Sunday, January 30, 2011

ES EL OBAMA DE SIEMPRE

El presidente Barack Hussein Obama prounció, mejor dicho leyó su discurso sobre el Estado de la Unión el martes pasado ante el Congreso y sus “fans” ya sostienen que es un mesías reencarnado de Ronald Reagan.

¿Por qué lo dicen? Porque la retórica que ha empleado durante sus dos años en el gobierno cambió súbitamente con su discurso, como resultado de la aplastante victoria republicana del 2 de noviembre pasado.

No dijo ni insinuó que los Estados Unidos no tienen nada de excepcional en su excepcional historia de más de 200 años de democracia ininterrumpida e inclusive alabó que su pueblo sea invenitvo, creador y amante convencido de la libertad de pensamiento y mercado.

También, aunque marginalmente, admitió lo obvio, que es el sector privado el que dinamiza la economía nacional mediante el ahorro y la inversión en la industria con creación de empleos, pese a siempre haber sostenido que es el factor de explotación de los pobres dentro u fuera del país.

Los reporteros contaron que en sus últimos días de vacaciones, que siguieron a su derrota electoral, Obama llevó consigo libros de biografía y análisis de la vida y acciones de gobierno de Reagan, su antípoda ideológico. Nada difícil que el consejo lo recibiera el ex presidente demócrata Bill Clinton, que superó en su administración una crisis política similar.

Pero Obama no engaña a nadie, salvo a sus incondicionales de los medios de comunicación y a los adeptos políticos que le quedan, especialmente de la raza negra. Clinton superó el golpe republicano similar de medio término, pero porque estuvo convencido de que ello era bueno para el país.

Su ahora sucesor demócrata, en cambio, lo único que ha cambiado es el enlace de palabras, no la profundidad al parecer incambiable de su pensamiento. Dijo, por ejemplo, que los Estados Unidos era un buen país siempre anheloso de ayudar a los oprimidos y a las naciones en peligro de sucumbir a dictaduras.

Es algo probadamente histórico, pero que no ha surgido en ninguno de sus anteriores discursos dichos ante la nación y el extranjero. En Egipto, a poco de posesionarse, afirmó que el Islam era parte de la familia norteamericana desde sus raíces y que desde entonces ha sido parte de su cultura.

Incluso sus esbirros han llegado a decir que ya Jefferson admiraba al Islam, por tener un Corán en su vasta biblioteca. Claro que lo tuvo, pero como botín. Fue Jefferson quien ordenó a la incipiente armada de los Estados Unidos que fuera al Mediterráneo a doblegar a los piratas musulmanes que buscaban comerciar en la zona y que saqueaban, asesinaba y esclavizaban a los marinos norteamericanos. Uno de los trofeos que guardó Jefferson fue el Corán, inspirador de la violencia en el mundo islámico.

Poco antes del ataque del 9/11, George W. Bush pidió a Mubarak que modere su régimen dictatorial de 30 años y ofrezca libertades al pueblo oprimido. Uno de los primeros discursos de Obama, que fue en El Cairo, fue no para plantear un reclamo similar, sino para exaltar las grandezas del Islam.

Tras el discurso de Obama el pasado martes, su aprobación en las ecuestas ha subido, no solo por ese hecho sino por lo actuado el mes pasado, al cierre del anterior congreso de mayoría demócrata absoluta. Pero ¿qué hizo y dijo Obama? En el Congreso se sometió a la nueva realidad política de predominio republicano y renunció a elevar los impuestos a los “ricos”, o sea a los que ganan más de 250 mil dólares. Los republicanos y el pueblo, como lo demostró el 2 de noviembre, no querían ni quieren más impuestos para nadie, sobre todo en época de recesión.

En el discurso habló lo que la gente quería oír: un tono de optimismo sobre el país, una reducción sobre el infliujo limitante del gobierno en la vida y el sector privados, una mayor definición en la defensa nacional y repudio a más leyes estatizantes, como la de salud.

Pero si Obama aceptó no volver a gravar a los ricos, prometió que lo hará en el 2012, cuando aspira a ser reelecto. Ello revela su verdadera idiosincracia opuesta al empresario privado. En su opinión, la gente hace dinero porque explota por lo cual hay que cercenar sus excesos de ingreso con más impuestos confiscatorios para más obras del gobierno al mando de más burócratas sobreprotegidos.

La misma idea la emanó al hablar de conquistar el futuro mediante inversiones públicas mayores en educación e investigación, lo que a su juicio hará al país más competivo en el frente externo. Utilizó el símil poco feliz del “sputnik” de la hora actual para impulsar el desarrollo.

El Sputnik fue el satélite articial que la URSS envió al espacio antes que los Estados Unidos. El entonces presidente demócrata John F Kennedy vió esto como una amenaza militar y tecnológica contra el mundo libre e invitó por ello a enviar en respuesta un hombre a la luna dentro de un decenio. Esto se realizó (ya asesinado Kennedy) pero los fondos públicos se asignaron a la NASA para que administre el proyecto, no para que produzca computadoras, satélites o módulos. Toda la investigación y construcción quedó competitivamente en manos del sector privado.

Una de las primeras decisiones de Obama fue liquidar a la NASA como proyecto espacial y reducirlo al papel de misionero de buen voluntad en el mundo musulmán, la “gran familia” de los Estados Unidos a la que él se refirió sin sentido. Y ahora invita a que el país actúe como la NASA del decenio de 1960 frente a un inexistente Sputnik...

Los nuevos gastos públicos que ahora pide al Congreso no harían sino aumentar el déficit público y financiero que ya llega a los 14 trillonos de dólares, que absorben el 25% ya de la riqueza nacional. Ni siquiera una economía que ha sido tan sólida como la norteamericana podrá sobrevivir en tales condiciones. La receta no son más ingresos, sino todo lo contrario y fundamentalmente menos gastos.

La nueva fuerza republicana, como mandato popular del 2 de noviembre, está dando los pasos en esa dirección. Ha planteado al gobierno un 20% de corte de gastos inmediato para aprobar el presupuesto de este año que los demócratas no aprobaron el año pasado pese a su total mayoría. Adicionalmente forzarán en años sucesisvos a reducir al gasto a niveles al menos iguales a los prevalecientes en el 2008.

El pedido es mandatorio para el Ejecutivo y será éste el que proponga qué gastos recortar, para someterlos al escrutinio y aprobación del Congreso. Una de las medidas inmediatas será rechazar la nueva ley de salud aprobada por Obama y los demócratas de manera atropellada y grosera en el 2010, sin un solo voto republicano y con el 70% de la población en contra porque aumenta el gasto en 3 trillones de dólares y arruina el sistema de provisión de salud existente.

Obama, en su discurso, dijo no querer oir de rechazar y sustituir la ley de salud. Otra muestra de su inflexibilidad ideológica. Pero tendrá que hacerlo, como tendrá que ceder en su demencial voracidad por el gasto público. La alternativa podría ser un choque con el Congreso que pudiera congelar los gastos del Ejecutivo, con desastrosas consecuencias para todos.

La revista Time, otrora respetable, publicó en su última edición su historia principal o “cover story” sobre la supuesta simbiosis entre Reagan y Obama, que reivindicará a este último. Es un disparatado esfuerzo de paralelismo. Obama y Reagan son tan precidos ideológicamente como lo pudieran ser el Rey de Arabia Saudita, Hugo Chávez o Rafael Correa y George Washington.

El discurso sobre el estado de la Unión, tras un análisis objetivo, demuestra que Barack Hussein Obama sigue siendo el mismo líder orientado a debilitar el sistema democrático, libre, competitivo y tolerante que ha prevalecido en los Estados Unidos, para sustituirlo por una forma de gobierno con interferencia gubernamental cada vez mayor con el objetivo de la sociedad iguallitaria, pero que sus resultados son, indefectiblemente, todo lo contrario.


Sunday, January 16, 2011

¿REALMENTE HAY CAMBIO EN OBAMA?

Para muchos no incondicionales que votaron por Obama para presidente de los Estados Unidos y que luego se arrepintieron por su forma radical de gobernar, parecen ahora felices de poder volverlo a apoyar debido a los supuestos “cambios hacia el centro” que al parecer ha adoptado desde diciembre pasado.

¿Cuáles han sido estos cambios? Primero, ordenó a los demócratas del Senado que prorroguen las exenciones tributarias decretadas hace diez años por su predecesor GW Bush para todos los contribuyentes, incluídos los “ricos”, medida adoptada para paliar la crisis económica heredada del demócrata Bill Clinton.

El otro cambio fue su reciente discurso en un estadio universitario de Arizona, pronunciado tras el asesinato por parte de un esquizofrénico de un juez federal, una niña y otros inocentes y el disparo a su principal objetivo, una congresista demócrata que sobrevivirá, ojalá con facultades plenas.

Pero uno y otro cambio han sido forzados por las circunstancias, no por una reflexión intelectual de Obama, fruto de comprender que su posición radical es rechazada por el 70% del electorado norteamericano, porque afecta los principios esenciales de esta nación basada en la libertad y respeto a los derechos del individuo frente al Estado.

Si Obama continuaba en su campaña contra los “ricos”, que para él son los que tienen ingresos superiores a los 250.000 dólares y a los cuales quería quitar la exención tributaria, habría sobrevenido un mayor colapso económico y político. Los republicanos y muchos demócratas eran renuentes a la medida, pues habría determinado una congelación presupuestaria y el bloqueo a la gestión gubernamental.

Luego de haber sostenido en la campaña presidencial y en sus dos años de gobierno que los males de este país son generados por un sistema capitalista que hace ricos a unos pocos por explotación de los pobres, tuvo que ceder y la prolongación del no pago de impuestos se extendió a todos. La economía respiró, aunque temporalmente.

Porque Obama, al admitir su derrota, advirtió que no cederá en su lucha contra los ricos y que volverá a castigarlos con los impuestos ahora postergados, tan pronto recupere el poder en el Congreso y la reelección presidencial en el 2012. Se trata, pues, de un tregua, no del convencimiento de que nuevos impuestos, peor en recesión, son perjudiciales para la sociedad.

Los inversionistas nacionales y extranjeros, consecuentemente, si bien se complacieron con la prórroga, siguen cohibidos ya que las inversiones de real impacto no deben limitarese a un incierto período de años. Y porque conocen que la ideología de Obama y sus seguidores es, ha sido y seguirá siendo contraria al capitalismo y a la libre acumulación del ahorro.

Obama, como han dicho analistas independientes que no son aceptados en los medios de comunicación audivisual y escrita de mayor alcance, es un enigma. Subsisten dudas sobre su nacimiento en los Estados Unidos y se ha bloqueado toda información sobre sus viajes de infancia y juventud, así como de sus estudios, escritos y amistades. Lo que se conoce con más certeza no se remotan a más de 10 o 12 años atrás.

Se ignora cómo accedió a las universidades de elite de Yale y Harvard, pero si se sabe que su principal ocupación tras graduarse fue la de “community organizer” u organizador de grupos comunitarios, en Chicago. Es una derivación de las enseñanzas del ideólogo Saul Alinsky, cuya meta inspirada en Marx y Lenin es socavar al sistema capitalista desde adentro y no necesariamente mediante la fuerza, la revuelta o la revolución.

Alinsky y sus discípulos como Obama y Hillary Clinton (su tesis de grado en la universidad de Chicago fue una apología de Alinsky) en realidad no podrían ser ubicados como comunistas, sino acaso como nihilistas que buscan por todos los medios (lo importante es el fin, no importa los medios) quebrar al sistema democapitalista y absorber cada vez más poder.

Todo ello ¿para qué? La nueva sociedad que ellos propugnan no está clara, pero básicamente buscan la “justicia social” mediante un igualitarismo utópico en el que la riqueza se transfiera a los pobres con intervención de gobiernos fuertes, intolerantes, incontestables. Ello presupone rebasar las leyes que se opongan a sus fines, por cualquier método manipulado dentro del sistema.

Obama ha dado varios ejemplos de esa filosofía. Forzó la aprobación de la reforma que estatiza la administración de la salud, para lo cual no le importó no contar con un solo voto republicano. Y nombró a una treintena de “zares” en su gobierno, como ministros que no requieren aprobación previa del Senado ni tienen responsabilidad ante él.

En noviembre el electorado rechazó mayoritariamente esa tendencia y a la Cámara de Representantes envió más republicanos que demócratas y más republicanos al Senado demócrata. Pero eso a Obama le tiene sin cuidado. El único cambio ha sido la prórroga de la exención tributaria. Dice que el pueblo no lo ha repudiado en noviembre, sino que el resultado es una presión a los republicanos para que cooperen con él y desistan de la oposición.

El atentado de Tucson también Obama ha intentado tergiversarlo. A minutos de divulgarse los trágicos hechos, los radicales de su partido demócrata y de sus inflitrados en los medios de comunicación acusaron a los republicanos y su oposición a Obama de ser los causantes del crimen. Nadie probó la acusación y más bien se difundió que el criminal era apolítico y un esquizofrénico que actuó individualmente.

Las encuestas no encontraron vínculo entre la política de los republicanos y las acciones del criminal en Tucson, con un margen del 60%. Obama se vio acorralado, carecía de bases para también acusar al Tea Party y a los comentaristas de radio y TV conservadores de ser los instigadores del atentado. Y en su discurso de Arizona, si bien no condenó a los demos por sus diatribas, se abstuvo él de acusar como hubiera querido a los republicanos.

Su discurso duró 34 minutos, mucho más que los 4 o 6 empleados por Bush, Reagan o Clinton en ceremonias de expresión de dolor por similares tragedias como las del 9/11 u Oklahoma City con McVeigh. Y se transformó en una manifestación política cualquiera, con gritos histéricos, aplausos y en la que las figuras centrales del discurso no fueron las víctimas, sino él.

Él, como el conciliador, el pacificador, el apóstol de la tolerancia y la no violencia verbal o física. El mismo que un encuentro con hispanos les conminó a luchar contra el enemigo común, los republicanos, en la controversia sobre la inmigración. Que dijo que no admitía otros criterios que el suyo en el debate sobre la ley de salud, “porque las elecciones tienen consecuencia y las gané yo”.

Los arrepentidos por elegir a Obama comienzan a arrepentirse de haberse arrepentido y creen que con el discurso “inmortal” de Tucson -y lo hecho en diciembre en el Congreso- ha emergido un gran hombre, un estadista de verdad, un presidente preclaro que arrasará en su ruta hacia la reelección en el 2012.

Esa gente vacilante, que se autoclasifica independiente y que en el fondo es inconsistente, por fortuna no es mayoría en este país. La oposición a la agenda Obama sigue en pie, tan firme o más como lo fue en los comicios del 2 de noviembre. Así al menos se detecta en la conducta de los nuevos republicanos del Congreso.

La primera votación para repeler la ley de salud estuvo pevista para el jueves pasado pero fue diferida. Los demócratas pretendían que se archive el proyecto, por lo sucedido en Arizona. Pero ya se ha fijado para el miércoles venidero el debate de repudio a esa ley. La ley fue aprobada a empellones y es esa ley la que tiene que ser archivada.

Los republicanos no cometerán errores del pasado, pretendiendo gobernar desde el Congreso con una cámara de mayoría republicana. Han advertido que la responsabilidad de gobernar sigue en manos de Obama y a él le piden que proponga enmiendas para enderezar la economía y para reafirmar la defensa nacional y el prestigio de los Estados Unidos, venidos a menos con su gestión.

Tocará al Congreso examinar las propuestas de Obama, rechazarlas, enmendarlas o sustituirlas. Será una lucha ardua, pero el apetito por concentrar cada vez más el poder en el Ejecutivo con desemedro de las otras funciones del Estado y los derechos individuales, deberá ser bloqueado para sanidad de este país y del mundo.

Del mundo, porque si flaquean Estados Unidos en su posición de líder de la democracia, continuará acentuándose la antidemocracia como lo prueban las últimas estadísticas en varios continentes. Los lapsos dictatoriales entre capitalismo y capitalismo, por culpa de utopistas insensatos, solo causan terror, muerte, hambre y miseria.

Esas aventuras de colectivo masoquismo no las quieren, no las han querido nunca los norteamericanos desde la fundación de la República. La presencia de Obama y sus adeptos en la otra dirección solo debe considerarse como un extraño interludio en la historia de este gran país.

Friday, January 7, 2011

UNA GUERRA INTERNA A FONDO

Los Estados Unidos está atravesando una conmoción interna profunda, solo comparable quizás con la Guerra Civil ocurrida a mediados del siglo XIX para restaurar la unidad nacional y abolir la esclavitud.

Otras guerras han estremecido a esta nación, pero han sido libradas fuera de su territorio, en Europa, África y Asia, con el objetivo de frenar intentos expansionistas de dictaduras fascistas y, en el caso de la Guerra Fría, de dictaduras comunistas.

Esta vez la batalla se ha desatado tierra adentro, entre quienes aborrecen el sistema de libertad que ha engrandecido a esta nación y quienes han decidido arriesgarlo todo para defenderlo. No mediante las armas, como ha sido habitual en otros lares, sino con los votos.

El enemigo del sistema democrático no es ahora un mitómano de Bertlín, Moscú o Tokio. Es un grupo político radical identificado con el ala más extrema del partido demócrata, que ha existido siempre pero que por primera vez ha llegado al poder por sufragios libres.

Los ideólogos del grupo creen que las desigualdades sociales pueden y deben ser abolidas con la intervención de un ejecutivo fuerte, más allá de las limitaciones impuestas por una Constitución que rige en este país desde hace más de 200 años, con 27 enmiendas.

Han confluído en ese grupo radical, como ideólogos, principalmente gente adoctrinada en universidades izquierdistas, que luego se han multiplicado e irrigado en los principales medios de comunicación, en las universidades como profesores, en otros niveles del magisterio, en clanes protestarios como los gays, en partidos como el demócrata.

La utopía no es nueva. Pero siempre los intentos por crear sociedades igualitarias o han sido efímeros, o han fracasado desde el principio. Las denominaciones han variado, religiosas o seculares, pero el punto débil que las han condenado siempre a la extinción, ha sido el desconocimiento de la inmutable condición humana por la libertad y la diversidad.

El igualitarismo presupone inequívocamente la supresión del libre albedrío. La igualación del ingreso, por ejemplo, implica quitar por la fuerza a unos para dar a otros. Las acciones enrumbadas a la igualación, además, de hecho bloquean toda crítica, toda disensión -mediante el uso de la fuerza.

La naturaleza humana es en si misma diversa. No hay seres humanos idénticos, ni entre siameses. El genérico nombre de europeos sería engañoso si pretendiera implicar que todos son iguales en raza o en creencias y culturas. Al contrario, su complejidad ha sido tal que ha convertido a Europa en uno de los continentes más belicosos del orbe. Ahora mismo se vive una crisis de identidad con la utopía de la Unidad (política) Europea.

¿Y Asia, África, América, Oceanía..? Los aborígenes en Norteamérica, a la llegada de los colonos europeos, conformaban grupos tribales con inmensas diferencias de idioma, costumbres y cosmovisiones. E igual puede decirse de cualquier otros conglomerado humano en cualquier parte en cualquier momento de la historia.

Todo grupo humano, para convivir, tiene que adoptar reglas de conducta de aceptación común y de un sistema de sanciones. Es la delegación de poder a escogidos por su vocación de liderazgo. Por desgracia esa delegación no siempre ha sido temporal, pues quienes la asumen tienden a perpetuarse contra la voluntad de los asociados.

La seducción del poder es irresistible, con excepciones como la de George Washington (se negó a un tercer mandato y a las ofertas de gobernar como rey, lo que si buscaba Simón Bolívar en América del Sur). Generalmente un líder ambicioso, con el respaldo de su círculo de áulicos y grupos de interés, se cree llamado a seguir esparciendo el “bien” por ilimitados lapsos.

Reyes, emperadores, jeques y demás autócratas histótricamente han ejercido el poder protegidos por un áurea divina. El mito comenzó a desvanecerse con la Revolución Francesa, más tarde con la Revolución Rusa. Pero en uno y otro caso y similares, la tentación de perpetuarse en el poder de parte no desapareció.

En Rusia los zares fueron reemplazados por Lenín y Stalin, en Francia la monarquía se transformó en Napoleón. Los seres que se creen iluminados para gobernar sin responsabilidades frente a los gobernados han pululado en la historia y están vívidos aún hoy en Corea del Norte, Irán, Venezuela, Cuba y otros países.

¿Cómo evitar que los gobernantes, que gobiernan por delegación popular y no por designio divino, se excedan y pretendan perpetuarse? En Francia surgió la idea de Montesquieu de quebrar el poder en tres fracciones que se autolimiten y observen y cheqeen mutuamente, para evitar las tentaciones del exceso.

Pero no fue en Francia, con el Terror y luego Napoleón, donde se aplicó ese principio sabio de división del poder. Fue en los Estados Unidos en 1776, con la Declaración de Independencia y la Constitución y sus 10 enmiendas inmediatas. En suma ese conciso documento de 7 capítulos es un mandato claro orientado a frenar al gobierno, no para expandirlo.

Los demócratas, ahora en la Casa Blanca y hasta el año pasado con el control total de las dos cámaras del Congreso federal, no lo entienden así. Consideran que la Constitución es maleable y no han vacilado ni vacilan en vulnerarla, volcando cada vez más poder en el Ejecutivo para cambiar la esencia de esta nación de respeto a la propiedad, la libertad y la operabilidad del mercado.

El presidente Barack Hussein Obama, con la complicidad del Congreso, ha elevado la deuda pública en mas de 5 trillones de dólares, más que en todos los gobiernos juntos de los últimos 100 años. Con ese dinero ha inflado los gastos en obras superfluas, subsidios a sindicatos y bancos en rojo y el crecimiento de una burocracia que ha duplicado sus salarios comparativamente con el sector privado.

Todo ello viola la Constitución. Y contra ella y la oposición total republicana, Obama aprobó una ley de salud que aumenta la deuda pública en 3 trillones y obliga a la filiación de seguros. Los servicios médicos se deteriorarán y la competencia privada declinará hasta ser sustituida por el Estado, como en Europa y los regímenes socialistas.

La seguridad nacional, perioridad constitucional, se ha debilitada con este régimen, que no quiere llamar terroristas a los terroristas islámicos. Los de mayor peligro, apresados en Guantánamo, están en el limbo por las vacilaciones de última hora de un Obama que quería que se los juzgue como delincuentes comunes, no como ciriminales de guerra.

Obama y los suyos, además, insisten en no reconocer a este país como excepcional en su sistema de libertad y quieren igualarlo en calidad de resultados con cualquier otro, por evidentemente autoritarios que sean, como los regidos por la intolerancia teológica del Islam.

A la mayoría de norteamericanos esta actitud de Obama repugna. Acaba de demostrarlo con las elecciones del 2 de noviembre pasado, con las que los demócratas perdieron 63 escaños y el control de la Cámara de Representantes, que es donde se originan los impuestos. En el Senado también los republicanos ganaron 6 puestos, pero no la mayoría.

La batalla contra los que quieren mermar la grandeza de este país, pues, ha comenzado. No la protagonizan enemigos externos, sino internos. La lucha promete ser ardua, pues el líder está incrustado en la Casa Blanca y ha denotado ser un manipulador sin escrúpulos. Se ha didspuesto, por ejemplo, a gobernar por decretos ejecutivos y no a través del Congreso, como cualquier sátrapa de Venezuela o Ecuador. Los republicanos en mayoría serán los únicos que podrán detenerlo.

Han comenzado bien. El objetivo central, que no tiene precedentes, es anular la ley de salud que viola la Constitución, crece la deuda en 3 trillones y fue aprobada contra la opinión popular y sin un solo voto republicano. Junto a esta medida se forzará al Ejecutivo a reducir el gasto y la deuda, que ya llegó al techo delirante de los 14 trillones de dólares.

La Casa Blanca tendrá que bajar el gasto o el Congreso no elevará el techo de endeudamiento, paralizando a la administración. No hay opción. Excepto el de la quiebra del sistema y la bancarrota de la economía, ahora confiada en seguir recurriendo a préstamos de la China comunista. ¿Es ese acaso el propósito siniestro de la izquierda radical?