El partido demócrata del Presidente Barack Hussein Obama se desintegra al mismo ritmo que el gobierno de su sucesor republicano Donald J. Trump se consolida, mientras convierte en realidad sus promesas de campaña.
Los demócratas eligieron como su nuevo líder a Tom Pérez, latino, el cual se ha dedicado a insultar a Trump con obscenidades que todos condenan. La otra opción era Keith Ellison, negro y musulmán, designado subdirector del partido.
Nadie está contento con Pérez. En una reciente reunión de partidarios fue abucheado y la gente comenzó a vitorear el nombre de Bernie Sanders, el candidato presidencial que perdió las primarias del partido frente a Hillary Clinton.
Los emails divulgados por WikiLeaks en las postimerías de la campaña del año pasado revelaron maniobras turbias del grupo Hillary para tratar de minimizar a Bernie. Bernie es ahora el más popular entre los jóvenes, pero ocurre que ni siquiera es afiliado al partido.
El pasado lunes Obama terminó sus vacaciones en las islas del Pacífico para tratar de inyectar adrenalina en sus coidearios, aún impactados por la derrota frente a Trump. Dio algún discurso anodino por ahí, pero lo que se destaca es que va a dar otro para Wall Street.
El demócrata/progresista por excelencia declaró siempre que nunca hará el juego a los “fat cats” de Wall Street. Parece que esa promesa era válida solo hasta que durara su presidencia, pues el discurso que va a pronunciar le aumentará su cuenta en 400.000 dólares por hablar una hora, es decir, 6.666 dólares por minuto. (¿compitiendo con los Clinton?)
La hipocresía de Obama es la hipocresía del partido demócrata convertido en radical en los últimos decenios. Se han vuelto intolerantes. No admiten el diálogo con gente de pensamiento distinto. Lo prueban las universidades de elite como Berkley y otras, cuyos estudianes se amotinan para impedir voces discrepantes, con respaldo de los profesores.
El “progresismo” ha infestado los establecimientos públicos de educación y la mayoría de la gran prensa, radio y TV. La misión que tienen, protegida por la Constitución, es informar y criticar con libertad, pero no mentir. En la era actual la información se mezcla con la opinión y el mensaje resultante es fraudulento.
Trump, a casi 100 días de su mandato ha hecho tanto o más que cualquier otro gobernante del pasado, pero los juicios sobre su gestión de parte del partido opositor y de los periodistas afines, son unánimes en condenarlo.
En el frente externo, ha recuperado la posición y respeto de los Estados Unidos que se habían deteriorado con la actitud derrotista de Obama. En lo interno, ha comenzado a deshacer la maraña de regulaciones impuestas para obstruir el desarrollo empresarial y aumentar el influjo del gobierno.
Acaba de anunciar ayer un plan de reforma tributaria espectacular, que permitirá acelerar el crecimiento de la economía del lánguido 2% o menos actual al 3% y quizás al 4% del PIB. La baja de impuestos abarca a todos, a corporaciones (del 35% al 15%) y a individuos (10%, 25%, 35% en esquema a delinearse junto con el Congreso.
El diario The New York Times despliega en primera página el título de que el plan favorece a los más ricos, en perjuicio de los pobres. Una falsedad. Los beneficios son colectivos, pues los ricos seguirán pagando los tributos más altos, pero con sumas menores podrán reinvertir, crear más empleo y competir mejor con el exterior.
El pueblo eligió a Trump con conocimiento de que era un billonario próspero. El nuevo líder, para el área económica, escogió para su gabinete a otros millonarios que han triunfado en el mundo empresarial. Con ellos busca reencauzar al país por el camino de la prosperidad creciente echando al tacho de basura el mito socialista que demoniza al sector empresarial privado.
Lincoln decía que no se puede ayudar al pobre debilitando al rico. Después de todo, los generadores de empleo y riqueza no son los “homeless” o desamparados sino los individuos con visión empresarial creativa. Pero puesto que pobres y ricos no son ángeles, como aclaraba James Madison, es indispensable crear leyes y un gobierno que regule las relaciones de paz y evite abusos.
Pero lo que los “progresistas” pretenden es agrandar la rama ejecutiva y atribuirle el don de predecir qué es lo que le conviene al pueblo, sin la necesidad de transitar por la vía de la aprobación de leyes por consenso, en los Congresos Federal y Estatales. Esa visión distorsionada de la realidad, que conduce a la tiranía y el empobrecimiento, la va a frenar Trump.
Muchos comparaban y comparan aún a Trump con Hitler, Mussolini o con tiranuelos del Tercer Mundo. ¿Seguirán opinando lo mismo tras ver ayer por TV cómo dos grandes ómnibus se disponían a llevar a todos los 100 senadores del Capitolio a la Casa Blanca para dialogar con el Ejecutivo?
Al anunciar el plan de reforma tributaria, los ministros respectivos dijeron a los periodistas que los detalles se discutieron minuciosamente con líderes de las dos cámaras del Congreso hasta llegar a un consenso y que lo mismo ha ocurrido con la nueva versión del proyecto para eliminar el Obamacare, que en su forma original se retiró antes de ser votado negativamente.
Los detractores de Trump afirman que los primeros 100 días del Presidente han sido un desastre, un caos, que no ha logrado nada positivo. En este enlace se resume, como respuesta, una lista de los logros divulgada por la Casa Blanca.