Friday, August 20, 2010

MUJERES, DEMOCRACIA, FEMINISMO

Harry Reid, el líder de la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes del Congreso Federal de los Estados Unidos y por ello uno de los líderes políticos de mayor influjo en el país, dijo en uno de sus frecuentes exabruptos que no comprendía cómo alguien hispano o de ancestro hispano podía ser republicano.

La afirmación es idiota y es además racista, que es lo que caracteriza al partido demócrata desde que se fundara esta nación en el siglo XVIII. Lo irónico es que la mayoría de la gente sencilla aquí y afuera considere que el campeón de los derechos humanos, el respeto a la diversidad racial entre ellos, se lo debe al partido demócrata y no al republicano.

La verdad es distinta. Está nación tuvo una de las más cruentas guerras civiles a mediados del siglo XIX precisamente porque un presidente republicano, Abraham Lincoln, fue firme en su decisión de abolir la esclavitud de los negros, contra la oposición de los demócratas sureños dueños de plantaciones que basaban su bonanza económica y social en la explotación de los negros traídos con grilletes de África.

Si bien tras la guerra, que costó casi 600.000 muertes, se dio fin en lo legal a la esclavitud, la discriminación racial continuó. Lincoln, asesinado, no pudo cooncluír su misión. Esa fue tarea de sus sucesores, especialmente el general Grant, artífice de la victoria militar de la Unión sobre las confederados secesionistas del Sur.

Tras la guerra vino la Reconstrucción. El propósito era equiparar los derechos civiles de los ex esclavos con los del resto de la población. La feroz resistencia de los demos lo impidió. A los negros se les negó el derecho al voto y el derecho a ser ciudadanos como los demás en cuanto a libre tránsito y libre acceso a medios de transporte públicos, restaurantes, lugares de entretenimiento.

Prevaleció la ley “Jim Crow” con el principio, relativo a los negros, de permancer “iguales pero separados”. Esta vergonzosa y humillante situacion se prolongó hasta 1965, cuando los demos, con el presidente Lyndon Johnson, al fin convinieron en borrar toda forma de discriminación racial con la aprobación de la ley de Derechos Civiles. Curiosamente, para negros y no negros, la gloria de la reforma se la han llevado los demócratas, no los republicanos.

Anecdóticamente, en el reciente funeral del senador demócrata por Virginia Robert Byrd, el expresidente de igual ideología Bill Clinton lo exaltó y perdonó su pasado ultra racista (era miembro activo del Ku Klux Klan) aduciendo que tenía que hacerlo en un estado sureño “para así ganar las elecciones).

El factor racista perdura en las entrañas del demócrata y, por desgracia, en las de muchos negros. Cuando la mayoría de ciudadanos norteamericanos votó por un negro (mulato más bien), Barack Hussein Obama, estaba demostrando su voluntad de dejar atrás el racismo discriminatorio contra los negros. Pero el actual mandatario ha acentuado el racismo.

Hay muchas pruebas. Su juicio a priori para condenar a un policía que legalmente detuvo a un profesor negro por sospechas de una acción delictiva. Sus menciones constantes, directas e indirectas, contra los críticos de su gestión, insinuando que se motivan por sentimientos contra la negritud.

En esa línea están otros de su gobierno y ello ha ahondado la división y el odio. A tal extremo que cualquier censura contra sus políticas, si vienen de un no negro tienen una respuesta prejuiciada y si las hace un negro (que los hay), es acusado de ser un sirviente en la Cabaña Tío Tom (en alusión a la célebre novela).

Este panorama ha determinado que el mayor respaldo que tiene Obama en estos momentos en que su popularidad bordea el 40%, proviene de los negros. No discriminan, son impermeables al análisis, lo respaldan ciegamente solo porque es negro. A ellos habría que agregar a los musulmanes.

Porque BHO, de apellido y padre islámicos, ya no puede ocultar su inclinación musulmana. Así lo cree uno de cada cuatro norteamericanos encuestados, que dicen que la religión del presidente es la del Islam. La encuesta se hizo antes de que Obama, en una ceremonia en la Casa Blanca para celebrar el inicio del Ramadán, dio su respaldo total a que se construya una megamezquita en el sitio ahora santo del Ground Zero, oramen que quedó de las Torres Gemelas, a lo cual se opone el 70% de la población norteanericana.

Los demócratas también se han opuesto tradicionalmente a que la mujer tenga derechos similares a los del hombre (entre los blancos, ya que los negros no contaban). Bravas mujeres iniciaron una muy valiente campaña para obtener el derecho al voto, lo cual finalmente lo consiguieron en 1916 pese a la empecinada oposición de los demócratas y tras innúmeras prisiones, vejaciones y humillaciones.

No todos los derechos de las mujeres, sin embargo, se alcanzaron con esa victoria. Como en el caso de los negros liberados, se mantuvieron y mantienen discriminaciones en contra de la mujer en el trabajo, los salarios y otras leyes.

Ello dio origen a otro movimiento de liberación, el feminismo. Pero por desgracia, el movimiento degeneró y se precipitó en los mendros de lo sexual y en una absurda actitud peyorativa de lo masculino. Coincidió con la explosión de los anticonceptivos y la legalización del aborto.

La mujer feminista creyó liberarse con esos instrumentos de la “liberación sexual” y fue lo contrario. El sentido de la maternidad se diluyó y desde la legalización del aborto propiaciada por los demócratas, más de 50 millones de seres inocentes han sido sacrificados. Los que evitaron el exterminio, son en su mayor parte hijos de madres solteras. El hombre, macho inseminador por antonomasia, tiene ahora sexo gratis, sin compromiso de paternidad ni matrimonio.

La mayoría de mujeres y feministas, son demócratas. Si se parafrasea a Reid, se podría decir que no se entiende cómo una mujer (cualquier sea el color de su piel) pueda ser demócrata. Porque la diferencia básica entre republicanos y demócratas (o entre los demócratas de verdad de todo mundo y a lo largo de la historia y los no demócratas), es que los primeros creen en el individuo y los otros en el Estado.

Creer en el individuo es creer en su libertad para escoger, pensar, creer, transitar y hacer de su vida lo quiere, siempre con respeto a la vida de sus semejantes. Los otros creen que todo debe estar regulado y reglamentado por un Estado en manos de un grupo elitista que goza de todos los privilegios y que lo preside un rey, monarca, emperador, tirano, dictador, autócrata o dictadorzuelo.

Los peregrinos de 1600 llegaron a estas tierras en fuga de ese sistema en Europa y a la postre lo cambiaron hasta establecer una república con 13 colonias, en un ensayo de democracia sin paralelo en la humanidad. Otros peregrinos llegaron al sur del Río Grande, pero con otra mentalidad: continuar el sistema elitista europeo del cual ellos formaran parte y en cual se enriquecieran no con el esfuerzo propio, sino de los indígenas esclavizados en mitas y encomiendas.

¿Dónde nace el autoritarismo, que una vez proyectado en los gobiernos son causa de disturbios y guerras perennes, tanto internos como externos? Pues en el hombre, en sus gonadas, en sus genes, en sus hormonas. El instinto de dominación es consustancial a su naturaleza humana, en unos de modo más notorio que en otros.

En la relación con una o más mujeres, las mujeres son las víctimas del macho dominador. Su naturaleza de género es distinta, pues su destino primario es la maternidad, no la caza ni el exterminio de rivales. Su estructura hormonal, no su capacidad mental, es diferente y por ende más débil.

La gran revolución en las relaciones hombre/mujer la dio el Cristianismo, que modificó la que hasta la fecha tenía y aún tiene su antecesor el judaísmo. Y marca años luz de diferencia con el islamismo, en el que rige la ley del sharia (a renglón seguido, una versión resumida de dicha ley, en inglés):

Flee your family because they have been abusing you? Get your nose carved off your face. Refuse an arranged marriage? Get your face disfigured with acid. Offend your husband? Get lynched. They will officially charge you with adultery, for which they have zero evidence. They don’t need it, because a woman’s testimony is not given the same weight as that of a man. So you get stoned for adultery because you had the audacity to tell your husband you were going to leave him if he didn’t stop hitting you. Under sharia, women need to know their place.

This is in addition to everyday segregation of the sexes, a common feature in some nations where sharia rules, such as Saudi Arabia. So, from now on, when you hear the word “sharia,” think “Jim Crow.” The fact that sharia is based on gender instead of race makes no moral difference.

— Michael James Barton is the former deputy director of the Pentagon’s Middle East Office.

El machismo original, inmerso en un líder varonil, trasciende cuando éste adquiere poder en un grupo, una tribu, un consejo o una nación. Los indios chiroquís, en los Estados Unidos, idearon un sistema para evitar que el líder se ofusque y se exceda en el poder que los asociados le otorgaron. Una asamblea ante la cual el líder se obligaba a rendir cuentas y a enmendarse si se excedió y fue observado.

Los fundadores de la República de las 13 colonias, Benjamin Franklin en particular, pensó en ellos cuando colaboró con otros iluminados para diseñar una forma de control de los excesos del uso del poder, que han sido osetensibles en Occidente desde los tiempos de Grecia y Roma: las tres ramas del ejecutivo, legislativo y judicial.

Si bien el cristianismo cambió la visión despectiva de la mujer, las relaciones no cambiaron súbitamente. En la cultura judeo cristiana los abusos persistieron de parte del macho, sea este monarca o de la gleba. Para no hablar de otras regiones y religiones, en las cuales todavía persiste la poligamia y se veja y humilla hórridamente a la mujer.

Pero el feminismo distorsionado de hoy no es la respuesta, ni a los abusos de poder del hombre ni de los gobiernos. La mujer pierde cuando trata de escalar pisoteando al hombre o cuando pretende igualarlo o superarlo. Hombre y mujer son distintos y su destino es la complementación, no la confrontación.

Mejor haría el feminismo en repudiar la peor afrenta contra la mujer que representa el islamismo y la ley sharia que pretenden imponer por la fuerza en los países huéspedes de Europa y los EE.UU. Y luchar abiertamente contra toda creencia política que trate de oprimir al individuo, al hombre y a la mujer por igual, con las imposiciones anti libertarias de un grupo elitista ecaramado en el poder.


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