan W. Greenert testified similarly that, “Navy readiness is at its lowest point in many years.” 
Nearly half of the Marine Corps’ non-deployed units—the ones that respond to unforeseen contingencies—are suffering shortfalls, according to the commandant of the Corps, Gen. Joseph F. Dunford Jr. For the first time in decades, American supremacy in key areas can no longer be assured.
The president who came into office promising to end wars has made war more likely by diminishing America’s strength and deterrence ability. He doesn’t seem to understand that the credible threat of military force gives substance and meaning to our diplomacy. By reducing the size and strength of our forces, he has ensured that future wars will be longer, and put more American lives at risk. 
Meanwhile, the threat from global terrorist organizations has grown. Nicholas Rasmussen, director of the National Counterterrorism Center, told the House Homeland Security Committee in July that, “As we approach 15 years since 9/11, the array of terrorist actors around the globe is broader, wider and deeper than it has been at any time since that day.” Despite Mr. Obama’s claim that ISIS has been diminished, John Brennan,Mr. Obama’s CIA director, told the Senate Intelligence Committee in June that, “Our efforts have not reduced the group’s terrorism capability or global reach.” 
The president’s policies have contributed to our enemies’ advance. In his first days in office, Mr. Obama moved to take the nation off a war footing and return to the failed policies of the 1990s when terrorism was treated as a law-enforcement matter. It didn’t matter that the Enhanced Interrogation Program produced information that prevented attacks, saved American lives and, we now know, contributed to the capture and killing of Osama bin Laden. Mr. Obama ended the program, publicly revealed its techniques, and failed to put any effective terrorist-interrogation program in its place. 
We are no longer interrogating terrorists in part because we are no longer capturing terrorists. Since taking office, the president has recklessly pursued his objective of closing the detention facility at Guantanamo by releasing current detainees—regardless of the likelihood they will return to the field of battle against us. Until recently, the head of recruitment for ISIS in Afghanistan and Pakistan was a former Guantanamo detainee, as is one of al Qaeda’s most senior leaders in the Arabian Peninsula. 
As he released terrorists to return to the field of battle, Mr. Obama was simultaneously withdrawing American forces from Iraq and Afghanistan. He calls this policy “ending wars.” Most reasonable people recognize this approach as losing wars. 
When Mr. Obama took the oath of office on Jan. 20, 2009, Iraq was stable. Following the surge ordered by President Bush, al Qaeda in Iraq had largely been defeated, as had the Shiite militias. The situation was so good that Vice President Joe Biden predicted, “Iraq will be one of the great achievements of this administration.” 
Today, Iraq’s border with Syria has been erased by the most successful and dangerous terrorist organization in history. ISIS has established its “caliphate” across a large swath of territory in the heart of Syria and Iraq, from which it trains, recruits, plots and launches attacks. 
On Aug. 20, 2012, Mr. Obama drew a red line making clear he would take military action if Syrian President Bashar Assad used chemical weapons. A year later, Mr. Assad launched a sarin-gas attack on his own people in the suburbs of Damascus. Mr. Obama did nothing—a failure that destroyed America’s credibility and strengthened the hand of our adversaries. 
We now know that the president’s refusal to act came as the Iranians and the U.S. were engaged in secret talks about Iran’s nuclear program. In his new book, “The Iran Wars,” Wall Street Journal correspondent Jay Solomon writes that according to Iranian sources, “Tehran made it clear to the American delegation that the nuclear negotiations would be halted if the U.S. went ahead with its attack on Assad.” The Iranians were now in the driver’s seat, not just regarding their own policy in the Middle East, but in determining America’s.
President Obama and Secretaries of State Hillary Clinton and John Kerry were so concerned with pleasing Iran’s ruling mullahs that they were willing to overlook the American blood on Iranian hands and decades of Iran’s activities as the world’s leading state sponsor of terror. In pursuit of the nuclear deal, they made concession after dangerous concession.
Every promise made to the American people about the Obama nuclear agreement has been broken. We were promised a “world-class” verification process. Instead, the Iranians are allowed in key instances to verify themselves. 
We were promised the agreement would “block every pathway” to an Iranian nuclear weapon. Instead, the Obama-Clinton agreement virtually guarantees an Iranian nuclear weapon, gives them access to the latest in centrifuge technology and will likely usher in a nuclear arms race across the Middle East. 
We were promised that non-nuclear sanctions, including those that block Iran’s access to hard currency and our financial systems, would remain in place. Instead, the Obama administration has paid the mullahs at least $1.7 billion in cash, which includes at least $1.3 billion in U.S. taxpayer money, the first installment of which was ransom for the release of American hostages.
In case there is any doubt that the regime will use these funds to support terror, Iran’s parliament recently passed Article 22 of its 2016-2017 budget, mandating that all such funds be transferred directly to the Iranian military. Fifteen years after 3,000 Americans were killed by Islamic terrorists, America’s commander in chief has become the money launderer in chief for the world’s leading state sponsor of terror. 
Iran isn’t the only adversary benefiting from the age of Obama. Russia is threatening NATO, invading sovereign territory, selling air-defense systems to the Iranians, using its military to defend the Assad regime, bombing American-backed rebels in Syria, and playing a larger role in the Middle East than at any time since Anwar Sadat expelled his Soviet advisers from Egypt in 1972.
Across the region, nations that previously were strong American allies are making different calculations. Russia is seen as a reliable ally standing with Mr. Assad, while the U.S. walks away from its friends. The steady stream of visitors from the Middle East to Moscow, including most recently Israeli Prime Minister Benjamin Netanyahu, is evidence of Moscow’s growing role in the region. Neither Russia nor Vladmir Putin shares America’s interests.
China is also ascendant—threatening freedom of navigation through the South China Sea and developing weapons systems that directly threaten American military superiority. North Korea represents a growing nuclear threat to the U.S. homeland. Mr. Obama’s announced pivot to Asia turned out to be hollow, further alienating our allies and emboldening our enemies in the region.
Undoing this damage will require an effort of historic proportions. Our next president must abandon Mr. Obama’s fantasy that unilaterally disarming, retreating and abandoning our allies will bring peace and security. We must begin at once to rebuild our military. This means ending sequestration and returning to a Defense Department budget built around defeating the threats to our nation. We must remedy readiness shortfalls, modernize and upgrade our nuclear arsenal, develop and build a robust missile-defense system, and invest in technologies necessary to maintain our military superiority, particularly against advances by adversaries like Russia, China, Iran and North Korea.
Among the most important lessons of 9/11 was that terrorists must be denied safe havens from which to plan and launch attacks against us. On President Obama’s watch, terrorist safe havens have expanded around the globe. 
Our next president must recognize that Islamic terrorists pose an existential threat to the U.S., and must instruct the military to provide plans necessary to defeat them and deny them safe havens. These should include expanding the pace of our air campaign against ISIS, removing the onerous rules of engagement, and dedicating additional special operators and other American forces as necessary to defeat our enemies. 
Winning the war against Islamic terrorists will also require that we rebuild our intelligence capabilities. Our next president should reinstate the Enhanced Interrogation Program, ensure that Guantanamo remains open so we have a facility to hold enemy combatants, and increase our intelligence activities so we can identify and disrupt plots before they are carried out.
We must make clear that we will not allow Iran to obtain a nuclear weapon or become nuclear capable. Our next president should renounce the Obama-Clinton nuclear agreement, develop a strategy in consultation with our allies in the region to address Iran’s state sponsorship of terror, and make clear that all options are on the table where Iran’s nuclear program is concerned. 
We must also rebuild our relationships with allies across the globe so that we can build the coalitions necessary to defeat Islamic terrorism and restore our strength and power. This includes reinvigorating NATO and affirming America’s unshakable commitment to the most effective military alliance in history. 
Generations before have met and defeated grave threats to our nation. American strength, leadership and ideals were crucial to the Allied victory in World War II and the defeat of Soviet Communism during the Cold War. It will be up to today’s generation to restore American pre-eminence s 

Thursday, September 8, 2016

THE RULE OF LAW

Aún hay analistas de medios de comunicación y partidos políticos que no entienden al candidato presidencial republicano Donald Trump y que, por tanto, les es imposible aceptar que su popularidad se acrecienta y va a ser elegido Presidente en los comicios del 8 de noviembre próximo.
Algunos atribuyen su buen éxito al estilo de su retórica, que no cuida de irse por los vericuetos de lo políticamente correcto y que inclusive emplea en ocasiones adjetivos no usuales en los oradores “bien formados”. Afirman, sin embargo, que esa retórica es hueca, carente de contenido y sustancia.
Pretenden comparar a Trump con Bernie Sanders, el marxista que disputó y aparentemente venció a Hillary Clinton en las primarias demócratas. Pero la analogía es falsa pues si bien Sanders se distinguió de Hillary en decir las cosas de una manera directo, su mensaje era diamentralmente opuesto al de Trump.
El candidato republicano, desde el instante en que anunció su candidatura en junio del año pasado dijo que su objetivo sería restaurar en el país la vigencia y el respeto a la ley, The Rule of Law and Law and Order. El orden basado en la ley. En Estados Unidos The Rule of Law vigente se originó hace 240 años con la Declaración de la Independencia, que inspiró a un gobierno modelado según la Constitución de 1778.
El propósito de Sanders, alineado con el “progresismo” de Obama y de la Hillary, era continuar el proceso de vaporización de la Constitución para concentrar los poderes en la Presidencia, en desmedro de la facultades para legislar del Congreso y de solo juzgar de la Corte Suprema. Trump opina que la forma de gobierno dada por la Constitución es la óptima pues la división de poderes aleja el peligro de las tiranías.
El mensaje de Trump no es vacío ni se compara al de Sanders. Obama, él y Hillary buscan la igualación de resultados, no la igualación de las oportunidades como  estipula la Constitución. La utopía de la igualdad conlleva sacrificio de las libertades y el gobierno, según lo decidieron los fundadores de esta nación, se organizó para defender las libertades de los ciudadanos, no para constreñirlas ni regularlas.
El progresismo es en realidad “regresismo” (si existe el término), ya que busca debilitar, rehacer o sustituir la Constitución de hace 240 años para retroceder a los tiempos del Rey Jorge III, contra cuya tiranía se libró la Guerra Americana. O imitar las modernas autarquías marxistas, fascistas y variantes, causantes de genocidios y retraso.
Hillary Clinton quiere volver a la Casa Blanca como Presidenta pero no lo podrá porque ha quebrantado la ley junto con su marido, el ex presidente Bill Clinton. Hay pruebas contundentes exhibidas por la propia FBI que trató de protegerla por orden de Obama por el caso de emails que revelan cómo manipuló su cargo de Secretaria de Estado para acrecentar con coimas  la fortuna personal suya y de su cónyuge.
Trump quiere que la ley se aplique en su caso y se la castigue. Cuando se refiere a la inmigración, Trump no quiere algo escandaloso, hiperbólico, ni loco ni cruel. Quiere que se aplique la ley. Es lo mismo que proclamaba Bill Clinton hace 20 años, según se ve y escucha en este videoclip, solo que él y sus sucesores no cumplieron con la promesa.
La ley mexicana sobre inmigración es tanto o más severa que la de los Estados Unidos, con la diferencia de que allí se la cumple con más rigor. De ahí que el encuentro de Trump con Peña Nieto en México fue fructífero, porque ambos compartían la preocupación de vigilar las fronteras y expulsar a ilegales, delincuentes y narcotraficantes
Cuando Trump habla sobre la necesidad de derrotar al ISIS, que ha declarado la guerra a los Estados Unidos y Occidente y para ello pide robustecer y no debilitar a las fuerzas armadas como lo ha hecho Obama, se limita a sujetarse a la ley. La Constitución manda que el principal deber del gobierno es garantizar la seguridad nacional. 
La seguridad nacional no puede existir sin fuerzas armadas vigorosas, que vuelvan a derrotar al enemigo como en 1945, no a resignarse a armisticios como en Corea ni peor a derrotas como en Vietnam y ahora en el Medio Oriente frente al terrorismo. Pero un frente militar fuerte no puede lograrse sin un frente interno armónico y económicamente robusto.
Estados Unidos está hoy dividido, la economía debilitada con una deuda de 20 trillones de dólares, con un déficit comercial y desempleo increíbles y una inflación artificialmente contenida. Todo ello como consecuencia de una interferencia en el mercado y en la formación de leyes y regulaciones no contempladas en la Constitución de este país.
Trump no quiere permitir que esa tendencia aniquiladora continúe. Ése es el mensaje que millones entienden sin necesidad de intérpretes de opinión.

Tuesday, September 6, 2016

ES UNA PELEA DESIGUAL

Si Donald Trump y Hillary Clinton estuvieran no en una batalla electoral por la Casa Blanca sino en un hipotético encuentro de boxeo, el árbitro en el cuadrilátero ya habría dado por finalizada la pelea por KO técnico para la Hillary. 
Y no por efecto de algún golpe específico de Donald, sino por el evidente mal estado físico de su rival. Ayer, mientras volaba en su nuevo avión de alquiler, finalmente dio una mini rueda de prensa pero fue patético verla en un acceso de tos que duró casi cuatro minutos.
Ha sido su peor ataque de tos de los muchos que tenido en los últimos meses de apariciones públicas. No hay certeza acerca de las causas, pero se especula que el problema está vinculado con desórdenes de la tiroides o el coágulo que tuvo en el cráneo tras una caída, mientras era Secretaria de Estado de Obama.
Hasta la fecha no ha revelado exámenes oficiales sobre el estado de su salud, pese a que Trump le ha conminado a hacerlo conjuntamente con los certificados suyos. Hillary nunca dejar de usar pantalones para ocultar sus piernas, hinchadas por los esteroides y otros medicamentos que toma, según se rumora.
En contraste con la fragilidad física de Hillary, Trump luce como el Macho Alfa que en un mismo día viaja a México para dialogar con el presidente de ese país que lo invitó y a la noche regresa a Arizona para dar su discurso clave sobre inmigración. Hillary dice que no irá a México. Tampoco estuvo, como Trump, en la Luisiana inundada.
Pero si la debilidad física de la candidata demócrata es innegable, peor es su vulnerabilildad política. Si fuera pelea de box, como queda dicho, quedaría descalificada. Pero si en estos momentos se aplicara la ley en este país, Hillary también quedaría descalificada por corrupción, obstrucción de la justicia, perjurio y en suma traición. 
Pero sigue campante porque la protegen el gobierno de Obama y los principales medios de comunicación e incluso algunos líderes del GOP que detestan a Trump por su posición anti establishment, que es anti globalismo y por tanto “pro America First”. Pero ese respaldo comienza a resquebrajarse.
Lo que propone Trump es la restauración del cumplimiento de la ley, según la concepción de los fundadores de esta nación hace 240 años. Dado que la hombres no son ángeles, decía Madison, había que diseñar un sistema que permita a los mismos hombres vigilarse unos a otros para evitar que haya exceso de poder y retorno a alguna forma de monarquía.
Es la forma más sabia de gobierno jamás articulada en la Historia de la Humanidad (véase al final el artículo del The Wall Street Journal). Con Obama el equilibrio de poderes se ha inclinado en favor del Ejecutivo, arrastrando a la Corte Suprema y restando fuerza al Congreso,  de donde emanan las leyes.
Hillary Clinton busca continuar la misión “progresista” de Obama y Trump es la respuesta popular por la alternativa contraria. Todas las soluciones de gobiernos autoriatrios para supuestamente mejorar las condiciones de vida de los pueblos, han fracasado en todas sus formas. 
En la era moderna, el mito de la igualdad de la Revolución Francesa acabó en sangre, terror y el emperador Napoleón con sucesivas repúblicas, anarquía e inestabilidad. En el siglo XX surgieron las versiones comunista y nazi fascista que motivaron guerras mundiales y centenares de millones de muertes por causa de las armas o por las hambrunas.
Si bien el imperio soviético se disolvió con la caída del Muro de Berlín en 1989, aún subsiste la ideología marxista/socialista/progresista en mentes como las de Obama, Hillary y Sanders que quieren implantarla no con la revolución armada, como los Castro dentro y fuera de Cuba, sino con la manipulación del sistema democrático en vigencia.
Para ello, el vehículo es el fortalecimiento del Ejecutivo. Así lo han hecho otros progresistas como Hugo Chávez/Maduro en Venezuela, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Ortega en Nicaragua. La misma idea absorbedora de poder se ensaya en Europa y en todas partes donde se la ha aplicado y aplica, con o sin variantes, los resultado son los mismos.
La “redistribución del ingreso” mediante el hostigamiento a la clase que produce, invierte e inventa, concluye con el colapso de las economías y con el empobrecimiento general. Cuba y Venezuela son ejemplos vívidos y lo son también el deterioro de Brasil, Ecuador, Grecia y demás. Dentro de los Estados Unidos es fácil ubicar a las ciudades en quiebra: todas han  estado gobernadas por demócratas por decenas de años.
Hillary dijo que tras ocho años huéspedes de la Casa Blanca, ella y su marido quedaron “quebrados”, sin plata para pagar sus cuentas. Es otra de sus habituales mentiras, porque todos los ex-presidentes tienen una pensión de retiro respetable. Pero ahora los Clinton son multimillonarios. ¿Cómo lo lograron? Con discursos.
Otra gran mentira. Hicieron mucho dinero con donaciones a la Fundación de la Familia Clinton para ebriquecimiento personal. Muchos donantes de bancos, corporaciones y gobierno extranjeros extendieron cheques por los supuestos discursos por sumas de medio millón de dólares o más a cada uno de ellos. Cuando se les pidió copia de los discursos, nunca los exhibieron.
Probablemente nunca hubo tales discursos y figuran como tales por razones contables en los registros de los donantes. Eran, en verdad, coimas dadas a Hillary cuando Secretaria para obtener favores especiales y con vistas a su ya anunciada candidatura presidencial, que se la daba por ganada de antemano.
De ahí que manejó su correspendencia electrónica fuera del Departamento de Estado, para eludir controles. Hasta que fue pillada. Borró la mayoría de emails, pero poco a poco siguen recuperándose. A Hillary no le queda otra alternativa que seguir mintiendo sobre sus anteriores mentiras.

Pese al cerco gubernamental y mediático protector en torno a Hillary, Trump ya está aventajando a Hillary con tres puntos. Pero entre los independientes, esa ventaja es de 49 a 29, a poco más de dos meses de las elecciones del 8 de novimebre. Los grandes enemigos de la Clinton son su estado físico, su corrupción irrecuperable y el sentido común.


Roger Kimball
On Labor Day, we celebrate both the stupendous achievements of American industry and a well-deserved break from work. But Labor Day comes just a week or so before Constitution Day—Sept. 16 this year—and that holiday should also prompt us, especially in this fraught election season, to reflect on the American system of government.
The U.S. Constitution, adopted in 1787 but not finally ratified until the summer of 1788, is by far the oldest national constitution in the world. How has it lasted so long? A large part of the answer lies in the political realism of the Founding Fathers. “Wherever the real power in a Government lies,” James Madison wrote to Thomas Jefferson, “there is the danger of oppression.”
Madison went on to become America’s fourth president. But in the fall of 1787, when he was still in his mid-30s, he began collaborating with Alexander Hamilton and John Jay to write a series of 85 newspaper essays explaining the U.S. Constitution and urging the people of New York to adopt it. 
Historians are divided on what influence The Federalist had on the New York vote. But it stands as a tour de force of political reflection. Its genius was recognized immediately. George Washington and Noah Webster were but two of the Founders who sang its praises. 
Given the talismanic power the word “democracy” has to modern ears, it is worth reminding ourselves that the U.S. Constitution was largely an effort to curb or trammel democracy. Democracies, Madison wrote in Federalist 10, the most widely read and cited of the essays, “have in general been as short in their lives as they have been violent in their deaths.” Why? A mot often attributed to Benjamin Franklinexplains it in an image. “Democracy is two wolves and a lamb voting on what to have for lunch.” 
So, in one sense, the problem of democracy is the problem of the tyranny of the majority. But Madison saw deeper into the metabolism of liberty and its constraints. The biggest threat to “popular” governments, he wrote in Federalist 10, are “factions,” interest groups whose operations are “adverse to the rights of other citizens” or the “permanent…interests of the community.” Factions are thus not accidental. They are—famous phrase—“sown in the nature of man.” Why? Because freedom and the unequal distribution of talent inevitably yield an unequal distribution of property, the “most common and durable source of faction.” 
There are two ways to extinguish factions. The first is to extinguish the liberty they require to operate. The second is to impose a uniformity of interests on citizens. Some collectivists have actually experimented with these expedients, which is why the pages of socialist enterprise are so full of bloodshed and misery. 
Eliminating the causes of faction, as Madison put it, offers a cure that is far worse than the disease. If protecting both liberty and minority rights is your goal, then the task of government is to control the effects of faction. How can this be done? 
Talented statesmen are sometimes successful in balancing the contending interests of society. But—understatement alert—“Enlightened statesmen will not always be at the helm.” 
Madison’s solution was the creation of a large republic in which a scheme of representation and a large variety of interests “make it less probable” that they will be able to “invade the rights of other citizens” successfully. 
Most political philosophers before the American founding had insisted that republics had to be small to succeed. But Hamilton and Madison saw that there was safety in size. 
Madison, Hamilton and other supporters of the Constitution worried about the potential incursions of federal power just as much as did the anti-Federalists, who opposed adopting the Constitution because it seemed to bring back many of the infringements on liberty that they had all risen up against in 1776. But they concluded that the creation of a strong state was the best guarantor of liberty in a republic. Hence the irony, as the historian Bernard Bailyn notes, that “now the goal of the initiators of change was the creation, not the destruction, of national power.”
Madison’s central insight was that power had to be dispersed and decentralized if it was to serve liberty and control faction. In Federalist 51, a companion to Federalist 10, he elaborated this idea of balancing interest against interest to remedy “the defect of better motives.” “Clashing interests” would not be stymied but balanced against one another. If men were angels, Madison noted, government would be unnecessary. But in framing a government “which is to be administered by men over men, the great difficulty lies in this: you must first enable the government to control the governed; and in the next place oblige it to control itself.” 
The American republic has survived for nearly 250 years because it has, more or less, remained faithful to Madison’s vision. But Madison was right. Threats to liberty are “sown in the nature of man.” We’ve also had nearly 250 years of human ingenuity chipping away at Madison’s safeguards. 
As Constitution Day approaches, the sobering and nonpartisan question is whether government has become its own party, a self-engrossing faction so large, domineering and impertinent that we, the people, can no longer control it.

—Mr. Kimball is editor and publisher of the New Criterion and publisher of Encounter Books.