Sunday, October 14, 2007

ECUADOR: ¿QUIÉNES SON LOS CULPABLES?

Pese a que cualquier reflexión acerca de las causas por las cuales el Ecuador ha desembocado en la situación política crítica en la que se encuentra hoy podría alterar los resultados que se han dado, de todos modos es saludable intentarla con ánimo que de que no se repitan los errores. Esta esperanza, de entrada, acaso peque de optimista.
Una de las primeras conclusiones a las que han arribado ciertos portavoces de la clase dirigente en la sociedad ecuatoriana (empresarios, periodistas, líderes políticos, intelectuales) es acaso la más fácil: Correa se ha consolidado en el poder con inusitado autoritarismo, porque así lo ha querido un pueblo mayormente ignorante, desinformado, resentido e incluso amargado.
Pero eso esconde una manipulación de análisis para exonerar de culpa a la clase dirigente. Pues las masas, la sociedad y en general cualquier comunidad grande o pequeña se desarrolla y evoluciona siempre al ritmo impuesto por los líderes correspondientes. Es lo que se observa en el curso de la historia de la humanidad y hasta es apreciable también en el mundo animal.
La clase dirigente, desde la época de la colonia española, ha errado en su papel de conducir a la sociedad más allá de la defensa de sus propios intereses y contra toda ley. Los colonizadores no llegaron para erigir fortunas por propio esfuerzo, sino con el esfuerzo de los indígenas subyugados. Con el advenimiento de la independencia y la vida republicana, ese esquema no varió en lo fundamental.
(Es interesante recordar que España se había posesionado de las dos terceras partes del territorio de lo que es hoy Estados Unidos hacia los siglos XVIII y XIX. La conquista no arraigó como en Centro y Sudamérica porque en tierras del norte la resistencia indígena fue superior, o no hubo indios, como en gran parte de la Florida. En la USA de hoy, en otras palabras, las mitas, obrajes y grandes haciendas trabajadas por indios no pudieron prosperar)
De la Colonia a la República no hubo sino el cambio formal de régimen de control de Madrid a Quito. Pero el sistema no se alteró. Los anglosajones huyeron de una Europa feudal para hallar formas más libres de vivir en el Nuevo Mundo. Los de España vinieron a América a prolongar el feudalismo y acceder a la clase dominante mediante la explotación de las minas, a fin de levantar fortunas sobre la base mercantilista del valor del oro y las piedras preciosas.
Tras el esplendor de España en los primeros años de la Conquista, con ese maravilloso Siglo de Oro sustentado en la prosperidad inicial, el Imperio se debilitó y corrompió. En contraste la era industrial hizo su arribo en Inglaterra, financiada irónicamente en parte con las grandes fortunas de los colonizadores y sus contribuciones a la Corona. España, en cuyo imperio jamás se ponía el sol, comenzó a languidecer mientras el Reino Unido, al mismo tiempo, era cada vez más próspero y emprendedor.
La historia española de los siglos XIX y XX está ahíta de hechos y sucesos derivados de esa equivocada concepción del mundo y de la vida, que si bien produjo excelsitudes en el arte, la literatura y las costumbres, fue impotente para impartir una mayor y mejor participación de la mayoría de ciudadanos en la mejoría de sus niveles de vida. La situación hizo más tarde crisis con la Guerra Civil, una de las más encarnizadas de todos los tiempos.
La consecuencia fue la prolongada dictadura de Franco, con sus logros y excesos y, finalmente, la sucesión de la era franquista y el retorno a una monarquía que, para entonces, fue aceptada y actuó como neutralizador entre los bandos opuestos. Se cimentó un sistema democrático y ello dio paso al surgimiento de líderes con consciencia más pragmática, un enfoque más realista y práctico de gobernar a España para que prospere en paz y libertad.
La España pos Franco, con gobernantes socialistas y conservadores (Felipe González y José María Aznar) y un sistema democrático estable, es ahora muy otra. La economía, integrada a la de la Unión Europea, es abierta, dinámica, libre y competitiva y la pobreza endémica, sobre todo en las áreas rurales, es ahora tan solo un recuerdo mórbido en la mente de los ancianos.
La América Latina heredó de España no solo la lengua y sus costumbres, sino ese precario ejercer de la política que se ha reflejado en una constante convulsión y cambios de gobiernos. La causa sustantiva del fracaso ha sido y es el irrespeto a ley. Durante la Colonia hubo leyes magníficas en defensa de los indios impartidas desde España, que nunca se acataron. Esa inclinación ha persistido. Y sin el cumplimiento universal de la ley, no hay democracia.
En el Ecuador hay leyes en exceso, obstructivas a la libertad de invertir y contratar. El estudio que al respecto se hizo en el Perú es ya clásico y aplicable. Si no se permite máxima fluidez a las inversiones, al comercio y la formación y multiplicación de capitales, la sociedad se estanca: no progresa ni enriquece. Es el principio que se entendió en España, que se aplica ahora en Chile, que se ensaya con magníficos resultados en el Perú con el converso Alan García y que ha hecho “milagros” en la propia Rusia, en la India, en Irlanda, en China, en El Salvador.
Pero si la España de Franco evolucionó y por esa ruta marchan algunas otras naciones que estaban sumidas en formas de gobierno autoritarias (con excesivo control del Estado en todas las fases del proceso económico y con coerción en la política y el derecho a disentir) en el Ecuador, Venezuela, Bolivia y Nicaragua se ha producido un fenómeno de regresión intelectual. En lugar de avanzar, imitando lo bueno, se ha resuelto regresar a formas de pensamiento sepultadas en el panteón de la historia.
La clase dirigente ecuatoriana tampoco da visos de modernizar su pensamiento. Ha preferido adular y congraciarse con los déspotas y populistas. Éstos, por cierto, han terminado mal lo que incluso pudieron haber comenzado bien. Tal el caso de Eloy Alfaro, que murió incinerado. José María Velasco Ibarra es el ejemplo más pertinaz y deplorable del estilo populista latinoamericano, que ha producido otros personajes nefastos como Perón en Argentina. VI manipuló a la clase dirigente a su antojo, ésta se dejó manipular por conveniencia y acomodo y los resultados de ese maridaje se están viviendo hoy con Correa y sus antecesores.
Luís Fernando Salazar, columnista de El Comercio, dice en su artículo de hoy que Correa es un “refrito” de Mahuad, Bucaram y Gutiérrez. El uso del vocablo culinario quizás tendía a sugerir que el resultado de la mezcolanza no fue un potaje apetecible, sino todo lo contrario. A ese “refrito” habría que añadirle otras hierbas, incluidas la hierba mayor JMVI y los Alarcón, Palacio, Durán y demás.
¿Acaso hay quien pueda excluirse de esta triste lista de fracasos? Se vienen a la memoria dos nombres: Galo Plaza y Clemente Yerovi Indaburu. Ni uno ni otro eran seres excepcionales en cuanto a oratoria, raptos de prima dona o parecidos desplantes. Eran seres normales y que deseaban que el país se gobierne con sensatez para conseguir algo muy simple y sencillo: que la gente tenga oportunidades para acceder a niveles mejores de vida con dignidad, respeto y libertad. No clamaban, como Correa o Chávez, que disminuyan o desaparezcan los ricos para repartir su riqueza entre los pobres como limosnas. Querían abrir la sociedad a la modernidad como sola garantía para que haya menos pobres que logren salir de su pobreza por esfuerzo propio.
Plaza tuvo uno de los períodos más estables y prósperos entre 1948 y 1952, después de más de 30 años de inestabilidad que incluyó una guerra con el Perú. Intentó volver a la presidencia en 1960, pero fue arrasado por la verborrea populista de Velasco y el país volvió a sumergirse en la vorágine velasquista de la que el país no se libra todavía. El remanso de estabilidad (Camilo Ponce sucedió a Plaza por 4 años), había terminado.
Desde entonces, la historia de sucesión de dictaduras civiles y militares no termina. Correa ahora es el dictador de facto por lo que no se comprende para qué necesita una asamblea constituyente, si la nueva Constitución puede ponerla en vigencia mañana mismo sin necesidad de recaderos y los gastos superfluos de la comedia de Montecristi. La clase dirigente, la del periodismo incluido, todavía se hace ilusiones y confía en que Correa deje de ser intemperante (o sea, deje de ser Correa) y se convierta en estadista. Al menos así lo dice el periodista laureado Alfonso Espinosa de los Monteros, en artículo reciente.
Lo más probable es que su criterio refleje el criterio de la que gente entre la que se mueve. En una reunión social que se celebró días atrás, en casa de una familia tradicional de empresarios, se objetaba a un crítico de Correa pidiéndole “que no sea tan radical”, que coopere para darle una oportunidad “a este muchacho tan bien intencionado”.
Tan bien intencionado como que ha roto la Constitución vigente en innumerables ocasiones, incluyendo el despido a 57 congresistas legalmente elegidos, intervención en el Banco Central, Superintendencia de Bancos y en otros organismos de balance de poderes como el Tribunal Supremo Electoral, Tribunal de Garantías, etc. Tan bien intencionado que ya ha ordenado disolver lo que resta del Congreso, para sustituirlo por una comisión legislativa a su entero mando.
Correa ha violado la Constitución y las leyes de manera flagrante, entre ellas la de la libre expresión y no ha pasado realmente nada importante para contenerlo. ¿Será porque el respeto a las leyes importa poco? Frente a la agresividad constante contra los medios de comunicación, no ha habido un frente unido para responderle. Se ha preferido recurrir a la SIP. Pronto Correa rememorará a Velasco en sus diatribas para denostar a ese organismo por atreverse a una posible condena.
¿Para qué la ley si se la ignora o manipula? Correa acaba de ordenar que se entreguen 300 millones de dólares a la Policía Nacional, como ya entregó a las Fuerzas Armadas y a otros organismos e instituciones. Lo hace en uso de la facultad de recurrir a los Decretos Leyes de Emergencia, creados para casos reales de emergencia y sujetos a un examen y aprobación o rechazo del Congreso. ¿Quién le va a auditar? ¿Un Congreso que ha ordenado extinguir, una asamblea que controla por completo?
En su fobia por todo lo que pertenece a los “ricos”, anuncia que impondrá un impuesto para evitar la fuga de capitales. Es cantinflesco. Cree que así frenará la fuga, en la época de la globalidad de la economía y la electrónica. Lo que hará es acelerar la fuga y frenar a potenciales inversionistas. Con la misma fobia con la que mira a los Estados Unidos, ha confirmado que en noviembre el Ecuador reingresará a la OPEP.
La OPEP, aún cuando tenga como socios a Irán y Venezuela, no es un organismo anti norteamericano. Es un grupo de poder que fija unilateralmente los niveles de producción del petróleo, según el flujo de precios del crudo en el mercado mundial. Ecuador era y será lilipuntense en ese espectro, con una producción marginal a la baja que no llega ni al medio millón de barriles. ¿Aceptará bajarla aún más si así lo decide la OPEP? Ojo, es lo que acaba de ocurrir con Venezuela, en sanción por el ineficiente manejo de la industria petrolera por parte de PDVSA, asaltada por Chávez para sustituir experimentados técnicos con sus áulicos.
El reingreso le costará al Ecuador 5.2 millones de dólares. A lo que habrá que agregar las cuotas anuales. Como para justificar su decisión “liberadora”, Correa ha dicho que una vez reingresado el Ecuador a la OPEP, lo primero que hará será pedirle a Venezuela que le asesore al Ecuador en la renegociación de los contratos petroleros. ¿Necesita él, tan consumado economista, esa asesoría? Si de todos modos tal es el caso ¿no podría comunicase con él por teléfono y por Internet, algo que con seguridad lo hace a diario? ¿No puede valerse de Vargas Pazzos, su embajador en Caracas?
Así se evitaría, aún cuando sea un minucia, incrementar su desenfrenado gasto fiscal.

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