Sunday, February 12, 2012

IGUALDAD Y JUSTICIA SOCIAL

Los postulados de igualdad y justicia social están corrompiendo el debate político en las democracias de inspiración liberal y democrática, al punto que pudieran debilitarlas hasta convertirlas en autarquías.

La confusión no es de vocablos, es de conceptos. Y no es nueva. Parte de una diferencia trascendental acerca de cómo mirar a la condición humana. Quienes consideran al hombre como lo que es, un ser individual distinto y único, no vacilan en admitir que los resultados de sus acciones tienen que ser también distintas.

En otras palabras, cada individualidad difiere de otra, aún si se tratase de gemelos o siameses. Como lo es todo en la naturaleza. Los humanos se tornan individualmente más diferentes conforme maduran y forjan sus propios destinos de acuerdo con sus particulares talentos y circunstancias.

El fruto de sus acciones, asi materiales como intelectuales, se traduce en propiedad. Lo que ha creado cada individuo con su esfuerzo adquiere valores sagrados y para defenderlos, se ha visto en el caso de concertar un acuerdo con los demás seres del grupo para garantizar ese derecho inmanente.

Ese acuerdo se traduce en gobierno, con facultades derivadas de leyes y reglamentos definidos por el conglomerado. La misión del gobierno, delegada por los conglomerados, es aplicar las leyes y proteger el derecho sagrado a la propiedad privada. Si el gobierno se excede en sus facultades los asociados no solo tienen el derecho sino la obligación de sustituirlo.

Estos conceptos claros fueron expresados hace mucho tiempo por el filósofo británico John Locke (1632-1704) y sirvieron de inspiración a Montesquieu y a los fundadores de los Estados Unidos, quienes lo citan casi textualmente en la Declaración de Independencia, la Constitución y los Derechos Civiles.

Locke veía que los seres humanos no eran iguales, pero advertía que todos, por la esencia divina de su individualidad, tenían si el derecho inalienable a la felicidad en igualdad de condiciones que los demás. En suma y con términos modernizados, Locke apoyaba no la igualdad de resultados, sino la igualdad de oportunidades.

Su teoría contrasta con las de Platón, Hobbes, More, Marx y otros, que creen factible la implantación de una sociedad homogénea, en la cual todos renuncian a su individualidad y la ceden a unos pocos privilegiados la opción de dictar comportamientos, costumbres, alimentación, gustos, así como la abolición de los sueños.

Cuando los políticos de izquierda quieren la justicia social, lo que en realidad quieren es implantar una sociedad única, uniforme e igualitaria en la que desaprezcan los contrastes de ingresos, de aptitudes y talentos. Lo cual es utópico y, como tal, inalcanzable, porque vulnera la esencia de la condición humana y porque todo intento por cambiarla ha fracasado.

Obama, Correa, los Castro, Chávez, Kim, Morales y parecidos dirigentes abogan por la justicia social y la igualdad. Pero lo que logran, con diversas gradaciones, es la reducción o supresión de las libertades. Nadie cede su individualidad por libre albedrío, sino por la fuerza, que puede ser ejercida de manera violenta o paulatinamente y dentro del sistema.

Mark Levin, en su libro Ameritopia, hace un análisis esclarecedor de esta última alternativa de cesión no violenta sino paulatina de las libertades, en favor de la “justicia social” e “igualdad”. Ya no es necesario predicar revoluciones a la cubana con el Che, sino manipular dentro de la estructura liberal y democrática la pulverización de las libertades.

Eso es evidente en Venezuela y Ecuador y comienza a advertirse en los Estados Unidos. El equilibrio de poderes propugnado por Locke y Monesquieu se resquebraja y, al menos en los dos países latinos citados, ha dejado de existir. El poder del ejecutivo es omnipresente y lejos de concitar el rechazo de los “conglomerados”, para impedir los excesos y buscar reemplazarlo, más bien logra respaldo en las urnas.

Con la falta de control, el gobernante atenta contra la propiedad privada, vía confiscaciones o impuestos abultados. No admite discrepancias ni la libre expresión de pensamientos. Los pocos medios de comunicación aún independientes, o se autocensuran o pierden influjo ante la arremetida de la propaganda oficial.

Locke y los fundadores de USA presentían esos peligros, propios también de la condición humana. La delegación del poder a uno o a varios, puede degenerar con el uso y el tiempo en los excesos. Ha ocurrido con seres tan brillantes como Julio César o Napoleón y ocurre igual con mediocres como Chávez o Correa.

En los Estados Unidos el sistema democrático ha prevalecido pese a las frecuentes amenazas internas y externas para destruirlo. No se han precisado ni de rebeliones populares ni de derrocamientos, ni siquiera en el caso de asesinatos a presidentes. La democracia se afirmó y la violencia no pasó de ser verbal, jamás con censura de medios.

Obama, por tanto, parece estar jugando con fuego. Los demócratas de extrema izquierda como él son una minoría, pero desde la Casa Blanca buscan contracorriente imponer la “justicia social” en aras de la “igualdad” a todo trance. A juicio de ellos, la Constitución de los Estados Unidos y la doctrina de los fundadores de la República son algo obsoleto que hay que modernizar. Una de las jueces vitalicias de la Corte Suprema, Joan Ginsburg, nombrada por Bill Clinton, acaba de aconsejar en El Cairo a los rebeldes egipcios que no se inspiren en la Constitución norteamericana para diseñar la suya, “porque es muy anticuada”. No incluye, dijo, el derecho a la igualdad y la justicia social...

Los demócratas en la Casa Blanca han elevado la deuda pública a 16 trillones de dólares, 5 trillones más en casi cuatro años. Y piden no menos gasto fiscal sino más impuestos a los “ricos”, lo que desalentaría la inversión y creación de empleos. El desempleo ha crecido, así como los subsidios fiscales a los desempleados.

La dependencia de los favores del Estado está dentro de la visión de los demócratas y utopistas de subordinar las individualidades al dictado de las élites en el gobierno. En el Ecuador lo puede hacer Correa con el alza en los precios del petróleo, que no implica esfuerzo nacional de ningún género. En los Estados Unidos, Obama lo está haciendo con el aumento de la deuda principalmente con China.

Pero estas situaciones artificiales no pueden perdurar indefinidamente y tienen que estallar más temprano que tarde. Como en Europa y sobre todo en Grecia, España, Italia y Portugal, donde se ha ensayado el modelo estatista socialista desde que concluyó la II guerra mundial. ¿Necesitarán los Estados Unidos de similares crisis para reaccionar?

No hay clara respuesta aún, pero casi tres centurias de inconmovible, de monolítica democracia en este país, dan lugar al optimismo. La incógnita, por cierto, solo se dilucidará en las elecciones presidenciales de noviembre próximo.


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