Hillary Clinton, Secretaria de Estado de los Estados Unidos, acaba de incursionar en el campo de la economía, que no es el suyo, para decirle al mundo que la manera de reducir la pobreza es transferir a los pobres el dinero que en exceso tienen los ricos.
Es la teoría de la redistribución de la riqueza que pregona su jefe Barack Hussein Obama, a quien ella combatió con ferocidad mientras los dos disputaban la candidatura presidencial por el partido demócrata. Hillary perdió y ahora es una servidora de él, dócil e inocua.
Clinton, como Obama y la mayoría de demócratas que están en el plan de debilitar a la democracia liberal y capitalista (que ha engrandecido a esta nación a niveles nunca antes alcanzado) para “socializarla” al estilo europeo, cree que los ricos no pagan lo suficiente en este país.
Utilizó, sin base, el ejemplo de Brasil. Dijo que allí los “ricos” pagan más impuestos que en ninguna otra parte y que esta medida ha sido la causa para que la clase media crezca y se fortalezca de modo impresionante.
Pero lo impresionante es la ignorancia audaz de Hillary. Si usted tiene acceso al Internet inclusive por iPod, Blackberry o cualquier otra mini computadora, podrá sin dificultad bucear y hallar que el impuesto a la renta en el Brasil va del 0% al 27%. En los Estados Unidos el impuesto llega al 35% para los de más altos ingresos (350.000 dólares anuales o más).
Pero aparte de las falsedades, lo que está oculto en el mensaje de Hillary y que es consustancial a Obama y su equipo, es la idea de que gravar más a los ricos enriquecerá automáticamente a los pobres. Quizás haya ingenuos que crean, por ejemplo, que la transferencia sería tan automática como en una transacción bancaria.
En efecto, con las modernas tecnologías que se han adoptado en el negocio de la banca, hoy es posible transferir fondos de una cuenta a otra, en segundos, desde cualquier punto del planeta. Basta tener fondos, cuentas y una computadora y el giro se hace mágicamente y a un costo iirrisorio.
Con ello en mientes, acaso haya gente que crea que con la sola decisión de Obama la transferencia de riqueza prometida podría darse ipso facto y que la igualación de ingresos sobrevendría también mágicamente como si el oro fluyera por vasos comunicantes.
La realidad es otra. La gravación como castigo a los ricos por ser ricos puede generar más recursos pero no para los pobres, sino para el fisco, o sea para el tesoro nacional. Son más impuestos que castigan al sector privado más próspero y generador de empleo, pero que se utiliza para elevar el gasto público no para crear empleo productivo, sino burocrático y que con los subsidios, incrementa la inflación y la deuda.
Obama y sus fieles, al igual que Chávez, Ortega, Correa y los demás de su ralea que profesan igual religión del socialismo del siglo XXI, maldicen al sector privado empresarial y hacen todo lo posible por “demonizarlo” y cercarlo con restricciones, impuestos y trampas.
En Venezuela la aventura socialista concentradora del poder y de fomento del Estado Protector se ha sostenido por alunos años debido al recurso extra del petróleo. Algo de ello ha habido también en el Ecuador de Correa pero en ambos países la crisis económica se agudiza y ahonda por la simple razón de que hay un límite al exceso de un gasto público que no se equilibra con ingresos.
La deuda pública en los Estados Unidos ha llegado en año y medio a más de 13 trillones de dólares, que es un peso de unos 170.000 dólares sobre cada uno de sus casi 300 millones de habitantes. La barca socialista en la Unión Europea ha comenzado a hacer agua por todos los costados, con el ejemplo primero de Grecia. Luego vendrán Portugal, España, Reino Unido.
Las invectivas de Obama/Clinton contra los empresarios es injusta desde todo punto de vista. Según cifras oficiales del IRS, Oficina de Recaudación de Impuestos, el 1% de la población más gravada paga más de la tercera parte de los ingresos fiscales, 34.27% mientras que el 47% del total de la población no paga ningún impuesto, sea por sus bajos ingresos o por exenciones. La mitad de la población, pues, goza de protección de la defensa nacional y pública, de las obras de infraestructura y educación, sin pagar un centavo.
En general, dice el IRS, ese 50% que si paga impuestos a la renta cubre el 96.54% del total de los ingresos que benefician a toda la nación. H. Clinton y su patrón quieren aumentar el impuesto a los ricos (el 1 de enero del 2011 cesarán las exenciones de GW Bush, su antecesor), pero la medida acaso registre un ingreso adicional solo temporal, pues disminuirá si el peso tributario persiste.
El cese de la exención tributaria significa más impuestos que los que ya existen, sobre todo para ganancias de capital, corporaciones e inversiones en general. Históricamente, esto implica reducción del ahorro y una baja en las inversiones y creación de empleos (con la adicional fuga de capital a países menos hostiles) y, por lógica, menos dinero para la tributación. (El aumento de impuestos a las corporaciones se transmite al los precios que pagan los consumidores por sus bienes o servicios).
Los “pobres”, a los que supuestamente quieren favorecer los obamas y chávez del mundo, sufrirán el mayor impacto por esta constricción de la riqueza. Por otro lado, es probable que frente al deterioro en la calidad de la vida, los ideólogos y conductores del Estado Protector lejos de resringir el gasto lo aumenten para ahondar el poder y control político.
En los países sin solidez democrática, como Venezuela o Ecuador, las crisis usualmente terminan sembrando autocracias y mayor represión lo cual desemboca en revueltas populares para derrocar al dictador. En la Europa de hoy la imbricación de inversiones e intereses comunes entre los socios de la UE hacen inviable el retorno a las autocracias del pasado.
Pero la estabilidad de la UE está en entredicho y probablemente el ensayo de politizar a la unión económica con moneda y el parlamento comunes estalle pronto en añicos. En cuanto a los Estados Unidos la vía pacífica de las urnas para salir del actual atolladero con Obama, no se descarta y la respuesta se tendrá este próximo noviembre con las elecciones de nuevos legisladores y algunas autoridades estatales. El acto electoral será un referendum sobre Obama y si es condenatorio, el país podrá salvarse.
En otras latitudes la victoria de Santos en Colombia es alentadora. Una vez más las encuestas se equivocaron y la diferencia que obtuvo sobre su caricaturesco rival Mockus fue contundente y y se presagia una ratificación igualmente contundente para la segunda vuelta del 20 de junio próximo.
Los colombianos y Uribe son, en el fondo, los grandes vencedores y no cabe sino felicitar a uno y otros. Uribe termina su ciclo triunfal con el 78% de aprobación, reducción del 54% al 46% de la pobreza (del 19% al 12.3% en el sector urbano) y puesta en jaque al narcoterrorismo de las FARC, a los cuales el ministro de Defensa de Correa insiste en llamarlos luchadores por la libertad.
Uribe, en 8 años, ha transformado a Colombia, que había sucumbido ante el terrorismo y la inseguridad debido a la vacilación y complacencia de sus predecesores. “Uribe ha hecho por nosotros los colombianos lo que hizo a su tiempo Reagan por los norteamericanos”, dijo una comentarista de TV: “ha restaurado la fe y el orgullo por nuestro país”. (Reagan sucedió a Carter, demócrata, en la presidencia: con él, la inflación subió al 13% y cayó por los suelos el prestigio de USA, con la crisis de los rehenes en Irán).
Uribe nunca pensó en castigar a los ricos con más impuestos sino en facilitar y ampliar las oportunidades a la inversión nacional y extranjera como fuente de creación de riqueza y empleo. No se aisló, como Correa, del mundo financiero internacional ni succionó el ahorro popular de las cajas de seguridad social para pagar sueldos.
Juan Manuel Santos, de la familia propietaria de gran diario El Tiempo de Bogotá, seguirá los principios fundamentales que inspiraron a Uribe, a quien sirvió como su ministro de Defensa. Entre los principios, el básico de la seguridad interna será prioritario para gran congoja de Correa. Santos fue el ejecutor del impecable operativo de Angostura, que liquidó a Raúl Reyes y otros guerrilleros agazapados en territorio ecuatoriano bajo el amparo del huésped de Carondelet.
Hay patrioteros que secundan los lamentos de Correa por la incursión militar de Uribe/Santos. Igual se hacía con las “feroces” denuncias contra el “secular enemigo”, el Perú. ¿Cómo terminó la algazara ecuatoriana? En la ratificación sin réplicas del mismo Tratado de Río sobre Límites con el vecino del sur de 1942, echando al olvido toda la literatura vocinglera que siguió al discurso del presidente José María Velasco I.
Con el transcurrir el tiempo y la llegada de gobernantes más sensatos no es difícil predecir que el Ecuador termine por agradecer a Colombia el que sus tropas hayan eliminado ellos (no los ecuatorianos) ese foco guerrillero que constituía un peligro no solo para la seguridad de Colombia y Ecuador, sino de toda la humanidad.