Sunday, December 1, 2013

¿EL CAPITALISMO ES PERVERSO?


El Papa Francisco divulgó un documento oficial del Vaticano, con su firma, en el cual exhorta al mundo a mejorar las condiciones de vida de los pobres, minimizando el influjo del capitalismo y el libre mercado.
Como en anteriores ocasiones, de inmediato han surgido espontáneos de uno y otro espectro politico, clérigos y no clérigos, para tratar de dar una interpretación propia acerca de lo que creen es el verdadero alcance de las palabras del pontìfice.
¿Por qué? Porque nuevamente el pensamiento del jefe de la Iglesia ha sido ambiguo. Especialmente en su afirmación de que el capitalismo conduce al abuso y a un mayor perjuicio a los pobres, por lo cual urge controlarlo con más estrictez, inclusive a nivel internacional.
Muy estrechamente unido al capitalismo está el libre mercado, al cual el Papa también le acusa de contribuir a distorsionar la economía en contra de los pobres. Hace un llamado, por tanto, para combatir a lo que tilda de “tiranía del mercado” también en dimensiones globales.
Tales acusaciones generaron protestas por parte de quienes consideran que las economía son más dinámicas cuando precisamente rigen en las naciones sistemas de mercados abiertos, de libre competencia, porque ellos favorecen la acumulación y multiplicación del capital, para crear más empleos y reducir la pobreza.
Las críticas han provenido no solo de empresarios y políticos seculares, sino incluso de católicos muy apegados a la tradición de la Iglesia Católica y de respeto y fe en el papado vaticano, así como de cristianos no católicos y de comentaristas de las más variadas posiciones ideológicas.
En defensa del Papa hay quienes escriben que su referencia negativa a lo que en inglés se leía en el documento como “unfettered capitalism”, era en realidad una alusión al “unfettered consummerism”. En uno y otro caso, el vocablo “unfettered” ha de entenderse como “sin restricciones”.
Se intenta, así, sostener que el Papa ha condenado no al capitalismo sino al consumismo desbordado o ilimitado, como para de este modo paliar las críticas. Pero el intento es inútil ya que el capitalismo sin barreras, sin límites, sin leyes, deja de ser tal para convertirse en una corrupción del sistema. Y en cuanto al consumo desbocado, se trata de un exceso y de una distorsión del sistema que todos repudian.
El capitalismo está vinculado íntimamente con el mercado. Cuando operan en un ámbito de libertad, fomentan prosperidad y riqueza que se esparcen en la comunidad. Pero no siempre se ha dado esa simbiosis en un marco de libertad. Al contrario, es una innovación históricamente reciente ya que con anterioridad, cuando el  capital y el mercado estaban constreñidos por una autoridad absolutista, el crecimiento económico era restringido.
Sin embargo, el mercado en si no es una creación perversa del hombre. Ha existido desde siempre, pues es connatural a la condición humana. Es resultante de la necesidad de interrelación entre los seres humanos, las comunas, las naciones. Uno nace, crece y por instinto trata de relacionarse con el prójimo, dialogar, intercambiar ideas y luego bienes y servicios.
Ese mercado natural, consecuencia de la convivencia humana, por cierto que ha evolucionado desde esquemas muy primitivos hasta los más complejos de la era moderna. Desde el trueque hasta la creación de la  moneda, más tarde la banca y luego las complejas imbricaciones de las redes de intercambio comercial de bienes y servicios de hoy.
El moderno capitalismo emerge de los sistemas feudales, cuando toda actividad social se sujetaba al control incontestable del monarca y sus cortesanos. Paulatinamente la propiedad, antes exclusiva de grupos hegemónicos, comenzó a fraccionarse y con el comercio brotó una nueva clase, la empresarial, de mano del comercio, la banca y las industrias.
La economía, antes aherrojada por el absolutismo monárquico en sus distintas versiones, se libera. Y alcanza su máxima expresión de libertad en el Nuevo Mundo, con los Estados Unidos, donde por primera vez se consolida un sistema de capitalismo abierto con un mercado competitivo que sustituye al absolutismo con las tres ramas clásicas del poder compartido.
El capitalismo y el mercado libres, por cierto, no pueden subsistir sin reglas claras para evitar abusos y distorsiones. La proclividad al abuso también es propia de la condición humana y aunque lo prevalente en el sistema es la “bona fide”, no por ello desaparecen las transgresiones de buena o mala fe y para contrarrestarlas existen las leyes de prevención y sanción.
El capitalismo, el mercado, el medio de transacción que es la moneda, han adolecido y adolecerán de defectos en su aplicación, por lo mismo que de por medio están seres humanos. Pero el problema de la imprecisión del Papa es que da lugar a interpretarlo como que debido a las falencias del sistema, hay que sustituirlo en una suerte de cruzada internacional.
Ese pensamiento se asocia con las corrientes ideológicas que han cobrado fuerza en los úlimos años, en cierta medida en Europa, desde luego en América Latina y en otras regiones subdesarrolladas y que, de manera increíble, pretenden afincarse en los Estados Unidos donde la experiencia capitalista ha convertido a esta nación en la más poderosa de la historia.
Si la aplicación de la libertad en el sistema capitalista y de mercado genera problemas como persistencia de la pobreza o desigual distribución de la riqueza, la solución no es destruír el sistema para reemplazarlo por otro, que no se menciona. La solución es perfeccionar el sistema que ha probado ser la opción más eficiente.
El capitalismo no genera pobreza, sino todo lo contrario. El mercado competitivo estimula la inventiva, el ahorro, diversifica la inversión. Así se forman nuevas fuentes de riqueza y empleo y la multiplicidad de las oportunidades para que la gente acrezca sus ingresos, ahorre y eventualmente se sume al ciclo evolutivo de creación de la riqueza.
La redistribución de la riqueza para anidar en una sociedad igualitaria es una utopía que cada vez que se la ha tratado de imponer, ha fracasado. ¿Cuál la razón? La pérdida de libertad. La redistribución no cabe sino por la fuerza. Quienes la imponen tienen el poder, que debe ser absoluto para perdurar. Platón quería asignar ese papel a los más sabios.
En realidad, todas las experiencias de igualación utópica han caído en manos no de sabios, sino de déspotas. A la postre las rebeliones populares han terminado con ellos en el cadalso, la horca o el arrastre. Y la igualación de los ingresos, con sacrificio de las libertades individuales en pos de la felicidad colectiva, se ha esfumado en quimera inalcanzable.
Al mercado hay que regularlo, pero no estrangularlo. Cada vez, en tiempos pasados y recientes, que los dictócratas bloquean el libre flujo de la competencia en el mercado, sobreviene el estancamiento de la evolución natural de la economía y en ocasiones la catástrofe. Cuando los demócratas obligaron a los bancos de los Estados Unidos a que otorguen préstamos hipotecarios sin respaldo, sobrevino la debacle cuyas consecuencias aún se sienten en la economía mundial. No cabe que un banco preste a quien no demuestre tener capacidad de pago. La argucia de contar con el respaldo financiero del gobierno fue una falacia.
¿Qué movió a los demócratas a intervenir en el mercado contraviniendo las reglas y la lógica de las transacciones? El deseo de que “todos” tengan acceso a una casa propia. ¿Cuáles los resultados? Mucha gente que tenía su casa la perdió debido al descalabro del mercado hipotecario y la que buscó engañada con un préstamo fácil, se quedó sin su dinero y sin casa.
Es lo que ocurre cuando las buenas intenciones no concuerdan con los procedimientos. No se necesita tener un alma blanca para desear que los desamparados dejen de serlo, que los enfermos se curen, que los que carecen de abrigo y refugio lo tengan, que los pobres sean menos pobres. El desafío está en cómo lograrlo.  La caridad impuesta por la fuerza, deja de ser caridad.  Es lo que ocurre al redistribuir la riqueza mediante confiscaciones, impuestos y otros arbitrios de los regímenes autocráticos. La generación de la riqueza se congela y la “intención” de disminuír la pobreza concluye con el resultado exactamente opuesto.
Obama y los demócratas, así como el Papa y los obispos de este país están preocupados porque los seguros de salud no protejan a todos o porque en algunos casos son discriminatorios o muy caros. Quieren que los servicios de salud cubran a todos. Muy loable pero ¿cómo? Obama busca abolir el sistema vigente de libre mercado y sustituirlo con un solo proveedor universal, el gobierno.
Su ley, aprobada con engaños, se ha descarrillado por razones no solo técnicas sino de fondo. Los primeros resultados son millones de personas ya aseguradas que  han perdido sus seguros y muchos millones más que lo perderán en el futuro. Igual que en el caso de las casas de vivienda, en el de los servicios de salud las “intenciones” se estrellaron con la realidad.
En los países de capitalismo precario como Venezuela o Ecuador, los ejemplos se multiplican. El intervencionismo estatal ha empobrecido al  país bolivariano, la inversión privada es nula, la inflación del 50%. En el caso ecuatoriano, Correa (PhD en Economía) dijo no a la regla elemental de la economía de mercado de pagar las deudas y la que tenía el país la declaró ilícita y no pagable.
El crédito internacional para el Ecuador se cerró. Salvo el que abrió China, con la mirada puesta en la pequeña producción petrolera de menos de medio millón de barriles diarios. Ahora toda esa producción la adquiere China a cambio de préstamos que nadie sabe en qué condiciones las aceptó el autócrata, pero que con seguridad son más onerosas que las que pudo conseguir en fuentes tradicionales del mercado mundial.
(En contraste, cuando empresas y corporaciones privadas vulneran el principio de libre competencia y forman bloques monopólicos o carteles, la propia ley manda fraccionarlos. Tal el caso a comienzos del siglo XX con los monopolios del petróleo y los ferrocarriles y la intervención del presidente republicano Theodore Roosevelt para destruirlos. Pero el cartel OPEC sigue intocado)
Ha sido penosa la coincidencia del aparecimiento del documento papal sobre asuntos económicos, sobre todo para los Estados Unidos en momentos en que desde la Casa Blanca se están dando pasos firmes para desprestigiar al sistema y así debilitar la posición preponderante que esta nación ha tenido a la vanguardia del Mundo Libre.
El daño está hecho y poco podrán lograr las tareas de salvataje de mucha gente notable que ha salido en favor de una intepretación más feliz de lo que el Papa dijo en su documento oficial “Evangelii Guadium” (La Alegría del Evangelio).  

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