Friday, January 7, 2011

UNA GUERRA INTERNA A FONDO

Los Estados Unidos está atravesando una conmoción interna profunda, solo comparable quizás con la Guerra Civil ocurrida a mediados del siglo XIX para restaurar la unidad nacional y abolir la esclavitud.

Otras guerras han estremecido a esta nación, pero han sido libradas fuera de su territorio, en Europa, África y Asia, con el objetivo de frenar intentos expansionistas de dictaduras fascistas y, en el caso de la Guerra Fría, de dictaduras comunistas.

Esta vez la batalla se ha desatado tierra adentro, entre quienes aborrecen el sistema de libertad que ha engrandecido a esta nación y quienes han decidido arriesgarlo todo para defenderlo. No mediante las armas, como ha sido habitual en otros lares, sino con los votos.

El enemigo del sistema democrático no es ahora un mitómano de Bertlín, Moscú o Tokio. Es un grupo político radical identificado con el ala más extrema del partido demócrata, que ha existido siempre pero que por primera vez ha llegado al poder por sufragios libres.

Los ideólogos del grupo creen que las desigualdades sociales pueden y deben ser abolidas con la intervención de un ejecutivo fuerte, más allá de las limitaciones impuestas por una Constitución que rige en este país desde hace más de 200 años, con 27 enmiendas.

Han confluído en ese grupo radical, como ideólogos, principalmente gente adoctrinada en universidades izquierdistas, que luego se han multiplicado e irrigado en los principales medios de comunicación, en las universidades como profesores, en otros niveles del magisterio, en clanes protestarios como los gays, en partidos como el demócrata.

La utopía no es nueva. Pero siempre los intentos por crear sociedades igualitarias o han sido efímeros, o han fracasado desde el principio. Las denominaciones han variado, religiosas o seculares, pero el punto débil que las han condenado siempre a la extinción, ha sido el desconocimiento de la inmutable condición humana por la libertad y la diversidad.

El igualitarismo presupone inequívocamente la supresión del libre albedrío. La igualación del ingreso, por ejemplo, implica quitar por la fuerza a unos para dar a otros. Las acciones enrumbadas a la igualación, además, de hecho bloquean toda crítica, toda disensión -mediante el uso de la fuerza.

La naturaleza humana es en si misma diversa. No hay seres humanos idénticos, ni entre siameses. El genérico nombre de europeos sería engañoso si pretendiera implicar que todos son iguales en raza o en creencias y culturas. Al contrario, su complejidad ha sido tal que ha convertido a Europa en uno de los continentes más belicosos del orbe. Ahora mismo se vive una crisis de identidad con la utopía de la Unidad (política) Europea.

¿Y Asia, África, América, Oceanía..? Los aborígenes en Norteamérica, a la llegada de los colonos europeos, conformaban grupos tribales con inmensas diferencias de idioma, costumbres y cosmovisiones. E igual puede decirse de cualquier otros conglomerado humano en cualquier parte en cualquier momento de la historia.

Todo grupo humano, para convivir, tiene que adoptar reglas de conducta de aceptación común y de un sistema de sanciones. Es la delegación de poder a escogidos por su vocación de liderazgo. Por desgracia esa delegación no siempre ha sido temporal, pues quienes la asumen tienden a perpetuarse contra la voluntad de los asociados.

La seducción del poder es irresistible, con excepciones como la de George Washington (se negó a un tercer mandato y a las ofertas de gobernar como rey, lo que si buscaba Simón Bolívar en América del Sur). Generalmente un líder ambicioso, con el respaldo de su círculo de áulicos y grupos de interés, se cree llamado a seguir esparciendo el “bien” por ilimitados lapsos.

Reyes, emperadores, jeques y demás autócratas histótricamente han ejercido el poder protegidos por un áurea divina. El mito comenzó a desvanecerse con la Revolución Francesa, más tarde con la Revolución Rusa. Pero en uno y otro caso y similares, la tentación de perpetuarse en el poder de parte no desapareció.

En Rusia los zares fueron reemplazados por Lenín y Stalin, en Francia la monarquía se transformó en Napoleón. Los seres que se creen iluminados para gobernar sin responsabilidades frente a los gobernados han pululado en la historia y están vívidos aún hoy en Corea del Norte, Irán, Venezuela, Cuba y otros países.

¿Cómo evitar que los gobernantes, que gobiernan por delegación popular y no por designio divino, se excedan y pretendan perpetuarse? En Francia surgió la idea de Montesquieu de quebrar el poder en tres fracciones que se autolimiten y observen y cheqeen mutuamente, para evitar las tentaciones del exceso.

Pero no fue en Francia, con el Terror y luego Napoleón, donde se aplicó ese principio sabio de división del poder. Fue en los Estados Unidos en 1776, con la Declaración de Independencia y la Constitución y sus 10 enmiendas inmediatas. En suma ese conciso documento de 7 capítulos es un mandato claro orientado a frenar al gobierno, no para expandirlo.

Los demócratas, ahora en la Casa Blanca y hasta el año pasado con el control total de las dos cámaras del Congreso federal, no lo entienden así. Consideran que la Constitución es maleable y no han vacilado ni vacilan en vulnerarla, volcando cada vez más poder en el Ejecutivo para cambiar la esencia de esta nación de respeto a la propiedad, la libertad y la operabilidad del mercado.

El presidente Barack Hussein Obama, con la complicidad del Congreso, ha elevado la deuda pública en mas de 5 trillones de dólares, más que en todos los gobiernos juntos de los últimos 100 años. Con ese dinero ha inflado los gastos en obras superfluas, subsidios a sindicatos y bancos en rojo y el crecimiento de una burocracia que ha duplicado sus salarios comparativamente con el sector privado.

Todo ello viola la Constitución. Y contra ella y la oposición total republicana, Obama aprobó una ley de salud que aumenta la deuda pública en 3 trillones y obliga a la filiación de seguros. Los servicios médicos se deteriorarán y la competencia privada declinará hasta ser sustituida por el Estado, como en Europa y los regímenes socialistas.

La seguridad nacional, perioridad constitucional, se ha debilitada con este régimen, que no quiere llamar terroristas a los terroristas islámicos. Los de mayor peligro, apresados en Guantánamo, están en el limbo por las vacilaciones de última hora de un Obama que quería que se los juzgue como delincuentes comunes, no como ciriminales de guerra.

Obama y los suyos, además, insisten en no reconocer a este país como excepcional en su sistema de libertad y quieren igualarlo en calidad de resultados con cualquier otro, por evidentemente autoritarios que sean, como los regidos por la intolerancia teológica del Islam.

A la mayoría de norteamericanos esta actitud de Obama repugna. Acaba de demostrarlo con las elecciones del 2 de noviembre pasado, con las que los demócratas perdieron 63 escaños y el control de la Cámara de Representantes, que es donde se originan los impuestos. En el Senado también los republicanos ganaron 6 puestos, pero no la mayoría.

La batalla contra los que quieren mermar la grandeza de este país, pues, ha comenzado. No la protagonizan enemigos externos, sino internos. La lucha promete ser ardua, pues el líder está incrustado en la Casa Blanca y ha denotado ser un manipulador sin escrúpulos. Se ha didspuesto, por ejemplo, a gobernar por decretos ejecutivos y no a través del Congreso, como cualquier sátrapa de Venezuela o Ecuador. Los republicanos en mayoría serán los únicos que podrán detenerlo.

Han comenzado bien. El objetivo central, que no tiene precedentes, es anular la ley de salud que viola la Constitución, crece la deuda en 3 trillones y fue aprobada contra la opinión popular y sin un solo voto republicano. Junto a esta medida se forzará al Ejecutivo a reducir el gasto y la deuda, que ya llegó al techo delirante de los 14 trillones de dólares.

La Casa Blanca tendrá que bajar el gasto o el Congreso no elevará el techo de endeudamiento, paralizando a la administración. No hay opción. Excepto el de la quiebra del sistema y la bancarrota de la economía, ahora confiada en seguir recurriendo a préstamos de la China comunista. ¿Es ese acaso el propósito siniestro de la izquierda radical?


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