Sunday, February 15, 2009

EL CAPITALISMO Y EL MERCADO ¿HAN MUERTO?

La crisis de la economía en los Estados Unidos, que ha repercutido en el mundo, ha inducido a muchos a sugerir que el sistema capitalista de libre mercado ha muerto o está en vías de extinción.
Quienes así se expresan son los panegiristas de los regímenes autocráticos de corte fascista, en los cuales las libertades individuales, económicas y políticas, se supeditan a severos controles y regulaciones del Estado.
Sostener que la crisis actual anuncia la terminación del mercado y el capitalismo es un disparate intelectual. Lo que hay es una crisis, pero no por una falla del sistema de libre empresa y mercado, sino por fallas en su aplicación.
Con los regímenes autoritarios comunistas, nazifascistas o de cualquier índole, de hoy o del pasado, la formación de capital y el funcionamiento del mercado no desaparecen. Capital y mercado, inherentes a la condición humana, se deprimen casi siempre porque los gobiernos se inmiscuyen para controlar y distorsionar la operatividad de las fuerzas de mercado, de lo que ya hablaba Adam Smith.
La búsqueda de las libertades económicas está estrechamente vinculada con la lucha por la libertad política. A mayor opresión y control, menor libertad para crear, inventar, ahorrar e invertir y menor libertad para pensar, expresarse y disentir.
Podría decirse que la historia de la humanidad ha sido una permanente exploración para hallar un sistema de convivencia social que maximice la libertad para asociarse, trabajar, ahorrar, creer y opinar. Obviamente la vía hacia ese ideal la obstruyen los tiranos de todos los tiempos desde Grecia y Roma hasta la época actual.
Los europeos, para citar un ejemplo cercano, emigraron a Norteamérica para evadir laintolerancia religiosa y la  extorsión de las clases dominantes que formaban parte del control del poder con el monarca. Llegaron a Nueva Inglaterra para profesar sus creencias religiosas sin temor y para idear una forma de convivencia que delegara poder a dirigentes alternativos y que no pudiesen sentirse tentados a imitar los excesos tiránicos de la Vieja Europa. Tras muchas vicisitudes, quebrantos, dudas y guerras, esa aspiración se plasmó en una Declaración de Independencia con definición de principios que se concretaron años más tarde en una Constitución, incólume desde 1776.
El caso de España fue distinto, pues el objetivo de los colonizadores no fue crear un nuevo sistema, sino transferir el feudal de Europa a la América para que los privilegios que la mayoría de ellos no gozaba les fueran transferidos en ultramar. La estructura se basó en la explotación del trabajo de los colonizados y en la extracción de metales preciosos para financiar un imperio con pies de barro.
En la propia Europa el estatus quo comenzó a tambalear y el ansia de los oprimidos por sacudirse de la opresión feudal generó revoluciones, como la Francesa, la cual se frustró por el absolutismo y el terror y sucedáneamente con el emperador Napoleón Bonaparte, absorbedor de todos los poderes y conquistador de naciones por todos los confines.
Gran Bretaña, la potencia que detuvo y doblegó a Napoleón, es un ejemplo distinto de evolución hacia la democracia, hacia la reducción de los poderes monárquicos totales. La monarquía susbsiste, pero a lo largo de la historia, desde la Carta Magna, ha ido paulatinamente cediendo poder de decisión a los civiles vía el Parlamento bicameral y ha logrado establecer uno de los sistemas jurídicos más respetables, sin Constitución.
Pero el industrialismo que desarrolló, en contraste con España, estimuló la ampliación de sus mercados no solo mediante la transacción, sino la conquista de territorios tan amplios como el de la India. El vasto imperio de la Reina Victoria se extendió hasta mediados del siglo pasado y la herencia dejada es aún controversial.
De todas maneras, el avance de la democracia en el planeta ha sido espectacular en casi dos centenares de países ahora independientes (había un medio centenar a la firma de la Carta de las Naciones Unidas en 1945). Por cierto, muchas democracias son débiles, pero lo que nadie discute es que la prosperidad y bienestar es tanto mayor en dichas naciones cuanto mayor sea el marco de libertades para trabajar, comerciar e invertir.
Los que abogan por la democracia política y económica eran calificados hasta hace muy poco y con razón, de liberales. Ahora el adjetivo utilizado es conservador. Y a los que propugnan el retorno al centralismo autoritario se los llama, contradictoriamente, liberales. Pero los conservadores de hoy lo que propician es el cambio hacia adelante, hacia una mayor y mejor democracia, en tanto que los liberales de hoy (o progresistas, o socialistas), quieren un retroceso, un vuelco hacia el pasado.
Dentro de esa tendencia a trastrocar los vocablos, ahora los “liberals” o liberales y los socialistas hablan de emprender una “revolución”. Hugo Chávez, de Venezuela, ha acuñado inclusive el añadido de “socialismo del siglo XXI” al de revolución y discípulos como Rafael Correa de Ecuador, Humberto Ortega de Nicaragua y Evo Morales de Bolivia le han copiado sin rubor.
Generalmente se entendía que revolución era un movimiento para suprimir tiranías y opresión. No para instaurarlas, como ha ocurrido en Cuba (mentora de la doctrina) y está sucediendo en los países mencionados. Las revoluciones allí emprendidas no se han implantado para corregir defectos o falencias de la democracia, sin para suprimirla. Esa no es una revolución: es una involución.
El fenómeno se está registrando no solo a nivel de esos países latinoamericanos, sino incluso en los mismos Estados Unidos, paradigma de la democracia liberal. El nuevo presidente Barack Hussein Obama acaba de presionar a los demócratas de mayoría en el Congreso para que aprueben un monstruoso proyecto de gasto fiscal de 800.000 millones de dólares para “estimular” la economía deprimida y crear empleos.
La economía en este país decayó por el mal manejo de las fuerzas del mercado en el área de bienes raíces y préstamos hipotecarios. Por presión de varios presidentes demócratas (Jimmy Carter y Bill Clinton), los bancos comenzaron a otorgar créditos sin las obvias precauciones de verificación del prestatario. Para tranquilizar a los bancos, se crearon fondos de respaldo...con dinero fiscal. Y sobrevino el colapso.
Las medidas de rescate o estímulo, iniciadas en las postrimerías del gobierno de George W. Bush, no han dado resultados. Y no los habrá con la ley que se aprobó con el rechazo casi unánime de los republicanos. (A los republicanos se los llama aquí conservadores, en tanto que liberales a los demócratas) Lo que buscan Obama y sus coidearios es retornar al pasado, a la era de Franklin D. Roosevelt, cuyas medidas para salir de la Depresión del decenio de 1930 solo lograron ahondarla.
Mientras crece el desempleo y las corporaciones y banca reducen sus operaciones por falta de real estímulo y confianza, Obama pondrá en marcha esta semana un plan para incrementar el gasto fiscal a cifras irreales, lo que elevará el défiit a 65.500 millones de millones de dólares, o sea a más del doble del PIB del mundo entero!
Es probable que en un comienzo haya algún incremento del empleo, sobre todo en las áreas de contratación directa del gobierno. Pero esos y los demás salarios tendrán que pagarse y pagarse en dólares, no en trueque. ¿De dónde saldrá el dinero? En el caso de los Chávez y Correas, esa clase de dineros salía del petróleo. En USA tendrá que provenir de los bolsillos de los contribuyentes.
Y también de créditos del exterior, principalmente de China. Pero habrá un límite. ¿Qué hacer si falta dinero? Fácil, lo que ya habría hecho hace tiempo Correa si no fuera por la dolarización: imprimir más billetes. Lo que desencadenará una inflación peor que la del 13.6% registrada durante la desastrosa presidencia de Jimmy Carter. Y, por cierto, aumentará la dependencia de la gente pobre de la “munificencia” del Estado protector con lo cual se cumpliría el sueño demócrata: poder.
La inflación, el incremento del déficit fiscal, el desempleo continuo, el debilitamiento por consiguiente el el frente externo, incluído el militar, concluirán en crisis. En países como el Ecuador, la solución sería una dictadura militar. En los Estados Unidos, esperemos, será una reacción popular expresada en las urnas para derrotar a los ineptos. Cuando eso ocurrió con Carter, quien le sucedió fue Reagan.
La opción para salir de la crisis real y de confianza es simple: gastar menos y reducir los impuestos. No solo a los de menores recursos (muchos, porque no ganan suficiente para pagar impuestos, recibirían una limosna en compensación), sino a todos. El 95% recibirá entre 400 y 800 dólares de devolución en cuotas de 13 dólares por mes. Es pura demagogia.
Con Bush se aplicó esa fórmula y no sirvió para nada. Lo único que estimula a la economía es la baja general de los impuestos, incluidas corporaciones e individuos de altos ingresos: con ese ahorro ellos reinvierten y realmente crean empleo y multiplican la riqueza. La otra vía crea un mínimo consumo, además efímero. Obama no bajará impuestos a los ricos: los elevará, como quiere Correa con los pelucones y ello desestimulará la inversión y el desempleo crecerá.
Correa, por su parte, tambalea en lo interno y externo. En lo interno se quedó sin los fondos del crudo al alza y ya no podrá seguir despilfarrando el dinero fiscal en dádivas para la compra de votos de un pueblo empobrecido y embobado. Ha hablado pestes de la deuda externa, ha resuelto no pagarla en los tramos “ilegítimos” y ahora quiere recurrir al BID para un préstamo por 500 millones de dólares para cubrir el déficit que ahora asciende a unos 3.000 millones de dólares.
¿Desde cuándo el BID da sumas de ese calibre para problemas de balanza de pagos o defict fiscal, tarea aignada al FMI? Con el FMI se peleó, pero el BID necesita informe favorable de ese organismo para estudiar la oferta ecuatoriana. Añádase que Correa ya echó mano de 1.200 millones de dólares de los contribuyentes del IESS. Pronto vendrá más desempleo, más inflación, más descontento. La historia se repite y habrá un final ya presentido.
En lo externo, cada nueva explosión verbal de Correa lo pone en ridículo. La último fue expulsar a un funcionario diplomático de Estados Unidos, que había dejado la misión a comienzos de enero. Anteriormente fueron sus bravatas con Brasil y la amenaza de no pago de una deuda, que terminó por pagarla. Ahora se malquista con Francia y España, por un reclamo por no pago de impuestos a dos petroleras de esos países. Estas no lo hicieron porque no tenían que hacerlo según los contratos originales en que Correa alteró unilateramente.
Y para colmo ahora existe la comprobación de que el gobierno de Correa si estuvo comprometido con las FARC, según testimonio del ex-subsecretario de Gobierno José Chauvín, quien cantó la verdad de los encuentros que él tuvo 7 veces con el dirigente terrorista Raúl Reyes y que también tuvo su jefe, el ministro Gustavo Larrea (con la obvia venia de Correa) en el campamento de Angostura, que fue arrasado por los militares colombianos el 1 de marzo pasado.
Para deleite de quienes aman la paz, se inserta a continuación un link que acaso pocos conocen en el Ecuador, con las declaraciones del presidente colombiano Álvaro Uribe en torno a los vínculos de Correa con las FARC. Así se entiende con claridad por qué éste gobernante y su canciller declaran que estarían dispuestos a reanudar relaciones diplomáticas con Colombia, siempre que Uribe deje de vincularlos con las FARC.

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