Friday, April 15, 2011

¿CLAUSURAMOS LA DEMOCRACIA?



Es asombroso, irreal, incomprensible lo que está ocurriendo en los Estados Unidos bajo la conducción del presidente Barack Hussein Obama, el más extraño e inescrutable de todos los que han gobernado esta nación. En dos años y medio de gobierno ha logrado reducir el prestigio y poderío de este país a niveles que ni hubieran soñado alcanzar, sin una guerra, sus peores enemigos externos, incluídos los del extinto imperio soviético o los musulmanes de hoy. En lo económico, Obama ha incrementado la deuda pública a 14 trillones de dólares, lo que equivalen al doble de la deuda sumada de todos los gobiernos desde George Washington a Ronald Reagan. El pueblo se indignó y en las elecciones del 2 de noviembre pasado rechazó esas políticas con un rotundo no. Pero Obama no se ha inmutado. Sigue presionando por la elevación del gasto y se niega a la reducción tácita planteada por los electores y el Congreso. El ideal de Obama y de los “liberals” que piensan como él es concentrar cada vez más poder y control en el gobierno, en todas las áreas de la actividad humana. La burocracia se ha disparado en su régimen y ahora hay 2 empleados públicos por cada 1 del sector privado y sus salarios en promedio son también el doble, más beneficios adicionales. El control del gobierno sobre el individuo tiene un frontal obstáculo en el sistema de economía libre y abierta, que ha hecho grande a esta nación. De ahí que su doctrina se oriente a reducir y acaso abolir el sistema, a fin de que el mercado pase a ser manipulado a capricho del gobernante. Acaso sus objetivos podrían no ser perversos. Los demócratas “liberals” hablan siempre de que su filosofía se encamina a proteger a los débiles, a los despamparados, a los explotados por los ricos. Quieren redistribuir la riqueza, no créandola o estimulando su crecimiento, sino sustrayéndola de quienes la han creado, o sea los empresarios privados. El dinero asi obtenido no es distribuido entre los pobres como aguinaldos de Navidad o los bonos de Chávez o Correa. Se acumula en los cofres del fisco para ser usados caprichosamente por el régimen en supuestos programas de ayuda a los desamparados o en regulaciones en favor de los discriminados. Así surgieron, por ejemplo, las propuestas de la Great Society de Lyndon Johnson o la Affirmative Action en favor de los negros y, con Obama, su Plan de Salud para todos. Las intenciones pudieran ser compasivas, pero los resultados son fatales. La Great Society, en casi media centuria, ha empobrecido más a los pobres y la Affirmative Action ha discriminado y humillado más a los negros, a quienes se les disminuyó los estándares académicos para el ingreso a las universidades, con lo que se vieron forzados a aislarse del resto de la población estudiantil. Los programas demócratas de supuesto beneficio no solo no han concretado esos beneficios sino que han dado pábulo a la corrupción. Eso ocurre a diario con programas ya establecidos de Medicaid, para los que no tienen seguros y de Medicare, para los viejos. Puesto que se financian con fondos públicos, o sea de nadie, las trampas para la estafa son irrefrenables. ¿De dónde provienen los fondos públicos? No de las alacenas repletas de fajos de dólares que Obama dispondrá en favor de los pobres, como dijo una muchacha negra entrevistada durante la elección presidencial. Esos fondos vienen de los impuestos, que en un 90% llegan del segmento con mayores ingresos (el 50% de la población no paga impuesto a la renta). Obama quiere absorber más dinero de los contribuyentes y como es “compasivo”, lo extraerá solo de aquellos que ganan 250.000 dólares o más y de las corporaciones, que ya son castigadas con el 47% de impuestos, uno de los más altos del mundo, que desalienta la inversión de propios y extraños. Para los que ganan menos inclusive pide reducir el impuesto, a sabiendas de que más abajo en esa escala, nadie lo paga. Pero ocurre que si se tritura a los “ricos”, los ingresos fiscales van a disminuir ya que el propósito de combatirlos por odio social los forzará a cerrar, a bajar el empleo o a emigrar. Si decrecen los fondos para Obama y si el aumento de los impuestos a los ricos es insuficiente y contraproducente, surge una sola alternativa: el endeudamiento. Es lo que ha sucedido con este régimen. El principal acreedor es China, un país centralmente dirigido y que ha protegido bajo control la inversión extranjera. Su crecimiento económico sigue siendo espectacular, más del 9% anual, pero dado que todo se mueve bajo designio y órdenes de Beijin, cualquier momento esa burbuja puede estallar con peor fuerza como en Japón a fines del siglo pasado. Pero China y cualquier otro acreedor no puede seguir prestando sin límite a un adicto. Así lo han advertido los dirigentes chinos, que incluso están planeando utilizar su moneda como la moneda internacional sustituyendo al dólar norteamericano, que con Obama sigue en declinación constante. ¿Qué le sobrevendría a Obama y al país y al mundo si el gasto desemesurado continúa y se cierra el endeudamiento? Las respuestas traen a la mente los casos de Grecia, Portugal, España, Irlanda y otros países europeos, donde la creencia en la bondad del Estado protector indujo a los regímenes a gastar más de lo que ingresaba alas cajas fiscales. Ahora se hacen esfuerzos allí para revertir el absurdo. Obama, en contraste, busca precipitar a los Estados Unidos en esa misma ciénaga ilusoria donde Europa está hundida. La mayoría de norteamericanos es contraria a la forma como Obama está conduciendo a la nación. No se ha manifestado con revueltas y asonadas como en países del tercer mundo, árabes o no, sino mediante votos. Así se demostró en los comicios de noviembre pasado. El Congreso se renovó y la Cámara de Representantes, donde se originan debates sobre impuestos y Presupuesto del Estado, tiene ahora una clara mayoría de republicanos. Esta mayoría ha querido ayudar a Obama a salir del desastre financiero en el que ha ahogado a la nación. Primeramente, presionó para que se apruebe el presupuesto del año pasado, que la anterior mayoría demócrata postergó de modo irresponsable. La aspiración inicial era reducir el gasto en 100.000 millones de dólares, luego se redujo a 60.000 millones y finalmente a 38.000 millones. Fue una victoria republicana. Obama había prometido oponerse a todo corte de gastos y más bien quería aumentarlo. Finalmente aceptó la última cifra. Hay republicanos recalcitrantes que afirman que el partido ha cedido, sin recordar que el partido demócrata aún controla el Senado y la Casa Blanca y que más batallas quedan por delante. Como la elevación del techo de la deuda, o sea el límite para que Obama siga en su manía de gasto. Y la aprobación del presupuesto para este año. El GOP ha presentado una proforma para reducir el gasto y la deuda en 6 trillones de dólares en el decenio. Si nada se corta, la deuda alcanzaría cifras imposibles de digerir ni financiar. Con viveza digna de un Chávez o un Correa, Obama acaba de anunciar su contra propuesta presupuestaria. Dice que reducirá la deuda en 4 trillones, sin alterar su plan de salud ni otros gastos dispendiosos. ¿Cómo? No lo dijo, salvo su promesa de no volver a eximir del pago de impuestos generalizado, que su predecesor GWBush instituyó hace 10 años. Y, claro, aumentando impuestos a los ricos. En suma, el equilibrio fiscal al que aspira Obama no es con reducción del gasto, sino con aumento de impuestos y deuda. En términos personales y familiares, es como cebarle a un alcohólico con botijas de ron o dar luz verde a un adolescente para que siga usando su tarjeta de crédito sin control ni responsabilidad ninguna. ¿No parece de sentido común que nadie en lo personal y peor en lo público (que maneja fondos ajenos), debería gastar más allá de los ingresos? Si, pero no para Obama y su séquito. Uno se inclina a pensar que está en juego una conspiración para derrumbar a esta nación, con un Obama títere en la Casa Blanca. No de otro modo se entiende tanta resistencia a la cordura. Obama, cuyo lugar de nacimiento está en duda (su madre hippy iba a volar de Kenya a Hawaii, pero fue rechazada por su avanzada preñez. Dio a luz allá a Obama y solo así pudo concretar el viaje a USA), jamás ha elogiado a este país con sinceridad y espontaneidad. Últimamente le han añadido a sus discursos de teleprompter ciertas frases elogiosas al sistema de libre mercado en el que no cree, pero nada más. En lo que si cree es en los supuestos daños ocasionados al mundo por los Estados Unidos, según lo ha proclamado en su prédicas en El Cairo y Europa y ha pedido perdón por ello. Prácticamenrte clausuró a la NASA, detesta a la Gran Bretaña y a Churchill, tiene prohibido que se averigüe sobre su pasado en la niñez y juventud, cuáles fueron sus amistados, sus récords académicos, sus escritos. Es una persona extraña, alienada, como jamás ha habido en la Casa Blanca. ¿Por qué triunfó? Primeramente, por ser negro y tener como rival a un pusilánime como John McCain, que prohibió cualquier alusión o preguntas que pudieren ofender a un candidato de la raza negra, como acerca de su nacimiento y su pasado. Casi no hubo votante negro que no votara por él a lo que se sumaron todos los demás que de esa manera pretendían expiar la culpa norteamericana de la esclavitud. La esclavitud fue defendida por los demócratas sureños, con tal tozudez que hubo de desatarse una guerra civil con 600.000 muertos para derrotarlos.El líder fue un republicano, Abraham Lincoln. Fueron demócratas también los que se opusieron al voto de la mujer hasta comienzos del siglo pasado y fueron demócratas los del Ku Klux Klan que ajusticiaba a los negros en los hogueras o colgados de las ramas de un árbol. Más tarde los demócratas cedieron y ahora se han camuflado como campeones de los derechos civiles y protectores de los desamparados. Pero con el esfuerzo de otros, no de ellos. Obama y millonarios demócratas destinan muy poco de sus ingresos a fines caritativos, en contraste con los republicanos. Y detestan a las fuerzas armadas, a las que, con Obama, quieren privar de fondos y traerlos de vuelta de Irak y Afganistán. La concentración del poder en el Ejecutivo, como lo quiere este régimen, es antípoda no solo de lo que quisieron los fundadores de esta nación hace casi tres centurias, sino que va contracorriente de la historia. La humanidad ha estado en lucha permanente para limitar los excesos de los gobiernos. De ahí los episodios de revueltas y revoluciones y guerrras contra monarcas, zares, emperadores, dictadores y tiranos. La gente quiere vivir en paz y libertad y para ello se requiere de leyes y regulaciones para evitar fricciones y abusos. Alguien tiene que aplicarlas y ese alguien es el gobierno, encarnado antiguamente en reyes de un supuesto origen divino y en la modernidad por representantes elegidos por voto popular y de modo alternativo y responsable. Para mayor eficacia del acuerdo social se han ideado tres ramas de gobierno: la legislativa, judicial y ejecutiva. El control entre ellas es mutuo, para evitar excesos. Estados Unidos aplica ese sistema desde 1776 y ha probado ser el mejor. Todo intento por alterarlo ha terminado en escombros o en pérdida de vidas humanas como en los casos recientes de la URSS, el Eje nazi fascista y tantos otros ensayos en África, Europa, América Latina y el Caribe. Hay gente, sin embargo, a la que le irrita y molesta el sistema democrático, capitalista y liberal, dentro y fuera de los Estados Unidos. Pero nunca antes alguien de esa estirpe ha llegado a la Casa Blanca. Sus primero dos años están demoliendo al país y si es reelecto, su obra tendrá los mismos efectos que la tuvieron la corrupción y podredumbre moral en la Roma antigua. Un popular y controvertido analista de radio, Michael Savage, sostiene y lo explica en un libro, que lo que afecta a los liberals (demócratas, socialistas o comunistas de aquí y del mundo) es una enfermedad mental. Parece que tiene la razón...

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