Friday, October 26, 2012

ENTRE SENSATEZ Y ESTUPIDEZ


La campaña electoral presidencial prácticamente ha llegado a su fin en los Estados Unidos y se supone que los votantes están ya suficientemente bien informados como para consignar su voto a conciencia en los comicios del 6 de noviembre próximo.
El velo de misterio que cubría al presidente demócrata Barack Hussein Obama se ha vaporizado gracias a tres debates “mano a mano” con su oponente republicano Mitt Romney y ahora la alternativa está mucho más clara que antes de dichos encuentros, televisados a millones y millones de televidentes.
Nadie sabe por qué los demócratas escogieron a Obama para liderar una transformación radical de los Estados Unidos, de una sociedad libre, próspera y capitalista, a otra de corte socialista/fascista que coarte las libertades y exalte el control del Estado sobre la comunidad.
En casi cuatro años de gobierno, Obama ha ido asestando golpes arteros en esa dirección. La obstrucción a la inversión y desarrollo del sector privado casi duplicó el desempleo a 23 millones de personas u 8% de la población activa, la deuda pública subió a 16 trillones de dólares y los bonos por alimentos y otras dádivas también escalaron al doble.
En el frente externo, la amenaza del terrorismo musulmán de Al Qaida y otros falanges se disparó pero Obama se abstuvo de contrarrestarla y mintió, como en el caso de Benghazi, Libia, donde el embajador y otros tres servidores públicos fueron masacrados del 11 de septiembre pasado.
El ataque, en el aniversario del 9/11, fue precedido por otros en Egipto y el pedido de refuerzos fue negado por el régimen. El día de la masacre los SOS fueron repetidamente lanzados a varios puntos de control estratégico del Pentágono, la Casa Blanca y el Departamento de Estado, pero denegados una y otra vez. Obama prefirió volar esa noche a Las Vegas para acercentar sus cofres de campaña.
Este horrendo incidente, que bien pudo ser prevenido con anticipación, o repelido rápidamente tan pronto se produjo, ha sido ignorado por los grandes medios de comunicación escritos y audiovisuales, en demostración irrefutable de corrupción profesional que avergüenza a la otrora ejemplar “prensa” norteamericana.
Ese ocultamiento de la verdad para proteger a un demócrata radical que pretende ocupar la Casa Blanca otros cuatro años, ha sido evidente no solo en el caso de Libia sino a lo largo de toda la trayectoria de Obama, desde que fue senador estatal de Illinois, luego senador federal y por fin  precandidato presidencial en 2008, contendiendo con Hillary Clinton. 
Constantemente los medios y los columnistas demócratas lo endiosaron calificándolo de nuevo Lincoln, del más grande orador de todos los tiempos, del mesías que cambiará a los Estados Unidos y el mundo. Los periodistas de investigación, infatigables en la búsqueda de defectos en las vidas de los candidatos republicanos, jamás se detuvieron en contar a sus lectores quién era este personje mesiánico y menos por qué lo era.
Los récords que hubieran podido documentar el pasado de Obama en sus estudios, viajes, relaciones humanas, trabajos universitarios, lugar y fecha de nacimiento, historia de su pasaporte y certificado de seguridad social (o documento de identidad) fueron sellados a la curiosidad pública y lo siguen siendo hasta la fecha.
Pero la gente, incluída la que votó por él (con excepción quizás de los negros más los fanáticos de extrema izquierda), comenzó a dudar al constatar que sus promesas de prosperidad, fraternidad y unión se convertían en todo lo contrario. Nunca antes el desempleo y la deuda habían alcanzado niveles tan altos, solo equiparables con la gran Recesión de 1930.
Nunca antes tampoco se había exacerbado a tal extremo la lucha de clases y el antagonismo racial promovido por quien, por su condición de mulato elegido presidente por voto popular, se esperaba haría lo contrario: sepultar el odio y la enquina por motivos que apelan a los más bajos sentimientos humanos y que traen a la memoria un esclavismo del que este país salió con una crudelísima Guerra Civil.
Pero el personaje mítico, que recibió el Premio Nobel de la Paz inclusive antes de hacer nada por merecerlo o no merecerlo, quedó al desnudo con el simple mecanismo de tres debates presidenciales por TV, institución que Obama no pudo eludir (como lo han eludido Chávez, Correa y otros gobernantes de parecida tendencia dictatorial).
Desde el primer debate Obama fue pulverizado por Romney. No que éste haya actuado de un modo especialmente estelar, pues estuvo igual que  siempre: claro, ilustrado, documentado, directo. Lo que ocurrió es que Obama no pudo reencarnar el mito creado por los avisos, los discusos por teleprompter y sus aliados de la prensa.
Obama se presentó como lo que es: inepto, arrogante, agresivo, vacío de ideas y trastabillante en su locución. Pero además en los debates, otro mito se derrumbó: el difundido por la multibillonaria porpagando obamista de un Romney inmisericorde con los pobres, enemigo de las mujeres, protector de la plutocracia, pomotor de guerras, apático e impertérrito ante el sufrimiento de los más débiles.
El debate se basó en tesis y confrontación de realidades. Mitt Romney puso en claro que cuatro años de Obama han arruinado a la economía del país y el mundo y que cuatro años más de lo mismo sería catrastrófico. El Presidente no podía hacer lo imposible, estos es, defender su gobierno por lo que se concentró en atacar repetitivamente a su rival, confirmando con ello la debilidad de su posición y la de sus estrategas.
Romney, que ha comenzado a brillar más a medida que aumenta la opacidad y vaciedad de su rival, ha expuesto ideas claras acerca de cómo rescatar a este país en lo económico, politico, cultural e internacional. Han sido cinco los puntos concretos de su estrategia, que podrían resumirse en en uno solo: hacer todo lo contrario que  ha hecho Obama.
En momentos en que se observa a una Europa en escombros como resultado de políticas socio/fascistas como las que quiere aplicar Obama en los Estados Unidos, no se entiende que aquí haya quienes quieran reelegirlo para seguir por esa ruta del fracaso. ¿Será porque Obama y los demócratas se declaran campeones de los pobres y desvalidos? Pero el número de pobres y desvalidos ha aumentado en este país.
¿O porque Obama y los demócratas se proclaman amantes de la paz? Bueno, Al Qaida y demás falanges como Hezbollah, Hamas y la Hermandad Musulmana se han expandido. Históricamente se ha comprobado que la ley y la paz (que en ella se sustenta), no pueden garantizarse sino mediante la fuerza de la autoridad. Pero Obama y los suyos odian a la instituición militar y la están mermando y castrando día a día, en algunos casos con la connivencia de los altos mandos.
(El minisro de Defensa Leon Panetta acaba de decir que no se enviaron refuerzos militares a Beghazi al conocerse del asalto terrorista, “porque la situación era incierta” y no se quiere “que los soldados corran riesgo”. ¿Para que se forman militares? ¿Para hacer tejidos de punto, para que se apareen entre si?) 
En fin, la decisión de los votantes está clara: la sensatez o la estupidez. Si hay quienes prefieren dar vuelta a las manecillas del reloj y echar por la borda la Revolución Americana, la Declaración de Independencia y la Constitución, la Guerra Civil Americana y las dos Guerras Mundiales, que voten por Obama (igual lo harían por Chávez o Correa).
Millones de personas, sobre todo en las dos últimas centurias, han optado por sacrificar su habitat de origen en búsqueda de una nación con respeto a las ideas, las libertades y la democracia. Otros cuatro años de Obama implicarían una regresión a ese pasado que para ellos quedó atrás.
Recientemente  la mayoría de inmigrantes proviene de América Latina. La prensa liberal sostiene que apoyan a Obama. Si ello es así ¿por qué? La injusticia y el irrespeto a la ley los forzó a emigrar a los Estados Unidos o España. ¿Añoran acaso masoquísticamente el sistema del cual escaparon? Cuando las sociedades capitalistas se vuelven fascistas, quiebran. España es un ejemplo y los que allá emigraron, hoy quieren a su vez volver a escapar. 

Friday, October 12, 2012

SOLO FALTA LA ESTOCADA FINAL


Para utilizar un símil taurino, es evidente que la bestia está herida y la plaza solo está en espera de la estocada final para terminar con el drama.
La bestia, o sea Obama y el grupo radical demócrata que lo apoya, ha recibido un duro castigo de los picadores y banderilleros de la otra orilla, los republicanos y ahora solo espera la estocada final.
No cabe indulto, pues en los debates que sirven para la analogía, tanto el presidente Barack Hussein Obama como el vicepresidente Joe Biden han sido inútiles para superar sus deficiencias intelectuales fente al implacable reto de sus contendores republicanos.
El debate de Biden con el candidato vicepresidencial Paul Ryan, que el grupo Obama pretendía hubiera podido compensar en algo el desastre de la derrota del debate anterior frente a Mitt Romney, no solo no le ayudó sino que lo perjudicó aún más.
Biden, casi setentón, se mostró hostil, despectivo e irrespetuoso frente a Ryan, una veintena de años más joven. Inclusive cuando su rival trataba temas tan delicados como la tragedia del embajador en Líbia y otros tres funcionarios asesinados por una turba del Al Qaida, Biden reía.
En contraste, el debatiente más joven demostró serenidad y ecuanimidad más propias de los provectos. No respondió a sus sarcasmos y se concretó a sustentar sus argumentos sobre economía y finanzas, así como de política exterior, con hechos, versatilidad y suficiencia.
Biden, cuya actitud patanesca recordaba por momentos a un Chávez o un Correa, interrumpió 82 veces a Ryan y la moderadora, una periodista de CBS de confesa inclinación por Obama y los demócratas, no ejerció su autoridad para controlarlo. Al contrario, frenó a Ryan cuando trató de relievar las mentiras de Biden sobre Libia.
El vicepresidente, con casi cuatro decenios en el Congreso, negó que él  y el gobierno hubiesen recibido pedidos para reforzar la seguridad en las sedes diplomáticas norteamericanas en Libia y reiteró que la información que tenían era que el ataque al consulado y los asesinatos fueron fruto de la ira por un video amateur contra el Islam.
La víspera del debate los delegados del Departamento de Estado dijeron bajo juramento ane el Congreso todo lo contrario: que el pedido de seguridad fue negado, que el ataque fue un acto terrorista previamente concertado para estallar el 11 de septiembre, que no se había registrado protesta por un video que nadie o pocos conocían.
Este segmento del debate, que la mayoría de medios minimiza, debió destacarse como condenatorio al régimen por falsía, negligencia y, a la postre, traición al mandamiento básico de garantizar la seguridad del Estado. El ataque al consulado y los asesinatos eran actos de guerra no confrontados por Obama -pero nadie habla de “impeachment”.
Cuando Richard Nixon, presidente republicano, se contradijo y mintió acerca de un operativo de infiltración y escuchas en la sede del partido demócrata en el hotel Watergate de Washington, el escándalo alcanzó dimensiones inmensas en los medios y el Congreso y el mandatario tuvo a la postre que renunciar.
Si el actuante hubiera sido un demócrata, el incidente habría merecido una nota de pocas líneas en las  páginas interiores del New York Times y, como Clinton perjuro, habría seguido campante en la Casa Blanca. Pero lo de Benghazi en Libia, con ataque a un recinto soberano y el asesinato al embajador y tres funcionarios con honorable carrera militar, solo es hoy “una distorsión malévola del GOP,” según una dirigente demócrata.  
El debate puso frente a frente una vez más a dos teorías, a dos concepciones distintas sobre el mundo y la vida. De un lado Biden y Obama que desprecian la individualidad y discrepancia (la risita irritante, despectiva y constante contra su joven rival lo demuestra) y del otro, con Mitt y Paul, que aspiran a recuperar el sistema de libre albedrío en el cual el gobierno aplique la ley, si, pero sin inmiscuirse en todos los intersticios de la vida ciudadana.
En el debate presidencial más de 70 millones de televidentes se percataron por si mismos de que Obama no era el hombre idílico que pintaban los medios, sino un hombre de paja, inepto, desconocedor de los asuntos de Estado e incapaz de mantener una discusión de nivel con un contendor de cualidades opuestas. 
Entre los vicepresidentes la discusión de temas trascendentes sobre política interna y externa como que se diluyó ante la opacidad de Biden. Fueron tantas sus interrupciones y muestras de su falta de clase, que lo esencial se perdió. Pero perdura la imagen bufonesca de quien tampoco, como Obama, está preparado para liderar a la potencia más poderosa e influyente del planeta.
Aún restan dos castigos, dos debates más para Obama. Las encuestas, a raíz del colapso de su primer debate, han sido catastróficas para él y el descontento y frustración por la larga mentira de casi cuatro años siguen en aumento. ¿Podrá Obama revertir los resultados? Ni sus mismos partidarios lo creen.
Pero eso si, votarán por él a ciegas como todos los de su estirpe, ajenos al raciocinio. Y a menos que haya algo completamente inesperado, la suerte parece estar echada en favor del GOP. ¿Qué podría ser ese “algo”? ¿Una declaratoria de guerra contra Irán? ¿Un ataque nuclear islámico contra USA? ¿Un atentado contra Romney?
En la fiesta taurina la “autoridad” de la plaza tiene derecho a indultar al “bicho” a última hora por su bravo desempeño. Imposible esperarlo en el caso de Obama. Su actuación ha sido condenable de principio a fin, por lo que no queda sino propinarle  la estocada final en noviembre, fecha de los comicios presidenciales.

Sunday, October 7, 2012

¿QUÉ PASÓ EN EL DEBATE?


Sobre todo los demócratas y entre ellos la mayoría de reporteros y columnistas de los principales medios de comunicación de este país, aún se preguntan intrigados por qué fracasó su ídolo Barack Hussein Obama frente a su rival republicano Mitt Romney, en el primer debate presidencial del miércoles pasado.
Las más obscenas pero también cantinflescas explicaciones se han vertido para tratar de salvar al mulato líder demócrata, que aspira a ser reelegido en los comicios del 6 de noviembre próximo. Según los agoreros y las encuestadoras parcializadas, la ventaja que llevaba Obama era tal, que muchos decían que la campaña electoral virtualmente ha terminado.
Hasta el debate. Allí Romney se presentó como el que siempre ha sido. Un profundo conocedor de las materias que atañen al manejo del gobierno, sustentadas en hechos, cifras y documentos y explicadas en forma didáctica, ágil, amena y de fácil comprensión. No hubo ataques al pasado dudoso de Obama que muchos reclamaban, pero ello analteció su calidad dialéctica.
En contraste, Obama se presentó no como el “brillante” orador aplaudido por áulicos de dentro y fuera de esta nación, sino como un debatiente pobre, vacilante, impreciso y a todas luces carente del conocimiento de los asuntos de Estado que se suponía habría adquirido tras casi cuatro años de estar instalado en la Casa Blanca.
Los discursos -desde el que pronunció en la misma ciudad de Denver rodeado de columnas dóricas para aceptar la nominación demócrata en el 2008, hasta los más recientes dados en todos los foros- resultaron ser una forja engañosa elaborada por un enjambre de “speech writers”, que luego él lee siguiendo dictados de entonación y énfasis.
Un orador auténtico es, casi sin excepción, un buen debatidor. Quizás se de el caso de que quien bien debate, no logre ser un buen orador frente a los auditorios. Pero el caso contrario es improbable. En el debate del miércoles pasado Obama se presentó ante más de 70 millones de televidentes como lo que es: un impostor. Habrá dos debates más pero la lógica induce a pensar que la evidencia fraudulenta se confirmará.
Los fieles a Obama, que no deja de reconocer que Romney lo demolió, están en una cruzada por todos los medios de comunicación para tratar de salvarlo. Puesto que la actuación del líder es indenfendible, se esfuerzan en atacar al rival, acusándolo de malévolo, teátrico y mentiroso. A tal extremo, dicen, que el afable Obama se ofuscó, confundió y perdió.
Pensábamos él y nosotros, se quejan, que el Presidente iba a debatir con ideas, no con mentiras. No tocó temas delicados que podían afectar a Romney en lo personal, para no herirlo “porque él es el líder la unidad, de la fraternidad, de la búsqueda del diálogo con los opositores para llegar a acuerdos que favorezcan al país”. Lo cual es ridículo, dada la trayectoria exactamente opuesta de Obama.
(El Obamacare lo impuso en el Congreso sin un solo voto republicano; a un adolescente negro que murió al atacar a un vigilante que resultó latino, lo defendió sin que tuviera información suficiente, lamentándose que lo lloraba como al hijo que nunca tuvo; a un policía blanco en Boston que detuvo a un profesor negro en actitud sospechosa, lo tachó de racista, para luego arrepentirse)
La campaña de Obama ha invertido más de 300 millones de dólares en avisos de radio y TV, no para exaltar la gestión de su gobierno (que ha aumentado la deuda, el desempleo y debilitado al país en el frente externo), sino para denigrar al opositor tachándolo de extremista, defensor de los ricos y explotador de la clase media y obrera. Pero los televidenres vieron a un hombre distinto, centrado, de sólida personalidad y con un discurso basado en el sentido común, la experiencia y los hechos.
Era la primera vez que Obama se enfentaba sin filtros a alguien que pudiera cuestionarlo y rebatirle. Siempre sus auditorios han sido cautivos y sus muy escasas conferencias de prensa o entrevistas, dejaban al público insatisfecho por la reticencia reverencial de los periodistas a cuestionarlo en forma profesional, vale decir, independiente.
¿Cuál nuevo o distinto Obama podrían ver los televidentres en los dos próximos debates? ¿Cómo se podría súbitamente autenticar a un impostor? ¿Con una lobotomía urgente? Obama es el presidente más impreparado que jamás haya llegado a la Casa Blanca. Para probarlo, no ha sido posible acceder a sus récords de estudiante secundario y universitario, incluídos “papers”, matrículas, tesis de grado, documentos de debates ni de su posición como director del Diario de Leyes en la universidad de Havard.
Se ignora cómo fue aceptado en las universidades elite de Columbia y Harvard, aunque se supone que estuvo protegido por la “Affirmative Action”, que favorece a los negros. Él mismo, en sus dos libros autobiográficos que hasta el momento no se sabe quién los escribió, se autocalifica como estudiante ocioso y dedicado a tragos y drogas. ¿Cómo y con que tesis y notas se graduó? Nadie puede saberlo.
Lo que si se ha probado es que entre sus mentores hay extremistas de la izquierda pro comunista, incluído un clérigo y un terrorista confeso, a lo que se suma la fobia anticolonialista heredada de su padre nacido en Kenya y al cual venera, fallecido alcohólico cuando Barack era muy joven. Esas aberraciones de cosmovisión están firmemente arraigadas en él y se traslucen en su desprecio por el capitalismo y su mayor exponente, los Estados Unidos. 
Romney tiene una cosmovisión opuesta. Cree que el capitalismo y la libertad para pensar, emprender, invertir y comerciar son la clave de la superación de las sociedades, no solo aquí sino en todos los confines. Desde luego, como lo dijo en el debate, los gobiernos y las regulaciones son indispensables para que el sistema funcione con fluidez. Pero un gobierno excesivamente regulador, como lo quiere Obama, es un cáncer para el capitalismo.
La disyuntiva en debates y comicios se centra en decidir entre un gobierno autoritario que castiga al sector preivado y excede a los ingresos en el gasto para el bienestar social, o un gobierno que estimula la creatividad y al acumulación de capital privado para multiplicar la riqueza, el empleo y los recursos fiscales. 
En el un caso, las sociedades desembocan en un intervencionismo fascista comunista tipo Europa, que asfixia las economías. En el otro, como se ha comprobado históricamente, las economías florecen en un ambiente libre en el cual no se cierran sino que se abren las oportunidades para un número creciente de ciudadanos. 
Obama no va a cambiar en los subsiguientes debates. Eludirá vender la imagen  de que la gestión de gobierno ha sido buena y que con esa misma fórmula de endeudamiento y ataque al sector privado, la situación mejorará con otros cuatro años más de lo mismo. Y se irá por el atajo del insulto, como ya lo han comenzado a hacer sus áulicos.
Eso lo aplaudirán los fanáticos seguidores y aduladores de Obama, para los cuales un diálogo racional es imposible. Pero para muchos que tenían aún dudas sobre Romney y para innumerable obamistas arrepentidos, la suerte parece estar echada en contra del actual mandatario.
Sí eso ocurre, la buena nueva será de inconmensurable beneficio para la humanidad. Sería como salir del peso de la nebulosa pesadilla del intento del grupo minúsculo que quiso frenar a esta nación y regresarla a un pasado de represión de las libertades, como si se echara al cesto de basura de la historia todo lo alcanzado por la Revolución Americana del siglo XVIII.