Friday, June 24, 2011

¿HAY QUE AMAR U ODIAR LAS GUERRAS?

Parece absurda la necesidad de buscar una autoridad o celebridad para respaldar un concepto obvio y de sentido común: que si por cualquier razón te vas a la guerra, el objetivo central es que salgas de ella victorioso. De otro modo, rehúyela.

En estos días se ha recordado una máxima al respecto del general Douglas McArthur. Él dijo algo sin réplica: la única opción para ir a la guerra es ganarla. Y para ello la nación involucrada tiene que dotar a los militares de todos los recursos bélicos, jurídicos, morales y económicos para derrotar al enemigo.

McArthur fue relevado del comando de las fuerzas norteamericanas en Corea cuando quizo más poderes para derrotar a los comunistas de Corea del Norte que ayudados por China y la URSS atacaron a Corea del Sur, la debilitada fracción geográfica aliada a los Estados Unidos. Quería el general inclusive la opción nuclear si era necesario.

La II Guerra Mundial en el Pacífico se inclinó a favor de los Estados Unidos y sus aliados solo cuando dos bombas atómicas arrojadas en el Japón disuadieron a los japoneses de insistir en sus esfuerzos suicidas por seguir en una lucha imposible. Sin las dos bombas, la guerra se habría prolongado por uno o dos años más con el sacrificio de al menos 500.000 soldados norteamericanos.

La guerra en Corea concluyó en un armisticio, esto es, sin una victoria ni para las Naciones Unidas que propició la intervención militar ni para los Estados Unidos. Corea del Norte continúa aislada y gobernada por una dinastía autocrática sustentada en el terror y el hambre de un pueblo que no conoce la libertad desde hace más de 60 años.

China y la URSS, estimuladas con el fiasco bélico de Corea, azuzaron a Vietnam del Norte para extender el comunismo hacia el sur de la provincia, igual que lo intentaron en Corea. Le meta de Moscú y Beijing era extender el manto rojo del comunismo por todo el orbe mediante la infiltración, el apoyo a la insurgencia interna y la propaganda anti norteamericana y anti capitalista.

La expansión imperial roja tenía que ser frenada y, como siempre (por lo menos hasta la fecha), con la participación definidora de los Estados Unidos y sus aliados. La victoria militar yanqui era inminente, como lo admitieron los líderes vietnamitas Ho Chi Mihn y Nguye Giap, pero todo se vino al traste por la obstrucción política de los demócratas respaldados por los principales medios de comunicación.

Las tropas norteamericanas, sin fondos del Congreso, fugaron precipitadamente de Vietnam y luego sobrevino la invasión y represión comunistas en el Sur, Laos y Camboya, con casi dos millones de muertos y la implantación de un régimen comunista que hambreó a las poblaciones sojuzgadas.

Las guerras, como las enfermedades en los seres vivientes, existirán mientras seres vivos haya en la tierra. No por aborrecer de las guerras éstas desaparecerán. Nadie se contagia voluntariamente de una gripe o de un cáncer. Estos males, como las guerras, sobrevienen súbitamente y el único recurso que queda es el antídoto para derrotarlos.

En el siglo pasado los grandes detonantes de las guerras fueron el nazifascismo y el comunismo. En el primer caso, el expansionismo del Eje fue destruido en alianza con el comunismo. Pero tras el nazifascismo advino con más fuerza el comunismo de Moscú y Beijing, al unísono para imponer un estilo de vida y de gobierno centralista y antidemocrático.

La doctrina comunista/socialista se irradió por el mundo y sedujo a muchos intelectuales y artistas que prefirieron ignorar el costo de más de 90 millones de vidas de disidentes en China y más de 30 millones entre disidentes y muertos por inanición en la URSS. La idea o utopía socialista, aún cuando las vidas en esas dos naciones hayan cambiado, continúa rampante por todos lados.

Incluídos los Estados Unidos, que ahora tiene a uno de sus cultores como presidente en la Casa Blanca. La tendencia pro socialista se acentuó en el país a partir del decenio de 1960 con la guerra de Vietnam. Hasta esa fecha, el servicio militar era obligatorio y los jóvenes que estaban gozando de un boom económico de posguerra sin precedentes, se negaron a ir al frente de batalla.

No era por razones humanitarias, por dolor de las víctimas de la guerra, sino por comodidad. Luego el movimiento anti draft o anti conscripción tomó los ribetes de pacifismo (con traidores como la actriz Jane Fonda), pero a poco de la retirada en derrota de Vietnam, nada dijeron de las masacres a manos de los comunistas en Vietnam, Laos y Camboya.

De todos modos el influjo izquierdista a través de los principales medios de comunicación audivisuales y escritos en contra de la guerra y los militares y en contra específicamente de lo que califican como acciones del imperialismo yanqui en el plano militar externo, ha sido funesto. Lo militar yanqui era sinónimo para ellos de carnicería y se burlaron de los informes con pruebas del senador McCarthy en contra de políticos y periodistas norteamericanos que recibían sueldo de Moscú para difundir la doctrina roja.

Símbolo de los resultados de esa actitud anti militar fue el desastroso intento del presidente demócrata Jimmy Carter por rescatar a los rehenes de la sede diplomática en Teherán. Los aviones se esrtrellaron en el desierto y los diplomáticos salieron libres solo cuando Ronald Reagan lo sustituyó en el poder en enero de 1981, tras 444 días de cautiverio.

Reagan tenía otra óptica, aun cuando no fue infalible. Pese a la oposición de toda la izquierda y los medios de comunicación, enfrentó a la URSS en su desafío por implantar bases de cohetería atómica SAM en la frontera europea de la Cortina de Hierro. Ordenó la instalación de misiles Pershing y ello desató una guerra económica en la cual salió perdiendo la URSS hasta su disolución pacífica en 1989.

(Pero Reagan se equivocó tras la masacre de 161 soldados norteamericanos en Beirut: en lugar de ordenar la retaliación contra los terroristas, decidió el retiro de todas las tropas. Ello fortaleció al terrorismo en el Medio Oriente).

La URSS se fraccionó y se abrió a la inversión y ciertas libertades, como por su parte lo hizo China. Las economías allí se fortalecieron y diversificaron, aún cuando están distantes de sustentarse en un sistema capitalista de libre competencia, comparable al de los Estados Unidos. Pero las ciudades han cambiado y hay áreas geográficas de notable desarrollo debidas en gran parte a la inversión de capitales, ciencia y tecnología occidentales.

Aparentemente, con esos logros, la guerra fría se ha enfriado aún más. Pero el calor ha llegado de otro lado, del lado de los árabes que han aplicado tácticas de terror para golpear al enemigo de siempre, el capitalismo democrático encabezado por los Estados Unidos. Los izquierdistas están desconcertados con este nuevo enemigo, pero con su prejuicio endémico anti militar, piensan que el diálogo y no la guerra militar, es la respuesta.

El poder bélico, con ser todavía el mayor en el mundo, ha sufrido graves quebrantos en los Estados Unidos como resultado de esa noción negativa brotada en el decenio de 1960. Con Bill Clinton, el presidente demócrata que sucedió a Bush padre, vencedor en la guerra inconclusa del Golfo, los recursos para las fuerzas armadas disminuyeron al mínimo así como la capacidad operativa de la CIA.

Los signos de debilidad explican los dos ataques a las torres gemelas. Y aunque George W Bush emprendió en dos guerras de retaliación en Afganistá e Iraq, no fue capaz de pedir la declaratoria formal de guerra al Congreso (sino solo una autorización de intervención militar) para aplicar todas las medidas políticas y económicas indispensables para movilizar a la población a favor de la causa.

Tampoco supo o quiso oponerse al influjo izquierdista para debilitar el concepto militar tradicional. Las “rules of engagement” o reglas de comportamiento para guerrear, maniatan al soldado. El trato igual al ingreso de mujeres, disminuye los estandares de rigor en la preparación de los soldados. Ahora se ordenó aceptar y dar igual trato a los abiertamente homosexuales de ambos géneros lo cual no logrará sino feminizar aún más a las fuerzas armadas.

El presidente Obama, opuesto sistemáticamente a todo lo militar de los Estados Unidos, acaba de disponer el comienzo del retiro de las tropas de Afganistán y sucesivamente de Iraq. Sin victoria. La desazón en la población civil de esos países es evidente. En Afganistán terminarán por volver al poder los talibanes que albergaron al Al Qaeda para los ataques a las Torres Gemelas en 9/11. En Irak estallaron ayer dos bombas que mataron a 40 e hirieron a más de 80, lanzadas por adictos a Irán.

La huída de Afganistán e Iraq fortalecerá a Ahmadinejad de Irán y a sus aliados en Siria, Egipto, Libia y más países árabes que buscan la extinción de Israel y el debilitamiento de los Estados Unidos. Obama fue a pedirles perdón a los árabes en El Cairo por los excesos cometidos por los yanquis en el pasado. Ahora complementa su promesa con la renuncia a la victoria.

Lo de Libia es una charada. Obama y sus súbditos demócratas querían que la Cámara de Representantes le exima de pedir autorización para la guerra allí, de mano de la OTAN. Los diputados le dijeron no, pero no bloquearon los fondos como en el caso de Vietnam. Es una paradoja propia de estos tiempos.

¿Por qué Obama, el pacifista “anti war”, quiere seguir en guerra con Gadhafi, máxime si no ha habido ningún ataque de su parte contra los Estados Unidos ni existe peligro para la seguridad interna de la nación? Nadie tiene la respuesta. Pero está clara la profunda hipocresía de los demócratas.

Si no se detiene a Obama en su afán de ser reelegido en el 2012 con apoyo de la mafia de Chicago, el poder bélico norteamericano seguirá en declinación. ¿Cuál el pronóstico? El mismo que se daría a cualquier paciente que se resistiera a robustecer su sistema inmunológico para tratar en los posible de evitar la enfermedad.


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