Monday, July 20, 2015

OBAMA GOBIERNA SOLO


Barack Hussein Obama consideraba injusto el trato que se daba al Irán, aún antes de posesionarse de Presidente. En la campaña presidencial del 2008 afirmaba que había un desbalance de poder mililtar en esa región del Medio Oriente en favor de Israel, en la suposición de que esta nación disponía de un arsenal nuclear, e Irán no. 
En los debates con el candidato republicano John McCain, Obama reiteró que la política de sanciones económicas contra Teherán eran inaceptables y aunque no adelantó que su propósito sería levantarlas tan pronto llegaba a la Casa Blanca, para que el Ayatola prosiguiese libremente en su plan de desarrollar su industria nuclear, así lo ha hecho.
Uno de sus primeros actos tras posesionarse en enero del 2009 fue reducir la presión económica contra Irán permitiendo que Rusia, Japón y otras naciones comercien con Irán, pese al embargo, los unos para comprar petróleo, los otros para venderle armamento, centrífugas y otros elementos y tecnología vinculados con el área nuclear.
La asfixia económica de Irán se alivió con Obama y ello se reflejó en la multiplicación espectacular de centrífugas de 300 a 19.000, la construcción de estaciones de lanzamiento de cohetes intercontinentales y, por cierto, el flujo de armamento, municiones y dinero a las organizaciones terroristas que ha apoyado Irán desde hace décadas, como Hezbollah y similares.
Irán nunca demandó a los Estados Unidos ni al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas una instancia o un foro para negociar sobre las sanciones o sobre su industria nuclear, que siempre ha dicho tiene fines pacificos. Fue iniciativa exclusiva de Obama el aproximarse a Teherán para firmar el acuerdo. (Algo parecido a lo que ha ocurrido con Cuba)
El acuerdo, que Estados Unidos acaba de ratificar como miembro del Consejo de Seguridad, dándole categoría de mandato internacional, no tiene carácter de contrato. Simplemente es una constancia de aceptación por parte de Irán del cese de una pena que se le impuso para impedir que fabrique bombas nucleares, de conformidad con el Tratado de No Proliferación Nuclear.
Ahora Irán queda libre de continuar en su empeño, con la ayuda adicional de 100 a 150 mil millones de dólares de fondos congelados por Estados Unidos y Europa y que comenzarán a fluir a raudales dentro de poco. Se acelerará el proceso armamentista y la propagación del influjo terrorista iraní en el área y fuera de ella, incluída la América Latina.
La Constitución de los Estados Unidos manda que los tratados internacionales sean ratificados por el Congreso. Para evadir el obstáculo Obama utilizó, como “tonto útil”, al senador republicano de Alabama Bob Corker, para que elabore un proyecto de resolución que transforme el tratado con Irán, en simple acuerdo exento del examen y veto del Senado.
La resolución se aprobó sin oposición creyendo ingenuamente que ataba la aprobación del acuerdo a la sanción del Congreso. No era así y ahora menos que nunca una vez resuelta toda duda en el Consejo de Seguridad. La única opción sobrante es impedir el levantamiento de las sanciones que corresponden al embargo de Estados Unidos, que es una fracción.
Lo cual en todo caso carece de importancia frente al levantamiento de sanciones de las demás naciones miembros del Consejo de Seguridad y de Europa y, sobre todo, por la luz verde dada a Irán para que se arme convencional y nuclearmente. Obama, ganador del Nobel de la Paz al posesionarse en el 2009, dejará la Casa Blanca en el 2017 con un mundo menos pacífico que nunca.
Arabia Saudita, líder de los árabes sunis, está en conversaciones para adquirir un arsenal nuclear para enfrentarse al líder shiita que es Irán. Israel, por su parte, buscará la ocasión propicia para bombardear instalaciones nucleares iraníes, pues sabe que deberá luchar solo contra quienes han jurado aniquilarlos, amenaza dicha en la misma mesa de negociaciones con su otrora mejor aliado, los Estados Unidos.
Los sunis, como aves de rapiña, se apoderaron de los despojos militares dejados por las tropas norteamericanas de Irak, que abandonaron sus bases por órdenes de Obama. Ahora han conformado un estado islámico terrorista, el Califato Isis que se opone a Irán y a los Estados Unidos. Obama no ha querido destruir al Isis/Isil y ahora se entiende por qué. 
Dejará libre terreno a Irán para que pulverice o doblegue al Isis, quizás esta vez si con la ayuda militar norteamericana, para de este modo consolidar el dominio iraní/shiita en la zona. Luego caerán Egipto, otras naciones árabes sunnis y finalmente surgirá la incógnita de Arabia Saudita y, por cierto, la incógnita de quién será el que gobierne a este país el 2017.
Lo que queda en claro es la imposición de la autoridad “progresista” de Obama, entendida como despreciativa del sistema político que ha regido en los Estados Uniodos desde la creación de la República en 1776. Para él y los progresistas, la creencia en el gobierno por consenso popular y con sujeción al principio de la división de poderes, obstruye el ejercicio del mando.
La división puede ser tolerable, dicen, siempre que se sujete a la voluntad del Ejecutivo, cuya visión es, así lo piensan, infalible e irrefutable. Si el Congreso no acepta su ley Obama de inmigración, éste la tramita por Decreto Ejecutivo. Si hay resistencia a su ley de salud pública, maniobra para que el Congreso la apruebe.
Si el Obamacare tiene fallas, legisla para rectrificarlas sin participación del Congreso y si aún así hay violaciones constitucionales, encuentra una Corte Suprema de Justicia dócil que legisla en su favor, sin que la  Constitución lo permita. Igual ocurrió con la autorización de la CSJ para terminar la vida de seres humanos en el vientre materno (1973) y acaba de hacerlo para reconocer al matrimonio homosexual.  
La convicción de que el poder reside en el pueblo y que no proviene de un monarca o un líder, fue revolucionaria en 1776 y su validez sigue inmutable y constante. Se ha vuelto axiomático que mientras las naciones más se apartan de ese principio, más males sobrevienen. Nunca como con estos años de obamismo “progresista” este país ha caído a niveles tan bajos de auto estima y de estima internacional.

(Para quienes leen en inglés, se reproduce este artículo del diario The Wall Street Journal que ilustra con claridad lo hecho por Obama con Irán)

Obama Pours Gas on the Mideast Fire

By KAREN ELLIOTT HOUSE
While President Obama hopes his nuclear deal with Iran will burnish his presidential legacy as a great peacemaker, the near-term consequence will be more—and even bloodier—sectarian violence in the Middle East. In particular, security threats will escalate for Saudi Arabia and Israel, until now America’s two major Mideast allies.
The Israelis and Saudis, longtime adversaries, in recent years have joined in vehement opposition to Mr. Obama’s attempts to negotiate a nuclear deal with Tehran. For the Israelis the concern was entirely about an Iranian atomic weapon. But for the Saudis the fear was less about future nuclear capability than about the real and present threat that a deal would further enhance Iran’s regional stature and its capability to ratchet up the regime’s exploitation of regional sectarian divisions.
That nightmare has arrived. The immediate threat to Saudi Arabia far exceeds that to Israel, which (without saying so) already possesses nuclear weapons and in a real crisis can almost surely be more confident of U.S. support—from future American presidents, if not the current one—than can Saudi Arabia. Furthermore, Sunni Saudi Arabia, not Jewish Israel, is Shiite Iran’s primary rival for regional hegemony.
Opinion Journal Video

American Enterprise Institute Critical Threats Project Director Frederick Kagan on how the nuclear deal will reshape the Middle East.
Under the deal announced Tuesday, Iran stands to have $100 billion of assets unfrozen by late this year. That, coupled with the bizarre U.S. decision to unfreeze the ban on selling Iran conventional weapons and ballistic missiles down the road, means that Tehran can use those billions of freshly available assets not to enhance its economy, as the Iranians promised negotiators, but rather to buy deadly new arms for its nefarious partners across the region. These include Shiite militias in Iraq, Syria’s Bashar Assad, Hezbollah in Lebanon and Syria, and the Houthi rebels in Yemen.
A cocky, conventionally armed Iran increasing regional mischief-making puts Saudi Arabia in the cross hairs—of Iran, but also of Islamic State in Iraq and Syria (ISIS). As Iranian-backed Shiites across the region increase efforts to exploit turmoil in failing Mideast states for Tehran’s benefit, so too will their Sunni opponents in ISIS, who are no friends of the Saudis.
The expansion of Iran and ISIS also means ever-greater internal threats to Saudi stability. Some 60% of the Saudi population is under 30 years old, and unemployment among those young Saudis is about 30%. Saudi Arabia has made it a crime for its citizens to join ISIS, but the Saudi Interior Ministry has acknowledged that in recent years some 2,200 young Saudis have gone to Syria to fight. As Saudi Sunnis watch their Sunni coreligionists being killed by Iranian-backed Shiites across the region with little opposition from any force other than ISIS, that terror organization’s appeal grows, especially among deeply religious young Saudis.
But what are Saudi Arabia’s choices? The short, subdued statement this week by Riyadh’s embassy in Washington again calling for “strict, sustainable” inspections speaks volumes about the kingdom’s precarious position and its lack of good options. The deal obviously comes as no surprise to the Saudis, who have watched the Obama administration fervently court Iran at Saudi expense. Given that the kingdom already has taken any number of actions to try to protect itself, few remain. So don’t expect any significant Saudi action in the short term, not even openly lobbying Congress against the deal.
Already, Riyadh has reached out to a broader range of countries, sending its top officials to China last year and Russia last month. Only last week, the kingdom’s young deputy crown prince boarded a U.S. aircraft carrier in the Persian Gulf to keep alive the impression, however dubious, that Saudi Arabia still can count on the U.S. for protection.
The kingdom has become more assertive on its own behalf, though this can easily be overstated. Saudi efforts to confront Syria’s Assad have been mostly unsuccessful, and as Iran gains the freedom under the nuclear deal to buy and share new conventional armaments, overthrowing the Assad regime will be ever harder. Riyadh’s bombing campaign against what it sees as an Iranian-backed insurgency by Houthi tribesmen in Yemen has killed more than a thousand civilians but failed to achieve the Saudi goal of restoring Yemen’s deposed president.
One semi-successful action by the Saudis: increasing their oil production to put pressure on an Iranian economy already staggering under economic sanctions from the U.S. and Europe. This month the Saudis have been pumping 10.6 million barrels of oil a day, a historic high.
A final option open to the Saudis: Get a nuclear weapon as soon as possible. Prince Turki al Faisal, the kingdom’s former head of intelligence, vowed in the spring that “whatever the Iranians have, we will have.” The kingdom doesn’t have the technological ability to build its own nuclear program and is more likely to lobby Pakistan—whose nuclear development the Saudis helped fund—to establish a weapons program on Saudi soil. But Pakistan’s nonproliferation commitments make that solution less likely than many Saudis like to pretend.
So, while the nuclear agreement is being cheered in Tehran, while Obama aides are fist-pumping in the White House, while Europeans are salivating at the prospect of doing business in Iran, and while the Israelis are trying to lobby the U.S. Congress against the deal, the Saudis are left grinding their teeth in Riyadh, surveying a bleak future and no good options to change it.
Ms. House, a former publisher of The Wall Street Journal who won a Pulitzer Prize as a reporter for her coverage of the Middle East, is the author of “On Saudi Arabia: Its People, Past, Religion, Fault Lines—and Future” (Knopf, 2012).

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