Wednesday, October 14, 2015

HILLARY Y SUS VASALLOS


No de otro modo cabe calificar a la charada (que el partido demócrata llama debate) en la cual la candidata presidencial Hillary Clinton se presentó anoche por CNN, junto con cuatro de sus supuestos rivales de partido.
El propósito, según se pudo colegir al cierre del programa, no era debatir ni cuestionar a Hillary, sino relanzarla en la campaña, una vez que todas las encuestas revelaban que su popularidad estaba cayendo en picada.
Los motivos de la caída son obvios. Está sujeta a investigación criminal por uso indebido de servidores privados para sus comunicaciones mientras era Secretaria de Estado y nunca ha podido justificarlo ni explicarlo ante el FBI ni ante la Comisión del Senado que investigan el caso.
Otra causal de su deterioro en las encuestas es su mentira perpetua en torno al caso Benghazi, cuando como resultado de un atentado terrorista murieron el embajador en Libia y tres altos funcionarios, cuando ella desempeñaba también el cargo de Secretaria de Estado. 
Anderson Cooper, el moderador del programa de CNN, hizo esfuerzos por aparentar independencia profesional al preguntar a Hillary, pero demoró más de una hora en abordar el tema de los emails y permitió a Hillary que eludiera una respuesta directa, cediendo el terreno a Bernie Sanders.
Sanders, de 74 años de edad, supuestamente era el rival más fuerte de la cónyuge del ex presidente Bill Clinton, pero salió en auxilio de ella de manera bochornosa. “Si”, le dijo a Hillary, “este caso de los emails es una conspiración de la derecha republicana que hay que archivar para poder  dedicarnos a temas de importancia”. 
La “rival” lanzó una carcajada, le estrechó la mano (casi lo abraza) y le dijo “gracias, muchacho, bien dicho”. Bernie, que se supo pasó su luna de miel en la URSS, apoyó a los sandinistas y apoya a los Castro, selló así su vasallaje ante la “Reina”, echando por la borda su aspiración, si alguna vez la tuvo, de llegar a la Casa Blanca.
El caso Benghazi también quedó en la nada. Nadie le preguntó a Hillary por qué el embajador Christopher Stevens estaba en ese consulado y si es o no verdad que se encontraba allí para enviar secretamente armas a los rebeldes de Al Qaida en Siria. Ahora se conoce que Obama entrenaba y armaba a Al Qaida en ese país para derrocar al presidente sirio Bashar al-Assad.
Años atrás, en los comienzos de la guerra civil en Siria, los demócratas se alinearon con Assad, pese a que la política del gobierno era opuesta. Entonces gobernaba un republicano, George W. Bush, pero Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes del Congreso Federal, lo fue a visitar junto con otros colegas de su partido, pese a ruegos en contrario.
Obama, con Hillary como ejecutora de sus políticas, armó a Al Qaeda (que atacó a los Estados Unidos el 9/11) y apoyó a la Hermandad Musulmana que llegó al poder en Egipto y cuyo gobierno tuvo que ser derrocado por las fuerzas armadas, por extremistas. Obama/Hillary convinieron en dejar sin respaldo militar al Irak en el 2011.
El extremismo islámico rebrotó y se creó y comenzó a extenderse el primer Califato del siglo XXI o ISIS, con la anuencia del dueto. Solo entonces entró en escena Putin y sus fuerzas armadas comenzaron a actuar para abatir en pocos días al ISIS, lo que en muchos años no quiso hacerlo la Casa Blanca.
Hillary y sus vasallos prefieron pasar por alto estos detalles “desagradables”. Después de todo, Hillary ya había “aclarado” que lo de Benghazi fue motivado por un video puesto en el Internet por un amateur que hasta ahora guarda prisión y que discutir más sobre el asunto “a quién importa si ya los cuatro del cuento están muertos”.
Tampoco periodistas ni vasallos mencionaron al perjuro de su marido ni los negociados que él mantiene en Haití, ni la paga millonaria por discursos que daba a cambio de favores de su cónyuge Secretaria, ni hablaron de las innumerables concubinas de las que gozaba con su visto bueno. ¿Ella pretende así aparecer como campeona de los derechos de la mujer?
En lo que abundaron, Hillary y sus vasallos, es en la oferta de regalos para prolongar los “beneficios” del gobierno “transformador” de Obama. Aunque el Obamacare está condenado al fracaso, ofrecieron extenderlo no solo a 60 millones, como afirma su creador, sino a todos, inclusive a los ilegales.
No solo eso: universidades gratuitas, subsidios alimenticios para todos, aumento de los salarios mínimos a 15 dólares la hora, carreteras, puentes, aeropuertos para todos, vacaciones extendidas y gratuitas. Acaso por falta de tiempo o imaginación, les faltó ofrecer vivienda, comida y automóviles  gratuitos para todos.
Cooper se dio modos para preguntarle a Bernie Sanders: ¿quién pagará estos beneficios? No vaciló: los ricos. En su opinión el capitalismo yanqui es el más injusto del mundo, pues el 1% de la población absorbe el 90% de la riqueza. Dice que no es comunista sino socialista al estilo de Dinamarca o Suecia...que son reinos.
En suma, el debate o charada de anoche en CNN puso en claro, una vez más, que el dilema que discutieron los fundadores de la República en 1776 aún no ha quedado dilucidado para quienes siguen pensando como Hillary y los cuatro vasallos que le acompañaron para “relanzarla”.
En esa fecha del siglo XVIII, los que optaron por independizar de Gran Bretaña a 13 Colonias, lo hicieron con el propósito de jamás depender de tiranías, ni al estilo de la de Jorge III ni la de ningún otro monarca o emperador. Para ello convinieron en crear un sistema que impidiera a los futuros gobiernos caer en la tentación de tiranía.
La supresión de la discusión es uno de los pasos conducentes a la tiranía. A los demócratas no les gusta discutir, sino imponer criterios. En ese juego entran los medios de comunicación. En los dos primeros debates con los republicanos, en FOXNews y en CNN, los preguntadores fueron implacables y ello, aunque cruel, a la postre fue saludable. La situación fue la opuesta anoche con la “relanzada”. 
En la época de Washington, Jefferson, Madison o Lincoln los debates eran reales y la democracia florecía. Con los demócratas se debilita y no solo en los debates, sino en la práctica religiosa, en el ablandamiento de la moral y el patriotismo, en el irrespeto a la historia y la verdad.
Los demócratas mienten cuando ofrecen algo que no se puede cumplir, a menos que se siga quebrando a la nación. El diario The Wall Street Journal examinó las ofertas de Sanders y calculó que la deuda sería de 18 trillones de dólares, equivalente a la deuda actual de 18 trillones, que duplica la de 8 trillones que existía cuando Obama se apoderó de la Casa Blanca en el 2009.
Platón decía que la sociedad marcharía mejor si era gobernada por 12 de los más sabios. Algunos ven allí la raíz de las utopías. Muchos continúan creyendo que la sociedad funcionaría mejor si estuviera gobernada por una élite, con más y mejores leyes. La realidad histórica es otra, pues la condición humana es otra, como así lo comprendieron con sabiduría los fundadores de esta nación.
El utopismo condujo en el siglo pasado a dos guerras mundiales, pero en la crudelísima batalla sobrevivió como parte de la alianza victoriosa una de las utopías, la del comunismo soviético. Como tal se disolvió en 1989, pero su ideología subsiste y sigue contaminando las mentes no solo de los jóvenes sino de viejos como Sanders y Hillary.
Ellos no reflejan al modelo leninista/estalinista del obrero y trabajador, con  casco y martillo. Son, como Obama, millonarios usufructuarios del capitalismo y Wall Street. Tampoco buscan la redención de los pobres sino su explotación, como en el caso de la subyugación de los sindicatos. Lo que buscan es poder, ser parte de la elite, del “comité de sabios” que gobierna sin protestas, sin debates, sin obstrucciones.
El gobierno de casi siete años de Obama ha sido elocuentemente autoritario y anticonstitucional. Los demócratas quieren continuarlo para seguir usando y abusando del poder. El Congreso cada vez más cede el poder de legislar y controlar a la burocracia y a sus entes autonómos, asi como a la Corte Suprema de Justicia, que veta la voluntad popular y crea leyes que la Constitución no autoriza.
El virus del utopismo marxista/socialista se ha esparcido por Europa pese  al escarmiento de las dos guerras mundiales. Tiene bastiones en América Latina y ahora ha infestado a los Estados Unidos. En contraste, Vladimir Putin surge como una figura que reniega del comunismo soviético y exalta los valores de Occidente, ahora en peligro por los adoradores del sistema al cual sirvió como jefe de la KGB.
Al otro lado del espectro político en este país, Donald Trump continúa en el liderazgo precisamente como contrapeso mayor a esa tendencia utopista que quiere persistir en la aniquilación de los valores trascendentales de esta nación. Los comicios se celebrarán en noviembre del 2016 y aún hay muchos escollos que vencer. Mas si Hillary se impone, los cimientos de 1776 podrían resquebrajarse para siempre.

(Se transcribe seguidamente un artículo de Carlos Alberto Montaner en el que se analiza otra proyección del utopismo, esta vez de parte de la Iglesia Católica)


Los cinco errores del Papa

El papa Francisco basa sus ideas económicas en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), una mezcla de buenos propósitos y declaraciones vacías, algunas de ellas contradictorias, que el Vaticano ha ido acumulando desde 1891, cuando León XIII proclamó la Encíclica Rerum Novarum para abordar la “cuestión social”.
La DSI, como se conoce en el argot político, fue concebida para enfrentarse a los comunistas, pero sin decantarse claramente por la economía de mercado. No obstante, contiene al menos cinco errores importantes que la invalidan como un instrumento serio para propiciar el desarrollo y combatir la pobreza.
▪ Primero: La idea de que la propiedad privada sólo se justifica “en función social”. Esa declaración de la DSI les abre la puerta a todas los abusos de los mandamases. ¿Quién decide si tener una confortable mansión en Miami, otra en un resort del Caribe y un buen yate para navegar entre ellas son propiedades moralmente aceptables en función social? ¿Cuál es la función social de poseer un Botero, un Picasso un Mercedes Benz o un Rolex Presidente? ¿Dónde comienza o termina la “función social”? ¿Qué quiere decir exactamente esa frase?
▪ Segundo: La equivocada noción del “bien común”. Ese concepto esgrimido por la DSI –pero no sólo por ella– sirve para justificar la intervención del Estado con el objeto, supuestamente, de corregir los errores del mercado. Es relativamente fácil entender que la noción del bien común es un camelo, dado que las necesidades de la sociedad tienden al infinito, mientras los recursos disponibles son limitados. Los bienes y servicios que se les ofrecen a unos siempre se les niegan a otros. El aeropuerto que se construye es a costa del hospital o la escuela que no se edifican. Los recursos que se emplean en construir un magnífico templo para adorar a Dios no se utilizan para construir un orfanato. Y quienes toman las decisiones no lo hacen tras devanarse los sesos para establecer cuál es el bien común, sino para satisfacer a sus partidarios o, en el peor de los casos, para beneficiarse personalmente. Sería útil que el Santo Padre y sus asesores repasaran las fundamentadas propuestas de la “Teoría de la elección pública”. Tal vez se ahorrarían unos cuantos disparates.
▪ Tercero: La nefasta creencia en que existe un “precio justo” para las cosas, y que los funcionarios son capaces de determinarlo. Ese viejo debate, que comenzaron los griegos clásicos, la DSI lo ha trasladado a la certeza de que existe un “salario justo” o unas “condiciones materiales justas”, en las que se verifica la dignidad del hombre. En rigor, esa posición es el fruto de la ignorancia, la demagogia o el buenismo. El salario y las condiciones de vida de los trabajadores (y de los propietarios) no dependen de las necesidades subjetivas señaladas por la DSI, sino de las condiciones objetivas de la sociedad en que se trabaja y de la calidad del aparato productivo. Una sociedad que obtiene sus recursos de vender café no puede alcanzar la calidad de vida de otra que fabrica chips, aviones y productos farmacéuticos. Si uno trabaja como un holandés, puede y debe aspirar a vivir como un holandés. Si uno trabaja como un congolés, tendrá que vivir como un congolés, aunque la DSI insista inútilmente en su discurso bondadoso, a menos de que el gobierno fuerce una continua transferencia de recursos de las sociedades productivas a las improductivas, o de los sectores productivos a los improductivos, actitud que acaba por destrozar los fundamentos del sistema económico.
▪ Cuarto: La desigualdad. La postura de la DSI frente a la desigualdad es peligrosa y puede agravar la situación. Es absurda la suposición de que quienes administran el Estado deben y pueden determinar la cantidad y calidad de bienes que debe poseer una persona para combatir el flagelo de la “desigualdad”. Ya sé que lo que le preocupa al Vaticano es que el CEO de una compañía gane 200 veces más que el señor que limpia los baños, pero de alguna manera es la sociedad la que decide o admite esas diferencias, de la misma manera que convierte en supermillonarios a sus artistas o deportistas favoritos sin importarle la desigualdad que se provoca. ¿Quién establece esos límites? ¿Es inmoral que los cardenales posean aire acondicionado, secretarios, autos, mientras haya feligreses muertos de hambre, exponentes de la desigualdad, agolpados en las puertas de las iglesias pidiendo limosnas?
▪ Quinto: La austeridad y el no-consumismo. Es disparatada la defensa que hace la DSI de la austeridad y del no-consumismo, sin admitir el carácter subjetivo de esas actitudes, y sin entender la contradicción inherente que existe entre combatir la pobreza y condenar el consumo. Si el Primer Mundo le hiciera caso al Vaticano y súbitamente asumiera una vida austera, cientos de millones de personas en el planeta serían precipitadas a la miseria y al hambre. (Supongo que Francisco sabe que el 70% del PIB norteamericano se debe, precisamente, al consumo, y que cada punto que cae significa más desempleo y pobreza).
Afortunadamente para los católicos, no es necesario que suscriban la DSI para salvarse. En estos temas los papas no hablan ex cátedra. Saben que pueden equivocarse.

(En este artículo tomado del diario The Wall Street Journal, que se lo transcribe pues no admite link, el autor, que es negro, analiza lo negativa que ha sido la administración de Obama para los de su raza)


As Kanye West might say, I’m starting to wonder if the president much cares about the well-being of poor blacks.
Mr. West was remarking on the George W. Bush administration’s response to Hurricane Katrina, a natural disaster, but the current administration seems keen on facilitating man-made varieties. At the urging of labor unions, President Obama has pushed for higher minimum wages that price a disproportionate percentage of blacks out of the labor force. At the urging of teachers unions, he has fought voucher programs that give ghetto children access to better schools.
Both policies have a lengthy track record of keeping millions of blacks ill-educated and unemployed. Since the 1970s, when the federal government began tracking the racial achievement gap, black test scores in math, reading and science have on average trailed far behind those of their white classmates. And minimum-wage mandates have been so effective for so long at keeping blacks out of work that 1930, the last year in which there was no federal minimum-wage law, was also the last year that the black unemployment rate was lower than the white rate. For the past half-century, black joblessness on average has been double that of whites.

Opinion Journal Video

Manhattan Institute Senior Fellow Jason Riley on the Obama Administration’s plan to release roughly 6,000 inmates from federal prisons. Photo credit: Getty Images.
Last week the Justice Department said it would release some 6,000 inmates from federal prison starting later this month. The goal, according to the White House, is to ease overcrowding and roll back tough sentencing rules implemented in the 1980s and ’90s.
But why are the administration’s sympathies with the lawbreakers instead of their usual victims—the mostly law-abiding residents in low-income communities where many of these inmates eventually are headed? In dozens of large U.S. cities, violent crime, including murder, has climbed over the past year, and it is hard to see how these changes are in the interest of public safety.
The administration assures skeptics that only “nonviolent” drug offenders will be released, but who pays the price if we guess wrong, as officials have so often done in the past? When Los Angeles asked the Rand Corp. in the 1990s to identify inmates suitable for early release, the researchers concluded that “almost no one housed in the Los Angeles jails could be considered non-serious or simply troublesome to their local communities” and that “jail capacity should be expanded so as to allow lengthier incarceration of the more dangerous.”
A 2002 federal report tracked the recidivism rate of some 91,000 supposedly nonviolent offenders in 15 states over a three-year period. More than 21% wound up rearrested for violent crimes, including more than 700 murders and more than 600 rapes. The report also noted the difficulty of identifying low-risk inmates. Auto thieves were rearrested for committing more than a third of the homicides and a disproportionate share of other violent offenses.
Liberal policy makers have long been soft on crime, though more recently they have been joined by libertarian Republicans like Sen. Rand Paul of Kentucky, who cites the considerable expense of maintaining prisons. Mr. Paul parrots Democrats such as New Jersey Sen. Cory Booker, who has noted that the cost of housing an inmate for a year averages almost three times more than the cost of educating an elementary-school student for a year.
But like the overly simplified international comparisons so often cited in the press, the analysis is off-base. Yes, the U.S. has a higher incarceration rate than Europe, but we also have much higher violent-crime rates, which our incarceration rate reflects. The relevant comparison isn’t between the cost of education and the cost of incarceration. Rather, it is between the cost of incarceration and the cost of crime—including the loss of innocent life.
The socioeconomic progress of black Americans in the Jim Crow era before the civil-rights movement is a neglected area of media interest. Yet the pace of black advancement during this period—in poverty reduction, educational attainment, entering skilled professions and other measures—has never come close to being duplicated, not even in the decades following the landmark political victories in the 1960s and the launch of the war on poverty.
Racial barriers to black progress in the first half of the 20th century obviously were much more forbidding than they are today, but black communities then were also much safer and thus more conducive to social and economic progress.
The ghetto violence so prevalent today dates to the policy interventions of the 1960s, when coddling criminals became fashionable among judges, politicians and academics, and the government mistakenly believed that a welfare check could replace a father in the home. Before 1960, homicide rates in the U.S., including among blacks, had been falling significantly. The murder rate in 1960 was less than half of what it had been 25 years earlier.
Dangerous neighborhoods can only hamper the black underclass, and sending thugs back home sooner rather than later risks making a neighborhood more dangerous.
Mr. Riley, a Manhattan Institute senior fellow and Journal contributor, is the author of “Please Stop Helping Us: How Liberals Make It Harder for Blacks to Succeed” (Encounter Books, 2014).

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