Sunday, November 24, 2013

SON CAPACES DE TODO


Con el fracaso catastrófico del Obamacare, la popularidad del presidente Barack Hussein Obama se ha desplomado al 37% según las encuestas. La gente se pregunta, no por qué ha caído tanto, sino por qué porcentaje aún tan alto de ciudadanos lo sigue respaldando.
El Obamacare, que busca abolir el sistema privado de administración de la salud, el mejor del mundo, para reemplazarlo con un control absoluto del Estado, debió comenzar a regir el 1 de octubre. Pero se estancó entre otras razones porque el website para iniciar los cambios no funcionó jamás.  
El problema no es solo técnico. La obstrucción electrónica se debió sobre todo a la complejidad para enlazar aceptablemente todos los datos requeridos a los solicitantes del Obamacare con los proporcionados por las agencias de salud privadas. Se trata de una maraña impenetrable.
El Obamacare era el mayor logro del ideario radical de Obama y los demócratas que lo secundan. Y aún aspira a serlo, pues resume en si las intenciones de agigantar el influjo del Estado sobre los individuos, que ya se había expandido con otras medidas demócratas para acentuar las leyes, regulaciones y controles oficiales.
El colapso del Obamacare ha hecho más evidentes los demás yerros de Obama en su administración de cinco años, hasta entonces soslayados o encubiertos por los principales medios de comunicación colectiva. La deuda pública, con la que se paga la protección social vía subsidios para alimentos y desempleo, ha llegado a la cifra de 17 trillones de dólares, cifra superior a la riqueza nacional.
Junto con los subsidios que drenan las arcas fiscales para beneficiar no solo a los necesitados sino a los que no los necesitan, está el desempleo que no baja en todo el período de su gobierno del 7% y más. La inversión y el ahorro se han debilitado y la tasa de crecimiento económico es la más baja desde la Gran Depresión, menor al 3% anual.
En el frente externo, el respeto a los Estados Unidos se ha esfumado como nunca antes en su historia. Obama pierde los amigos tradicionales de Europa y Medio Oriente, al tiempo que corteja al Irán (Kerry en Ginebra hoy recuerda al Chamberlain del Berlín de 1939). En Irak y Afganistán, donde se invirtió tanto en vidas humanas y capital, el repliegue de fuerzas está generando una involución hacia el radical terrorismo que se pretendió erradicar.
Todos estos factores negativos harían pensar que Obama y su gobierno están perdidos políticamente y que las próximas elecciones parciales de noviembre venidero y las presidenciales del 2016, implicarán una derrota aplastantes del radicalismo demócrata y la recuperación del poder en el Congreso y la Casa Blanca por parte de los republicanos. 
Pero la lógica no siempre es aplicable en política y menos en los tiempos actuales en los que Obama y la mafia de Chicago que lo encumbró y respalda están en el poder. No obstante los tropiezos del Obamacare y los indicadores tan elocuentemente adversos, los demos están dispuestos a seguir utilizando cualquier arma lícita o no para anular a su rival.
La última prueba la acaban de dar en el Senado del Congreso con la reforma a la regulación del “filibusterismo”. Según este esquema, que ha regido desde los incios de la República, ninguna ley o nombramiento de alta significación e importancia podía aprobarse sin los votos de por lo menos 60 de los 100 senadores.
Los demócratas tienen 53 senadores, los republicanos 45 a lo que se agregan 2 independientes. Muchos de los nombramientos a puestos clave del gobierno, como jueces y otras autoridades, han sido bloqueados por la oposición republicana, como ha ocurrido en otra dirección en ocasiones en que la mayoría ha sido demócrata.
En ambos casos, de regímenes de uno u otro partido, el bloqueo a ciertos nombramientos ha generado frustración y deseos de encontrar alguna fórmula para que la mayoría del momento salga triunfante. Pero nunca nadie se atrevió a acabar con el filibusterismo, que es una garantía que previeron los autores de la Constitución para garantizar la protección de la minoría frente a la mayoría en el poder.
El propósito es propiciar que las grandes decisiones sean adoptadas por consenso, atributo esencial de la democracia. Si la oposición de uno y otro partido veta un proyecto o nombramiento, en el fondo es porque conlleva una intención repelente por dictatorial. Lo democrático es pesionar al régimen porponente a negociar con la minoría a fin de arribar a un  consenso que armonice y no fracture la tolerancia.
Pero Obama ha dicho claramente que no le interesa negociar. No lo ha hecho en cinco años. Desprecia y se mofa de la oposición. Para forzar a la aprobación del Obamacare, por ejemplo, fraguó un fraude para que se elija al senador Frankel en Minnesota, pues su voto era clave para pasar la ley sin un solo voto republicano.
A los senadores demócratas rehacios a ceder, los coimó. Y cuando el caso de inconstitucionalidad de la ley fue examinado por la Corte Suprema de Justicia, el juez John Roberts, republicano, traicionó a sus principios e inclinó el fallo en favor de la ley. La gente se pregunta hasta ahora qué presión ejerció Obama sobre él.
Ahora el Senado puede aprobar cualquier ley o nombramiento que desee Obama, con la simple mayoría de 50 más 1. Si el Obamacare en su versión actual termina por archivarse por inaplicable, cualquier decreto de Obama puede ser aceptado por los senadores para sustituir a esa ley. Ya el presidente ha roto la Constitiución al aplicar a su antojo partes de esa ley, pese a que su misión es exclusivamente aplicarla en su texto final.
En cada instancia de oposición de la Cámara de Representantes, en la cual hay pedominio republicano, un Obama indignado ha dicho que gobernará por decreto para superar los obstáculos constitucionales del Congreso. En igual forma en que lo hacen los tiranuelos de Ecuador, Venezuela, Nicaragua o Argentina. 
Igual desprecio por el orden constituído lo ha evidenciado con las falsías sobre el caso de Benghazi, Libia, donde el embajador y otros cuatro altos funcionarios fueron masacrados por terroristas del Al Qaida, sin recibir ningún auxilio militar. O sobre el escándalo en la frontera con México, cuando el gobierno cedió armas de alto poder a los narcotraficantes y un guardia norteamericano murió asesinado con esas armas.
Otro ejemplo de autoritarismo fue el nombramiento de los denominados “zares” de la administración, que son ministros de Estado  sin autorización constitucional del Senado. La lista de gestos y acciones alejados de la ley se multiplica y nunca ha sido objeto de análisis y críticas por parte de los mayores medios de comunicación audivisual y escrita.
Pero ese bloqueo, tan determinante en la visión que el pueblo tiene de la realidad, ha comenzado a debilitarse y fraccionarse con el desastre del Obamacare. Hasta los más enceguecidos defensores de Obama parecen de pronto ver la luz, pues se les ha hecho difícil defender lo indefendible. Mas tal situación no garantiza aún avizorar victoria alguna de la sensatez sobre el abuso.
Puesto que Obama y su clan pondrán en juego cualquier estratagema para no perder el poder. Recuérdese que en los comicios del 2012 todo parecía presagiar que el republicano Mitt Romney, pese a sus flaquezas como candidato, se haría de la victoria frente a un Obama acosado por su ineptitud para manejar el Estado, incluído el Obamacare.
Pero Obama y su maquinaria de Chicago manipularon cifras para simular que el desempleo había disminuído y ordenó a la Oficina de Rentas que se lance a atacar y acosar al ala triunfante del GOP, el Tea Party, para silenciarla y anularla. Paralelamente, maniobró con los sindicatos y con los centros de recolección de votos para amedrentar y cometer fraudes.
Obama fue reelecto, frente al estupor e incredulidad incluso de sus mismos partidarios. Nadie puede imaginar qué proyectan los demos para “resucitar” a un Obama casi moribundo por la hecatombe del Obamacare. Pero con seguridad no faltarán más actos antidemocráticos y autárquicos como la muerte del derecho de la minorías que se acaba de perpetrar en el Senado. 
Con Obama y los demos que lo siguen cualquier exabrupto reñido con la tradición democrática y cultural de esta nación no es descartable. De pronto surge en cualquier instante, en cualquier área y sin el menor escrúpulo, pues lo único que les guía es una obsesión desbordada por el poder. Poder no para servir, sino para dominar y controlar a los demás.

Friday, November 8, 2013

UNA ALIANZA QUE REPUGNA


Los demócratas, que con Obama están en el proceso de transformar a los Estados Unidos en una nación socialista en la cual todo lo controla el Estado, se han asociado con los republicanos del establishment del partido para tratar de pulverizar al Tea Party. 
El Tea Party, nombre tomado del movimiento inicial de la rebelión contra el colonialismo británico del siglo XVIII, surgió dentro del GOP en el año 2010 en señal de protesta contra los “dueños” del partido republicano que habían adoptado y continúan adoptando una actitud complaciente frente al  radicalismo del partido demócrata.
Se robusteció esa tendencia con los fracasos de los candidatos John McCain y Mitt Romney en las elecciones presidenciales del 2009 y luego en el 2012, cuando fue reelecto el demócrata Barack Hussein Obama pese al fracaso de su gestión gubernamental en lo interno e internacional. 
El Tea Party debutó con éxito sensacional en las elecciones de medio tiempo del 2010, al recuperar para el partido la Cámara de Representantes y reducir a 55 la mayoría demócrata en el Senado. En la elección del 2012, la mafia de Obama manipuló todos los mecanismos a su alance para anular al Tea Party: la derrota se selló con la cobardía de Romney para enrrostrarle a Obama sus defectos.
El establishment del GOP, junto con los demócratas y los principales medios de comunicación alineados con Obama, están dando poco menos que por muerto al Tea Party tras los resultados de los comicios del martes pasado, especialmente en New Jersey y Virginia. 
En New Jersey fue reelecto gobernador el republicano Chris Christie, al derrotar por amplio margen a la candidata demócrata Barbara Buono. Se afirma que el ganador logró los votos de independientes, moderados, latinos y de otras minorías y que sería brillante candidato “unificador” del GOP para el 2016.
Pero Christie, aunque se autotitule republicano, es más un demócrata. No vaciló en abrazar y adular a Obama cuando le pidió ayuda tras el huracán Sandy. No ha cesado en alabarlo, pese a que Obama es la cabeza de la minoría radical apoderada de la Casa Blanca para orquestar la transformación de la sociedad libre que se fundó en 1776.
El obeso líder político tiene un pasado mafioso como lobbyist o cabildero y su retórica y relación con el prójimo es arrogante y grosera. Es el típico líder autoritario que venera al Estado como la suprema solución a los problemas de la comunidad. En lo fiscal, NJ solo está por detrás de New York como el Estado con más impuestos y en lo social apoya tolerancia a lo gay y pro choice o pro aborto.
En Virginia triunfó el demócrata Terry McAuliffe, por sobre el candidato del Tea Party Ken Cuccinelli. En este caso también hubo celebración por el  aparente fracaso del Tea Party. No se analiza que el establishment del GOP le negó toda ayuda a Cuccinelli y qué éste, pese a que el demócrata le aventajaba con más de dos dígitos, logró descontar la cuenta y perdió a la postre por solo tres puntos.
Y pudo ganar, no solo si el GOP hubiese aportado para reducir los 15 millones de dólares de ventaja que tenía su rival para bombardearlo con avisos negativos en todos los medios y, sobre todo, si no mediaba como tercer candidatro el libertarian Robert Sarvis, que obtuvo el 7% de los votos. Para obstruir a Cuccinelli, los demócratas gastaron millones para sostener a Sarvis, con el beneplácito del establishment del GOP.
¿Qué permitió al candidato del Tea Party avanzar en las dos últimas semanas, hasta casi alcanzar a McAuliffe y superarlo si no existía Sarvis? Pues simplemente hacer énfasis en los principios sustantivos del partido republicano, que están siendo dejados de lado por el establishment y que motivaron y motivan la existencia del Tea Party.
Desde que el actual gobierno propuso el Obamacare, el GOP se opuso y no dio un solo voto para su forzada aprobación por el Congreso, que lo hizo sin siquiera leer y menos discutir el texto como manda la Constitución. La ley, que pese a las violaciones constitucionales, recibió el visto bueno de la Corte Suprema de Justicia.
Debió entrar en vigencia el 1 de octubre. Para impedirlo, el senador republicano por Texas Ted Cruz inició una cruzada para bloquear fondos a la ley. Argüía, como el Tea Party, que aplicarla destruiría el sistema de salud vigente, encarecería costos y fijaría inconstitucionalmente multas a quienes no aceptan el seguro oblitatorio de salud e incrementando en 7 trillones de dólares la deuda pública. 
Pero además las regulaciones, aplicadas o no por antojo de Obama, han comenzado a reducir el empleo debido a que las empresas medianas se han visto obligadas a reducir a menos de 50 sus empleados o a reducir el tiempo de empleo a la mitad, para eludir los altos costos del mandato del nuevo sistema.
Obama y los suyos habían invertido como 600 millones de dólares desde hace tres años para construir un webside para la nueva ley, que arrancó el 1 de octubre. No más de 6 personas lograron el paso inicial de enrolamiento ese día y el portal ha tenido que cerrarse para reparación, se dice que hasta fines de este mes. Pero se han filtrado  noticias de que la sitiuación tecnológica no solo que no mejorará, sino que empeorará.
El asunto es complejo. Se calcula que 15 millones de personas que tenían una póliza que la seleccionaron individualmente, la han perdido porque el Obamacare las considera insuficientes. Esas pólizas deben incluír protección a la anticoncepción, el aborto, la matermidad, la odontología infantil, inclusive si los asegurados son ancianos o repudian por cualquier razón esas opciones.
Cuccinelli y el Tea Party no quieren, como el establishment, amoldarse a los deseos de Obama para “mejorar” al Obamacare. Lo que quieren es que se la archive. El sistema vigente de salud, basada en la libre competencia de mercado entre los proveedores, es el mejor del mundo y no necesita ser borrado ni sustituido por el único proveedor, el Estado (como ocurre en Europa o la dictadura castrista) para mejorarlo.
Muchos ciudadanos (los demócratas calculan que 50 millones), no están asegurados. Algunos, sobre todo los jóvenes, creen que no necesitan de un seguro porque son sanos y se creen inmortales. Otros, por indigencia o por cualquier otra razón. También es verdad que las aseguradoras rechazan o ponen trabas a pacientes con condiciones previas de mala salud.
También han subido los costos. Porque se limita la competencia entre compañías de diferentes Estados y porque las penas por mala práctica son tan altas que obligan al alza de las tarifas. Todos y muchos males similares pueden y deben ser solucionables dentro del sistema, no susituyéndolo con otro bajo control del Estado, siempre susceptible al fraude y la dilación y deterioro en los servicios.
El supuesto “extremismo” del Tea Party, que condenan los demócratas y el establishment del GOP, busca defender los principios consustanciales de la nación norteamericana como el derecho a la vida (no al aborto), a defender al núcleo familiar y los derechos inviduales y a limitar el influjo del Estado no más allá de la defensa y la seguridad nacionales.
Mientras más crece el poder del Estado, más se restringen las libertades individuales. Eso lo entendieron los que fundaron al país en 1776 y para ello fueron concluyentes en dispersar el poder gubernamental en tres fracciones para que se controlen y limiten entre si. Con Obama, el poder de una de las tres ramas, la ejecutiva, se ha extralimitado. 
No cabe transar con esa actitud. Lo que el establishment del GOP propone como en el caso de Christie, no es gobernar con los demócratas, sino gobernar como los demócratas quieren gobernar. Los “moderados” a los que aluden con tanto entusiasmo los demócratas y medios de comunicación para fortalecer al GOP, en el fondo solo son demócratas encubiertos.
Si el propósito del partido republicano es solidificar la mayoría en la Cámara de Representantes y retomar el Senado en las elecciones del 2014, como paso previo para llegar a la Casa Blanca, deben inspirarse en la propuesta del Tea Party: no más vacilantes como McCain y Romney y si candidatos con clara e inflexible convicción de principios.
Al Congreso y a la Casa Blanca hay que ir, pero no para abdicar frente al rival demócrata y allanarse a sus propósitos, sino para derrotarlos y frenar solo así el avance de destrucción o “transformación” (como la llama Obama) de esta nación. La alternativa del establishment es la receta para acelerar el deterioro del país.

Saturday, November 2, 2013

SI OBAMA FUERA GEORGE W BUSH


El presidente demócrata Barack Hussein Obama ha cometido tantos actos de corrupción, violación de la Constitución y dicho tantas mentiras que si hubiese sido un presidente republicano como su antecesor George W Bush, hace tiempo que el Congreso lo habría ya interpelado y depuesto. 
Lejos de ello, sigue campante en su puesto de la Casa Blanca que lo ocupa desde hace cinco años. Y sigue mintiendo y eludiendo respuestas a las preguntas de los pocos periodistas que se atreven a cuestionarlo en las raras ocasiones en que pueden hacerlo.
La última gran mentira es la que se sigue debatiendo en estos días sobre la aplicación de la ley de control estatal de los servicios de salud, llamada Obamacare. Siempre dijo, desde el 2009, que los ciudadanos que ya tienen una póliza privada podrían conservarla, si estaban conformes con ella. 
La realidad es otra, pero Obama y su séquito se niegan a aceptarla y menos pedir excusas. Millones de individuos que hasta la fecha tenían pólizas de salud que las escogieron a su arbitrio entre las múltiples opciones del mercado, recibieron estos días notificación de las aseguradoras sobre la cancelación, forzadas por el Obamacare.
Esta ley, que fue aprobada sin un solo voto republicano, estipula de manera obligatoria ciertos servicios de salud para todos los usuarios, con prescindencia de la voluntad de los beneficiarios. Infinidad de individuos han quedado sin pólizas y con la única alternativa de seleccionar una nueva póliza entre las señaladas por el gobierno, con más altos costos.
Si no lo hacen y prefieren no asegurarse, se verán sujetos a multas de valor creciente conforme pasen los años. Esto implica una imposición inconstitucional del régimen Obama de adquirir un servicio, son pena de sanción, lo que está reñido con el sistema democrático de esta nación, sustentada desde su fundación en la libertad de escoger.
La aprobación del Obamacare fue tortuosa, siniestra y en nada sujeta a la tradición de este país para aprobar las leyes. Siempre ha prevalecido el diálogo entre las dos facciones políticas tradicionales, la del partido republicano y la del partido demócrata y entre el Ejecutivo y el Congreso. Jamás se ha dado el caso de la aprobación de una ley y peor de la trascendencia del Obamacare, sin consenso entre las partes.
Bill Clinton, presidente demócrata, intentó con su mujer Hillary promover la aprobación de una ley de salud, pero fue tal el rechazo que desistió. Algo igual ocurrió con GWBush y su proyecto de reforma a la Ley de Inmigración. Pero la arrogancia de Obama le llevó a valerse de intrigas, amenazas y coimas para sumar votos de republicanos inconsistentes para aprobar una ley que ni siquiera fue leída en su integridad antes de la votación.
La mayoría de la población encuestada, por sobre el 60%, se oponía y aún se opone a la ley. Se presentó inclusive un recurso de anulación ante la Corte Suprema de Justicia, por inconstitucional. El argumento básico era el mandato obligatorio a optar por un servicio, cualquiera que fuere, que expresamente prohibe la bicentenaria “carta magna”.
Muchos confiaban en que la Corte cortaría de un tajo los excesos de poder del presidente Obama. Pero cayó como una bomba la defección de uno de los jueces, John Roberts, nombrado por GWBush por su aparente trayectoria opuesta a la posición “liberal” o estatista del partido demócrata. En manejo sofístico, decidió a la mayoría para ratificar el Obamacare con la argucia de que el “mandato” de la ley no era tal, sino un “impuesto”. 
¿Desde cuándo rige en esta nación la posibilidad de que la negativa a adquirir un servicio o un bien o producto por exigencia del gobierno, sea penalizada con una multa o “impuesto”? ¿Desde cuándo está facultado el gobierno a presionar a los ciudadanos para que adquieran tal o cual bien  o servicio, con amenazas de castigo si se niegan? (Comparar la obligación de comprar un seguro para automotores con este mandato no sirve: la compra de un auto no es obligatoria). 
Desde el punto de vista tributario, los impuestos nacen exclusivamente de la voluntad de la Cámara de Representantes. ¿En qué momento la Cámara estudió y creó dentro del Obamacare el “impuesto” al que alude John Roberts? No hubo tal. La maniobra de convertir la multa en impuesto solo se explica por la inexplicable traición de principios por complacer a Obama.
John Roberts es tan culpable o más que Obama y su clan de la situación de caos que ahora confronta la nación. A rajatabla la ley comenzó a imponerse a los ciudadanos el 1 de octubre, sobre todo a los jóvenes no asegurados. Pero el website para ellos no funcionó ni funciona hasta ahora. La excusa inicial del Ejecutivo era el exceso de visitantes al web pero se ha revelado que en el primer día hubo solo 6 enrolados.
El problema técnico del Internet es el menor de los problemas. Es probable que los expertos habiliten el web hacia fines de este mes. Pero hay asuntos de fondo, como el conflicto constitucional que no ha desaparecido con el voto de John Roberts y que ha enfurecido a los ciudadanos de todas las tendencias.
Pero además, existe la barrera de la realidad. El ciudadano que accede a la red, cuando lo logre, tiene que hacer una exploración en el mercado de servicios de más de 1.500 aseguradoras, sin la garantía de que su solicitud sea aprobada, ni menos que los costos sean susceptibles de subsidio del Estado.
Paralelamente, continúan los despidos de empleados en las empresas de mediano tamaño (Obama eximió de esta exigencia a las grandes corporaciones, violando la Constitución). Debido al Obamacare no les conviene tener 50 empleados o más, ni tampoco trabajadores a tiempo completo. En suma, o hay despidos o hay reducción de horas de trabajo y beneficios. 
Obama no quiere admitir errores. Cuando los hay, la culpa la remite a terceros. Ahora no tiene escapatoria y de allí que su popularidad ha caído al 42%. El responsable de la hecatombe del Obamacare es Obama y nadie más. Su más preciado proyecto para transformar a los Estados Unidos en una nación centralmente controlada se ha hecho trizas.
Los medios de comunicacoón colectiva, en su mayoría “liberals” y pro Obama, comienzan a cuestionar el mito Obama. Por primera vez en cinco años publican en los distintos medios reportajes sobre los orígenes de la crisis, con planteamientos objetivos y profesionalmente periodísticos. Ojalá esa tendencia se extienda a otros tópicos deliberadamente ocultos durante el último quinquenio.
Obama mintió en torno a la tragedia de Benghazi, Libia, en que murieron el embajador y tres altos funcionarios diplomáticos. El presidente ordenó a su embajadora en Naciones Unidas (¿?) a divulgar por todos los medios la falsía de que el incidente fue respuesta a un video ofensivo contra el Islam, que nadie vió en el Internet. Luego se supo que todo fue planeado con anticipación por Al Qaeda y que Hillary Clinton, Canciller, prohibió toda acción de defensa y rescate.
Mintió también en el manejo de la crisis de Siria, cuando intentó favorecer a Al Qaeda en su lucha contra el presidente sirio. La Rusia de Putin y Arabia Saudita frustraron el ataque militar de Obama a Siria, en otra derrota para los Estados Unidos en política internacional. Como lo fue su respaldo al gobernante de Egipcio derrocado por los militares por su extremismo musulmán.
Las mentiras se multiplican en cuanto a politicas económicas. El resultado de ello es frustrante: alto desempleo que no baja del 7% oficial, alza de la deuda a 17 trillones de dólares, con 5 trillones solo en este régimen, la impresión de billetes sin respaldo con una inflación ad portas de dos dígitos, la continuación del ataque y bloqueo a la inversión privada.
Alguien analizaba que las encuestas coinciden en señalar que tan solo un 20% de la población es partidaria de un régimen “liberal”, cuyo objetivo es el control absoluto del mercado y del poder por parte del Ejecutivo y que al menos el 40% desprecia esa alternativa y prefiere el sistema de libertad individual, comercial y de libre competitividad.
Si esa es la ecuación ¿por qué ese 20% ha llegado al poder, se mantiene en él y pese a sus fracasos, su líder fue reelecto en el 2012? Él mismo se responde: por la mentira y porque esa mentira va dirigida a los que tienen poca información sobre la realidad.
Esa mentira es la utopía comunista/socialista/fascista, en boga no solo aquí sino en otros lares de variadas culturas. Todos los problemas, según esa visión, son solucionables con la intervención fuerte del Ejecutivo y la redistribución gradual de la riqueza. En cinco años, la entrega de food stamps se ha duplicado, mas de la mitad de la población no paga impuestos a la renta y se multiplican las viviendas públicas gratuitas. 
Ese método no termina la pobreza ni refleja compasión. Acentúa la pobreza y disminuye la dignidad individual de las personas dependientes. Pero además genera una reducción generalizada de la riqueza, ya que ésta no la crean los gobiernos sino el sector privado al que se le exprime con impuestos para financiar el “estado de bienestar”. El ahorro y la inversión y por ende la creación de empleos, se estancan. 
Con el Obamacare, el proceso de socialización se iba a acelerar pues su meta es destruir el mercado libre de oferta de los servicios de salud, para sustituirlo con el control total del Estado como en la antigua URSS, como en Cuba, como en cierta medida en Europa y otras regiones. Para su aplicación, hay que imponer el mandato inconstitucional de optar por el servicio estatal único.
Con cada hora que transcurre, se conoce de más y más médicos y hospitales privados que anuncian su retiro del mercado si el Obamacare se impone finalmente. Los servicios empeorarán, las listas de espera serán más dilatadas y a la postre los “comités de la muerte” conformadas por burócratas decidirán quién recibe tal o cual complejo servicio médico. Si se lo niegan por razones de costos o edad, la eutanasia de Estado será la nueva regla.
Pero si se levanta el bloqueo de los medios de comunicación la protesta popular puede alcanzar niveles extraordinarios, suficientes como para evitar que la desastrosa ley del Obamacare, tan deshonestamente aprobada por el Congreso y tan vergonzosamene ratificada por la Corte Suprema, sea frenada a tiempo. 
Si por alguna otra maniobra artera de Obama y su equipo ello no ocurre de inmediato, habrá que esperar a las elecciones de medio término dentro de un año y luego a las presidenciales del 2016 para decirles no a los socialistas, mediante la recuperación del Congreso en sus dos cámaras primero y, finalmente, la Casa Blanca.