Sunday, April 11, 2010

LAS GUERRAS SON INEVITABLES

Las guerras continuarán perturbando a la humanidad mientras haya hombres en la tierra. No es lo deseable, pero es la realidad. Sostener lo contrario es utópico.

La guerra, en definitiva, es la ruptura de la ley por la fuerza. La ley puede estar expresada en textos formales, en convenios, en tratados o puede ser resultado simplemente de la tradición y la costumbre no escritas.

Las sociedades, desde la primaria y elemental de la unidad familiar hasta las más complejas de las naciones, funcionan en paz siempre que los asociados convengan en sujetarse a reglas y regulaciones de aplicación común.

La paz supone la aceptación de los derechos de unos limitados por los derechos de los demás. Si todos están de acuerdo en acatar ese tipo de organización social, entonces la paz prospera en armonía.

Por desgracia, es consustancial a la naturaleza humana que ese acuerdo no siempre se cumpla y que surjan disidentes, inconformes o rebeldes que pretenden pasar por alto las reglas y tratar de imponer sus particulares intereses sobre los circunscritos en la ley.

En la unidad familiar la disensión es impedida por la autoridad de los padres. Éstos señalan a los descendientes los cauces de lo permitido y permisible y lo que no lo es. Para evitar que se altere la armonía por eventuales rupturas del pacto, el padre ejerce la autoridad para impedirlo y castigar la infractor.

En una sociedad o nación la necesidad de convivencia armónica es la misma y para ello se crean reglas, leyes y regulaciones y gobiernos con la autoridad suficiente para hacer que se las cumplan y se castigue a los que alteren el orden instituído.

La expresión más perfeccionada de organización social y política es, sin duda alguna, la democrática. En ella se crea un sistema de equilibrio de los poderes para gobernar, legislar y juzgar, traducido en las tres clásicas ramas Ejecutiva, Legislativa y Judicial.

En la relación y convivencia entre naciones, la paz es alterada por la guerra, que resulta de la decisión de imponer unilateralmente y por la fuerza determinadas aspiraciones no especificados o especificados mal a juicio del agresor, en las leyes y convenios.

La existencia de leyes y convenios, por tanto, no garantizan por si mismos que la ley y la paz perdurarán indefinidamente. La historia revela lo contrario, esto es, que la continua ruptura de leyes y convenios es lo que caracteriza a la conducta humana.

Desde que nace, el hombre aprende a diferenciar entre el bien y el mal y a elegir en libertad entre las dos opciones. Esa dualidad no desparecerá jamás y quienes discrepen son utopistas. Para que haya paz y armonía, es pues indispensable que haya reglas claras en favor del bien así aceptado por la mayoría.

Para que el sistema de paz prevalezca, la aplicación de la ley tiene que tener el respaldo de la fuerza. Si no a todos les tendría sin cuidado desde una simple contravención de tránsito hasta robar, estafar o asesinar.

Sucede igual entre las naciones. De pronto en algún país surge un gobernante que quiebra la ley y se erige en autócrata.

Las leyes que violó en lo interno, puede sin empacho violarlas en lo externo. Y se producen las guerras. La historia está plagada de ellas desde remotos tiempos. Tras la II Guerra Mundial ha habido una excepción por factores igualmente excepcionales: los derrotados en Europa y Japón no fueron humillados y saqueados, como era lo tradicional, sino auxiliados.

La Europa Occidental devastada se reconstruyó y terminó por unificarse y rompiendo el maleficio de haber sido el continente más guerrerista de la historia, no ha vuelto a tener un conflicto armado desde 1945. La industria integrada floreció creando una red de intereses inerconectados, como en los Estados Unidos y su Unión de 50 estados.

Pero en el resto del orbe las guerras no han cesado. La peor muestra de agresión la está dando el terrorismo musulmán que ha causado muertes de decenas de miles de inocentes por vías no convencionales en Europa, los Estados Unidos, Asia, América Latina.

Los arsenales nucleares, si bien no han sido utilizados desde 1945 en el Japón, están listos a estallar cuando broten conflictos que no puedan ser controlados por otros medios convencionales. Tras la II Guerra Mundial, la única potencia mundial con armas atómicas era los Estados Unidos.

Tras la victoria, este país propuso la unidad internacional no solo para apoyar el Plan Marshall de reconstrucción de los países del Eje, sino para crear un organismo de control de Átomos para la Paz, cuyo objetivo sería impedir que se utilicen en el futuro armas nuclear con fines bélicos.

La Unión Soviética se negó a cooperar tanto con el Plan Marshall como con los Átomos Para la Paz. Los países europeos bajo su control nunca recuperaron la libertad, hasta 1989 en que sucumbió la URSS. Y pronto se armó nuclearmente, con las fórmulas de USA obtenidas por espionaje.

La amenaza de un ataque nuclear soviético contra los Estados Unidos o contra alguno de sus aliados aterrorizó a la humanidad por decenios. Llegó al climax con la crisis misilera de Cuba en 1962, pero el peligro fue disuadido por la firmeza que esta vez no le faltó a Kennedy con Jrushov.

La URSS, dividida en varias “rusias”, aún es un peligro nuclear por los arsenales que conserva. Y han surgido otros peligros con Corea del Norte e Irán, dirigidos por alucinados que además podrían suministrar armas a grupos terroristas, con los cuales les une el común odio a USA.

Barack Hussein Obama, el peligroso utopista de izquierda que ahora es presidente de los Estados Unidos, acaba de firmar un convenio con la ex-URSS sobre desarme nuclear, que es una capitulación. Por un lado decide que USA no solo reduzca su arsenal sino que suspenda las metas de renovación y modernización de las existentes.

La Rusia de Putin tiene muchas armas, pero obsoletas. Esta retirada de los Estados Unidos le beneficia en todo sentido, a pesar de lo cual advierte que se reserva el derecho de salirse del convenio en cualquier instante. En tanto, continuará suministrando equipos y tecnología a Irán, al tiempo que se resiste a sanciones “duras” por parte de Naciones Unidas contra este país remiso a los acuerdos de no proliferación.

Entre la I y la II Guerras Mundiales, Japón y otras naciones firmaron varios convenios en contra del armamentismo y el quebrantamiento de la paz. En 1938 el ministro británico Chamberlain regresó de Berlín en apoteosis por haber firmado un tratado de no agresión con Hitler. Un año más tarde el Führer invadió Polonia y estalló la II Guerra Mundial. La pacifista Estados Unidos se sumó al conflicto tras el ataque a Pearl Harbor en 1941.

Estados Unidos fue atacado el 11 de septiembre del 2001 por musulmanes terroristas que ocasionaron más muertes que en Pearl Harbor. La retaliación incluyó a Afganistán e Irak. La guerra contra el terrorismo aún está en pie. Terminará cuando sea derrotado el enemigo. La guerra la declararon ellos. Los convenios de paz se formularán cuando la guerra haya cesado, no mientras esté en curso.

Obama no piensa así, porque con sus ideólogos de extrema izquierda cree que el culpable de las últimas guerras han sido los Estados Unidos. Por ello pidió perdón en Egipto al mundo árabe y en Berlín a los europeos, a los que Estados Unidos y sus aliados les liberó del Eje.

A los terroristas ya no los quiere llamar así sino, acaso sin saberlo, como beligerantes o insurgentes, tal como Correa del Ecuador calificaba a los terroristas de las FARC. A los terroristas capturados en combate los quiere juzgar como contraventores comunes en juzgados civiles, no militares.

Cuando estalla una guerra entre naciones, que los amantes de la paz nunca quieren, el agredido tiene que luchar hasta la victoria o la derrota total. Más tarde, con la victoria, se podrán suscribir los convenios y liberar a los apresados en combate, Nunca antes. Hacerlo, es capitular.

Obama será todo lo adorable que sus adoradores creen que es, pero su sola gracia y seudopacifismo no garantizarán la paz, mientras no tenga tras de si el respeto y el temor a la fuerza. Debilitar a los Estados Unidos, como lo está haciendo Obama, es debilitar al mundo libre.

El tratado de no proliferación nuclear firmado en Praga estimulará el armamentismo nuclear, no lo reducirá. Aquellos países que ven con temor que la cobertura norteamericana se desvanece, tendrán que armarse por su cuenta. Tales los casos de Israel o Arabia Saudita, cuyo común enemigo es Al Qaeda y sus ramificaciones.

El propósito de Obama, fruto de la doctrina absorbida de los ideólogos de extrema izquierda como su pastor de 20 años Jeremiah Wright, el terrorista Bill Ayers y el profesor Saul Alinsky , es acabar con el sistema democrático capitalista (que ha convertido a esta nación en la más próspera y libre de la historia). Él y ellos, como todo enemigo de los Estados Unidos, juzgan que este sistema es causa de todos los males del mundo.

La historia prueba lo contrario. Pero Obama avanza en sus objetivos con la manipulación del propio sistema. Igual que Chávez en Venezuela o Correa en el Ecuador. La resistencia popular se acrecienta en este país, más allá de los partidos. Quizás las elecciones parciales de noviembre podrían favorecer al partido republicano y alterar el curso de la destrucción, pero nadie puede estar seguro de nada bueno (que el Senado vote en contra del tratado de desarme, por ejemplo) con el gran manipulador que se ha instalado en la Casa Blanca.


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