El movimiento que culminó con la separación del Reino Unido de la Unión Europea por decisión de la mayoría de sus votantes, no es populista, si se pretende equiparar “populismo” con “demagogia”.
Fue un esfuerzo por recuperar la independencia que se estaba perdiendo por el predominio de la burocracia supraestatal de Bruselas, para asfixiar la autonomía de los 27 países miembros.
La UE nació en 1957 con la Comunidad Europea del Carbón y el Acero y su objetivo era superar barreras para fortalecer el intercambio comercial y de inversiones, para así reducir las tensiones entre países que estuvieron en guerras constantes por milenios.
Los frutos económicos y de paz fueron evidentes pues nunca antes Europa había gozado de tanta prosperidad y ausencia de conflictos armados. Pero fue a partir del decenio de 1970 que surgió la idea de politizar a la Unión y tratar de forjar una réplica de los Estados Unidos en ese plano.
La propuesta era y es impracticable. La historia de las 13 Colonias originales de América del Norte no tiene parangón con las 27 naciones de tan distinta cultura, etnia y tradición que las que ahora conforman la UE. Las fricciones, los rechazos y los fracasos comenzaron a brotar y se hizo evidente que no cabían enmiendas al proyecto.
Fue entonces que David Cameron, Premier británico de la derecha, acosado por la oposición decidió convocar a una consulta sobre el tema. Pese a la propaganda intensa anti Brexit de los medios como la BBC controlada por el gobierno y de los principales portavoces de lo que se ha dado en llamar el “establishment”, la respuesta pro Brexit fue rotunda.
Los británicos quieren seguir vinculados con Europa y el mundo, pero con libertad para autogobernarse, alejada de reglas y regulaciones dictadas por burócratas no escogidos por ellos y libres de controlar las fronteras y de prohibir o no el acceso de inmigrantes que hasta la fecha lo hacían sin trabas con su pasaporte europeo.
El movimiento pro Brexit acaso sea populista en cuanto tiene el respaldo del 52% de la población, pero no responde a una postura demagógica al estilo de la de los tiranuelos latinoamericanos, por ejemplo, sino a una visión churchilliana del papel que la Isla ha tenido y seguirá teniendo en el Continente y el resto del planeta.
Constituye, además, un repudio al globalismo que busca eliminar las fronteras para fortalecer a las grandes corporaciones, reducir los derechos a la protesta, uniformar criterios, estandarizar regulaciones y, a la postre, llegar a lo que temía C.S. Lewis, en su obra “The Abolition of Man” o el vaticinio de “1984” de George Orwell.
La conspiración globalista parece estar siendo frenada a tiempo. En el Reino Unido, con la clarinada del Brexit, a la que seguirán otras. En Estados Unidos con Donald Trump, que ya predijo lo que ocurriría en el referendo británico y que ayer, en su discurso sobre asuntos económicos, reiteró que antepondrá el “americanismo” al globalismo.
Coincidentemente con su discurso, en el principal aeropuerto de Turquía hubo otra masacre de extremistas musulmanes, lo que le movió a ratificar la necesidad de combatirlos hasta su derrota total. En contraste con Obama y Hillary Clinton, que se niegan a admitir que los autores sean del Islam, Trump dijo que como Presidente empleará todos los recusos legales a su alcance para doblegarlos.
El Islam está en guerra con Occidente desde el año 600. Ha utilizado las armas para la conquista, fue expulsado de Europa en el siglo XVI, pero se ha irrigado por otros continentes y por distintos medios. Con Obama se ha fortalecido fundando el Califato en el Medio Oriente, con armas dejadas por los soldados americanos al abandonar Irak en el 2011.
Desde el Califato y a través del ISIS y las innumerables organizaciones de terror que se derivan de la Hermandad Musulmana fundada en 1920, el Islam ha generado intermitentes actos terroristas por doquier, incluído dos atentados en las Torres Gemelas, otros en Buenos Aires, en Madrid, en Bruselas, San Bernardino, Boston, África y otros lugares.
La invasión musulmana se ha acrecentado en Europa, con la UE y en los Estados Unidos, con Obama, protector no disimulado del Islam y del ingreso de refugiados de esa región. Los invasores no esgrimen cimitarras pues son bienvenidos (hasta ahora) y más bien reciben beneficios de salud, vivienda y alimentación.
No se asimilan, como ocurre con otras etnias y gente de otros credos. Forman sus propios enclaves y paulatinamente imponen sus costumbres y en algunos casos han conseguido o están a punto de conseguir que para ellos rija la ley Sharia, estatuto legal diametralmente opuesto a las leyes (y a la Constitución de los Estados Unidos).
Los globalistas, cuando atacan a los promotores del Brexit, solo mencionan de modo tangencial el tema de la invasión islámica, acusando a los críticos de islamofobia. ¿Acaso suponen que la meta última musulmana de imponer el Califato Mundial en el Planeta, como proclama la Hermandad Musulmana, es compatible con la Doctrina del Globalismo? Sería interesante conocer su opinión.
Para Trump y sus partidarios así como para los pro Brexit, la situación es clara y no da lugar a pérdidas de tiempo con divagaciones insulsas. El peligro está allí, es innegable. Experimentaciones globalistas tipo UE con Bruselas o progresistas con Obama/Hillary, hay que descartarlas sin vacilaciones.
Y ponerse manos a la obra. Para comenzar hay que rehacer la UE y volver
a sus raíces: una unidad para comerciar y negociar, para entrelazar intereses entre países y evitar guerras. No para uniformar lo no uniformable. Grecia no es Suecia, España no es Noruega. Sus culturas, idiomas, historias son distintas, no son las 13 Colonias que se convirtieron en 50 Estados de la Unión.
Hay que echar a los burócratas de Bruselas, como hay que echar a los que sobran en Washington con tanta agencia que más allá del Congreso ahora legislan, ejecutan y sancionan. A la Corte Suprema hay que llevar jueces que no legislen ni rehagan la Constitución, como ha ocurrido con el aborto, el gay marriage y la limitación al ejercicio de la libertad religiosa.
Lo que Brexit y Trump proponen no es la “revolución política” que pedía el kamarada Sanders en el partido demócrata, sino la reinstitución de los valores y principios fundamentales contenidos, para el caso de los Estados Unidos, en la Declaración de la Independencia y en la Constitución de 1778. Oponerse sería sacrificar las libertades individuales.