Friday, October 16, 2015

¿Y EL NOBEL DE LA PAZ?


El presidente Barack Hussein Obama recibió el Premio Nobel de la Paz antes de comenzar a gobernar el 20 de enero del 2009. La ridiculez de los escandinavos al otorgarle esa presea se ha acrecentado con el curso de siete años de su administración, que han dejado al mundo más inseguro que nunca.
Obama y los demócratas que piensan como él, sostienen que los Estados Unidos son la causa de las guerras y la miseria universales, por lo cual al cumplir su gestión redujo la presencia militar en la mayoría de frentes en conflicto, especialmente en el Oriente Medio y África del Norte. 
Como era de esperarse, la violencia no cesó con el retiro de tropas de los Estados Unidos, sino que aumentó. En el Irak, donde el terrorismo había sido controlado hacia el 2011, volvió a florecer el extremismo islámico, formándose el primer Califato del siglo XXI. Siria, Libia, África Occidental también fueron presa del extremismo.
En Afganistán quedaron pocas tropas por orden de Obama, pero no las suficientes como para frenar al terrorismo talibán, que coadyuvó con el Al Qaida para el ataque a los Estados Unidos en el 9/11. Ofreció el retiro de todas las tropas hasta el 2016, pero revisó su decisión y acaba de acceder al envío de un refuerzo de 5.500 soldados para un total de casi 10.000.
En ningún momento citó como objetivo alcanzar la victoria. Ni siquiera fue claro en decir qué se propone como comandante en jefe de las fuerzas armadas de la mayor potencia militar del mundo, con el envío de las tropas adicionales. Su ministro de Defensa se enredó en un trabalenguas al señalar que no son tropas de combate sino anti terroristas.
Donald Trump, el candidato presidencial con mayor respaldo por el partido republicano, insiste en quejarse de que en esta nación ya no hay victorias, prometiendo salir en su rescate para volver a hacerla grande en ése y otros sentidos. No le falta razón, pues la sensación de derrota y frustración se está esparciendo en todos los estratos del país.
El ex-Secretario (ministro) de Defensa Robert Gates, que sirvió a Obama los dos primeros años (y antes a George W. Bush), acaba de confirmar en una entrevista anoche a FoxNews cómo Obama era renuente a definir la guerra con una victoria. Lo cual corrompe la concepción que existe sobre la guerra y la paz.
Contrariamente a la desviada doctrina de Obama y sus seguidores, no han sido los Estados Unidos los iniciadores de guerras. Al iniciarse la Primera y la Segunda Mundiales, la mayoría de la población norteamericana, aislada de Europa y el resto del globo por dos océanos, prefería mantenerse fuera de los conflictos que se gestaban en Europa.
Pero la gravedad del primer gran conflicto hizo inevitable su intervención y su aporte fue decisivo para la victoria contra el imperio austrohúngaro y prusiano, a costa de millones de vidas humanas y pérdida materiales. Los victoriosos sellaron la paz con el Tatado de Versalles que humilló a los derrotados, dejando sembrada la semilla de la discordia que habría de estallar pocos años después.
Franklin D. Roosevelt tardó en movilizar al pueblo norteamericano en pro de participar en otra conflagración mundial, por la oposición no solo de los republicanos sino de sus coidearios demócratas. El ataque japonés a Pearl Harbor lo decidió. Unánimemente, hombres y mujeres de toda condición, se unieron para derrocar al Eje Nazi Fascista.
En menos de cuatro años (de diciembre de 1941 a septiembre de 1945), la guerra iniciada por los nazis el 1 de septiembre de 1939 terminó, merced al decisivo aporte militar y económico de los Estados Unidos. No hubo réplica del Tratado de Versalles, sino un Plan Marshall para reconstruir la Europa derruída y un General Douglas MacArthur para liderar la democratización del Japón.
La potencia dominante fue los Estados Unidos. No buscó territorios como trofeo, sino acuerdos para garantizar democracias en los países donde las tiranías causaron las guerras, asignando tropas de ocupación para garantizarlo. La energía atómica, que la utilizó para doblegar al Japón, quiso comparitrla para usos de la paz, pero no halló eco en la contraparte aliada en la victoria: la URSS.
Moscú, dominada por Stalin, rechazó todo intento en favor de la propuesta de paz basada en la democracia. Creó un círculo impenetrable alrededor de los países bajo su dominio, calificado por Churchill como la Cortina de Hierro. Alemania quedó dividida y dentro de ella Berlín y más allá Europa. La doctrina del sistema marxista/leninista desbordó la Cortina y se expandió por el mundo. 
Sus seguidores, generalmente a sueldo, obtuvieron mediante espionaje las fórmulas para desarrollar la energía atómica, empeorando la crisis de la Guerra Fría. La penetración de Stalin en la China, iniciada años antes de la II Guerra, se acentuó con más envío de armas, asesores y financiamiento. Mao Zedong, genocida, asumió el control total de la nación.
La expansión comunista sino/soviética se extendió a Corea, Vietnam, más regiones del Asia y llegó a América con Cuba, desde donde se regó por Bolivia, Nicaragua, El Salvador y otros países con agentes infiltrados en medios de comunicación, magisterio, fuerzas militares.
En la península coreana la invasión militar propiciada por China/URSS era tan notoria que las Naciones Unidas acordó repelerla con fuerzas conjuntas al mando de los Estados Unidos. Para decidir la victoria hubiera bastado que el presidente Truman autorizara al comandante de las fuerzas, el general MacArthur, el uso de armas disuasivas (¿nucleares?) para que los exhaustos soldados norcoreanos/chinos se rindieran.
Pero Truman, el de las bombas en Hiroshima y Nagasaki, prefirió relevar a MacArthur de su mando y renunciar a la victoria. La península se dividió en dos tras firmar el armisticio y hasta la fecha la parte al norte del paralelo 38 es comunista, protegida por China. La imagen veneranda que se ve en todo sitio público de Norcorea es, por cierto, Stalin.
En Vietnam sucedió algo parecido. China/URSS atacaron por el norte y cuando todo estaba perdido para los invasores, los “pacifistas” presionaron al Congreso para que deje de asignar fondos a los militares y se obligó la retirada, más vergozosa que en Corea: cayó Saigón, cayó Laos, cayó el prestigio de los Estados Unidos
Con la guerra del Golfo, los resultados positivos fueron a medias pues si bien las fuerzas iraquíes de Sudam Hussein fueron repelidas de Kuwait, el tirano no fue destronado. Lo fue después del 9/11, con la guerra de Bush contra el Irak y Afganistán. Pero estas guerras no han terminado después de l4 años por la simple razón de Trump: no buscaban la victoria.
¿Cómo imaginar que las fuerzas armadas más tecnificadas y eficaces del planeta no puedan pulverizar en corto tiempo al enemigo en esos países subdesarrollados? La situación se extrema con Obama, claro, pero  con Bush se observó ya que su deseo no era derrotar al enemigo para  firmar luego la paz, sino “conquistar almas y corazones” primero, para que así “dejen de odiarnos”.
Los terroristas no quieren negociar con Occidente, buscan imponer sus condiciones. Lo demostraron el 9/11, lo están demostrando a diario aquí, en Europa, en Israel, en el Medio Oriente. Se ignora si Obama comparte el criterio islámico o si cree en verdad que retirando toda guardia militar los enemigos se abstendrán de atacar. En cualquier caso su actitud constituye un peligro para la seguridad nacional.
La URSS está disuelta, pero el influjo del marxismo sigue latente en gente como Obama, Hillary, innúmeros demócratas, la academia, profesores, columnistas y reporteros. Esa visión equivocada se extiende a tolerar al extremismo musulmán, al cual ni siquiera se lo quiere identificar como tal. Pero ambos peligros existen.  
No desear la guerra no implica necesariamente desear la paz. Porque la paz es garantizable solo desde una posición de fuerza, tal como lo dijo Reagan, antes Churchill y ahora Trump y como siempre lo aconseja el sentido común. Paz es sometimiento a la ley y si no hay fuerza que la haga cumplir, no hay ley. Hay caos, hay guerra.

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