Friday, April 30, 2010

LA INMIGRACIÓN Y LA LEY

Es irónico y condendable que sea el presidente de los Estados Unidos el que se oponga con mayor tenacidad y sarcasmo a que la gobernadora del estado de Arizona cumpla la ley federal sobre inmigrantes ilegales.

Irónico, porque quien ahora está en la Casa Blanca, de nombre Barack Hussein Obama, hasta la fecha no ha exhibido un certificado verídico y legal sobre su nacimiento en los Estados Unidos, pese a las demandas y exigencias de organizaciones y ciudadanos particulares.

Y es condenable, porque la primera prioridad de un jefe de Estado en este y en cualquier país, es velar por la seguridad de la nación y para ello tiene que vigilar las fronteras e impedir el paso ilícito de individuos y mercancías que podrían afectar de uno u otro modo a la nación.

La ley federal en ningún caso es contraria a la inmigración ni tampoco es discriminatoria contra determinada etnia. Lo que simplemente pretende es que la persona que desea ingresar al país temporal o definitivamente, lo haga identificándose y cumpliendo requisitos que garanticen la seguridad nacional.

Nadie puede achacar con honestidad a los Estados Unidos de hoy o de cualquier otra etapa de su historia, de ser anti inmigración. Más bien ha dado muestras de lo contrario hasta convertirse, desde la venida de los peregrinos en el siglo XVI hasta estos días, en la nación más cosmopolita y hospitaria del mundo. Aquí residen, con seguridad, habitantes originarios de todas las naciones del globo.

El acceso al país ha tenido variaciones y matices en el curso del tiempo. En los siglos XVI y sucesivos no había mayores exigencias ni restricciones legales. Hacia comienzos del siglo XX se creó, en Nueva York un punto de control, en Ellis Island, para registrar a los inmigrantes de Italia y otras naciones europeas y excluir sobre todo a los enfermos contagiosos.

Luego se afinaron las reglas hasta demandar lo que todas partes se exige: una visa para turismo, negocios o estudios y, si la intención es inmigrar, documentos y requisitos adicionales.

La ley federal, que por tal es de aplicación nacional, obliga al cumplimiento de esas disposiciones. Y, como toda ley, tiene la fuerza para reprimir a quienes la violen. Por desgracia, los gobernantes de los dos partidos, republicano y demócrata, han sido débiles en el deber de hacer cumplir la ley y la corriente inmigratoria ha desbordado las fronteras.

El estado de Arizona ha sido uno de los más vulnerables, por ser frontera con un desierto de por medio con México. La gobernadora actual, Jan Brewer, republicana, ante la ineficiencia del gobierno federal por impedir que continúe la explosión de la inmigración ilegal y cuando sus pedidos no fueron escuchados, ha firmado una ley que obliga a la policía a detener a todo indocumentado para apresarlo y, si es del caso, deportarlo.

Los demócratas y los inmigrantes ilegales (se calcula que hay unos 12 o más millones en el país), acicateados por un presidente que no exhibe su certificado de nacimiento en los Estados Unidos (sin lo cual no puede ejercer el cargo), se han lanzado en una campaña contra la gobernadora de Arizona, su Congreso estatal y la mayoría de ciudadanos que alli vive en la legalidad, clamando por la derogatoria de la ley.

Arguyen que es un atentado contra los derechos humanos que la policía comience a pedir documentos a los sospechosos de ser ilegales y algunos comparan esa actitud con la Gestapo de la Alemania nazi. La mayoría de los ilegales, por cierto, son mexicanos e hispanoamericanos en general, pero hay de todas las etnias y no faltan terroristas camuflados y los narco traficantes.

¿Qué hay de denigrante llevar consigo una identidad legal? Si se viaja por Latinoamerica, Europa o Asia, es indispensable el pasaporte o copia de él. Si uno va de compras aquí a un mall, nadie se siente ofendido si al pagar con una tarjeta o un cheque el dependiente le pide una prueba de identidad con foto. Los inmigrantes en proceso de nacionalización y que reciben el documento provisional conocido como “green card”, deben portarlo consigo en todo instante.

(En los Estados Unidos no hay una cédula de identidad, como en otras partes. Pero hace las veces de tal la licencia de manejo, para los que conducen automotores. Hay proyectos de hacer mandatoria una cédula nacional de identidad, lo que podría adherirse a una reforma a la ley de inmigración vigente).

Los hispanos legalizados en Arizona respaldan en un 75% a la ley que la gobernadora puso en vigencia. Los que no la quieren son Obama y los mexicanos ilegales. Y éstos han salido en manifestaciones de protesta, lo harán mañana con más fuerza por ser el Primero de Mayo y anuncian un boicot económico a su propio Estado.

En el país de origen, México, tales manifestaciones están prohibidas pero en USA son libres. A los extranjeros que buscan nacionalizarse en México se les exige certificado de nacimiento (¿Obama?), un certificado bancario que pruebe independencia económica y un seguro de salud. En USA, con el Obamacare, tendrían ese certificado de hecho y sin documentos.

La ley mexicana pena con 2 años de prisión y deportación a los que se hallen en el país fraudulentamente y con 10 años si regresan (hay casos en USA en los cuales los mexicanos deportados regresan en menos de una semana, por sus propios medios o contratando “coyotes”. La policía y los militares en México están obligados a cooperar en el control e incluso se faculta a los ciudadanos a aprehender a los ilegales y entregarlos a las autoridades.

¿Por qué los gobiernos de los Estados Unidos no han podido regular el flujpo migratorio dentro de los cauces legales? Quizás por exceso de compasión, que es lo opuesto a lo que piensan los que denuestan a este país y a la gobernadora de Arizona. El presidente Reagan, por ejemplo, con genuina buena voluntad, decidió conceder amnistía a los ilegales, que entonces sumaban unos 3 millones. Y dispuso que, en adelante, tenía que haber un estricto control.

No lo hubo, ni con gobernantes demócratas ni republicanos y ahora la cifra llega a 12 o más millones que en su mayoría busca una vida mejor que no la encuentran en sus propios países. Pero hay muchos otros que no solo buscan éso, sino el traficar drogas o buscan instalarse, camuflados en algún sitio clave, para actuar en un nuevo ataque terrorista acaso peor que el del 11 de septiembre del 2001.

Obama, lejos de atacar a la gobernadora, debió y debe respaldarla con el envío de refuerzos para la aplicación de la ley. Este es un país que basa su prosperidad en el cumplimiento de la ley. Por tanto, a los ilegales hay que identificarlos como tales y reprimirlos. Igual que a los terroristas, a los que Obama se niega a llamarlos con ese nombre.

Por cierto, lo que está ocurriendo en Arizona y que podría repetirse en Texas u otros estados fronterizos, es una medida urgente, resultante de la lenidad del gobierno federal. La situación se volvió insostenible debido a los actos violentos de ilegales, con asaltos, robos, secuestros, asesinatos y otros delitos. (A nivel nacional, 1 de cada 3 presos en las penitenciarías por delitos mayores, es ilegal)

La solución a mediano y largo plazo no será una nueva amnistía, como quieren Obama y sus áulicos demócratas, a los cuales les mueve no la compasión sino la política: creen que los “amnistiados” votarían por ellos en las próximas elecciones, que de otro modo las perderán. Lo cuerdo será aprobar una reforma a la ley de inmigración que resuelva el dilema de cómo facilitar el tránsito hacia la legalidad a más de 12 millones de ilegales, sin una injusta amnistía.

George W Bush intentó un proyecto en tal sentido, pero hubo el boicot no solo de demócratas sino de republicanos. Establecía grados para llegar a la ciudadanía, pagos de por medio y emisión de certicados de trabajo para que haya flujo permanente y sin trabas de trabajadores de ida y vuelta por la frontera.

Estados Unidos no detesta a los inmigrantes: equivaldría a que este país se deteste a si mismo. Lo que quiere (pese a Obama) es una inmigración ordenada y según los trámites que fije la ley, que incluye excepciones para refugiados políticos y de otra índole.

Los hispanos, varios de ellos columnistas muy difundidos en Amércia Latina y que derraman gruesos lagrimones por la “crueldad” de la ley de la gobernadora de Arizona contra los “pobres” hispanos ilegales, harían mejor en dirigir sus críticas y análisis contra los sistemas políticos corruptos que prolferan en Amérca Latina y que son la causa de la vergonzosa fuga de los desamparados hacia una tierra de mayor libertad y oportunidades para una vida mejor.

Sunday, April 25, 2010

EL MERCADO EXISTE PER SE ¿QUIÉN LO CONTROLA?

El concepto de mercado parece no estar muy claro cuando se discute, con gran ahinco sobre todo en estos últimos tiempos, sobre temas políticos, los estilos de gobernar, la diversidad de cultos y variaciones en las economías.

“Mercado”, básicamente, es el encuentro entre dos o más personas que se disponen a intercambiar, comerciar o negociar bienes y servicios. Unos poseen determinadas mercancías de las que carecen otros, lo que motiva el deseo del intercambio para beneficio mutuo.

El comercio, en las instancias primitivas del mercado, era un simple trueque de bienes. Pero a medida que las relaciones de intercambio se volveron más complejas, surgió la necesidad de fijar la valoración de los bienes y servicios con un instrumento de valor constante, aceptado por las partes: la moneda.

Pero el mercado paulatinamente no solo que abandonó el trueque sino que reunió a compradores y vendedores para negociar otros bienes que no fueran exclusivamente tangibles, como granos y ganado, sino también servicios y documentos financieros como bonos y acciones.

Cuando la oferta y la demanda se expandieron a niveles mayores, el mercado y el comercio idearon bancos para administrar depósitos de ahorro e inversión que faciliten las transacciones inmediatas y futuras, lo que logró dinamizar la producción e incrementar tanto la riqueza nacional como internacional.

El rudimentario mercado del trueque se transformó con el tiempo en lonjas y bolsas de valores hacia mediados del siglo XIX en Chicago, Nueva York, Londres, Tokio y más tarde en muchas otras ciudades de importancia. La originaria teoría de la competencia perfecta entre la oferta y la demanda se complicó más tarde con la competencia imperfecta vía diseño, calidad, marcas y otros factores.

Pero el mercado en realidad involucra no solo a los bienes y servicios de intercambio que se transan en las bolsas de valores, en supermercados y tiendas, ferias, bancos y demás. Igualmente podría decirse que opera con ideas, con el arte y la comunicación en general.

Es consustancial a la condición humana el interelacionarse no solo para la transacción de bienes sino de ideas. Los individuos piensan, unos con más fuerza y originalidad que otros sobre las más variadas áreas de la actividad humana. Sus ideas y la producción de sus ideas en lo material e intelectual se lanzan al mercado y se sujetan por igual al capricho de las leyes de la oferta y la demanda.

El mercado, en suma, no tiene ideología. Es propio de la naturaleza del hombre. Es el impuslo que une a dos o más para dialogar, discutir, transar y llegar o no a acuerdos de compra/venta. La historia de la humanidad revela que el mercado crece y se expande más rápidamente cuando las libertades del individuo para pensar, actuar e intercambiar son lo más amplias posibles.

Por cierto, las libertades no son infinitas. Se limitan frente a las libertades de otros. Para evitar los abusos, las sociedades han ido forjando acuerdos de convivencia sustentados en leyes y regulaciones, cuyo cumplimiento se confía a un sistema de gobierno aceptado por las partes.

Esa intencionalidad ha tenido distorsiones innúmeras. Quienes han estado al frente de los gobiernos para hacer cumplir las leyes de convivencia y de operatividad limpia del mercado, han caido con frecuencia en autoritarismo y la destrucción del libre mercado de bienes, servicios e ideas.

La tendencia al autoritarismo es, por desgracia, también inmanente a la condición humana. La fórmula que ha funcionado mejor, por pragmática, para intentar controlar esa fatalidad, ha sido la democracia y la quiebra del poder centralizado en tres ramas de mutuo control: ejecutiva, judicial y la de la legislatura.

Donde más eficientemente ha funcionado esta fórmula democrática es en USA. Pero este país no es impermeable a las fracturas e imperfecciones del sistema, como está ocurriendo en estos momentos con el presidente “demócrata” Barack Hussein Obama. Él y su clan no creen en el mercado libre, al cual le atribuyen todos los males dentro y fuera de USA.

No pretenden abolir al mercado, que sería como querer suprimir el habla o la respiración en el ser humano. Pero quieren si ponerlo bajo el total control del Ejecutivo. En sus fantasías, cree Obama que así las distorsiones del mercado desaparecerán y con ello las desigualdades sociales, la injusticia, la inmoralidad y el crimen.

Arremetió contra el sistema de provisión de salud y ello acarreará gastos ingentes y el deterioro de los servicios. La deuda por salud pública según la ley aprobada cuadruplicará la deuda fiscal 4 veces a 3 trillones de dólares en apenas año y medio de gestión. Y ahora quiere arremeter contra lo que es la quintaesencia del mercado libre: la banca y las bolsas de valores de Wall Street en Nueva York.

Sustenta sus ataques en los manejos impropios de una de las entidades financieras más sólidas del mundo, Goldman Sachs, en el mercado de los préstamos hipotecarios. Aunque condenable, Obama no dice la verdad, que esas y otras incorrecciones no son consecuencia de la falta de regulaciones y control por parte del Estado, sino que son efecto de la intervención tóxica del Estado.

Los presidentes Jimmy Carter primero y Bill Clinton después impusieron a los bancos privados la obligación de conceder préstamos para vivienda en condiciones ventajosas a todos los que quisieran (o no quisieran) acceder a los créditos. La norma bancaria elemental de exigir garantías de pago a los solicitantes de crédito se pasó por alto, con garantía estatal.

Esa realidad era económica y financieramente monstruosa. George W Bush, aunque quizás no con la suficiente energía, intentó del Congreso desde el 2001 una reforma a la ley bancaria para evitar la catástrofe, pero fue sistemáticamente bloqueado por la comisión legislativa respectiva controlada por los demócratas Barney Frank y Chris Dodds.

El colapso del mercado hipotecario se produjo y advino Obama. En lugar de aplicar medidas contenciosas, inundó de dólares a los entes financieros protagonistas del desastre, como Fannie Mae y Freddie Mac y ahora anuncia su deseo de afrontar una mala intervención estatal en el mercado con más intervención.

El juego en el mercado es intrínsicamente riesgoso. Los agentes de bolsa o brokers viven ese riesgo a diario. Ninguna regulación puede evitar que ese riesgo exista. Pero si puede agravarlo, cuando interviene como en el caso del mercado de hipotecas, para corromper las reglas del juego.

Si los funionarios del SEC, responsables del cumplimiento de las leyes bancarias, hubiesen trabajado a consciencia, no se habría producido el colapso que ahora todos lamentan. Prefieron dedicar miles de horas a mirar pornografía en las computadoras del Estado, como se acaba de denunciar oficialmente.

Obama quiere, entre otras cosas, regular el mercado de derivados (dirivatives), que es un contrato entre dos partes cuyo valor del contrato está vinculado al precio de otro instrumento financiero redimible en una fecha futura y según eventos y condiciones propicias. ¿Cuál empleado obamista tiene la bola de cristal para autorizar o no una transacción de este tipo a futuro?

Mientras Obama siga en su marcha contra el sistema de libre mercado se deteriorá aún más la economía nacional...e internacional. Peor en su afán de aumentar los impuestos a los “ricos”, que a su juicio lo son por trampear en el mercado.

Si tal ocurre, la inversión decrecerá, aumentará el desempleo y la libre competencia, auspiciadora de las invenciones y riqueza en este país se marchitará, a menos que haya una reacción popular de envergadura, que no implica “revoluciones” al estilo tercer mundista, sino una derrota franca y total en las próximas elecciones de noviembre al partido demócrata en manos de Obama.

La cruzada por transferir el control del mercado de competencia libre al Estado, conllevará un mayor ataque al mercado libre de ideas. Cada vez es mayor la intemperancia de Obama frente a los que se oponen a sus ideas y a su agenda, como en el caso de los Tea Parties y los canales independientes de radio y TV. Si no se produce una rebelión electoral en noviembre la cruzada podría señalar el comienzo del fin del hasta ahora país líder del mundo libre.

Sunday, April 11, 2010

LAS GUERRAS SON INEVITABLES

Las guerras continuarán perturbando a la humanidad mientras haya hombres en la tierra. No es lo deseable, pero es la realidad. Sostener lo contrario es utópico.

La guerra, en definitiva, es la ruptura de la ley por la fuerza. La ley puede estar expresada en textos formales, en convenios, en tratados o puede ser resultado simplemente de la tradición y la costumbre no escritas.

Las sociedades, desde la primaria y elemental de la unidad familiar hasta las más complejas de las naciones, funcionan en paz siempre que los asociados convengan en sujetarse a reglas y regulaciones de aplicación común.

La paz supone la aceptación de los derechos de unos limitados por los derechos de los demás. Si todos están de acuerdo en acatar ese tipo de organización social, entonces la paz prospera en armonía.

Por desgracia, es consustancial a la naturaleza humana que ese acuerdo no siempre se cumpla y que surjan disidentes, inconformes o rebeldes que pretenden pasar por alto las reglas y tratar de imponer sus particulares intereses sobre los circunscritos en la ley.

En la unidad familiar la disensión es impedida por la autoridad de los padres. Éstos señalan a los descendientes los cauces de lo permitido y permisible y lo que no lo es. Para evitar que se altere la armonía por eventuales rupturas del pacto, el padre ejerce la autoridad para impedirlo y castigar la infractor.

En una sociedad o nación la necesidad de convivencia armónica es la misma y para ello se crean reglas, leyes y regulaciones y gobiernos con la autoridad suficiente para hacer que se las cumplan y se castigue a los que alteren el orden instituído.

La expresión más perfeccionada de organización social y política es, sin duda alguna, la democrática. En ella se crea un sistema de equilibrio de los poderes para gobernar, legislar y juzgar, traducido en las tres clásicas ramas Ejecutiva, Legislativa y Judicial.

En la relación y convivencia entre naciones, la paz es alterada por la guerra, que resulta de la decisión de imponer unilateralmente y por la fuerza determinadas aspiraciones no especificados o especificados mal a juicio del agresor, en las leyes y convenios.

La existencia de leyes y convenios, por tanto, no garantizan por si mismos que la ley y la paz perdurarán indefinidamente. La historia revela lo contrario, esto es, que la continua ruptura de leyes y convenios es lo que caracteriza a la conducta humana.

Desde que nace, el hombre aprende a diferenciar entre el bien y el mal y a elegir en libertad entre las dos opciones. Esa dualidad no desparecerá jamás y quienes discrepen son utopistas. Para que haya paz y armonía, es pues indispensable que haya reglas claras en favor del bien así aceptado por la mayoría.

Para que el sistema de paz prevalezca, la aplicación de la ley tiene que tener el respaldo de la fuerza. Si no a todos les tendría sin cuidado desde una simple contravención de tránsito hasta robar, estafar o asesinar.

Sucede igual entre las naciones. De pronto en algún país surge un gobernante que quiebra la ley y se erige en autócrata.

Las leyes que violó en lo interno, puede sin empacho violarlas en lo externo. Y se producen las guerras. La historia está plagada de ellas desde remotos tiempos. Tras la II Guerra Mundial ha habido una excepción por factores igualmente excepcionales: los derrotados en Europa y Japón no fueron humillados y saqueados, como era lo tradicional, sino auxiliados.

La Europa Occidental devastada se reconstruyó y terminó por unificarse y rompiendo el maleficio de haber sido el continente más guerrerista de la historia, no ha vuelto a tener un conflicto armado desde 1945. La industria integrada floreció creando una red de intereses inerconectados, como en los Estados Unidos y su Unión de 50 estados.

Pero en el resto del orbe las guerras no han cesado. La peor muestra de agresión la está dando el terrorismo musulmán que ha causado muertes de decenas de miles de inocentes por vías no convencionales en Europa, los Estados Unidos, Asia, América Latina.

Los arsenales nucleares, si bien no han sido utilizados desde 1945 en el Japón, están listos a estallar cuando broten conflictos que no puedan ser controlados por otros medios convencionales. Tras la II Guerra Mundial, la única potencia mundial con armas atómicas era los Estados Unidos.

Tras la victoria, este país propuso la unidad internacional no solo para apoyar el Plan Marshall de reconstrucción de los países del Eje, sino para crear un organismo de control de Átomos para la Paz, cuyo objetivo sería impedir que se utilicen en el futuro armas nuclear con fines bélicos.

La Unión Soviética se negó a cooperar tanto con el Plan Marshall como con los Átomos Para la Paz. Los países europeos bajo su control nunca recuperaron la libertad, hasta 1989 en que sucumbió la URSS. Y pronto se armó nuclearmente, con las fórmulas de USA obtenidas por espionaje.

La amenaza de un ataque nuclear soviético contra los Estados Unidos o contra alguno de sus aliados aterrorizó a la humanidad por decenios. Llegó al climax con la crisis misilera de Cuba en 1962, pero el peligro fue disuadido por la firmeza que esta vez no le faltó a Kennedy con Jrushov.

La URSS, dividida en varias “rusias”, aún es un peligro nuclear por los arsenales que conserva. Y han surgido otros peligros con Corea del Norte e Irán, dirigidos por alucinados que además podrían suministrar armas a grupos terroristas, con los cuales les une el común odio a USA.

Barack Hussein Obama, el peligroso utopista de izquierda que ahora es presidente de los Estados Unidos, acaba de firmar un convenio con la ex-URSS sobre desarme nuclear, que es una capitulación. Por un lado decide que USA no solo reduzca su arsenal sino que suspenda las metas de renovación y modernización de las existentes.

La Rusia de Putin tiene muchas armas, pero obsoletas. Esta retirada de los Estados Unidos le beneficia en todo sentido, a pesar de lo cual advierte que se reserva el derecho de salirse del convenio en cualquier instante. En tanto, continuará suministrando equipos y tecnología a Irán, al tiempo que se resiste a sanciones “duras” por parte de Naciones Unidas contra este país remiso a los acuerdos de no proliferación.

Entre la I y la II Guerras Mundiales, Japón y otras naciones firmaron varios convenios en contra del armamentismo y el quebrantamiento de la paz. En 1938 el ministro británico Chamberlain regresó de Berlín en apoteosis por haber firmado un tratado de no agresión con Hitler. Un año más tarde el Führer invadió Polonia y estalló la II Guerra Mundial. La pacifista Estados Unidos se sumó al conflicto tras el ataque a Pearl Harbor en 1941.

Estados Unidos fue atacado el 11 de septiembre del 2001 por musulmanes terroristas que ocasionaron más muertes que en Pearl Harbor. La retaliación incluyó a Afganistán e Irak. La guerra contra el terrorismo aún está en pie. Terminará cuando sea derrotado el enemigo. La guerra la declararon ellos. Los convenios de paz se formularán cuando la guerra haya cesado, no mientras esté en curso.

Obama no piensa así, porque con sus ideólogos de extrema izquierda cree que el culpable de las últimas guerras han sido los Estados Unidos. Por ello pidió perdón en Egipto al mundo árabe y en Berlín a los europeos, a los que Estados Unidos y sus aliados les liberó del Eje.

A los terroristas ya no los quiere llamar así sino, acaso sin saberlo, como beligerantes o insurgentes, tal como Correa del Ecuador calificaba a los terroristas de las FARC. A los terroristas capturados en combate los quiere juzgar como contraventores comunes en juzgados civiles, no militares.

Cuando estalla una guerra entre naciones, que los amantes de la paz nunca quieren, el agredido tiene que luchar hasta la victoria o la derrota total. Más tarde, con la victoria, se podrán suscribir los convenios y liberar a los apresados en combate, Nunca antes. Hacerlo, es capitular.

Obama será todo lo adorable que sus adoradores creen que es, pero su sola gracia y seudopacifismo no garantizarán la paz, mientras no tenga tras de si el respeto y el temor a la fuerza. Debilitar a los Estados Unidos, como lo está haciendo Obama, es debilitar al mundo libre.

El tratado de no proliferación nuclear firmado en Praga estimulará el armamentismo nuclear, no lo reducirá. Aquellos países que ven con temor que la cobertura norteamericana se desvanece, tendrán que armarse por su cuenta. Tales los casos de Israel o Arabia Saudita, cuyo común enemigo es Al Qaeda y sus ramificaciones.

El propósito de Obama, fruto de la doctrina absorbida de los ideólogos de extrema izquierda como su pastor de 20 años Jeremiah Wright, el terrorista Bill Ayers y el profesor Saul Alinsky , es acabar con el sistema democrático capitalista (que ha convertido a esta nación en la más próspera y libre de la historia). Él y ellos, como todo enemigo de los Estados Unidos, juzgan que este sistema es causa de todos los males del mundo.

La historia prueba lo contrario. Pero Obama avanza en sus objetivos con la manipulación del propio sistema. Igual que Chávez en Venezuela o Correa en el Ecuador. La resistencia popular se acrecienta en este país, más allá de los partidos. Quizás las elecciones parciales de noviembre podrían favorecer al partido republicano y alterar el curso de la destrucción, pero nadie puede estar seguro de nada bueno (que el Senado vote en contra del tratado de desarme, por ejemplo) con el gran manipulador que se ha instalado en la Casa Blanca.