Monday, September 28, 2015

COSAS QUE NO DIJO EL PAPA


El Papa Francisco, como se intuía, se convirtió en el campeón de los inmigrantes que llegan a los Estados Unidos ilegalmente por tierra, mar y aire, exhortándoles a que se mantengan firmes en su decisión, sin pena ni vergüenza frente a quienes reprochan su proceder.
Es incomprensible, e inaceptable, que tales consejos provengan de quien es considerado acaso la primera autoridad moral del planeta, porque su prédica se sustenta precisamenete en el sometimientro a la ley, a los mandamientos y a los preceptos de una doctrina y de una religión que es acatada por millones. 
Ninguna religión es concebible sin sus códigos, que reflejan sus conceptos de lo moral. Igual ocurre con las sociedades y las naciones, que se unen y estructuran en torno a consensos de moral y conducta, traducidos en leyes y normas que todos acuerdan cumplir. 
De otro modo las sociedades se corrompen o disuelven. Estados Unidos, el país que el Papa acaba de visitar, es uno de los mejores ejemplos de una nación sustentada en la ley, historia que arranca con la Declaración de la Independencia de 1776 y se afianza con la Constitución de 1778. Es el eje jurídico/moral macizo que ha permanecido inalterado desde entonces.
Gracias al respeto a la ley y al sistema de gobierno basado en el consenso de los gobernados y en la libertad de mercado, la prosperidad ha florecido en este país hasta alcanzar una grandeza sin precedentes. Las naciones que se han aproximado a su modelo han gozado de progresos similares, al tiempo que la parálisis y el retroceso caracterizan a sus antípodas.
La intención del Papa Francisco, al proteger a los que quiebran la ley, es de falsa compasión. Como es falsa su modestia al preferir un diminuto Fiat 500 para recorrer las calles por varias ciudades norteamericanas. Si fuera real su preocupación por la suerte de los migrantes de aquí y de Europa, lo honesto habría sido que analice las causas que motivan su éxodo.
Nadie, con las excepciones de rigor, abandona su terruño por capricho. En la Grecia de Temístocles se condenaba al ostracismo a los que ponían en peligro el régimen establecido. Era una condena “a la muerte social”, castigo que para algunos era peor que la propia muerte física. La dictadura castrista obligó al exilio a más de 2 de los 11 millones de habitantes de la Isla.
El exiliado recuerda constantemente sus raíces, pero ha llegado de modo admirable a asimilar la nueva cultura. El Papa Francisco, defensor de la ilegalidad, viajó a Cuba para abrazar a Fidel, consolidando el perdón a los horrores de su dictadura de más de 50 años, en alimón con Obama.
En el caso de los migrantes árabes musulmanes que están invadiendo a Europa, casi todos hombres jóvenes, se cree que el móvil es ideológico y político al mismo tiempo. Al parecer reciben órdenes de los altos mandos del Islam para tratar de conquistar por tercera vez a Europa, ahora sin cimitarras ni disparos.
En cuanto a los que vienen de América Latina, especialmente de México y Centro América, lo hacen porque las condiciones de vida y de trabajo son allí precarios y “gringolandia” los atrae como faros en la oscuridad de la noche a los insectos. No llegan “por amor”, como dijo el aspirante a la presidencia Jeb Bush (casado con mexicana), sino porque  aquí hay más oportunidades para trabajar.
El Papa debió haber dirigido sus sermones no a los “gringos malos”, que a lo largo de varios siglos han sido los más hospitalarios de la tierra, sino a los malos gobernantes y a las malas clases dirigentes de los países de los cuales huyen los migrantes empobrecidos, entre ellos de Argentina, su tierra natal.
¿Por qué no denuncia a los gobiernos y sistemas corruptos de México, Argentina, Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, El Salvador, Cuba y, casi sin excepción, de todos los demás del área? ¿Acaso las condiciones en los Estados Unidos son mejores porque su raza es superior o porque por algún milagro brotaron  fábricas, hidroeléctricas, tractores, automóviles  y los Apple?
Quizás piensa el Papa, como muchos que nunca dejaron la adolescencia intelectual, que el poderío norteamericano obedece a la explotación que ha hecho de los pueblos del orbe, por lo que es justificable que los pobres del orbe oprimido vengan a recuperar lo perdido, en plan de conquista como el los árabes en Europa.
En Estados Unidos ni la raza es superior, ni se ha operado otro milagro que el de la aplicación del sistema de 1776/1778. La “raza” es hoy  heterogénea, anglosajona en principio para luego mezclarse con grupos de toda Europa y Asia y más y en los últimos decenios de Hhispanoamérica, aparte del componente de la negritud.
Los inmigrantes se han fusionado, asimilando la cultura nueva, liberal y democrática, innovadora y revolucionaria. Constituye una incógnita si las centenas de miles de musulmanes que han ingresado últimamente al país con el apoyo de Obama seguirán esa tendencia, pues se aislan y en algunos casos (51%) buscan vivir con la ley Shariah, incompatible con la Constitución. 
La inmigración no está detenida ni prohibida, excepto la ilegal. Y así lo será porque este es un país de leyes, que el Papa Francisco no podrá alterar. Como tampoco podrán afectar sus ataques al sistema económico que impera en la nación, reductor de la pobreza como ningún otro en la historia. Y que tanto atrae al migrante de los más distantes confines.
Sobre las digresiones del Papa acerca del capitalismo democrático, bastan para alcararlas las observaciones precisas del escritor y periodista cubano Carlos Alberto Montaner, publicadas en días pasados por el Diario El Nuevo Herald de Miami, que se transcribe a continuación:




Thursday, September 24, 2015

UN PAPA POLÍTICO PARTIDISTA


Si alguna duda quedaba acerca de la posición política del Papa Francisco, su discurso pronunciado hoy ante las dos cámaras del Congreso Federal de los Estados Unidos la despejó por completo. Solo le faltó decir: soy demócrata y estoy con Obama. 
Con su vestimenta blanca de pontífice, respaldó al líder de la Casa Blanca en su política pro amnistía, apelando al mandato cristiano de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, enfatizando que María y José eran refugiados y citando como iguales los conceptos de inmigrante, peregrino y  refugiado.
En ninguna parte de sus discursos el Papa Francisco se detuvo a analizar las causas que motivan los movimientos migratorios. ¿No es acaso la búsqueda de mejores condiciones de vida? ¿O el deseo de huír de regímenes corrompidos, represivos y rehacios a sujetarse a las leyes?
La intención del Papa, obviamente, es sumarse a los esfuerzos de Obama por atacar a quienes le acusan de lenidad en la aplicación de las leyes para frenar la inmigración ilegal, con el propósito de ampliar el electorado de su partido demócrata para las próximas elecciones presidenciales.
¿Por qué el Papa no censura a los regímenes de los países que fomentan la emigración de sus ciudadanos, como por ejemplo Cuba? De este país han fugado más de dos millones de personas y lo siguen haciendo, incluso en condiciones precarias, desde hace más de 50 años de dictadura de los hermanos Castro. 
Emigran, a los Estados Unidos y a otros países de América y de Europa, para escapar de un sistema policíaco que prevaleció a sangre y fuego, con miles de víctimas sacrificadas frente al paredón, de las cuales hay testimonios fílmicos como los hay de la Unión Soviética, China, la Alemania de Hitler o el Japón de Tojo. 
Lejos de hablar de ello, el Papa fue a visitar a Fidel, a estrechar y acaso a abrazarse con Fidel Castro, consolidando así el perdón conjunto con Obama a todas las atrocidades cometidas y que se siguen cometiendo contra los cubanos que disienten de la opinión oficial. Si en lugar del terror en la Isla reverdeciese la libertad, no habría emigrantes.
El Papa Francisco, por alta que sea su magistratura, yerra al amonestar a los Estados Unidos en materia de hospitalidad a los inmigrantes. Los ha recibido desde la época de Jamestown, pero desde que se fundó la República en 1776 con la Declaración de la Independencia y en base a ella se creó la Constitución de 1787, floreció en estas tierras la sociedad más próspera, dinámica y libertaria de la historia.
La inmigración se aceleró y hacia fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX hubo necesidad de regularla (no impedirla). No obstante, la inmigración ilegal se dio y en tiempos del presidente Ronald Reagan alcanzó la suma de 3 millones de personas. En unidad con el Congreso, se convino en otorgarles la amnistía por esa sola vez, e impedir la ilegalidad a futuro.
Pero la desidia o lenidad de gobiernos de ambos partidos impidió cumplir con el compromiso y la inmigración ilegal aumentó por aire, mar y tierra hasta llegar a los 11, 12 o más millones de personas de todas partes del mundo, pero sobre todo de México y América Central. La necesidad de medidas más rígidas para evitarla era imperativa.
Obama ha sido renuente a ello, se ha negado a cooperar con el Congreso y ha preferido recurrir a Decretos Ejecutivos inconstitucionales para amparar a los ilegales a fin de facilitarles una amnistía virtual. En medio del debate, ha llegado el Papa para distorsionarlo, con gran regocijo de los demócratas.
En su prédica anticapitalista, en la que invocó a la monja Dorothy Day que dedicó su vida entera a aborrecer del capitalismo para sustituirlo por una utópica “redistribución de la riqueza”, al Papa poco le faltó para exhortar a los Estados Unidos a que declare abiertas sus fronteras a todos los pobres del mundo, para que compartan de su riqueza.
Como lo anotaba Rush Limbaugh, el pontífice da a entender así que la riqueza de los Estados Unidos nació milagrosamente y que por esa circunstancia tiene obligatoriamente que abrir las fronteras para que otros la gocen también, habida cuenta que en sus países de origen, menos afortunados, no se operó ese milagro.
El “milagro” al que quizás podría referirse el Papa radica en la Declaración de la Independencia y la Constitución de los Estados Unidos. Nunca antes  se había convenido en formar una república basada en el consenso de los gobernados y no en el consenso del gobernante (rey, emperador, tirano). La libertad, según esa filosofía, no era don del monarca, sino privativa del pueblo.
Ha sido en base a esa libertad que el “milagro” de la grandeza de Estados Unidos ha florecido. En lugar de dirigir sus sermones pro Obama en materia de inmigración, mejor haría el Papa en exhortar a las naciones exportadoras de emigrantes a imitar el sistema de gobierno de Estados para prosperar. Si, para prosperar con capitalismo en libertad.
Hay espléndidos ejemplos donde la prosperidad ha florecido con variantes de ese sistema. Pero son muchos más y hórridos los de regímenes tiránicos de uno y otro tinte, verdaderas y miserables cárceles como Corea del Norte o Cuba o seudo democracias otrora prósperas que se autoextinguen, como Venezuela.
El Papa Francisco viene de Argentina, una de las naciones más ricas hasta mediados del siglo XX, que el peronismo arruinó y sigue arruinando. Allí no hubo ni hay capitalismo con libertad y verdadera aplicación de la ley. Hace mal el pontífice, hombre docto, en juzgar al capitalismo con lo que él ha vivido en su país natal. Si dicen que se resistió a las dictaduras ¿cómo se explica su identificación con Obama?
Si es persona ilustrada ¿cómo entender que caiga en el prejuicio del calentamiento global, que carece por completo de sustento científico? ¿Por qué aboga por la redistribución de la riqueza y al propio tiempo condena el principal instrumento de creación de riqueza y reducción de la pobreza que registra la historia, cual es el sistema liberal de capitalismo de mercado? 

Thursday, September 17, 2015

TRUMP, EL EJECUTOR


Los columnistas y dirigentes políticos, acostumbrados a monopolizar la opinión pública, siguen molestos porque no se cumplen sus predicciones acerca del tránsito fugaz de Donald Trump en la campaña primaria del partido republicano para elegir al candidato presidencial para los comicios del 2016.
Tampoco están contentos con los consejos que han dado para que tanto los moderadores como los otros candidatos que participaron en el segundo debate realizado anoche por CNN TV, para que utilicen otras tácticas para ridiculizar al “payaso” Trump, quien sigue liderando con amplia ventaja en las encuestas en todos los lugares que visita. 
CNN, identificado con la izquierda progresista que respalda a Obama, fue anfitriona del debate y desde el inicio del larguísimo debate de casi 3 horas se dedicó, sobre todo en la primera parte, a animar a todos los oponentes de Trump a que “lo hagan pedazos” sobre los más diversos temas incluso triviales abordados por él en la campaña.
Fue inútil. A medianoche, a poco tiempo de concluído el espectáculo, que convocó a una teleaudiencia récord (como antes para FoxNewsTV), se hicieron públicas las primeras encuestas que asignaron, todas, el triunfo del debate a Donald Trump y todas con más del 50%. Hoy encuestadoras como las de la revista Time elevaban ese promedio al 67%.
¿Qué es lo que ve la mayoría de la gente en Trump que no ven los sabios analistas? La columnista Ann Coulter, que por excepción tiene otra visión de Donald, parece tener razón cuando titula su artículo de hoy: “Los únicos que quieren (a Trump)  son los votantes”. El respetable columnista Daniel Henninger, del The Wall Street Journal, en cambio llega a decir que Trump es tan desquiciado como Sanders.
Bernie Sanders es el candidato socialista que se opone a Hillary Clinton en las primarias del partido demócrata. Tanta es la falta de simpatía y carisma de Hillary y tantas las pruebas de su corrupción, que Bernie ha ascendido de modo meteórico en las encuestas, superando a su rival. Pero su agenda es utópica, comparable con la del nuevo líder laborista británico Jeremy Corby, jamás con Trump.
Trump, contrariamente a la opinión de los Henninger y de los dirigentes del GOP tradicionales, quiere revertir precisamente la tendencia socialista en la que Obama y los demócratas le tienen embarcado a los Estados Unidos, con grave pérdida de su liderazgo internacional, la quiebra de su economía y  la irradiación de la desesperanza en la nación.
Sanders es un mediocre legislador inserto por casi 20 años en Washington y que ha salido a la luz por la opacidad de Hillary. Trump es un empresario existoso que resolvió participar en la política por la primera vez, angustiado al constatar cómo los políticos de siempre han sido incapaces de frenar el deterioro de la República.
No busca socializarla más, como Sanders, ni contemporizar ni transar con lo que está dañado ni con el enemigo, sino aplicar la ley a plenitud y con el máximo rigor, sin concesiones a esa coartada de la izquierda de lo “políticamente correcto”. La primera prueba la dio al inciar su campaña al denunciar la farsa de Obama frente a la inmigración ilegal.
Y ha segudio dando más pruebas en todos los frentes: en el militar, en el económico, en el trato a los veteranos, en la reforma tributaria. Ha ofrecido esquemas sobre inmigración y lo hará pronto en impuestos. No son especificaciones sino grandes postulados de cambio, pero no de un cambio al estilo Obama, sino de reafirmación de los principios básicos y tradicionales de la nación.
Lo que la gente ve, lo que los potenciales votantes ven en él y no lo ven ciertos columnistas, es a un líder que no miente y que está dispuesto a traducir su voluntad y promesas en hechos. Trasunta ser más que un orador, un gran ejecutor. Dice lo que piensa sin rodeos y si promete reconstruir al país, a sus fuerzas armadas, a la economía y a recuperar la posición de fuerza del país en las contrataciones, la gente siente que lo hará y lo respalda.

Friday, September 11, 2015

ESTAMOS PEOR QUE ANTES DEL 9/11


Es lo que dice el ex alcalde de la ciudad de Nueva York Rudy Giuliani, a quien le tocó sobrellevar la tragedia de la destrucción de las Torres Gemelas que causó la muerte de millares de personas, casi 3.000 si se añaden las víctimas de los atentados terroristas simultáneos del Pentágono y Pensilvania.
En el artículo, publicado por The Wall Street Journal y que se transcribe en inglés al final de esta nota, Giuliani sostiene que transcurridos 14 años del peor de los atentados del terrorismo árabe musulmán contra los Estados Unidos, el enemigo no ha sido derrotado y más bien sigue ganando terreno en todos los frentes. 
“Estamos peor que antes del 9/11”, dice. Y esa es la realidad a la que le ha conducido al país el actual gobernante Barack Hussein Obama. Otrora, a los enemigos se los derrotaba, se les imponía condiciones de paz y más tarde inclusive se convertían en socios bajo comunes parámetros de libre comercio y albedrío, como Alemania y Japón.
Luego del 9/11, Estados Unidos invadió Afganistán e Irak en retaliación por el atentado del 9/11. En Irak, tras una revaluación militar, se doblegó a los terroristas del Al Qaeda y se consolidó un gobierno democrático, al que había que respaldarlo hasta que se fortalezcan sus sistemas de defensa interna y externa, como ocurrió en Alemania y Japón.
Pero en el 2011, Obama ordenó el retiro de tropas e Irak se deshizo dando oportunidad a que el terrorismo vuelva a expandirse con el armamento que las tropas norteamericanas dejaron en retaguardia. ISIS/ISOL formó rápido un ejército de 50.000 hombres bien armados, para defender y expandir el primer estado islámico o califato moderno en el Medio Oriente. 
Obama lo dejó crecer y ahora esa región es un caos. Los crímenes que los terroristas han cometido son horripilantes, contra cristianos, mujeres, niños e inclusive árabes musulmanes rebeldes. La violencia en Irak y Siria y zonas aledañas ha desatado un éxodo irrefrenable, que abarca no solo a los refugiados de guerra, sino a árabes de otros país que buscan mejores condiciones de vida en Europa.
Hay informaciones confiables que indican que entre los refugiados, el ISIS está enviando terroristas jihadistas para elevar el número de los infiltrados que ya se hallan en países europeos y en los Estados Unidos. El ataque del 9/11 no ha servido, como Pearl Harbor en 1941, para preparar al país a un guerra contra su mortal enemigo, sino para acomodarse y someterse a él.
Irán, teocracia dirigida por un Ayatola desde 1979, es la tiranía que se ha declarado como enemigo número uno de los Estados Unidos. Desde su inicio ha sido la principal promotora del terrorismo en el mundo, con alcance inclusive en Argentina. Tiene jurado pulverizar a Israel y destruir al “imperio satánico” norteamericano.
Por decisión de Naciones Unidas, Irán estaba prohibida de desarrollar armas nucleares o convencionales de largo alcance, para lo cual se le impuso sanciones comerciales y financieras preventivas. No por iniciativa del Ayatola, sino de Obama, se iniciaron conversaciones para llegar a un acuerdo para levantar las sanciones.
Lo ha conseguido, finalmente. Desde su campaña presidencial en el 2008 había considerado injusto el desequilibrio militar en Medio Oriente, ya que Israel disponía de armas nucleares e Irán no. Ahora las tendrá, bajo la simulada condición de que será dentro de 10 años, plazo que nunca se cumplirá.
El Congreso de los Estados Unidos ha sido cómplice en esta capitulación frente al mayor enemigo. Aceptó que el diálogo iniciado se plasme no en un tratado sino en un acuerdo ejecutivo, para evitar el bloqueo legislativo. Pero, para suavizar las críticas, se advirtió que el acuerdo sería revisado por el Congreso, en toda sus  integridad, incluyendo acuerdos paralelos.
Dos acuerdos no fueron incluídos por Obama, uno referente al derecho de Irán de revisar por si mismo sus instalaciones, sin observadores extraños. Se intentó bloquear el acuerdo general si el gobierno no exhibía tales acuerdos adicionales, pero los demócratas y algunos republicanos dóciles lo impidieron.
En la votación general, que se realizará la próxima semana, se espera que ningún republicano vote a favor del acuerdo Obama/Ayatola y que se sumen algunos legisladores demócratas de ancestro judío. Será vetado por Obama, pero el veto no tendrá fuerza, porque al menos 43 senadores demócratas se opondrán al veto, dándole el triunfo a Irán.
Será otra ley (acuerdo) que Obama presiona al Congreso para aprobarlo sin consenso partidista. No era esa la intención de los que fundaron la República en el siglo XXVIII. El sistema de gobierno que se instituyó con la Constitución, inpirada por la Declaración de la Independencia, se basaba en el consenso de los gobernados y ese consenso era resultado de la distribución del poder en tres ramas.
El Obamacare fue aprobado en forma similar, sin respaldo de ningún voto republicano y es una desastre. Para tratar de aplicarla, Obama ha rehecho la ley y ha tomado fondos para subsidios que no le fueron asignados por el Congreso. Un juez federal acaba de dictaminar que ello es inconstitucional y que los Estados podrían seguirle juicio. O que el Congreso podría  eventualmente llamarlo a interpelación.
Los fundadores del país estipularon que las leyes tenían que ser cortas y claras, para evitar confusiones. El Obamacare es todo lo contrario, tiene casi 3.000 páginas y la líder de la Cámara Baja, Nancy Pelosi, ordenó a sus coidearios demócratas y no demócratas que la aprueben sin leerla, que ya lo podrán hacer más tarde.
El Obamacare tenía y tiene la oposición de 3/4 de la población e igual o mayor porcentaje de desagrado existe por la capitulación ante Irán. Obama representa una minoría “progresista” que incluso le ha impuesto a la Corte Suprema la expedición de resoluciones que son leyes, como el derecho al matrimonio gay, que no existe en la Constitución.
La única rama capacitada para legislar es el Congreso, a nivel federal y estatal. El pueblo se pronunció en contra del matrimonio gay en 37 de los 50 Estados de la Unión, por voto directo o por resolución de las Cámaras. Pero los jueces estatales y finalmente la Corte Suprema han vulnerado la voluntad popular, legislando contra natura en favor de la igualación del matrimonio gay con el matrimonio tradicional.
La Constitución de 1778 ha sido despedazada por esta administración y le ha dejado al país sin liderazgo en el frente externo y desmoralizado en el frente interno. “Con los terroristas no se negocia, a los terroristas se los mata”, dijo en una asamblea popular Sarah Palin, ex candidata republicana a la vicepresidencia. 
Con esa misma frustración, la mayoría está indignada ante el avance de la minoría “progresista”, que en tan corto período de gobierno ha hecho tanto daño a la nación. La alternativa será llevar a la Casa Blanca y al Congreso líderes que sientan de verdad a los Estados Unidos y tengan voluntad y energía para detener a la nación antes de que se precipite en el abismo de la autodestrucción.
Por el momento, quien parece cristalizar esos sentimientos es Donald Trump y de ahí su alta popularidad.


The anniversaries and other reminders of the Islamic extremist attacks of Sept. 11, 2001, stir a torrent of thoughts and emotions. But we should try to focus on those most relevant today.
A sensitive and appropriate 9/11 museum has now been built. A new tower has emerged as a great work of architecture adding to the world’s most-iconic skyline. Lower Manhattan, specifically the immediate vicinity of the World Trade Center, which many of us feared might be abandoned in the wake of these attacks and constant threats of future attacks, has more than doubled in population.

Opinion Journal Video

Human Rights Foundation Chairman Garry Kasparov on the ripple effects of President Obama’s foreign policy. Photo credit: Associated Press.
It has gone far beyond the goals we set in 1994 when we secured passage of a law allowing the use of many of the older buildings and sites in the area for residential as well as office and commercial uses. All of this is a good sign that New Yorkers have not only met but exceeded the challenge I gave on the evening of Sept. 11, 2001: that New Yorkers should become stronger as a result of the attack.
It would be a mistake, however, to conclude that 9/11 is now simply a part of the nation’s history, like Pearl Harbor. Because there is one big difference. The causes and hatreds that created 9/11 are still with us, and the terrorists have enlisted members who are even more diverse, cunning and determined. The Islamist terrorist war against us continues. This is not a matter of history but of current and future threats.
Remember, this war against us did not start that September day in 2001. It had been going on for a long time. The plane hijackings and killing of innocent people by Islamist terrorists, and their murderous attack on the Israeli Olympic team in Munich, occurred in the late 1960s and early 1970s. In the late 1970s, Iran’s theocratic rulers began killing hundreds of thousands of their own people and took American hostages that the regime held for 444 days. In 1985, Leon Klinghoffer, an American citizen in a wheelchair, was shot and thrown into the Mediterranean from a cruise ship by Islamist terrorist hijackers merely because he was Jewish. They were acting on the orders of Palestine Liberation Organization leader Yasser Arafat, later a Nobel Peace Prize recipient (so much for the Nobel organization’s legitimacy).
The same World Trade Center in New York was attacked by Islamist terrorists in 1993. The bombings of U.S. embassies in Kenya and Tanzania, and the attack on the naval vessel the USS Cole, which in prior administrations would have been considered an act of war, all happened in the late 1990s.
All of this should have suggested to America’s leadership that war was being waged against us. In case there was any uncertainty about the intentions of these people, Osama bin Laden clarified it by declaring war on us in the late 1990s. Instead of treating these incidents as part of a war, we treated them as discrete, individual crimes. All of these horrendous terrorist acts, and bin Laden’s declaration of war, shared one objective: destruction of the infidel. They were all undertaken in the name of an extremist interpretation of Muhammad’s call to jihad.
But America was in denial.
Now, once again, the terrorist attacks under the banner of jihad are increasing and diversifying. With so many such attacks and thwarted attacks over the past five or six years, we must recognize that “they”—those who want to destroy civilization—are continuing the war against us.
Yet those running our government seem to be in an even greater state of denial than the nation was in during the period before Sept. 11. Now, instead of bin Laden, Iran’s supreme ayatollah has declared that he wants to destroy Israel, to continue to kill Americans and to establish an Islamic empire including Iraq, Syria and Yemen—and the terrorist groups Iran supports. At the same time, the group known as Islamic State, or ISIS, has declared a caliphate seeking the destruction of Christianity and other infidels, and now occupies key areas of Iraq and Syria.
As we reflect on the attacks of Sept. 11, 2001, we must remind ourselves that all the wickedness underlying those attacks still exists and has expanded. We may very well be in more jeopardy now than before 9/11. Attacks such as those at Fort Hood, the Boston Marathon and similar incidents in Europe and around the world reveal that many enemies, not just one, are united in purpose: the destruction of our way of life. Each of these attacks may be more limited than the coordinated terrorist assault on Sept. 11, but they are frequent and hard to anticipate, causing widespread fear, the ultimate goal of terrorism.
We must acknowledge this war being waged against us, increase the military’s capacity to deal with it and, most important, train police to recognize the precursors of terrorist acts. U.S. military and intelligence capacity must not be drastically cut as proposed by this administration. It should be quantitatively increased and strategically improved.
The Obama administration appears likely to get its nuclear deal with Iran—even though it gives the ayatollahs access to hundreds of millions of dollars that will be used to sponsor terrorist acts against us and our allies, and puts the regime on the road to becoming a nuclear power. The deal makes war, either conventional or nuclear, more likely.
But there are alternatives to war. The Iranian regime to this very day maintains a two-dimensional approach to us: negotiate with us while maintaining policies on the destruction of Israel, death to Americans and supporting Islamist terrorism. The American leadership should be at least as shrewd, using a two-pronged counter approach: While attempting to reach an agreement assuring a nonnuclear Iran, we should also recognize and support the Iranian resistance movement. It is absurd that we supported regime change in Egypt, a U.S. friend, and regime change in Libya, a neutered country that had abandoned its weapons of mass destruction, and yet have done nothing to support it in Iran.
On this 14th anniversary of the worst foreign attack on U.S. soil, let us honor our fallen on Sept. 11 and in Iraq and Afghanistan by pursuing a policy reflecting America’s true purpose—to offer hope for the future of mankind and, in particular, for the freedom and dignity of people who have lived under deadly intimidation for decades.