El presidente Rafael Correa no pudo expresar con mayor claridad en qué consiste el milagro que bajo su mando se ha operado en la economía del Ecuador. Lo reveló en una entrevista que concedió en Barcelona al diario Vanguardia.
El toque mágico, como se sospechaba, no ha sido resultante del doctorado en economía que obtuvo en una universidad norteamericana, ni tampoco de alguna norma o táctica nunca antes conocida. Se trata, simplemente, del petróleo.
La agencia AFP lo cita declarando que renunció a seguir protegiendo a la zona de Yasuní, defendida por los ecologistas, porque allí hay ricos yacimientos petrolíferos que hay que explotar “porque necesitamos de ese dinero para superar la pobreza”.
“No tenemos otro camino” dijo el PhD en Economía. Trató de justificar la traición a sus principios, que los sostuvo durante siete años de su gobierno, al recordar que pidió al mundo que le regalen 3.600 millones de dólares para no tocar al Yasuní.
“No nos dieron ni el 3/1.000”, se quejó. Tal actitud es comparable a la de un pre púber que promete a su mamita no cometer alguna travesura mayor, si a cambio ella le complace con alguna de sus golosinas favoritas. “Si no me la das”, le amenaza, “me lanzo bajo el bus”.
Si Correa estaba o está convencido de sus principios en favor de las zonas ecológicas de alto riesgo, debería defenderlos en todo momento y no someterlos a un baratillo de precios. Ahora, como justificándose, dice que la tecnología de extracción petrolera garantiza el menor impacto ecológico, pero ello no es ninguna novedad.
Como tampoco es novedad su endeblez e inconsistencia. Frente al reclamo de los ecologistas y simpatizantes que en el Ecuador quieren un referendo que autorice o no la explotación en Yasuní, el antes ardiente defensor de esa región ha bloqueado todo intento porque prospere esa petición democrática.
En alguna otra ciudad de España, país que ha visitado en estos días, uno de los asistentes a su conferencia se levantó y le reclamó por su doblez en el caso Yasuní. Era un inmigrante ecuatoriano, a quien le obligaron a salir de la sala los guardias de seguridad.
Con la sonrisita despectiva que le es típica, el mandatario dijo: “¿Y a ésto llaman ellos democracia?” Quiso decir: ¿cómo osan contradecirme? Su concepto de democracia es muy distinto, lo ha aplicado en el Ecuador sin resistencia y es el que alaba en Venezuela y Cuba. El derecho a discrepar está proscrito en el Ecuador.
Rige, por su decisión, inspiración y orden, una censura que no se limita a los escritos en diarios y revistas, ni a las opiniones en radios y TV. Se extiende a las fotografías y caricaturas de culaquier tipo de publicación y ahora recientemente al contenido e intención de comedias y demás actos de entretenimiento.
Varios periodistas indóciles han sido expulsados de los medios en que trabajaban y han pagado multas, junto con los medios (el monto de una de ellas se invirtió en la residencia de Correa en Bélgica). Otros han sido forzados a humillantes rectificaciones injustificadas, como el caricaturista de El Universo y el columnista del mismo diario Alfredo Pinoargote.
Censuras como la descrita son propias del Medioevo o de la extinguida URSS, entre los nazis, la Cuba del eterno castrismo y similares. Lo desconcertante es que Correa no se ha vuelto dictador por la vía de un golpe de Estado tradicional, sino a través de las urnas y maniobras dentro del sistema seudo democrático.
En siete años ha sido elegido y reelegido y ha triunfado en todo referendo o elección secundaria de su interés. En la última de febrero perdió, pero para él esa pérdida no es tal, sino un paso hacia adelante, hacia una nueva reelección que la misma Constitución que él forjó la prohibe.
Es probable que todos sus deseos se cumplan porque pese a los comicios de adversos resultados, las encuestas siguen revelando que la mayoría de la población ecuatoriana (algunas marcan 74%) lo ama y respalda. Si así se desarrolla la historia, entonces el “milagro” ecuatoriano continuará sin tropiezo alguno.
Correa se equivoca cuando dice que al país no le queda otro camino para salir de la pobreza que explotar más petróleo, en Yasuní o donde fuere. Más dinero del petróleo, con el estilo Correa, solo significará más dinero para el gasto público, no menos pobreza. La riqueza se crea de otra forma que acaso no aprendió él en las unversidades yanqui o belga donde estudió.
El gobierno no es creador de riqueza. Su función es aplicar leyes que otra función las dicta, para que la capacidad productiva de la población brote en forma eficaz y creciente. Para ello se requiere de un marco de libertad para ahorrar, invertir, inventar y comerciar, es decir, un mercado libre sin interferencia gubernamental.
Correa ha absorbido los poderes de un gobierno que democráticamente se divide en tres. E interfiere permanentemente en el mercado para impedir la libre circulación de ideas (censura) y el libre flujo de capitales y de comercio interior y exterior. Los resultados han sido aumento de la deuda pública, corrupción, desempleo, más pérdida del aliciente de inversión.
Mas el gasto público está llegando al tope del endeudamiento. Correa está preocupado y para ello ha ido casi de incógnito a los Estados Unidos a conseguir un préstamo del antes odiado Banco Mundial. Y ahora quiere arrasar con los “yasuníes” y extraer más petróleo, porque los chinos le dijeron “basta”, ya no más créditos sin pago cierto.
El milagro del milagrero Correa puede irse al tacho de basura si los precios del petróleo caen, como muchos entendidos lo predicen. Es de confiar que tal ocurra antes del nuevo asalto al poder que Correa tiene planeado para el 2017. Por la vía de las urnas...