Friday, April 26, 2013

CEDIENDO ANTE EL ENEMIGO


¿Cómo se explica el colosal fracaso de la FBI para prevenir el atentado terrorista en Boston? La agencia tenía toda la información de inteligencia a la mano, con la ayuda incluso de Rusia, pero los autores actuaron con toda libertad para perpetrar el asesinato colectivo en la maratón.
Si bien es cierto que luego de producido el acto de terror las agencias de inteligencia se unieron para identificar y ajusticiar o capturar a los asesinos en pocos días, lo cual fue saludado y aplaudido por bostonianos y no bostonianos, la verdad es que el FBI merecía no eso sino una condena.  
Porque los dos hermanos chechenios Tsarnaev debieron y pudieron haber sido detenidos antes de que colocaran e hicieran estallar las bombas en la  meta final del célebre evento deportivo, sitio al cual acudieron centenares de personas, como todos los años.
¿Qué influyó para que la FBI fallara? Sus dirigentes esgrimen diferentes argumentos, ninguno de los cuales les exime de culpa. Pero quizás haya una explicación de la negligencia: la orden impartida del presidente Barack Hussein Obama de no considerar al Islam como fuente del terrorismo contra los Estados Unidos y el Occidente en general.
Desde su posesión Obama se dedicó a defender al Islam dentro y fuera del país y borró de su léxico el vocablo “terrorismo” y “terrorista” para referirse a los extremistas que cometen horrendos atentados en nombre de esa religión, que de ninguna manera es una religión de la paz como la llaman algunos, entre ellos su pedecesor George W Bush.
No obstante que todos los actos terroristas de los últimos años han sido perpetrados por terroristas islámicos, Obama prohibió que se haga un perfil de potenciales enemigos de los Estados Unidos con la etnia árabe. Es algo que aplica Israel desde siempre, con éxito innegable.
Para el caso de los chechnios asesinos, la información disponible en su contra era inmensa, pero la FBI la desechó desoyendo consejos en tal sentido de la CIA (que opera fuera del territorio norteamericano) y la KGB de Rusia, cuyo líder de antaño Putin es ahora el presidente de ese país.
Las pruebas abundaban. Los dos hermanos, naturalizados, eran estudiantes pero tenían un tren de vida incompatible con sus ingresos. Uno de ellos estuvo hace poco en Rusia durante seis meses, lapso en el cual se puso en contacto con extremistas, en citas registradas por la KGB y que sirvieron para dar las alertas a la FBI. Ambos eran adictos a alucinógenos e incluso traficaban con marihuana.
Tras el informe de la KGB, el FBI interrogó al hermano mayor (que murió a balazos), pero lo absolvió de toda culpa. Si lo hubieran vigilado, habrían conocido de los gastos de ambos para adquirir explosivos (¿dónde?) y más artefactos de muerte. Y habrían podido determinar las conexiones internacionales que tenían para recibir dinero e instrucciones tácticas para consumar el atentado.
El problema que se interpuso es el hecho de que los dos eran musulmanes. El presidente y sus súbditos, en el intento por proteger lo islámico, pidieron no adelantar juicios sobre las causas de la “tragedia” ni sobre posibles conspiraciones del extremismo musulmán. En abierta contradicción, la directora de Seguridad Nacional, Janet Napolitano, se adelantó en asegurar que no existía conexión internacional ninguna en el atentando de Boston. 
Tal aseveración es inadmisible por reñida con la lógica. El terrorismo islámico nunca actúa aislado. Existe coordinación, entrenamiento, reclutación y financiamiento. Es pueril imaginar que dos jóvenes hayan podido hacer lo que hicieron por su propia cuenta, sin instrucciones ni dinero ajeno. 
Si avanzan las investigaciones se comprobaría lo érroneo de la posición del equipo Obama. Pero en este régimen, esa posiblidad no está garantizada: cuando el terrorista sobreviviento cantaba todo lo que sabía, llegó un juez federal y ordenó terminar el diálogo. El asesino no podía ser considerado “enemy combatant” sino delincuente común con acceso al derecho Miranda de no hablar sin abogado.
En la administración precedente de Bush, todas las agencias de inteligencia fueron unificadas en lo que se llamó Homeland Security, de la que Napolitano es hoy la líder. Se lo hizo después del holocausto del 9/11, cuando fue evidente que la descoordinación causó la dispersión de información, con la cual pudo haberse evitado la masacre.
En los ocho años de Bush no se repitió ningún atentado gracias a la oportuna intercepción de la inteligencia. Con Obama se bajó la guardia y hasta la fecha se han registrado cinco atentados terroristas con pérdida de muchas vidas humanas. Al asesino de Fort Hood, siquiatra musulmán con atecedentes extremistas que mató a 13 compañeros dentro del cuartel, no se lo quiere enjuiciar como terrorista sino como delincuente común.
En Bengazi, Libia, los terroristas islámicos asesinaron al embajador de los Estados Unidos y a otros dos altos diplomáticos en septiembre pasado, pero el gobierno de Obama y su canciller Hillary Clinton evaden toda responsabilidad por la falta de prevención de los atentados. Pretendieron sostener que la reacción era aislada, motivada por un video que nadie vió y en el cual se ofendía al Islam.
En cambio Obama ha reiterado todo el respaldo financiero y táctico militar de los Estados Unidos a regímenes del extremismo musulmán, como el de la Hermandad Musulmana en Egipto. El nuevo presidente egipcio, Mohamed Musir, se ha propuesto institucionalizar la ley shariah, susentada en la intolerancia total religiosa, con la cual se persigue a los infieles católicos, cristianos y judíos y se mantiene en condiciones feudales de inferioridad a la mujer.
En Siria, Obama y algunos republicanos como John McCain abogan por fortalecer a Al Qaeda para derrocar al presidente Assad. Este gobernante tiene defectos, pero la solución no es propiciar la expansión del islamismo apoyando al mayor enemigo de los Estados Unidos. Como ya ocurrió con Afganistán y la secuela del 9/11.
Obama dice que solo espera que Assad cruce la “línea roja” para atacar, o sea que Assad utilice armas químicas para combzatir al Al Qaeda. Nadie se pregunta, sin embargo, de dónde preoceden esas armas químicas, que el régimen sirio es incapaz de producir. La respuesto es: son herencia de Hussein de Irak.
El ataque a Irak dispuesta por Bush, con respaldo bipartidista, se basó en los informes de inteligencia no solo de Estados Unidos sino de Francia, Gran Bretaña y otras naciones que indicaban que Hussein aún tenía grandes depósitos de armas químicas (que usó para exterminar a más de 100.000 de sus compatriotas de oposición) y que tenía instalaciones para desarrollar armas nucleares.
Hussein se negó a admitir inspecciones de Naciones Unidas por lo cual Bush optó ir a la guerra, con el respaldo de 34 naciones. Pero hasta la toma de la decisión, hubo un lapso de varios meses durante los cuales Hussein envió las armas de destrucción masiva a Siria. Hay fotos aéreas de enorme camiones de carga atravesando el desierto en esa dirección, de lo cual ya nadie se acuerda.
Las instalaciones nucleares fueron destruídas por Israel en un ataque sorpresa similar al que lo hicieran años atrás contra Irak y con el mismo objetivo. Pero aparentemente las armas químicas quedaron embodegadas a salvo y Assad las está comenzado a utilizar (así lo dice Israel). La paradoja para quienes creen que el extremismo islámico es enemigo mortal de USA está en impedir que Assad use armas bioquímicas de exterminio, sin fortalecer al mismo tiempo al Islam y su instrumento militar Al Qaeda.
Los Estados Unidos, la mayor potencia económica, militar y cultural que defiende un sistema de gobierno en libertad, no siempre ha sido firme en frenar al enemigo. El aislacionismo del siglo pasado terminó con su participación definitoria para la victoria en las dos guerras mundiales. Pero a partir de entonces, ha sido vacilante en aplicar tácticas de defensa contra sus enemigos, el comunismo primero, el extremismo musulmán hasta la fecha. 
La ilusión de forjar un nuevo mundo de paz con los Soviets fracasó desde un comienzo. Moscú quería difundir el estatismo socialista, Washington la noción de gobernar con libertad. La URSS erigió un Cortina de Hierro entre los dos mundos, tras de la cual manipuló la política internacional para extender el comunismo mediante prácticas de infiltración o guerrillas. 
El imperio colapsó en 1989 con Reagan (de la mano con el Papa Juan Pablo II y Maragaret Thatcher), pero ya antes hubo signos de debilidad evidente. El propio Reagan es responsable del fortalecimiento del Islam en Medio Oriente, cuando optó por replegarse del Líbano tras del ataque terrorista a las barracas militares de USA y la muerte de 270 soldados. Años atrás, en Corea, Truman capituló ante Moscú y Pekín y prefirió el armisicio entre dos Coreas antes que la victoria prometida por el General McArthur.
Algo parecido se repitió en Vietnam. Las fuerzas comunistas terminaron por expulsar a los Estados Unidos en vergonzosa retirada, pese a que la victoria militar estaba ad portas si las fuerzas armadas hubieran recibido el respaldo de la estructura política, mermada ya por el influjo de la cosmovisión socialista/estatista que ha proliferado por el orbe.
Las Torres Gemelas de Nueva York fueron dinamitadas dos veces, pero tras la primera no se optaron las medidas precautelatorias del caso. En Irak y Afganistán la victoria  militar tampoco se ha dado frente al enemigo, pues las restricciones de acción en el campo de batalla lo impidieron y lo siguen impidiendo. 
Obama, en su cruzada pro islámica, ha agudizado las contradicciones. Dio plazo hasta el año entrante para que el grueso de las fuerzas militares en Afganistán sean retiradas y lo propio ha ocurrido en Irak. Cuando tal ocurra, esas naciones serán pasto del islamismo extremo bajo el liderazgo de Irán, con quien Obama se empeña en dialogar para la paz.
Después de todo Obama es Premio Nobel de la Paz. En su distorsión de la realidad, como que quiere justificar el premio concertando un acuerdo de paz con quienes no quieren la paz, como así lo advierten en toda ocasión  el ayatola Alí Jamenei y su portavoz Mahmoud Ahmadinejad. Lo que ellos quieren, lo han dicho, es borrar del mapa a Israel y liquidar a los Estados Unidos como paladín de Occidente.
En lo interno Obama continua en su plan de debilitar al sistema democrático de este país. Pese a que la forzada y mínima restricción del gasto público, llamada “secuestro”, ya impulsó el crecimiento al 2.5%, no ceja en su empeño de seguir endeudándose y pedir más impuestos para seguir gastando. La deuda ha llegado a casi 17 trillones de dólares, con lo cual toca la línea surreal de alcanzar el 104% del PIB. Obama incurre ya en un gasto fiscal mayor que los ingresos, como sucede en una Europa en bancarrota.
Acaso no sería sorpresivo, en medio del surrealismo que emboba o embrutece a la humanidad, que Noruega y Suecia anuncien que el nuevo Premio Nobel de Economía será esta vez para Barack Hussein Obama. ¿No estarán en espera de que tan brillante Premio Nobel de la Paz justifique tan honorable presea con una invasión militar a Siria? Así los dos premios, ambos injustos, se harían añicos.

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