La campaña electoral presidencial prácticamente ha llegado a su fin en los Estados Unidos y se supone que los votantes están ya suficientemente bien informados como para consignar su voto a conciencia en los comicios del 6 de noviembre próximo.
El velo de misterio que cubría al presidente demócrata Barack Hussein Obama se ha vaporizado gracias a tres debates “mano a mano” con su oponente republicano Mitt Romney y ahora la alternativa está mucho más clara que antes de dichos encuentros, televisados a millones y millones de televidentes.
Nadie sabe por qué los demócratas escogieron a Obama para liderar una transformación radical de los Estados Unidos, de una sociedad libre, próspera y capitalista, a otra de corte socialista/fascista que coarte las libertades y exalte el control del Estado sobre la comunidad.
En casi cuatro años de gobierno, Obama ha ido asestando golpes arteros en esa dirección. La obstrucción a la inversión y desarrollo del sector privado casi duplicó el desempleo a 23 millones de personas u 8% de la población activa, la deuda pública subió a 16 trillones de dólares y los bonos por alimentos y otras dádivas también escalaron al doble.
En el frente externo, la amenaza del terrorismo musulmán de Al Qaida y otros falanges se disparó pero Obama se abstuvo de contrarrestarla y mintió, como en el caso de Benghazi, Libia, donde el embajador y otros tres servidores públicos fueron masacrados del 11 de septiembre pasado.
El ataque, en el aniversario del 9/11, fue precedido por otros en Egipto y el pedido de refuerzos fue negado por el régimen. El día de la masacre los SOS fueron repetidamente lanzados a varios puntos de control estratégico del Pentágono, la Casa Blanca y el Departamento de Estado, pero denegados una y otra vez. Obama prefirió volar esa noche a Las Vegas para acercentar sus cofres de campaña.
Este horrendo incidente, que bien pudo ser prevenido con anticipación, o repelido rápidamente tan pronto se produjo, ha sido ignorado por los grandes medios de comunicación escritos y audiovisuales, en demostración irrefutable de corrupción profesional que avergüenza a la otrora ejemplar “prensa” norteamericana.
Ese ocultamiento de la verdad para proteger a un demócrata radical que pretende ocupar la Casa Blanca otros cuatro años, ha sido evidente no solo en el caso de Libia sino a lo largo de toda la trayectoria de Obama, desde que fue senador estatal de Illinois, luego senador federal y por fin precandidato presidencial en 2008, contendiendo con Hillary Clinton.
Constantemente los medios y los columnistas demócratas lo endiosaron calificándolo de nuevo Lincoln, del más grande orador de todos los tiempos, del mesías que cambiará a los Estados Unidos y el mundo. Los periodistas de investigación, infatigables en la búsqueda de defectos en las vidas de los candidatos republicanos, jamás se detuvieron en contar a sus lectores quién era este personje mesiánico y menos por qué lo era.
Los récords que hubieran podido documentar el pasado de Obama en sus estudios, viajes, relaciones humanas, trabajos universitarios, lugar y fecha de nacimiento, historia de su pasaporte y certificado de seguridad social (o documento de identidad) fueron sellados a la curiosidad pública y lo siguen siendo hasta la fecha.
Pero la gente, incluída la que votó por él (con excepción quizás de los negros más los fanáticos de extrema izquierda), comenzó a dudar al constatar que sus promesas de prosperidad, fraternidad y unión se convertían en todo lo contrario. Nunca antes el desempleo y la deuda habían alcanzado niveles tan altos, solo equiparables con la gran Recesión de 1930.
Nunca antes tampoco se había exacerbado a tal extremo la lucha de clases y el antagonismo racial promovido por quien, por su condición de mulato elegido presidente por voto popular, se esperaba haría lo contrario: sepultar el odio y la enquina por motivos que apelan a los más bajos sentimientos humanos y que traen a la memoria un esclavismo del que este país salió con una crudelísima Guerra Civil.
Pero el personaje mítico, que recibió el Premio Nobel de la Paz inclusive antes de hacer nada por merecerlo o no merecerlo, quedó al desnudo con el simple mecanismo de tres debates presidenciales por TV, institución que Obama no pudo eludir (como lo han eludido Chávez, Correa y otros gobernantes de parecida tendencia dictatorial).
Desde el primer debate Obama fue pulverizado por Romney. No que éste haya actuado de un modo especialmente estelar, pues estuvo igual que siempre: claro, ilustrado, documentado, directo. Lo que ocurrió es que Obama no pudo reencarnar el mito creado por los avisos, los discusos por teleprompter y sus aliados de la prensa.
Obama se presentó como lo que es: inepto, arrogante, agresivo, vacío de ideas y trastabillante en su locución. Pero además en los debates, otro mito se derrumbó: el difundido por la multibillonaria porpagando obamista de un Romney inmisericorde con los pobres, enemigo de las mujeres, protector de la plutocracia, pomotor de guerras, apático e impertérrito ante el sufrimiento de los más débiles.
El debate se basó en tesis y confrontación de realidades. Mitt Romney puso en claro que cuatro años de Obama han arruinado a la economía del país y el mundo y que cuatro años más de lo mismo sería catrastrófico. El Presidente no podía hacer lo imposible, estos es, defender su gobierno por lo que se concentró en atacar repetitivamente a su rival, confirmando con ello la debilidad de su posición y la de sus estrategas.
Romney, que ha comenzado a brillar más a medida que aumenta la opacidad y vaciedad de su rival, ha expuesto ideas claras acerca de cómo rescatar a este país en lo económico, politico, cultural e internacional. Han sido cinco los puntos concretos de su estrategia, que podrían resumirse en en uno solo: hacer todo lo contrario que ha hecho Obama.
En momentos en que se observa a una Europa en escombros como resultado de políticas socio/fascistas como las que quiere aplicar Obama en los Estados Unidos, no se entiende que aquí haya quienes quieran reelegirlo para seguir por esa ruta del fracaso. ¿Será porque Obama y los demócratas se declaran campeones de los pobres y desvalidos? Pero el número de pobres y desvalidos ha aumentado en este país.
¿O porque Obama y los demócratas se proclaman amantes de la paz? Bueno, Al Qaida y demás falanges como Hezbollah, Hamas y la Hermandad Musulmana se han expandido. Históricamente se ha comprobado que la ley y la paz (que en ella se sustenta), no pueden garantizarse sino mediante la fuerza de la autoridad. Pero Obama y los suyos odian a la instituición militar y la están mermando y castrando día a día, en algunos casos con la connivencia de los altos mandos.
(El minisro de Defensa Leon Panetta acaba de decir que no se enviaron refuerzos militares a Beghazi al conocerse del asalto terrorista, “porque la situación era incierta” y no se quiere “que los soldados corran riesgo”. ¿Para que se forman militares? ¿Para hacer tejidos de punto, para que se apareen entre si?)
En fin, la decisión de los votantes está clara: la sensatez o la estupidez. Si hay quienes prefieren dar vuelta a las manecillas del reloj y echar por la borda la Revolución Americana, la Declaración de Independencia y la Constitución, la Guerra Civil Americana y las dos Guerras Mundiales, que voten por Obama (igual lo harían por Chávez o Correa).
Millones de personas, sobre todo en las dos últimas centurias, han optado por sacrificar su habitat de origen en búsqueda de una nación con respeto a las ideas, las libertades y la democracia. Otros cuatro años de Obama implicarían una regresión a ese pasado que para ellos quedó atrás.
Recientemente la mayoría de inmigrantes proviene de América Latina. La prensa liberal sostiene que apoyan a Obama. Si ello es así ¿por qué? La injusticia y el irrespeto a la ley los forzó a emigrar a los Estados Unidos o España. ¿Añoran acaso masoquísticamente el sistema del cual escaparon? Cuando las sociedades capitalistas se vuelven fascistas, quiebran. España es un ejemplo y los que allá emigraron, hoy quieren a su vez volver a escapar.
No comments:
Post a Comment