Friday, March 23, 2007

CLAUDICACIONES ABORRECIBLES

El presidente ecuatoriano Rafael Correa aparentemente ha superado las más difíciles barreras en su carrera hacia la dictadura de corte “chavista” y solo le resta esperar a que la Asamblea Constituyente legalice todas sus acciones ilegales e inconstitucionales.
En términos pragmáticos, la asamblea carecería de sentido a estas alturas, dado que Correa la controla. Y controla al Tribunal Supremo Electoral y con seguridad a las otras funciones del Estado. Pero si insiste en su proyecto de constituyente, será para halagar a su ego: quiere la consagración de su conducta como los tiranos de Grecia, Roma o Francia.
El fenómeno político que vive el Ecuador es copia carbón (o “xerox”) de lo que ha ocurrido en Venezuela con el caudillo populista Hugo Chávez, aún cuando con mucha mayor celeridad. Correa en este aspecto ha probado ser brillante discípulo del venezolano, al seguir sus consejos para quemar etapas.
El Congreso, que tuvo la debilidad inicial de dar paso a la consulta de Correa para la convocatoria a una asamblea constituyente que no prevé en ninguno de sus artículos la Constitución hasta hace pocos días vigente, se ha vuelto a reunir con diputados alternos de los 57 destituidos por Correa. Y todos celebran este acto como bueno para la paz de la República.
Se leen digresiones acerca de la posibilidad de que los diputados alternos que acataron sumisos las órdenes del gobierno para ir al Congreso a posesionarse al amparo de la oscuridad y la fuerza pública, vuelvan a organizar un bloque de oposición al régimen y a la convocatoria a la constituyente. Que haya alguien que crea que ello de algún resultado, pecaría de ingenuo.
El Congreso debió ser frontal y no ceder ante la presión para autorizar a una consulta y a una asamblea. Cuando pretendió que al menos se modifique el estatuto de Correa para evitar que la asamblea tenga plenos poderes, inclusive el de dar por terminados los períodos de otros funcionarios de elección popular, fue demasiado tarde.
El presidente del Tribunal Supremo Electoral ignoró esa enmienda y convocó a la consulta con el estatuto presidencial. El Congreso, mermada mucho más su autoridad, se indignó e infantil e ilegalmente destituyó al presidente del TSE. El presidente de este organismo, en represalia castigó a los diputados y destituyó a 57 de ellos, sin ningún derecho legal para hacerlo.
Todo fue orquestado por Correa, desde luego y nada improbable que haya estado en permanente consulta con Hugo Chávez para no errar en sus decisiones. Tras de uno y otro, por cierto, estaría y está el faro luminoso del resucitado Fidel Castro, patriarca de la nueva generación de caudillos populistas de América Latina.
Lo que conturba no es tanto la claudicación del presidente del Congreso, cuanto la claudicación de los importantes medios escritos de comunicación del país. En un momento su actitud fue plausible por la condena a los actos arbitrarios de Correa. Inclusive fue de elogio un comunicado conjunto de los propietarios de los medios, mal llamados editores, en el que se censuraba al Presidente por su constante interferencia y amenazas a otras funciones del Estado.
El comunicado, aunque no delineó salidas específicas a la crisis salvo vagas exhortaciones generales, fue vapuleado por el mandatario con una andanada de insultos contra los dueños de periódicos. Los acusó de cómplices del desastre nacional, de mafiosos, corruptos e inmorales. Y les urgió a que presentasen excusa por haberlo involucrado en la crisis en la cual, según él y sus esbirros, “nada tuvo que ver”.
Los dueños de los medios no respondieron con otro comunicado al Presidente ni hubo editoriales que repudiasen el tono amenazante e insultador del mandatario. Pero el silencio se quebró una vez consumado el hecho de la aceptación del Congreso a la imposición de cancelar a los 57 diputados y reemplazarlos por sus alternos.
Pero esa ruptura del silencio no fue para protestar. Fue para prosternarse ante los arrebatos de Correa. El Comercio, en un primer editorial sobre el tema, batió palmas y dijo que luego de la posesión de los alternos “se vio al fin una tenue luz en el túnel” de la crisis. En otro editorial publicado hoy, hay este párrafo si bien de redacción confusa, elocuente acerca de la posición del diario:

“Por eso, ha sido equitativa la sustitución fallida del Presidente del TSE con la destitución efectiva de la mayoría de legisladores de la oposición; luego, muy normales, los diálogos ocultos descubiertos por la prensa y, finalmente, para completar tan esotérico panorama, considerar una gran victoria el ingreso de los nuevos legisladores en horas de la madrugada y escoltados por la Policía Nacional”.

En otras palabras, el mayor diario del país justifica lo actuado. Y no solo eso sino que en algún otro párrafo exalta la agudeza de un diputado socialdemócrata que propuso la salida “legal” para “legalizar” a los alternos, “hasta esperar el fallo definitivo del Tribunal Constitucional”. Pues hay que recordar que aún falta el pronunciamiento de este organismo sobre la destitución de los diputados.
¿Hay alguien que crea que el TC fallará en contra de Correa? Y aún si ese fuere el caso el caudillo tiene prometido ya no acatar ninguna decisión que vaya en contra de lo que “su” pueblo quiere. Y lo que “su” pueblo quiere, dice él, es la asamblea constitucional con plenos poderes…para él.
La posición de avasallamiento de los diarios y particularmente de El Comercio contrasta con lo que ocurría antes. En noviembre de 1953 el caudillo de entonces, José María Velasco Ibarra, pretendió obligar al diario capitalino a que publique un comunicado ofensivo para un diario de Guayaquil y para los periodistas en general del país.
El encargado de la dirección del diario a la época, Jorge Mantilla Ortega (padre de la actual Directora Guadalupe Mantilla), dijo según lo transcribe Jorge Ribadeneira entre comillas en su ensayo histórico sobre El Comercio: “La dirección del diario se ratifica en su derecho humano y constitucional de proteger su dignidad al no acoger un comunicado oficial en el que se denigra y vitupera a los periódicos y periodistas del Ecuador”.
Velasco Ibarra y su ministro de gobierno, Camilo Ponce, ordenaron la clausura del diario, la segunda después de la registrada en 1908 por Eloy Alfaro. El diario permaneció encadenado 43 días. La presión nacional e internacional obligó al mandatario a transar y levantar la clausura. Al año siguiente Jorge Mantilla era aclamado por su entereza con la concesión del Premio Mergenthaler por su lucha en favor de la libertad de prensa.
¿Qué condecoración esperarán ahora los actuales dirigentes de El Comercio y otros diarios de la asociación de dueños? ¿Acaso una presea del propio Correa Al Mérito Nacional por su contribución a la paz y estabilidad de la República? Con razón decía “Don Jorge” (era el trato que se le daba en la Redacción) a sus más cercanos colaboradores, cuando circulaba la idea de formar una asociación de diarios, que El Comercio marcharía siempre solo.
Es probable, comentaba, acciones conjuntas para reclamar derechos y para intercambiar ideas e informaciones sobre la industria empresarial de prensa, como en los Estados Unidos, pero no para unirse como grupo de presión para intervenir en política interna.
El diario, añadía, es independiente para forjar sus propios criterios y emitirlos libremente y con entera responsabilidad. Si alguien se adhiere a su modo de pensar, bienvenido. Pero emitir comunicados conjuntos, como en rebaño, nunca.
El tiempo le ha dado la razón a “Don Jorge”. La asociación calló los insultos de Correa y ha terminado por aceptar sus dictámenes dictatoriales. No ha habido la disculpa formal escrita que exigía el mandatario a la Asociación. ¿Será hora ya de que lo haga?

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