Thursday, December 8, 2016

PEARL HARBOR Y EL JIHAD

Ayer se conmmemoró el 75 aniversario del ataque japonés a Pearl Harbor en Hawaii, que ocasionó la muerte de 2.403 soldados y 1.178 heridos, a más de la destrucción de navíos y aviones y construcciones civiles y militares.
Al día siguiente, un lunes 8 de diciembre de 1941, el Presidente Franklin D. Roosevelt se dirigió al Congreso en Pleno para declarar la guerra al Japón y su petición fue aprobada por unanimidad por ambas cámaras, con la sola excepción de un voto. 
Cuatro años más tarde, el 15 de agosto de 1945, el agresor japonés se rindió y el 2 de septiembre firmó su capitulación incondicional. Previamente Alemania y antes Italia, integrantes del Eje nazifascista, habían sido derrotados por los aliados al comando de los Estados Unidos.
Mark Stein, un británico americano que ocasionalmente reemplaza a Rush Limbaugh en su habitual programa radial (se diría que con ventaja, pues nunca dudó ni se mofó de Trump, como Rush), destacó el contraste entre lo ocurrido en Pearl Harbor y la guerra actual contra el terrorismo.
Mientras que a los Estados Unidos le bastaron cuatro años para vencer por completo a Japón y al Eje, en cambio hasta hoy es impotente para destruir al extremismo musulmán, que hace 15 años, el 11 de sptiembre del 2001,  atacó a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono.
La agresión causó casi 3.000 muertos e innumerables heridos, mortandad mayor que la de Pearl Harbor. El ataque, como en el caso del de Hawai, pudo haber sido evitado pero no lo fue debido a fallas de coordinación y de mutua credibilidad y confianza de los servicios de ineligencia.
A diferencia de FDR, el presidente George W. Bush no pidió autorización al Congreso para declarar formalmente la guerra al terrorismo islámico, pero si permiso para atacar en retaliación a Afganistán e Irak. Pero no hubo la voluntad de vencer o lograr que el enemigo capitule, sino de contemporizar con él.
Su sucesor, Barack Hussein Obama, optó por una táctica peor. Decidió el retiro de tropas en Irak el 2011 y elló fomentó al terrorismo islámico que se vigorizó con armamento norteamericano, recursos petroleros y ayuda del Irán, con lo que formó el Califato ISIS en el Medio Oriente. Desde allí, su influjo se ha extendido por la región, Europa y los Estados Unidos.
Con Donald Trump, esa tendencia derrotista marcada por el propio Truman al retirar su apoyo a MacArthur en Corea, imitada luego en Vietnam, va a terminar. Lo demuestran sus recientes nombramientos para el gabinete. En Defensa estará el general James Mattis, despedido por Obama cuando pedía autorización para actuar con rigor militar para terminar por vencer a los enemigos en Irak y Afganistán.
Como lo quería Douglas MacArthur en Corea. No un armisticio, consuelo buscado por los exhaustos invasores chinos. En la guerra de 15 años en el Medio Oriente, ha dicho Trump, se han perdido centenares de vidas de militares voluntarios y 6 trillones de dólares. Pero la victoria no ha llegado.
Es impensable que la primera potencia mundial militar, económica, cultural  y tecnológica del planeta sea incapaz de pulverizar a un enemigo primitivo. La única explicación posible es el vacío de liderazgo o, mejor, la presencia de un liderazgo que desprecia el sistema creado hace 240 años para vivir en libertad y no lo quiere ver triunfar sobre el enemigo.
Trump cree que mediante la libertad, incluída la libertad de mercado y la de expresión, inversión, inventiva y comercio, los individuos y la sociedad florecen, respetando a las leyes elaboradas y aplicadas como mandan la Constitución y la matriz doctrinaria de la que surgió, la Declaración de la Independencia de 1776.
Según un análisis, los ministros nombrados hasta ahora por Trump tienen una fortuna conjunta de 14.500 milllones de dólares, sin contar la del Presidente. El mandatario electo está dispuesto, por lo visto, a exaltar y no a denigrar a los hombres y mujeres que han triunfado como empresarios confiándoles puestos clave, para que con su experiencia sirvan mejor a la colectividad.
Carlos Marx estaría incrédulo en su tumba observando lo que está sucediendo con Trump, como lo están sus seguidores. ¿Un billonario rodeado de millonarios y billonarios, respaldado por los obreros, va a redimir a los obreros? ¿Cómo es posible que vaya a crear más empleos sin “robar” a los ricos y más bien reduciendo impuestos para los “ricos” y no solo para los “pobres”?
Los izquierdistas/progresistas no creen que la pobreza se reduce mediante la facilitación de las oportunidades, sino solo con la igualación de los resultados. Este método, quimérico, degenera en tiranía y generalización de la miseria, aparte de que la mínima riqueza no distribuída queda en manos de la élite, como en Cuba.
Muchos de los civiles nominados para el gabinete de Trump labraron su fortuna desde niveles inferiores y parecido es el caso de las carreras exitosas de los generales escogidos para Home Land Security y otros puestos a más de Defensa. La prioridad del Presidente Electo no es la aristocracia como en las monarquías ni la hermandad Fidel/Raúl Castro. Es la meritocracia.

Esta es la virtud de las sociedades abiertas y libres, en las que cualquier ciudadano puede aspirar a la grandeza en uso de sus talentos y esfuerzo, no por dictado y regulaciones de gobiernos autoritarios como el que los “progresistas” han intentado y aún intentan implantar en esta nación. La visión será otra a partir del 20 de enero próximo, fecha en la que Donald Trump se iniciará como Presidente.

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